c) «Sobornost» e infalibilidad La eclesiología entre los teólogos rusos, a partir de los eslavófilos, y especialmente Jomiakov, adquiere un matiz particular con el concepto de la sobornost. Este término es el substantivo abstracto del adjetivo eslavo que, en el Credo, traduce la palabra «católica.» En efecto, dice el artículo del Símbolo de fe sobre la Iglesia: «[Creo] en la Iglesia una, santa, católica y apostólica»; en griego: Εις μιαν, αγιαν, καθολικην και αποστολικην Εκκλησιαν. Ahora bien, el término καθολικην es traducido en la versión eslava por sobórnaya, sustantivo que deriva de sabor (‘concilio, sínodo,’ pero también ‘catedral’), del verbo sobrat’ (‘convocar,’ ‘reunir’). De ahí el concepto de sobornost, que significa al mismo tiempo «conciliaridad,» «catolicidad,» «ecumenicidad,» pero no primordialmente «universalidad.» Por lo cual «Iglesia Católica» no significa en primer lugar, sin excluirlo, «Iglesia universal.» Se trata de un sentido cualitativo antes que cuantitativo. Pero hay que observar que la teología griega ve también en el término griego καθολικη en primer lugar un sentido cualitativo y en profundidad (de καθ’ ολον, ‘totalmente,’ ‘según el todo’), indicando la unanimidad, la «sinfonicidad» por la unión de cada uno con el todo, la integridad en sentido intensivo. Por eso la Iglesia local, de acuerdo con lo dicho más arriba, es plenamente una, santa, católica y apostólica. La idea de la sobornost, dentro de la tradición ortodoxa de la conciliaridad, lleva a Jomiakov a plantearse el problema de la infalibilidad, que para él reside solamente en la sobornost, en la fraternidad ecuménica. Según la doctrina de la sobornost, la autoridad magisterial de la Iglesia se sitúa en la vida de comunión del cuerpo eclesial. Más que constituir un órgano visible de la infalibilidad, los obispos y su sínodo no harían más que personificar y expresar la fe común, que el pueblo entero autentifica después de su recepción. Según esta doctrina, no es una persona la infalible ni, propiamente, el concilio como tal, sino la Iglesia entera. La Iglesia es infalible en aquello que es verdad, y la verdad pertenece a la Iglesia. En esta línea esta el rechazo, del concilio de Florencia por parte de la Iglesia Ortodoxa.

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Les débats théologiques sur la nature de la lumière de la Transfiguration du Christ, disputes qui opposèrent, vers le milieu du XIV e siècle, les défenseurs de la tradition doctrinale de l’Église d’Orient et les thomistes orientaux, visaient, au fond, un problème religieux de première importance. Il s’agissait de la réalité de l’expérience mystique, de la possibilité de communiquer consciemment avec Dieu, de la nature incréée ou créée de la grâce. La question de la vocation ultime des hommes, la notion de la béatitude, de la déification étaient en jeu. Ce fut un conflit entre la théologie mystique et une philosophie religieuse ou, plutôt, une théologie des concepts qui refusait d’admettre ce qui lui paraissait être une absurdité, une «folie». Le Dieu de la Révélation et de l’expérience religieuse s’est trouvé confronté avec le Dieu des philosophes et des savants sur le terrain de la mystique et, encore une fois, la folie divine l’a emporté sur la sagesse humaine. Se trouvant obligés de définir leur position, de formuler des concepts des réalités dépassant toute spéculation philosophique, les philosophes en définitive ont dû émettre un jugement qui, à son tour, parut être une «folie» pour la tradition orientale: ils affirmèrent la nature créée de la grâce déifiante. Nous ne reviendrons plus à cette question que nous avons traitée au chapitre IV, où il s’agissait de la distinction entre l’essence et les énergies de Dieu. Touchant à la fin de notre étude, nous devons envisager les énergies divines sous un autre aspect: celui de la lumière incréée dans laquelle Dieu se révèle et se communique à ceux qui entrent en union avec Lui. Cette lumière (φς) ou illumination (λλαμψις) peut être définie comme le caractère visible de la divinité, des énergies ou de la grâce dans laquelle Dieu se fait connaître. Elle n’est pas d’ordre intellectuel, comme l’est parfois l’illumination de l’intellect prise dans le sens allégorique et abstrait. Elle n’est pas, non plus, une réalité d’ordre sensible. Cependant, cette lumière remplit en même temps l’intelligence et les sens, se révélant à l’homme entier et non seulement à l’une de ses facultés. La lumière divine, étant une donnée de l’expérience mystique, surpasse en même temps les sens et l’intelligence. Elle est immatérielle et n’a en elle rien de sensible c’est pourquoi saint Syméon le Nouveau Théologien dans ses poèmes l’appelle «feu invisible», tout en affirmant sa visibilité:

