Неясно, сохранились ли в Толедском королевстве светские школы, устроенные по образцу школ Римской империи (подробнее о них см.: СергеенкоМ.Е. Жизнь в Древнем Риме. СПб., 2000; BonnerS.F.EducationinAncientRome: FromtheElderCatototheYoungerPliny. Berkeley, 1977; Education in Greek and Roman Antiquity/Ed. by Y.L. Too. Leiden, Boston, Cologne, 2001 и указанную в этих работах библиографию). Вероятнее всего, отдельные дисциплины классического римского цикла (главным образом грамматика, изучавшаяся на материале языческих авторов) сохраняли свое значение и продолжали изучаться в церковных школах. Подробнее об образовании в Толедском королевстве см. Riche P. Education et culture dans l’Occident barbare (VI – VIII ss.) Paris, 1962; Idem. Les ecoles et l’ enseignement dans l’ Occident crétien de la fin du V e siecle au milieu du XI e siecle. Paris, 1979; Martin Hernandez F. Escuelas de formation del clero en la Espana visigoda//La patrologia Toledano- visigoda. XXVII semana espanola de teologia. Madrid, 1970. P. 65–98; Fontaine J. Fins et moyens de l’enseignement ecclesiastique dans l’Espagne Wisigothique//Culture et spiritualite en Espagne du IVe au VII siecle. London, 1986. P. VI 145–202; GibertR. Ensenanza del derecho en Hispania durante los siglos VI a XI//Ius romanum Medii aevi (IRMAE). 1967. P. 154; Idem. Antiguedad clasica en la Espana visigotica//Settimane di studio del Centro italiano di studi sull’alto medioevo. XXII (II): La cultura antica nell’Occidente latino dal VII al XI secolo. Spoleto, 1975. P. 603–652 etc. 15 В тексте vemusmissimis(бykb. «старейших») аистогит.В предисловии к другим своим произведениям (например, к «Этимологиям») Исидор говорит об использовании сочинений древнейших авторов (antiquissimi), подразумевая под ними, конечно, труды язычников. Употребляя слово vemusmissimibмecmo antiquissimi, Исидор подчеркивает, что опирался на произведения наиболее авторитетных христианских писателей. 16 Стило, или стиль (stilus), – приспособление для письма. Представлял собой металлическую палочку, один конец которой был заострен для письма, а другой – закруглен для затирания помарок (см.

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4. Las Oraciones L a oración, tanto oral como mental, entraba ampliamente en los cánones salmodíeos de la vida ascética y monástica en los siglos IV y V especialmente en Oriente; nosotros hemos aludido varias veces a ella. En este capítulo queremos más bien tratar de los elementos eucológicos propiamente dichos con los cuales se inicia y se concluye el oficio. Las Oraciones Iniciales Son tres las oraciones iniciales que tienen visiblemente como fin el preparar el alma a la oración y el pedir a Dios la gracia de rezar bien, según las bellas palabras de San Agustín: Non laudabunt labia mea, nisi praecedat (Domine) misericordia tua. Dono tuo te laudabo. Non enim ego possum laudare Deum, nisi mihi donet laudare se (In ps. 62, 12): a) La oración Aperi, Domine, os meum, que no por precepto, sino por simple devoción (laudabiliter), se suele poner antes de los maitines. Aparece por vez primera en el siglo XI como oración privada del celebrante durante el canto del Sanctus, antes de comenzar el canon. Fue después acomodada a la recitación del oficio, con la añadidura de la cláusula ut digne, atiente, ac devote... b) El Pater, Ave, Credo. Juan, obispo de Maiuma, en Oriente, en las Pleroforie, escritas por él alrededor del 515, recomienda el Pater y el Credo como preparación inmediata a la oración. En Occidente se recitaban la oración dominical y el símbolo apostólico antes de maitines y a la hora de prima quizá desde el siglo VII, y ciertamente al final del siglo VIII. San Benito de Aniano (+ 823) prescribe a sus monjes el decirlas en voz baja delante del altar; pero probablemente en esta época debían recitarse también en el oficio romano, porque los salterios de los siglos VIII y IX los traen ordinariamene. Juan de Avranches (+ 1079) observa que en su tiempo eran de uso general también entre el clero secular. En el breviario de la curia estaba prescrito solamente el Pater para ser recitado en silencio. El Ave María, el popular saludo a la Virgen, ya desde el alto Medievo se asociaba naturalmente al Pater noster como afirmación de la gracia mediadora de María. Un canon del sínodo de Odón de París (1193) prescribe a los fieles reunir habitualmente las tres fórmulas en su oración. Naturalmente, al Ave, como ya decíamos, le faltaba todavía la segunda parte, Sancta María...

