Aquella mutua relación referente al principio de igualdad de gracia jerárquica, quedó en la Iglesia para siempre en los sucesores de los Apóstol es, los obispos. Cuando se presentó entre los Apóstol es la necesidad de dirigirse en voz y juicio autorizado, esto fue con motivo de que surgieron en Antioquía importantes dudas referente a la aplicación del ritual de la ley de Moisés, entonces los Apóstol es se reunieron en el concilio en Jerusalén (Hech. cap. 15). La resolución del Concilio fue declarada obligatoria para toda la Iglesia (Hech. 16:4). Con esto dieron ejemplo de resolución Conciliar para cuestiones importantes de la Iglesia de todos los tiempos. De tal manera el más alto órgano de poder eclesiástico es el Concilio de Obispos : para las iglesias locales: el concilio local de obispos, y para la Iglesia universal – el concilio de todos los obispos de la Iglesia. Sucesión y continuidad del episcopado de la Iglesia Una de las partes esenciales de la Iglesia la componen la sucesión de los Apóstol es y la continuidad del episcopado, y en el lado opuesto: la ausencia de la sucesión episcopal en una y otra denominación cristiana la priva de su atributo de verdadera Iglesia, incluso aunque presente una inalterada enseñanza teológica. Este entendimiento presente estuvo en la Iglesia desde su comienzo. De la historia de la Iglesia de Eusebio de Cesárea sabemos, que cada iglesia cristiana local antigua preservaba la lista de sus obispos en su ininterrumpida sucesión. San Ireneo de Lyón escribe: «Nosotros podemos enumerar a aquellos que fueron entronizados obispos en las iglesias y a sus sucesores hasta nosotros, y efectivamente enumera en orden de sucesión a los obispos de la Iglesia Romana hasta casi fines del siglo segundo («Contra los herejes,» tomo 3, cap. 3). El mismo punto de vista expresó Tertuliano: «Que nos demuestren los comienzos de sus iglesias, y anuncien la serie de sus obispos y en qué forma se continúa su sucesión y cómo el primero de sus obispos tuvo por causa o predecesor a alguno de los Apóstol es. Porque la iglesia apostólica presenta la lista de sus obispos de esta manera: La Iglesia de Esmirna presenta a Policarpo, puesto por Juan, la romana a Clemente, ordenado por Pedro, de la misma forma las otras iglesias señalan a aquellos padres apostólicos que fueron elevados al episcopado por los mismos Apóstol es, teniendo en ellos el retoño de la semilla apostólica» (Tertuliano «Concerniente a las prescripciones» contra los herejes). La Vida de la Iglesia en el Espíritu Santo. Vida Nueva

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La lectura de los textos rosacruces hace revivir parecidos textos gnósticos. El jefe gnóstico Carcoprates tiene teorías que hoy repiten publicaciones rosacruces en mil formas. Jesús, dice él, es hijo de José y nace como los demás hombres. Por la resurrección se libera de su existencia anterior por un singular proceso de meten sicosis, triunfa de la muerte y del mundo y recobra al Padre. Este fenómeno se repite en muchos mortales. Si no se hubiera liberado se sucederían diferentes encarnaciones. La Iglesia desde el principio combatió fuertemente estas herejías. Entre los Padres que se distinguieron por sus enseñanzas contra los gnósticos están San Justino, San Ireneo y Tertuliano. El Rosacruz es una religión. Tienen en San José su Templo Supremo el cual está repleto de símbolos religiosos. Llaman también templos a los centros en que se reúnen. «Ecos del Templo» se llama la sección informativa de la revista Rosacruz, «templo» es un edificio dedicado al culto religioso. Principios religiosos del Rosacruz: 1) Un dios impersonal. El dios de los Rosacruces no es el Dios personal y único que adoramos todos los cristianos, que antes adoraron y siguen adorando los verdaderos judíos, ni aún el Dios de los mahometanos que es también el Dios de Abraham y Jacob. Los rosacruces creen en una «Inteligencia Cósmica»... " una poderosa Inteligencia Cósmica que desde los extremos del universo sube y baja (como la marea) a través de los profundos recesos de la mente humana, creando una sabiduría humana que puede llevar a los hombres y mujeres a las cumbres de la perfección personal.» Todo esto implica un panteísmo decidido y claro, un dios impersonal que no es mas que parte del universo. Ese «dios» no es mas que una misteriosa fuerza física que actúa sintonizada con las demás fuerzas de la naturaleza. Es el panteísmo de los gnósticos bajo otras formas. El mundo y todas las cosas son «emanaciones» de la Inteligencia Cósmica. R. Sminburge, desarrolla la idea de que la religión rosacruz no es sino la religión de todos los pueblos, y va seleccionando en la historia religiosa los nombres de los pensadores de tendencia panteísta: «Pitágoras enseñó que Dios es la Mente Universal difundida a través de todas las cosas...Cicerón anota que Pitágoras concibió a Dios como un alma que inunda toda la naturaleza de la que cada alma es una parte.»

