La Verdad de la Iglesia ha sido suficientemente deformada en el occidente después de la ruptura de Roma y el Reino de los Cielos empezó a parecerse allí al reino de la tierra. Latinismo con su recuento terrenal de las buenas acciones y su relación mercenaria con Dios, con la salvación falsificada obscureció en la conciencia de sus feligreses la idea cristiana de la Iglesia. El Latinismo engendró una criatura perfectamente legítima, pero bastante rebelde que resultó ser el protestantismo. El Protestantismo no fue solamente una protesta de la legítima, antigua, eclesiástica conciencia cristiana contra aquellas deformaciones de la verdad que fueron admitidas por el papado medieval – como a menudo lo suelen presentar los teólogos protestantes. No, el protestantismo resultó ser la oposición de un pensamiento al otro; él no restituyó el cristianismo antiguo, sino una deformación del cristianismo cambió por otro, y ha sido la nueva alteración peor que la primera. El protestantismo pronunció la última palabra del papismo, le hizo la lógica deducción final. La verdad y la salvación han sido dadas al amor; quiere decir a la Iglesia, – así es según la concepción eclesiástica. El Latinismo, apartándose de la Iglesia, traicionó esta concepción y proclamó: la verdad pertenece a un solo ser cuya personificación es el papa – que sea el papa sólo, pero es una persona sola, sin la Iglesia, – y es el papa quien administra la salvación de todos. El protestantismo objetó: ¿Por qué la verdad pertenece solamente al papa? – y agregó: la verdad y la salvación están al alcance de cada individuo particular independientemente de la Iglesia. De esta manera cada persona ha sido promovida por ellos en un papa infalible. El protestantismo colocó la tiara papal en la cabeza de cada profesor alemán y con su innumerable cantidad de papas arruinó la idea de la Iglesia, sustituyó la fe por medio del razonamiento de cada ser individual, y la salvación a través de la Iglesia la sustituyó por medio de la convicción sentimental de poder salvarse sin la Iglesia, aislándose con egoísmo de todos los demás. Para un protestante la verdad es sólo aquello, que a él le agrada, lo que él acepta como verdad. En práctica, evidentemente, los protestantes también, desde el comienzo, introdujeron con rodeos, llamémoslo – como contrabando, algunos elementos del dogma de la Iglesia, aceptando algunas autoridades en el ámbito de la doctrina de la fe. Siendo en esencia un anarquismo eclesiástico, el protestantismo puro, como todo anarquismo, resultó ser irrealizable como hecho y por eso mismo atestiguó delante de nosotros aquella verdad indiscutible, de que el alma humana pertenece, por naturaleza, a la Iglesia.

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Todo el desarrollo de las luchas dogmáticas sostenidas por la Iglesia en el transcurso de los siglos, si se enfoca desde el punto de vista puramente espiritual, nos aparece dominado por la preocupación constante que la Iglesia ha tenido de salvar, en cada momento de su historia, la posibilidad de que los cristianos alcancen la plenitud de la unión mística. En efecto, la Iglesia lucha contra los gnósticos para defender la idea misma de la deificación como fin universal: «Dios se hizo hombre para que los hombres puedan volverse dioses». Afirma, contra los arrianos, el dogma de la Trinidad consubstancial, porque es el Verbo, el Logos, quien nos abre el camino hacia la unión con la divinidad, y si el Verbo encarnado no tiene la misma substancia con el Padre, si no es el verdadero Dios, nuestra deificación es imposible. La Iglesia condena el nestorianismo, para abatir la barrera con la cual, en el propio Cristo, se ha querido separar al hombre de Dios. Se alza contra el apolinarismo y el monofisismo, para mostrar que, al haber asumido el Verbo la plenitud de la verdadera naturaleza humana, nuestra naturaleza entera debe entrar en unión con Dios. Combate a los monotelitas porque fuera de la unión de las dos voluntades, divina y humana, no se podría alcanzar la deificación: «Dios creó al hombre por su sola voluntad, pero no puede salvarlo sin el concurso de la voluntad humana». La Iglesia triunfa en la lucha por las imágenes, al afirmar la posibilidad de expresar las realidades divinas en la materia, símbolo y garantía de nuestra santificación. En las cuestiones que se plantean sucesivamente sobre el Espíritu Santo, sobre la gracia, sobre la propia Iglesia -cuestión dogmática de la época en que vivimos-, la preocupación central, el envite de la lucha es siempre la posibilidad, el modo o los medios de la unión con Dios. Toda la historia del dogma cristiano se desarrolla alrededor del mismo núcleo místico, defendido con armas diferentes contra adversarios múltiples en el transcurso de las épocas sucesivas.