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El credo católico no tenía ninguna razón para usar un idioma diverso del universalmente adoptado, y así, insensiblemente, en virtud de la costumbre y de la tradición, se estableció el principio de que el latín fuese la única lengua de la Iglesia romana. Con los pueblos convertidos más tarde (francos, anglosajones, germanos de la alta y baja Germania), los papas y los obispos no hicieron otra cosa que seguir un método consagrado ya desde largo trempo. «No se debe, por lo tanto, a codicia de imperio o a prepotencia clerical la universal romanización de los pueblos de Occidente en el terreno religioso, sino más bien a una causa elemental: al poco o ningún valor de los cultos locales y a la victoria que ya antes de la misión cristiana había alcanzado sobre ellos la religión de la Roma pagana.» No se puede negar, sin embargo, que durante los siglos VII-VIII y después, en la decadencia general de la cultura antigua, también el latín perdió casi todo el contacto con el pueblo. No lo conocía la mayor parte del clero y bien pocos lo sabían pronunciar y escribir correctamente, motivo por el cual tantas magníficas fórmulas, poco tiempo después de su composición, dejaron de ser una cosa viva para los fieles. Mas, pasado aquel oscuro período de anarquía y de confusión intelectual, el latín vuelve a recobrar vigor, y en las escuelas episcopales y en los scriptoria monásticos florece con una nueva vida; nueva en el sentido de que los antiguos vocablos se acomodan mejor para expresar las ideas, los sentimientos, las tendencias, la cultura de los nuevos pueblos, salidos de la fusión de las razas bárbaras con las naciones romanas o romanizadas. El estudio de esta evolución del latín litúrgico a través de las fórmulas de los libros actuales, principalmente las del pontifical, compuestas en gran parte entre los siglos IX y XIII, nos revela un vocabulario totalmente especial, cuyos términos, bien por sí solos, bien en agrupaciones de frases, han adquirido un sentido muy diverso del antiguo, interesante no menos para el teólogo y el liturgista como para el historiador o el filólogo.

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El vino que los fieles ofrecían se recogía primeramente en las amae, ánforas de gran cabida; de éstas se escanciaba luego todo o parte en el cáliz maior, que estaba colocado sobre el altar delante del celebrante; finalmente, de este cáliz se repartía, mediante un instrumento apto (cuchara o cazo, por ejemplo), a los cálices ministeriales. Estas exigencias litúrgicas trató de satisfacer el arte bárbaro de la alta Edad Media, olvidada ya de la técnica clásica. Producto de este arte fueron los cálices de la época, de forma burda, pesada y a veces de proporciones exageradas. Del papa Adriano II (772–795) leemos, en efecto, que donó a la basílica de San Pedro, para el servicio ordinario del altar, una patena y un cáliz de oro cuyo peso global era de unos ocho kilogramos; León II (795–816) regala igualmente un calicem maiorem cum gemmis et ansis duabus pensantem libras 18, o sea unos nueve kilogramos; Carlomagno da cálices preciosos que llegan a pesar hasta diez kilogramos. Sin embargo, no siempre se trataba de cálices para el servicio litúrgico; muchas veces eran puramente ornamentales, que solían colgarse de la pérgola o del baldaquín en los días festivos. Los cálices de la primera Edad Media que se conservan en nuestros días son bastante escasos. Entre los principales recordaremos: el llamado cáliz de Antioquía, atribuido a los siglos V o y el del Museo Vaticano, del siglo V, entrambos todavía de carácter clásico; el de Gourdon (s.VI); el de Kremsmvnster (Austria septentrional), con el nombre del duaue Tasi-Ion de Baviera (c.788); el de Zamon (Italia, Trentino), en plata, del siglo VI, con la inscripción de donis Dei Ursus diaconus sánelo Petro et sancto Paulo obtulit: el de Pavía, en madera, de copa muy ancha (s.VIII): el de Gozzelino, obispo de Toul (f962), en Nancy; casi todos éstos carecen de asas y son de auténtico estilo barbárico. De piedra dura y alabastro son los cálices de estilo bizantino (s.X y XI) del tesoro de San Marcos, de Venecia. Por los siglos XI y XII comienza a decaer la comunión de los fieles bajo la especie del vino, por lo cual los cálices de dos asas apenas si se usan y ya no se fabrican.