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La oración de ofrenda es una anáfora que consta de Prefacio, que termina en el Sanctus, oblación y narración de la Institución, invocación del Logos, intercesión en favor de los vivos, intercesión en favor de los difuntos, recitación de los Dípticos y oración por los oferentes. En esta anáfora merecen destacarse varios puntos que llaman la atención. Tenemos aquí el testimonio seguro más antiguo del uso del Sanctus en la liturgia eucarística. La transición del Sanctus a las palabras de la Institución es también típica de la liturgia egipcia más reciente. Pero es todavía más sorprendente el que, entre las palabras de la Institución que se pronuncian sobre el pan y las que se pronuncian sobre el cáliz, se inserta una oración por la unión de la Iglesia, tomada de la Didaché (9,4). Es cierto que algunas frases del Prefacio coinciden al pie de la letra con la liturgia que se conoce con el nombre de liturgia de San Marcos. Por otra parte, examinándola de cerca, es evidente que la anáfora presenta muchas particularidades propias. Algunos pasajes reflejan un colorido predominantemente especulativo y teológico, y más específicamente «gnóstico,» que no proviene de la tradición antigua, sino que representa la contribución propia de Serapión. El autor da muestras de una osada independencia, que le lleva a crear oraciones enteramente nuevas y a revisar las fórmulas cristianas antiguas. Por esta razón, su canon eucarístico, aunque de gran valor para la historia de la liturgia, es, con respecto a la tradición, sólo un testigo de segunda clase. La misma epiclesis del Logos parece también una contribución propia de Serapión. Pedro y Teófilo, patriarcas de Alejandría, atestiguan que ni Atanasio ni las liturgias de Alejandría conocieron nunca semejante invocación pidiendo la venida del Logos sobre el pan y el cáliz; pero se puede probar que depende de oraciones eucarísticas gnósticas, y de hecho presenta algunas analogías con ellas. La Carta acerca del Padre y del Hijo, que en el manuscrito sigue inmediatamente después de las treinta oraciones del Euchologion, no lleva nombre alguno. G. Wobbermin sostiene que se debe atribuir a Serapión, pero el estilo difiere del que vemos en el tratado Contra los maniqueos y en el Euchologion. La doxología con que termina la carta: «Al Dios sabio e invisible, honor y poder, grandeza, magnificencia, ahora y siempre; fue, es y será por generaciones y generaciones, por los siglos de los siglos incorruptibles y eternos. Amén,» es muy distinta de la doxología estrictamente trinitaria dirigida a Dios Cristo en el Espíritu Santo, que aparece en términos casi idénticos al final de todas las oraciones del sacramentarlo de Serapión. El autor de la carta tiene una idea confusa acerca de la tercera Persona. Siguiendo a «los santos maestros de la Iglesia católica y apostólica,» quiere probar que el Hijo es coeterno con el Padre. Probabilísimamente pertenece a una generación más antigua de adversarios de la herejía arriana.