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Sin embargo, la resurrección corporal de Cristo es importante para la tradición ortodoxa: a partir de ella surge la relación hacia el cuerpo humano como “templo del Espíritu Santo” (comp.1 Cor 6,19) y como consecuencia, la veneración de las reliquias de los santos. La importancia primordial de la resurrección corporal, la señala y el apóstol Pablo: “Y si Cristo no resucitó… vana es también vuestra fe” (1 Cor 15,14). Sobre el cuerpo físico de Cristo después de su resurrección, aunque era especial, glorificado, lo testimonian los encuentros que tuvo Él con sus discípulos en el período desde Su resurrección y hasta Su ascensión: Lo podían ver, Él podía comer alimentos y hacer otras cosas (comp. Lc 24, 39 y siguientes). La autenticidad del sepulcro vacío, después de la resurrección de Cristo, habla de la resurrección corporal, en contraste con la creencia en la inmortalidad del alma y, por lo tanto, de sus posibles transformaciones. Los cristianos creen en la unidad del cuerpo y el alma, y por eso en la resurrección del cuerpo y el restablecimiento de todo el hombre . La impasibilidad de Dios – esto no es apatía hacia el hombre La impasibilidad de Dios en la comprensión cristiana no es apatía e indiferencia hacia los hechos humanos.  “Dios es amor” (1 Jn 4,16), y su interés por la vida humana exige de Él el sacrificio de si Hijo unigénito: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3, 16). La comprensión cristiana de Dios ha tenido influencias de diferentes lados, especialmente del pensamiento antiguo griego y hebreo. La filosofía antigua griega defendía la comprensión de Dios como una combinación perfecta de cualidades (totalmente bueno, omnipotente, infinito, omnipresente, etc.) y hacía de Dios cierto principio abstracto. Desde la época de Platón se afirmó la idea de la impasibilidad de la divinidad: en contraste con los dioses del Olimpo, la verdadera divinidad es incapaz de tener sentimientos apasionados, celos y otros defectos humanos. La cumbre del ideal era la ataraxia, la impasibilidad ante los factores externos.

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Práctica oculta por la que se evoca o trata con espíritus. La creencia de que los hombres tienen la facultad de establecer contacto directo con los espíritus. Es una forma de adivinación. En la antigüedad, los persas, griegos y latinos rendían culto a las almas de los muertos para buscar su ayuda o aplacarlos. El espiritismo es muy diferente a la loable práctica cristiana de orar por los difuntos, la cual se fundamenta en la doctrina que los que mueren en gracia están siendo purificados en el purgatorio (en ese caso rezamos a Dios por ellos) o están ya en el cielo (entonces pueden interceder por nosotros ante el trono de Dios, pero es Dios quien actúa con su poder infinito. Los santos jamás actúan por su cuenta y nosotros en la tierra no buscamos de ellos sino que intercedan ante Dios para que se haga Su divina voluntad. Dios ha querido esta comunión de la Iglesia militante, purgante y triunfante) El espiritismo moderno está influenciado por Allan Kardec quien seguía el «nuevo evangelio» (evangelio del espiritismo) y fue acogido entusiásticamente por la masonería francesa. La Iglesia condena absoluta contra la evocación de espíritus, contra el hipnotismo y toda clase de manifestaciones espiritistas. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo. Extraterrestres La Iglesia no se ha pronunciado oficialmente sobre la existencia de extraterrestres. Ni la Biblia ni la Tradición Apostólica mencionan nada al respecto. La existencia de estos seres no cambiaría en nada la doctrina católica. La Biblia nos enseña que Dios posee supremacía y poder absoluto sobre todo lo creado. Solo El es Dios y ni los ángeles, ni los hombres ni los supuestos extraterrestres son Dios. Como criaturas, los extraterrestres serían absolutamente dependientes del único Dios y, si tuviesen inteligencia, habrían sido creados para conocerle, amarle y servirle. También estarían bajo la autoridad de Jesucristo quien es El Señor de toda la creación y a quien todo ser en el cielo y en la tierra debe adorar.