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Eterno Dios, que conoces todas las cosas, estén ocultas o a la vista: vuestro pueblo inclina delante de vos la propia cabeza y plega la dureza del propio corazón y de la carne propia; envía una mirada desde tu excelsa mansión sobre él; bendice a hombres y mujeres; abre para ellos tus oídos y escucha su oración. Fortalécelos con el poder de tu brazo y protégelos de toda pasión maligna; custodíanos en el cuerpo y en el alfna; acrecienta en ellos y en nosotros nuestra fe y nuestro temor por los méritos de tu Unigénito, por el cual y con el cual, en unión del Espíritu Santo, recibes gloria y poder ahora y en los siglos. Amén. Dirigidos a la intención del diácono, el obispo amonestaba: Sancta sanctis! después de lo cual cada uno se acercaba a recibir el pan consagrado. No es muy cierto que el capítulo de la Traditio, que describe el rito expuesto, con las relativas fórmulas eucológicas, sea auténtico. Muchos lo dudan; el hecho de que no haya dejado en Roma señal alguna puede ser un fuerte argumento. Sin embargo, el rito de una bendición en este punto de la misa se encuentra en el siglo IV en Alejandría; en los siglos V-VI, en España, en las Galias y en África, donde, como declara San Agustín, se consideraba como muy antiguo. Naturalmente, entre las liturgias de Occidente, éste aparece después del Pater, que, como se sabe, fue colocado inmediatamente antes de la comunión; de manera que cuando, con motivo de la reforma gregoriana, el Pater fue puesto delante, también la bendición, con la cual se hallaba en relación, tomó lugar después de su embolismo; por tanto, antes de la fracción y del beso de la paz. Recibida la bendición del obispo o, en su ausencia, del sacerdote, la misa se consideraba terminada para aquellos que no comulgaban; para los otros no terminaba hasta después de la comunión. En las Galias y en muchas ciudades de Italia septentrional que seguían sus costumbres litúrgicas, las Benedictiones gozaban de la simpatía del pueblo no menos que del clero. La costumbre tradicional de las bendiciones se mantuvo, aun cuando el sacramentarlo gregoriano, que no hacía mención de ellas, fue oficialmente adoptado en el Imperio carolingio, Al cuino se cuidó de añadir las fórmulas en su suplemento. La mayor parte de ellas fueron compuestas por él, entresacándolas de textos romanos y mozárabes, pasando después a los sacramentarlos medievales con ampliaciones y modificaciones. Las antiguas fórmulas galicanas entraron en algunos sacramentarlos gelasianos en el siglo VIII o en colecciones separadas (Benedictionalia), pero sin uso después en la práctica litúrgica. El Ósculo, la Fracción y la Conmixtión

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La Oración de Jesús es así un modo de «mantener la guardia» sobre el intelecto o el corazón, para usar una frase común en los textos cristianos orientales. Aunque es una oración en palabras, la invocación del Nombre es de tal brevedad y simplicidad que capacita al buscador a llegar más allá del lenguaje, al silencio viviente de Dios . Aquí, por tanto, al recomendar la oración sin imágenes, hacía Diadoco un avance decisivo más allá de Evagrio al proponer un método práctico para el logro de tal oración. Sus Capítulos gnósticos, al unificar como lo hacen la devoción al Nombre, la repetición monológica y el «desprendimiento» del intelecto, sirven de catalizador sumamente importante en la historia de la Oración de Jesús. Según Irénée Hausherr, Diadoco tenía en vista sólo la «memoria» de Jesús en un sentido difuso y no una invocación explícita por medio de una fórmula específica. El lenguaje de los Capítulos gnósticos, empero, implica más que un mero recuerdo de la persona de Jesús. Permanece incierto, sin embargo, si Diadoco pretendía que las palabras «Señor Jesús» fueran seguidas por algo más, como «ten