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" Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,» es decir, del cumplimiento de la Voluntad de Dios en todo, pues ellos serán saciados , alcanzarán la rectitud y la justificación de Dios que les otorga la sincera aspiración de cumplir la Voluntad de Dios en todo. Dios misericordioso exige misericordia de los hombres, porque la misericordia es la virtud que permite vivir según la Voluntad Divina. Por ello: «Bienaventurados los misericordiosos, porque para ellos habrá misericordia» por parte de Dios y, a la inversa, «el juicio será sin misericordia para aquel que no mostró misericordia» (Santiago 2:13). Las obras de sincera misericordia purifican el corazón humano de toda impureza proveniente del pecado. El puro de corazón es bienaventurado porque ve a Dios con su corazón como si se tratara de un ojo espiritual. Quienes contemplan a Dios desean parecerse a Él, asemejarse a Su Hijo, que reconcilió al hombre con Dios e instaló la paz en su alma. Quienes contemplan a Dios rechazan el rencor y por ello se vuelven pacificadores y anhelan el restablecimiento de la paz. Son bienaventurados porque serán llamados » hijos de Dios. « Quienes alcancen semejante nivel espiritual deben estar preparados porque este mundo pecador, »que está bajo el dominio del maligno« ( 1Jn. 5:19 ), los aborrecerá a causa de la verdad de Dios. Ellos son portadores de esa vedad y el mundo los perseguirá e injuriará por su fidelidad al Señor Jesucristo y a Su Divina enseñanza. Aquellos que mucho padezcan en nombre de Cristo pueden esperar una gran recompensa en los cielos. Estos nueve mandamientos neotestamentarios que se conocen como Bienaventuranzas , representan una síntesis de todo el Evangelio . Se caracterizan por diferenciarse de los diez mandamientos del Antiguo Testamento. En el decálogo véterotestamentario son contempladas, predominantemente, las conductas externas del hombre para las que se establecen prohibiciones de manera categórica. En las bienaventuranzas del Evangelio se habla fundamentalmente sobre la disposición interna del alma humana.

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Pero, a partir de mitad del siglo III, con la Didascalia comienza a abrirse camino en Oriente la idea, por lo demás plenamente ortodoxa, de una cooperación del Espíritu Santo en la eficacia consecratoria de las palabras de Cristo, según la fórmula más tarde enunciada por Radberto (+ 865): la consagración tiene lugar in verbo Christi per Spiritum Sane· tum; o bien: virtute Spiritus Sancti per verbum Christi. En efecto, ¿no existe quizá entre la transubstanciación y la encarnación una analogía innegable? Y como ésta tuvo lugar en María por intervención del Espíritu Santo, así era natural admitir una semejante en la otra del altar. También sobre la cruz, como escribe San Pablo, el Espíritu Santo, con la plenitud de su santidad, consagró la Víctima divina y la hizo aceptable al Padre. Estos conceptos, sin embargo, subestimados por los orientales, sobre todo en tiempo de las controversias macedonianas acerca de la divinidad del Paráclito , alteraron en muchas de sus liturgias la genuina tradición epiclética; y como también después de La anamnesis se invocaba la venida del Espíritu Santo con el fin de obtener la eficaz participación de los fieles en el convite eucarístico, se quiso confundir una epiclesis con otra; la invocación preconsecratoria resultó así postconsecratoria, formando una sola cosa con la ya existente. Véase, por ejemplo, la epiclesis de las Constituciones apostólicas (fin del siglo IV). Consecuencia inmediata de la transposición de la epiclesis fue el retardar el misterio de la transubstanciación hasta después de la anamnesis y la ofrenda del sacrificio; más aún, en Oriente se llegó a negar a las palabras de Cristo toda eficacia consagratoria, para atribuirla, en cambio, exclusivamente a esta epiclesis paraclética, tardía y fuera de lugar.» ¿Tenía la antigua liturgia de Roma la epiclesis? Debemos responder que sí; al menos la post-consecratoria. El texto de la anáfora de San Hipólito, aunque único, nos proporciona una prueba segura. En cuanto al texto primitivo de nuestro canon romano, problema todavía muy discutido, podemos hacer solamente inducciones. Es cierto que cuando se compuso éste, en la primera mitad del siglo IV, la epiclesis preconsecratoria había sido ya desde hacía tiempo ampliamente introducida en Jerusalén, en Egipto y en Occidente, en muchas liturgias cismáticas. La anáfora de Serapión de Thmuis (Alejandría) y los Hechos gnósticos de Juan, de Tomás, nos dan las fórmulas. Ahora bien: ya que el texto del canon fue compilado principalmente sobre la pauta de la anáfora alejandrina, es sumamente probable que contuviese ambas fórmulas epicléticas: la preconsegratoria, en el Quam oblationem, atestiguada ya por el De sacranientis, y la postconsegratoria, en el Supplices te rogamus, que sigue a la anamnesis, propia de la iglesia de Roma.