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La confirmación. A la recepción del bautismo seguía inmediatamente la consignatio del neófito, es decir, la confirmación, dada por el obispo con la imposición de la mano y la unción del crisma sobre la frente. De ella hablaremos ampliamente en la sección segunda. La misa y la comunión pascual . Terminadas las ceremonias postbautismales, la candida fila de los neófitos, al canto del salmo Introibo ad altare Dei, ad Deum qui laetificat iuventutem meam, abandonaba ordenadamente el baptisterio para dirigirse a la iglesia, donde había quedado la muchedumbre de los fieles respondiendo a las invocaciones de la letanía sugeridas por la schola. Colocados en el lugar asignado, todo estaba dispuesto para la solemne celebración de la misa, en la cual ellos participaban por primera vez, comenzando por la oratio fidetium, que iniciaba el sacrificio. Acogidos ya en la casa de la madre, vosotros – les decía Tertuliano – abrid, confiados, los brazos a la vista del Padre celestial: primas manus apud rnatrem (la Iglesia=Ecclesia mater) cum fratribus aperitis. El altar aparecía adornado como de fiesta; compositum lo llamaba San Ambrosio; dispuesto «para recibir las oblaciones de los fieles. En Milán, sin embargo, no se solía permitir a los neófitos, en gran parte todavía niños, hacer en los días de la octava de Pascua la ofrenda, como los otros, porque – declara el mismo santo Doctor – éstos no están suficientemente instruidos para comprender el significado: ne offerentis inscitia contaminet oblationis mysterium. En su lugar ofrecían sus padrinos, y sus nombres eran leídos por el diácono en los dípticos. Por lo demás, todo el formulario de la misa estaba lleno en aquel día del pensamiento de los neófitos y del profundo sentido de alegría, que hacía vibrar suavemente el corazón de cada uno y ponía en los labios del pontífice acentos de sublime lirismo. En esta misa, los neófitos recibían por primera vez la comunión eucarística. Era un sagrado deber observado en la Iglesia desde los tiempos apostólicos; San Justino nos da de ello testimonio, y después, todos los Santos Padres. No se exceptuaba a los niños aun de tierna edad; más aún, San Agustín y el papa Inocencio I la hacen condición indispensable de salvación. 2. La Confirmación

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A Dios Padre, indivisible del Hijo y Espíritu Santo, le pertenece la creación del mundo y la continua Providencia por él. Si es que en la palabra de Dios, el Hijo es llamado Mediador, es porque aceptó para Sí la naturaleza humana, haciéndose Dios-hombre y unió así lo Divino con lo humano, unió el cielo y la tierra; y no porque el Hijo sea algo como un principio de contacto imprescindible entre el infinitamente lejano Dios y el mundo finito y creado. En la historia de la Iglesia, el trabajo dogmático más importante de los Santos Padres estuvo dirigido hacia el afianzamiento de la verdad de la consubstancialidad, la plenitud de la Divinidad y la igualdad de honor entre la Segunda y Tercera Hipóstasis de la Santísima Trinidad. Consubstancialidad e Igualdad Divina entre Dios Hijo y Dios Padre En el primer período cristiano, no estando exactamente formulados con estricta definición los términos doctrinales de consubstancialidad e igualdad entre las Personas de la Santísima Trinidad, ocurrió, que aún aquellos escritores eclesiásticos que estrictamente afirmaron su consentimiento con la conciencia universal de la Iglesia y no tuvieron intención de violarla en alguno de sus juicios personales, se