misericordia.» De todos modos, no proponía la invocación del nombre de «Jesús» enteramente por sí misma. Lev Gillet sostiene que la Oración de Jesús empezó con el uso de la palabra «Jesús» aislada, pero esto es inverosímil. Toda la evidencia que queda de los primeros siglos sugiere, por el contrario, que el Santo Nombre formaba parte de una fórmula de oración más larga. Fue durante los siglos VI y VII cuando lo que hemos designado la forma « estándar » de la Oración de Jesús fue mencionada explícitamente por primera vez . En Barsanufio y Juan de Gaza. (siglo VI temprano), y en su discípulo Doroteo, encontramos la fórmula «Señor Jesucristo, ten piedad de mí» (sin «Hijo de Dios»); también Barsanufio recomendaba otras frases cortas tales como «Jesús, ayúdame.» 1 3 La forma «estándar,» «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí,» se encuentra en la Vida de Abba Filemón, un monje egipcio, posiblemente del siglo VI o VI temprano. 34 La Oración de Jesús es mencionada también por tres escritores relacionados con el Sinaí, Juan Climaco (siglo VII), Hesiquio (¿siglos VIII-IX?) y Piloteo (¿siglos IX-X?), pero ninguno de ellos dio una fórmula exacta de la invocación. Veían la Oración, concordando de cerca con Diadoco, como un modo de unificar la atención interior, desnudar la mente de imágenes, y lograr así la hesyjía. Es inapropiado, sin embargo, atribuir primariamente al Sinaí el desarrollo temprano de la Oración de Jesús. 35 Es solamente uno entre un número de centros con los cuales la Oración está asociada en la evidencia temprana. De hecho, los más antiguos testimonios no provienen del Sinaí; y parece que su papel ha sido transmitir más que originar la tradición de la Oración de Jesús.

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Los catecúmenos eran invitados a aprender de memoria el salmo 22, Dominus regit me... considerado como una síntesis de los misterios de la religión cristiana, o bien, para los menos inteligentes, el 116, Laúdate Dominum omnes gentes. Según un antiguo uso romano de origen oriental, introducido probablemente en el siglo V, al final de cada salmo (excepto en el triduo sacro y en el oficio de los muertos) se añade como conclusión el versículo doxológico Gloria Patri... sicut erat. San Benito lo adoptó en seguida en su cursus monástico, pero tardó en hacerse común. En las Galias, en tiempo de Amalario (+ 850), a pesar de que el concilio de Vaison (529) había decidido el adaptarse a la práctica romana, el Gloria Patri se intercalaba solamente cada cuatro salmos en el oficio ferial. La práctica de insertar en la salmodia la pequeña doxología no era solamente una afirmación trinitaria en tiempos de la difusión del arrianismo, sino que constituía uno de tantos medios escogidos para distinguir un salmo de otro, o un grupo determinado de salmos, y para favorecer la recitación. En Egipto, según refiere Casiano, los primeros monjes gustaban tomar después de cada salmo un breve respiro en silencio y después se ponían de rodillas, a continuación de lo cual el abad recitaba una oración. En otras partes, como en Jerusalén , era regla recitar solamente una colecta. Esta costumbre, especialmente en los días feriales, estaba también muy en boga en Occidente, en la liturgia galicana y ambrosiana, en las reglas monásticas extra-benedictinas, y duró mucho en la Iglesia. Son varios los salterios de los siglos VIII y IX en los cuales a cada uno de los salmos sigue una oración destinada a parafrasear el sentido y a resumir el fruto. El Texto Litúrgico del Salterio No hay duda de que la Iglesia romana, la cual en los primeros tres siglos usó oficialmente el griego como lengua litúrgica, se sirviese en la salmodia del texto griego llamado «de los LXX,» el cual, por lo que respecta a los Salmos, es una traducción del original hebreo hecha en Alejandría cerca de 150 años antes de Cristo.