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La anáfora de Serapión no tiene la claridad, el vigor, la concatenación de los conceptos que se admiran en la de Hipólito. Esta desarrolla preferentemente el tema teológico, la alabanza al Padre. La parte que corresponde a Jesús está restringida a pocas palabras: «Fuiste (por Cristo) anunciado, demostrado, revelado a toda naturaleza creada»; pero, conforme a la regla tradicional, la narración de la institución se halla en el centro de la prez y constituye el nervio de todo el rito. Nótese cómo la commendatio de les elementos eucarísticos, que entra a formar parte de la anáfora; la anamnesis, apenas aludida, y, finalmente, la epiclesis van dirigidas al Logos, mientras que las también egipcias del papiro de Der-Belyzeh y de la liturgia de San Marcos se dirigen al Espíritu Santo. El Logos es invocado sobre las oblatas para transformarlas, como un día vino a María virgen para encarnarse. San Atanasio, amigo de Serapión, confirma tal fórmula epiclética. «Cuando – se dirige él a los elegidos – la gran oración y la sagrada súplica ha sido elevada a Dios, el Verbo desciende sobre el pan y sobre el cáliz y éstos se convierten en su cuerpo. «La epiclesis del Verbo hace explícito aquello que se contiene en la narración de la institución y fila el momento de la consagración. Esta es la primera fórmula del género que encontramos en la historia litúrgica ordenada a producir la transformación espiritual del pan y del vino (epiclesis consecratoria) inserta después de la narración de la institución. Hay que revelar, finalmente, cómo la gran intercesión, que Serapión coloca al final, antes de la doxología final, en la liturgia de San Marcos es anticipada al Sanctus. La tradición siríaca. Antioquía, llamada la grande, la bella, por sus monumentos y sus escuelas, ocupa con Jerusalén uno de los puestos más conspicuos en!a historia cristiana de los primeros siglos. A principios de la era vulgar, los hebreos tenían una floreciente colonia y gozaban de derechos iguales que los de los griegos. Después de la persecución en la que cayó el protomártir San Esteban, los fieles de Jerusalén se refugiaron allí en gran número, y aquí fueron llamados por primera vez cristianos. San Pedro se estableció allí ciertamente y rigió por algún tiempo la comunidad. Antioquía fue el primer foco de irradiación evangélica en las regiones circunvecinas, y, consecuentemente, el centro litúrgico donde confluyeron las corrientes religiosas en la Iglesia primitiva, impregnadas todavía de hebraísmo.

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La plegaria litúrgica, así como no está en contra de las prácticas extralitúrgicas de la ascesis cristiana, así tampoco suprime la plegaria individual. Todo lo que aquélla dice genérica o implícitamente, puede decirse que se ha dicho en ésta de una manera explícita y más íntima para el alma. Las ondas del sentimiento pueden elevarse libremente; el dolor puede ser sentido hasta las lágrimas; el gozo, cumplido hasta la saciedad. La liturgia es la marcha del ejército del Señor, y su canto es el himno de una inmensa fila de soldados que camina en orden perfecto, mientras la plegaria individual es un girar, o pararse, o un correr perdidamente, sin dirección, murmurando, gritando, callando, todo en plena libertad. Las resonancias interiores suscitadas por la plegaria litúrgica son la reproducción en el individuo de los sentimientos de la Iglesia y tienen una tonalidad social común a todos los fieles presentes. Las resonancias interiores de la plegaria individual son incomunicables, personales, aun cuando su nacimiento lo haya producido la industria del día. El espíritu litúrgico se empobrece y muere si prescinde de la oración consistente en la meditación privada; sólo el encuentro con Dios en la soledad puede hacer al alma capaz de darse a la comunidad, concurriendo activamente a la glorificación de Dios en la obra, litúrgica. Esto, sin embargo, no significa que la oración individual 110 se apoye a su vez en la liturgia: muchas veces el alma encuentra el sentimiento perdido de la presencia y de la majestad de Dios precisamente en la liturgia. En la práctica, muchas veces la plegaria individual y la litúrgica se entrelazan y completan a su vez. En ciertos momentos en que el texto no sugiere determinados pensamientos, como durante una larga comunión general, sostenida sólo durante algunos instantes por el canto de la Comunión, nada más natural sino que el que participa en la misa entable una conversación particular con Dios. En la tendencia que se manifiesta en algunos monasterios, desde el siglo V, a prolongar las pausas entre los hemistiquios del canto o en la recitación de los salmos, se ve claramente la intención de mezclar la plegaria individual con la liturgia, aun a costa de violentar ligeramente la naturaleza.