permitieron en algunos casos, junto a claras ideas ortodoxas, expresiones no del todo precisas sobre las Divinas Personas, y que no afirmaban claramente la igualdad entre las Personas. Esto se explica principalmente, porque los pastores de la Iglesia llenaban en un mismo término – unos de un contenido, y otros con otro. La idea «ser» en idioma griego se expresaba con la palabra o n s i a y este término era entendido, en general, por todos de igual manera. En cuanto a la idea «Personas» era expresada con diferentes palabras: n p o s t a s i V , p r o s w p o n . Creó confusión la diferente utilización de la palabra Hipóstasis. Este término era utilizado por algunos para designar las «Personas» de la Santísima Trinidad, y por otros el «Ser.» Esta situación complicaba la comprensión mutua, hasta que por sugerencia de San Atanasio fue decidido entender definitivamente la palabra Hipóstasis como equivalente a «Persona.» Pero además de esto, en el primer período cristiano hubo herejes, que conscientemente negaron o disminuyeron la Divinidad del Hijo de Dios. Las herejías de este tipo fueron numerosas y en su tiempo produjeron fuertes agitaciones en la Iglesia. Las principales fueron la secta de los Ebionitas en la era apostólica. Según el testimonio de los primeros Padres, San Juan escribió su Evangelio en contra de ellos. Y en el siglo tercero, Pablo de Samosata, quien fue censurado en los dos Concilios Antioqueños de ese siglo.

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Los modernos, atendiendo al contenido de las dos partes que integran la misa, la dividen en: a) misa didáctica; b) misa sacrifical, Efectivamente, en la primera parte, la Iglesia tiende principalmente a instruir y en la segunda celebra el santo sacrificio. Esta es la división que adoptamos en este tomo. En cambio, considerando la clase de personas ante las que se celebraba la misa, se dividía ésta en: a) misa de los catecúmenos; b) misa de los fieles, ya que a la primera podían asistir también los no bautizados, mientras que a la segunda, solamente los fieles. Esta división de la misa se encuentra por primera vez en Ivon de Chartres (1117), que escribe: Qui audiebat missam catechumenorum, subierfugiebat missam sacrameniorum. También Durando adopta esta división: Missae officium in duas principaliter dioiditur partes, videlicet in missam ca techumenorum et missam fidelium. Todavía usan esta división muchos escritores modernos, si bien ya no tiene sentido apenas, prestándose incluso a confusión, como si la misa de los catecúmenos no formara parte de la misa de los fieles. Al tratar de la misa, la mayor parte de los liturgistas siguen un método analítico, es decir, explican cada una de las partes según el orden ritual en que se presentan; otros, en cambio, siguen un orden de analogía de la materia, tratando, por ejemplo, primero de las lecturas, luego de las oraciones, ceremonias, etc. Esta división sistemática tiene un fundamento real en la distinción de los antiguos libros litúrgicos, que quedaron después fundidos en el misal que hoy conocemos; no obstante, nos parece menos a propósito para la índole escolástica de nuestro manual. Así, pues, haremos este comentario a la misa siguiendo paso a paso sus dos partes principales – didáctica y sacrifical – según el tradicional método analítico. 2. Ceremonial de la Misa Pontifical Según los dos «Ordines «más Antiguos E l esquema de la eucaristía dominical trazado por San Justino quedó como fundamento de los ordenamientos litúrgicos posteriores de todas las iglesias. Pero entre los siglos III y V se introdujeron en él bastantes elementos nuevos, de importancia secundaria, como la preparación de la oblata, la recitación de los dípticos, la ceremonia preliminar (introito), la acción de gracias después de la comunión, elementos que más que nada sirvieron para dar a la misa un atuendo más solemne y decorativo, en armonía con las condiciones ambientales de paz y prosperidad que entonces gozaba la Iglesia. En atención a la brevedad, preferimos pasar por alto aquí el detalle histórico de estos elementos, del ándolo para cuando hagamos el comentario a la misa actual.