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Por lo tanto, si existen en el misal o en otro libro litúrgico partes a las cuales se reconoce dicha cualidad después de un maduro estudio, entonces tendrán ciertamente el valor de una enseñanza infalible. Pero esto no depende del hecho de que se encuentren en el misal o en otro libro litúrgico (según el argumento ya citado), sino de razones tomadas de otras fuentes teológicas. Más aún, este mismo valor infalible no ejerce en las mentes su eficacia definitiva por la declaración doctrinal de los teólogos, sino por la auténtica de la Iglesia. La Liturgia y la Enseñanza del Dogma La liturgia no sirve solamente para probar la divina tradición de las verdades reveladas, sino que es también la escuela práctica de la más fecunda y eficaz enseñanza dogmática. El dogma, en efecto, que es como el alma invisible e informa toda la vida interior, queda vulgarizado, hecho más sencillo, fácil, intuitivo, mediante los ritos, las ceremonias y las fórmulas litúrgicas; hace revivir, a través del esplendor de la celebración de los divinos misterios y en el desarrollo anual progresivo de las fiestas eclesiásticas, el drama divino de nuestra redención con todas las circunstancias de lugares y de personas. Si, como está comprobado, la enseñanza resulta mucho más fácil y eficaz por medio de ejemplos, debemos convenir que la liturgia, en toda su múltiple variedad, es el primer catecismo del pueblo, que a través de los sentidos se dirige a sus mentes y a sus corazones. Desde les primeros siglos, los Padres de la Iglesia apelaban a ella sirviéndose de las ceremonias de los sacramentos y de las misas para vulgarizar las abstracciones del dogma e inculcarlo en las mentes de los fieles. Más tarde, en los siglos VII y VIII, cuando los pueblos no civilizados, terminadas sus grandes inmigraciones, se unieron en nuevas formas políticas sobre los territorios de la antigua civilización romana, vino a ser para ellos la Iglesia una potencia civilizadora y cristiana de primer orden, gracias sobre todo a la eficacia de su culto litúrgico. La majestad grandiosa de la liturgia, su rico simbolismo, la exquisita dulzura del canto sagrado, llenaban a aquellos rudos pueblos de una veneración sagrada por lo divino, que les abría la mente a las verdades de la fe y preparaba sus ánimos a los influjos benéficos de la civilización.