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Esto coincidió con la escisión papal. Wiklef renovó sus ataques y rechazó completamente el poder de los obispos. El proponía restablecer «la organización presbiteral de los apóstoles.» El rechazaba por completo a la Sta. Tradición, la enseñanza sobre el purgatorio y las indulgencias. Como única norma de la enseñanza de la fe, reconocía solo a Sagradas Escrituras. La consagración de óleos no consideraba necesario, la confesión oral tomaba como violación de la conciencia y proponía conformarse con el arrepentimiento interior del hombre ante Dios. En la Eucaristía aceptaba solo la presencia espiritual de Cristo y no Su presencia real. Demostraba la necesidad plena de simplicidad en el servicio religioso, proponía permitir a los sacerdotes la vida matrimonial y suprimir la clase monástica, ó por lo menos considerarlos iguales a los laicos. En general Wiklef trataba de limitar toda intermediación entre Dios y el hombre y la salvación ponía en dependencia de la relación personal del hombre con el Redentor. El fundó una sociedad de hombres piadosos, para la difusión en el pueblo de conocimiento religioso y predica del Evangelio. El comenzó a traducir las Sagradas Escrituras en ingles. Contra Wiklef de nuevo comenzaron las presentaciones. En 1382 en el concilio de Londres, su enseñanza fue condenada como herética en 24 capítulos. El rey Ricardo II pudo solo defender al mismo Wiklef, quien se fue de Oxford a la parroquia de Lutterwort, donde murió. Poco antes de la muerte él escribió una obra donde expresó sus pensamientos reformadores. Luego, Wiklef fue condenado en los concilios Romanos (1412) y de Constanza (1415). Quedaron seguidores no solo del pueblo, sino de clases altas. Los llamaban «herejes lollardas Bajo la presión de los papas, el gobierno ingles les restó su consenso, y hasta ayudaba a la iglesia en su persecución. Pronto perdieron toda importancia. Pero las ideas de Wiklef tuvieron raíces profundas tanto en Inglaterra, como en otros piases, Juan Guss Juan Guss fue profesor de teología en la Universidad de Praga en Bohemia. Wiklef llego a rechazar lo importante de la religión. Guss, al contrario, levantándose contra la corrupción de la iglesia de Roma, permanecía sobre el suelo de la iglesia y hasta mas – él era el defensor de la antigua ortodoxia. Nació en 1369 en un pueblo de Bohemia del Sur, Gussins. Se educó en la universidad de Praga, donde, desde 1398 enseñaba también en Bohemia. Allí, en siglo 14, surgió un movimiento para restablecer la antigua ortodoxia, predicada en aquel país por los santos Cirilo y Metodio. El servicio religioso en lengua eslava y la Comunión de los laicos en dos especies, constituían el primer objeto de los deseos de los habitantes de Bohemia.