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Entre la segunda parte de esta fórmula ut quot quot... y la que precede aparece claramente una separación. Es legítimo suponer que el ut quotquot fuese en un principio la conclusión de una frase o de un período más tarde suprimido. Ahora bien: si se piensa que con aquellas palabras se piden a Dics los frutos de la comunión para aquellos que participan en el sacrificio, debemos concluir que nos encontramos frente a una epiclesis postconsagratoria, no en el sentido oriental, dirigida a la transformación de los dones, sino en el tradicionalmente romano y originario de prez preparatoria para la sagrada comunión, de la cual la Traditio nos ha conservado el tipo. He aquí cómo se expresa ésta: Pctimus ut mittas Spiritum tuum Sanctum in oblationem sanctae Ecclesiae; in unum congregans (la unión entre todos los fieles) de ómnibus, qui percipiunt, sacra, repletionem spiritus tui (el alimento de la vida interior), ad confirmationem fidei in veritate (el acrecentamiento de la fe). A fin de que los fieles obtengan estas gracias sacramentales es precisa una preparación espiritual de sus almas, la cual es obra del Espíritu Santo. He aquí el porqué de la epiclesis. Así, el Espíritu divino completa, perfecciona, ratifica y santifica la ofrenda por las almas de los fieles. Como en Pentecostés la obra redentora de Jesucristo llegó a su término y a su completo perfeccionamiento, así también en el sacrificio eucarístico, memorial y renovación del de la cruz, la epiclesis pone su sello a la obra santificadora de la eucaristía. Es por esto muy probable la conjetura de que, antes de la refusión del texto del canon, al ut quotquot precediese una frase epiclética, como la de la Traditio: Et Mittas Spiritum.. Sanctum Tuum In Oblationem Ecclesiae Tuae, ut... Los textos romanos.acerca de una invocación del Espíritu Santo en la prez, que hemos citado antes a propósito del Quam oblationem, hacen la hipótesis muy digna de atención. Ex hac altaris participatione...; se esperaría esta otra concordancia: ex huius altaris participatione. La expresión, recogida de San Pablo, usa el término «altar «como sinónimo de «sacrificio. «El beso que aquí da el celebrante a la mesa quiere indicar que es precisamente éste el altar y el sacrificio del cual participan: – omne benedictione caelesti et gratia repleamur: generalmente, las antiguas liturgias, entre los frutos de la comunión, piden en primer lugar la gracia de la vida eterna. Quizás el canon arcaico terminaba con una petición de este género, que más tarde fue substituida por la fórmula actual, muy genérica.

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La importancia de las obras de los Santos Padres y libros de oficios religiosos Ellos sirven de guía en las cuestiones de la Fe, para la comprensión correcta de las Sagradas Escrituras, para distinguir entre la auténtica Tradición de la Iglesia y las doctrinas erróneas. Para eso recurrimos a las obras de Santos Padres de la Iglesia, reconociendo que su concordancia unánime en las cuestiones de la Fe muestran la certeza indudable de la verdad. Los Santos Padres defendían la Verdad sin temer ni a las amenazas, ni a las persecuciones, ni a la mismísima muerte. Las explicaciones de Santos Padres a las verdades de la Fe agregaron exactitud a las expresiones esenciales de la doctrina cristiana y crearon la concordancia en el idioma dogmático, completaron recíprocamente las demostraciones de estas verdades, utilizando las Santas Escrituras y la Santa Tradición, y aportando también fundamentos racionales. En la Teología se presta atención a algunas opiniones particulares de los Santos Padres y Maestros de la Iglesia sobre los problemas que no tienen exactas definiciones comunes eclesiásticas; sin embargo, esas opiniones no deben mezclarse con los dogmas propiamente dichos. Existen tales opiniones particulares de algunos Padres y Maestros de la Iglesia, que no concuerdan con la común creencia Conciliar de la Iglesia y no se aceptan como guías en las cuestiones de la Fe. Las verdades de la fe en los Oficios Divinos La conciencia Conciliar de la Iglesia en la enseñanza doctrinaria de la Fe se expresa también en los oficios Divinos ortodoxos, que nos fueron dados por la Iglesia Universal. Profundizando en el contenido de los libros de los oficios Divinos, nosotros nos fortalecemos en l a doctrina dogmática de la Iglesia Ortodoxa. Los libros Simbólicos Enunciados de la Fe ortodoxa, ratificados por los Concilios regionales de la Iglesia en los tiempos más cercanos a nosotros, se llaman libros simbólicos ortodoxos, porque sirven como interpretación del Credo de la Fe. Su designio es esclarecer principalmente aquellas verdades cristianas, desde el punto de vista ortodoxo, que se presentan alteradas en las religiones no ortodoxas más tardías, especialmente en el protestantismo.