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6. Glosas sobre cánticos bíblicos Fau I haber descubrió, en un manuscrito del siglo IX, en Oxford (Miscell. 5), una caleña a los cánticos bíblicos que contiene 169 escolios de seis o siete autores diferentes; de ellos, 147 escolios sobre 13 cánticos del Antiguo y Nuevo Testamento son de Hesiquio. Los ha editado V. Jagic. No existe todavía ninguna prueba de que los escolios sobre Éxodo 15, Deuteronomio 32, 1 Reyes 2 y Lucas 1–2 hayan sido entresacados de comentarios completos sobre estos libros, como pensó Faulhaber. 7. Sermones Hasta ahora sólo se han publicado unos pocos sermones auténticos de Hesiquio. Entre ellos están dos discursos De sancta Maria Deipara (PC 93,1153–1460 y 1460–1468) sobre la Anunciación, y otro In Hypapantern (PC 93,1467–1478) para la fiesta de la Purificación (καθαρσα). Este ltimo es el más antiguo sermón que existe con ocasión de esa fiesta, que tuvo su origen en Jerusalén. La homilía armenia que publicó Tcherakian es idéntica a la primera sobre la Anunciación. Recientemente A. Wenper dio una lista de once discursos inéditos. El Cod. Val. Gr. 1990, el Cod. Patmos S. Joh. 181 y otros contienen una homilía para la fiesta de la Hypapante que es distinta de la que publica Migne y hemos mencionado más arriba. Su mariología es interesantísima, especialmente su interpretación de Lucas 2,35, que sigue la exégesis de Orígenes (Hom 17 in Luc.: PG 13,1845) y de San Basilio (Ep. ad ,0ptim.: PG 32,963). El Cod. Sinait. Gr. 491, del siglo VIII o IX, contiene un sermón sobre las ventajas de ayunar en el espíritu de Dios. El Cod. Sinait. Gr. 492, también del siglo VIII o IX, copia dos instrucciones de Pascua; la primera (fol.64–69) es una exhortación pronunciada en la vigilia pascual a los fíeles en la iglesia de la Anástasis, y la segunda (fol.70–73) es muy importante por su fórmula cristológica. Se conservan dos homilías sobre la resurrección de Lázaro en el Cod. Ottob. Gr. 14, del siglo X, y en varios manuscritos d " í los siglos IX y XI. Son más notables por su encumbrada elocuencia que por su teología, si bien son dignas de notarse algunas ideas sobre la otra vida.

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Creemos, en cambio, oportuno, antes de iniciar este análisis históricolitúrgico, hacer la descripción de la misa solemne, tal como la celebraba el papa durante los siglos VII-VIII, según las rubricas de los dos Ordines romani más antiguos que se conservan, y que son el I OR (n. 421) y el Capitulare ecclesiastici Ordinis. El conocimiento de estas rúbricas ayuda poderosamente a esclarecer muchos puntos de la misa actual. El I OR, como ya dijimos, aunque en su forma actual haya sido redactado después del papa Sergio (687–701), contiene partes bastante más antiguas, por lo cual los mejores liturgistas no dudan en ver en él un Ordo missae compilado conforme a una obra semejante de la época de San Gregorio Magno (+ 604), retocado después aquí y allá y acaso rehecho. El Capitulare, llamado también Ordo de San Pedro, compuesto alrededor del año 680 o a principio del siglo VIII refleja, poco más o menos, la época misma del I OR, y, al igual que éste, contiene alguna disposición de un evidente arcaísmo. El P. Silva Tarouca lo considera obra de Juan, archicantor de San Pedro de Roma, enviado el 680 a Inglaterra por el papa Agatón. Las Lecturas En la época del I OR ya había sido eliminada de la misa la lectura de las profecías; quedaban sólo dos lecturas: la epístola y el evangelio. A este punto, un subdiácono sube al ambón con el leccionario (Apostolus) y lee un pasaje de la epístola ya determinado, sin que acompañe a la lectura ceremonia ninguna especial. Se lee el texto en latín naturalmente; pero, si el papa alguna vez lo disponía, a continuación otro subdiácono leía el texto griego. El I OR no hace mención de este detalle; sin embargo, no cabe duda de que la antigua tradición romana admitía en la misa de las grandes solemnidades, como la vigilia y fiesta de Pascua, Navidad, Pentecostés, las dos lenguas mencionadas en el canto de la epístola y del evangelio. En el ambón, al subdiácono sucede el cantor solista, que debe ejecutar el salmo responsorial (gradual) con participación de la schola. Este es el momento más importante de la liturgia desde el punto de vista artístico, pues aquí los solistas hacían gala de sus voces selectas y bien disciplinadas, deteniéndose en los iubilus más complicados de la melodía, mientras toda la asamblea, clero y fieles, escuchaban sentados y en silencio.

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