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Con todo, podemos afirmar que al final del siglo III, terminado el período del rigorismo, la Iglesia había restablecido, tanto en Oriente como en Occidente, aquella prudente actitud de perdón de la que Cristo y los apóstoles habían dado ejemplo. La Disciplina de la Penitencia La disciplina penitencial, único camino legítimo para llegar después del pecado al perdón de Dios, no admitía solamente una compunción del corazón, sino que imponía al culpable la necesidad de someterse a un complejo de prácticas exteriores, que Tertuliano resume en el término exomologesis: Ut non sola conscientia praeferatur, sed aliquo etiam actu administretur. Is actus... exomologesis est. Él término se encuentra por primera vez en San Ireneo, y con idéntico sentido que en Tertuliano. Narrando el caso de la mujer de un diácono seducida por el gnóstico Marcos y admitida nuevamente en la Iglesia, escribe que «pasó toda la vida en la exomologesis, «es decir, en el estado de penitente. Para conocer los ejercicios penitenciales, nos basta examinar: para el Occidente, los escritos de Tertuliano y de San Cipriano; para el Oriente, la Didascalia apostolorum, compilada por un obispo de Siria alrededor de la primera mitad del siglo III, y también por otros escritores contemporáneos, como Orígenes. La exomologesis, como ya notaba Tertuliano, comprendía tres actos o fases: Delictum Domino nostrum confitemur, satisfactione confessione disponitur, confessione poe nitentia nascitur, poenitentia Deus mitigatur; es decir: 1) La confessio, hecha al obispo o a un delegado suyo, seguida de la penitencia. 2) La poenitentia o satisfactio. 3) La reconciliatio con la Iglesia y con Dios, dada por el obispo o un delegado suyo. La «confessio.» Todas las fuentes están conformes en designar al obispo como el administrador ordinario y oficial de la disciplina penitencial . «¡Oh obispo! – escribe la Didascalia –, (al acoger al penitente) trata de ser recto en tus decisiones y de tener conciencia de tu cargo, porque estás en presencia de Dios y tienes el puesto de Dios omnipotente. «Le ayudaba el colegio de los presbíteros con alguna participación de la comunidad de los fieles. Era por eso el obispo el que en secreto recibía directamente del culpable la confesión del pecado, si éste era oculto, e invitándole a entrar en el rango de los penitentes, le fijaba el tiempo y la modalidad de la penitencia que debía cumplir. Escribía Orígenes (+ 254): Et adhuc... licet dura et laboriosa, per poenitentiam, remissio peccatorum... cum non erubescit (peccator) sacerdoti Domini indicare peccatum suum, et quaerere medicinam. Cuando, en cambio, el pecado grave de un miembro de la comunidad había sido o se había hecho público, o denunciado, según el Evangelio, dic Ecclesiae por algún fiel, el obispo junto con los presbíteros, reunidos en consejo, examinaban la verdad del hecho y de la acusación y discutían las medidas disciplinares que se le debían imponer. Tertuliano habla así en su Apologético:

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La tarea de la Iglesia en la enseñanza de la Fe consistía en: luchar contra las herejías, encontrar la forma exacta de expresar los dogmas de la Fe que hemos heredado desde la antigüedad, confirmar la exactitud de la Doctrina eclesiástica; basándola en las Sagradas Escrituras y en la Sagrada Tradición. Las ideas de los Santos Apóstoles sobre la enseñanza de la Fe fue, y sigue siendo, el ejemplo de la plenitud e integridad de la concepción cristiana del mundo: un cristiano del siglo veinte no podría desarrollar o profundizar con mayor perfección los dogmas de la Fe en comparación con los Apóstoles. Por eso son totalmente impropias las tentativas – si es que aparecen – de descubrir nuevas verdades cristianas, nuevos aspectos de los dogmas ya establecidos, o nuevas maneras de comprenderlos, tanto por parte de la misma ciencia de la Teología Dogmática, como de algunas personas aisladas. El real objetivo de la ciencia en la Teología Dogmática consiste en enunciar de manera bien argumentada y probatoria la Doctrina Ortodoxa Cristiana. Algunas obras completas de la Teología Dogmática han expresado las ideas de los Padres de la Iglesia en su continuidad cronológica. Así fue creada, por ejemplo, la ya antes mencionada obra del Obispo Silvestre «La experiencia ortodoxa de los dogmas teológicos.» «Hay que saber que este modo de planteamiento en la ciencia dogmática ortodoxa no pretende analizar el desarrollo paulatino de los dogmas. Su meta es distinta: el enunciado históricamente consecutivo y completo del pensamiento de los Santos Padres de la Iglesia con respecto a cada objeto de la Fe, reafirmando evidentemente que ellos estuvieron unánimes en sus ideas y en su aceptación de los dogmas de la Fe. Pero algunos observaban el objeto de un lado, y otros de otro. Cada uno aportaba argumentos diferentes y de esta manera el estudio histórico de la enseñanza de los Padres de la Iglesia nos demuestra la plenitud de sus observaciones en los dogmas de la Fe, y la evidente demostración de su verdad.

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