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Pero los siglos que siguieron a la ruptura entre Roma y Constantinopla fueron fecundos en doctrina monástica y espiritual y vieron renacer la doctrina y la práctica hesicastas. b) Hesicasmo y palamismo. El hesicasmo es una corriente o sistema espiritual de orientación esencialmente contemplativa que ve la perfección del hombre en su unión con Dios por medio de la oración incesante. Recibe el nombre del rasgo que lo caracteriza, la hesiquía (‘tranquilidad,’ ‘calma’), esto es, el retiro a la soledad y la actitud interior del alma situada en la paz y el silencio de los pensamientos, aplicada a la contemplación divina, y que viene a ser el clima y la emanación de la oración y que permite llegar a esta unión. Método antiguo y tradicional, que enlaza con los orígenes del monaquismo, tuvo su florecimiento en la tradición sinaítica de los siglos VI y VII y luego en el monte Athos. En el ambiente hesicasta nació la práctica de la «oración de Jesús.» Ésta consiste en la repetición incesante del nombre de Jesús en una especie de breve jaculatoria, que, en su forma más simple, dice: «Señor Jesucristo, ten piedad de mí,» pero que se presenta también en una forma más larga: «Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador,» u otras parecidas. La oración de Jesús será posteriormente muy divulgada en la tradición espiritual rusa. El hesicasmo, reforzado posteriormente por la corriente palamítica, tuvo sus adversarios, especialmente por parte de la corriente humanística, lo que trajo una larga controversia entre ambas tendencias, que terminó con el triunfo del palamismo en la Iglesia Ortodoxa. Simultáneamente aparecen, por un lado, algunos intentos de unión entre Roma y Constantinopla y, por otro, una serie de polémicas entre teólogos latinos y teólogos bizantinos, que durarían hasta la caída de Constantinopla en 1453. El principal promotor de la renovación hesicasta del siglo XIV fue Gregorio Sinaíta (1255–1346). Llamado así por su estancia primera en el monasterio de Santa Catalina del Sinaí, ejerció su influencia espiritual en el monte Athos, pero terminó sus días en tierras búlgaras. Gregorio es el eslabón que enlaza la tradición hesicasta del Sinaí con la renovación athonita. En sus escritos, entre los más importantes de los recogidos por la Filocalia, centra su doctrina, inspirada en gran parte en san Juan Clímaco y en san Máximo el Confesor, en la guarda del espíritu y la plegaria del corazón. Enseña cómo, por la oración hesicasta, el monje puede tomar conciencia progresivamente de la gracia depositada en él por el bautismo y alimentada por la Eucaristía.

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En el pasado, el arte bizantino parecía falto de vida, mientras la ilimitada libertad del artista era considerada como condición indispensable de la verdadera inspiración; más es posible ser creador y libre dentro de una tradición que afirma haber visto la verdadera luz, y que ofrece una firme guía a sus artistas con respecto a la última finalidad de la vida. Esta meta, tal cual es aceptada por el Oriente cristiano, cae fuera de los confines de la experiencia terrenal, siendo el objeto final la comunión con el Dios Trino y Uno, que es superior a todos los conceptos que el hombre tiene de la verdad, de la belleza y de lo bueno. Esta idea inspiradora de temor hace que el arte cristiano oriental sea progresivo y dinámico, pues la visión es infinita y las más grandes realizaciones no son nada comparadas con la gloria del Reino divino; sin embargo, incluso las obras menores pueden participar de la dignidad y autoridad de la verdad revelada si reciben su inspiración de la misma fuente de ortodoxia cristiana. Conclusión. El Oriente Cristiano en el Mundo Contemporáneo. La historia del Oriente cristiano se desarrolla a través de un complejo y variado escenario: la Iglesia de los mártires luchando por la supervivencia; la Iglesia de los concilios ecuménicos absorta en disputas doctrinales y dividida por una lucha fratricida; la Iglesia actuando en rivalidad con Roma y atacada por los cruzados; la Iglesia oprimida por los turcos y acosada por los mogoles; la Iglesia, en su rama rusa, pretendiendo el liderazgo universal en el arte de la vida cristiana; y la Iglesia contemporánea repudiada por los ateos militantes. Tales son las diferentes etapas de la evolución del cristianismo oriental, y, sin embargo, revelan una notable unidad interna. El cristianismo oriental, durante dos mil años, ha seguido siendo una comunidad distinta. Es una respuesta a la persona y enseñanza de Cristo procedente de los que se sienten a gusto en la tradición filosófica y artística helenista. Ciertas intuiciones y convencimientos fundamentales dividen a los ortodoxos de las interpretaciones occidentales del cristianismo, tales como el acento sobre los aspectos corporativos y cósmicos de la redención, el vivo sentido de comunión con los difuntos, la repulsa de la actitud legalista y racional hacia la religión. Estas diferencias han separado a Roma y Constantinopla. Una firme creencia por cada lado en su propia superioridad hacía imposible la cooperación, y Oriente y Occidente intentaron edificar sus sistemas eclesiásticos sin consultarse entre sí.

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Aquella mutua relación referente al principio de igualdad de gracia jerárquica, quedó en la Iglesia para siempre en los sucesores de los Apóstol es, los obispos. Cuando se presentó entre los Apóstol es la necesidad de dirigirse en voz y juicio autorizado, esto fue con motivo de que surgieron en Antioquía importantes dudas referente a la aplicación del ritual de la ley de Moisés, entonces los Apóstol es se reunieron en el concilio en Jerusalén (Hech. cap. 15). La resolución del Concilio fue declarada obligatoria para toda la Iglesia (Hech. 16:4). Con esto dieron ejemplo de resolución Conciliar para cuestiones importantes de la Iglesia de todos los tiempos. De tal manera el más alto órgano de poder eclesiástico es el Concilio de Obispos : para las iglesias locales: el concilio local de obispos, y para la Iglesia universal – el concilio de todos los obispos de la Iglesia. Sucesión y continuidad del episcopado de la Iglesia Una de las partes esenciales de la Iglesia la componen la sucesión de los Apóstol es y la continuidad del episcopado, y en el lado opuesto: la ausencia de la sucesión episcopal en una y otra denominación cristiana la priva de su atributo de verdadera Iglesia, incluso aunque presente una inalterada enseñanza teológica. Este entendimiento presente estuvo en la Iglesia desde su comienzo. De la historia de la Iglesia de Eusebio de Cesárea sabemos, que cada iglesia cristiana local antigua preservaba la lista de sus obispos en su ininterrumpida sucesión. San Ireneo de Lyón escribe: «Nosotros podemos enumerar a aquellos que fueron entronizados obispos en las iglesias y a sus sucesores hasta nosotros, y efectivamente enumera en orden de sucesión a los obispos de la Iglesia Romana hasta casi fines del siglo segundo («Contra los herejes,» tomo 3, cap. 3). El mismo punto de vista expresó Tertuliano: «Que nos demuestren los comienzos de sus iglesias, y anuncien la serie de sus obispos y en qué forma se continúa su sucesión y cómo el primero de sus obispos tuvo por causa o predecesor a alguno de los Apóstol es. Porque la iglesia apostólica presenta la lista de sus obispos de esta manera: La Iglesia de Esmirna presenta a Policarpo, puesto por Juan, la romana a Clemente, ordenado por Pedro, de la misma forma las otras iglesias señalan a aquellos padres apostólicos que fueron elevados al episcopado por los mismos Apóstol es, teniendo en ellos el retoño de la semilla apostólica» (Tertuliano «Concerniente a las prescripciones» contra los herejes). La Vida de la Iglesia en el Espíritu Santo. Vida Nueva

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