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El nestorianismo consistía, por el contrario, en un sentido racionalizador de la incompatibilidad entre lo divino y lo humano: la persona de Cristo, en la que se encuentran la divinidad y la humanidad, aparecía como una yuxtaposición de dos entidades mutuamente impermeables . Según Nestorio, la naturaleza humana de Cristo guardaba no sólo su identidad sino también su autonomía. El nacimiento y la muerte de Cristo fueron solamente humanos. María fue la madre «de Jesús,» no «de Dios.» Jesús (el «Hijo del hombre») murió, no «el Hijo de Dios.» Era esta dualidad, que implicaba una antropología diferente, la que Cirilo rechazaba. Por otro lado, no podía simplemente permanecer lógico consigo mismo, si adoptaba una doctrina similar a la de Apolinario o Juliano. Precisamente porque Cristo aceptó existencialmente la humanidad completa en un estado caído, del cual necesitaba ser salvada, el Logos divino tuvo que asumir el sufrimiento y la muerte. Con el fin de conducirla a la incorruptibilidad a través de la resurrección, primero descendió adonde la humanidad caída estaba realmente «en lo profundo de la fosa» (Sal 88:6), y entonces gritó antes de morir: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» ( Mt 27:46 ). Este momento fue en verdad «la muerte de Dios»: la asunción por el mismo Dios, en un acto extremo de amor, de la humanidad en su estado de separación de su comunión «natural» con Él. La humanidad de Cristo, por tanto, no quedaba ni disminuida ni limitada: era la humanidad en su condición. Es obvio que algunos aspectos de la cristología de Cirilo necesitaban ser definidos más claramente. El Concilio de Calcedonia (451 d. C) afirmó la doctrina de las dos naturalezas de Cristo en su distintividad y la doctrina de una unión hipostática (no «natural») de las dos naturalezas. Pero de ninguna manera desaprobó a Cirilo: sólo intentó responder a los temores legítimos de los antioquenos de que Cirilo hubiera caído en el apolinarismo. No sólo la misma definición calcedonia adscribe específicamente el título de Theotokos a la Virgen María, sino que – luego de alguna vacilación en la segunda mitad del siglo V – la Iglesia ortodoxa en el Quinto Concilio (553) reafirmó que los criterios de verdad cristológica residen en Cirilo y Calcedonia.

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La teología apofática procede por vía negativa, para expresar el sentido de la trascendencia de Dios. La realidad divina es inexpresable en términos humanos. Es lo que experimentó el apóstol san Pablo: «Sé de un hombre en Cristo, quien, hace ahora catorce años, fue llevado hasta el tercer cielo, no sé si en el cuerpo o fuera del cuerpo, sólo Dios lo sabe. Y fue llevado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no es lícito a los humanos repetir» ( 2Cor 12:2–4 ). De todas formas, la teología debe expresar de algún modo el misterio divino. Y lo hace de una forma apofática, sirviéndose de términos humanos necesariamente deficientes. Son un buen ejemplo de teología apofática las anáforas eucarísticas, que se expresan en términos negativos (en griego, con alfa privativa). Así, en la anáfora de las Constituciones apostólicas: «Tú eres el único ser no engendrado (αγεωωητος), sin principio (αναρχος), sin Rey, sin dominador (αβασιλευτος και αδεσποτος), a quien nada hace falta (ανενδεης)... Tú eres el conocimiento sin principio (η αναρχις γνωσις), la visión eterna, el oído no engendrado (η αγεννητος ακοη), la sabiduría no instruida (η αδιαδακτος σοφια)....» En la anáfora de san Juan Crisóstomo, la más habitual en la liturgia bizantina, se dice: «Tú eres un Dios inefable (ανεκφραστος), inconcebible (απερινοητος), invisible (αορατος), inaprehensible (ακαταληπτος)....» Y en la de san Basilio: «Señor, Dueño de todas las cosas, Señor del cielo, de la tierra, de toda creatura visible e invisible... Tú no tienes principio (αωαρχος), eres invisible (αορατος), incomprehensible (ακαταλητος), indescriptible (απεριγραπτος), inmutable (αναλλοιωτος)....» Apofatismo, incognoscibilidad no significa negativa a conocer a Dios. Pero este conocimiento se efectuará siempre en la vía cuyo fin propio no es el conocimiento, sino la unión, la deificación. Nunca será, pues, una teología abstracta, que opera con conceptos, sino una teología contemplativa, que eleva los espíritus hacia realidades que exceden el entendimiento. Por eso los dogmas de la Iglesia suelen presentarse a la razón humana más insolubles cuanto más sublime es el misterio que expresan. No se trata de suprimir la antinomia adaptando el dogma a nuestro entendimiento, sino de cambiar nuestra mente, para que podamos alcanzar la contemplación de la realidad que se revela a nosotros, elevándonos a Dios y uniéndonos a él. Para acercarnos a Dios, es preciso despojarnos de la manera habitual de pensar. Si reconocemos que Dios es infinitamente más grande que todo lo que se puede decir o pensar sobre él, hemos de manifestarlo a través de imágenes. La teología es, en gran parte, simbólica, pero la trascendencia y la alteridad de Dios están más allá de los símbolos.

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El gran número de manuscritos de este tratado prueba que fue muy leído en la Edad Media. La primera edición impresa apareció en Amberes, el año 1574, por obra de Johannes Livineius, mucho antes de que Morellus publicara en París, en 1615, la editio princeps de las obras de Gregorio. J. P. Cavarnos, autor de la edición más reciente, ha demostrado que Gregorio continuó haciendo adiciones a su tratado favorito aun después de haberlo dado a la luz pública. Resultaron dos versiones con ligeras diferencias entre sí. Así se explican algunas variantes que encontramos en los manuscritos. Cavarnos opina (p.237) que la carta que sirve de introducción y la capitulatio pertenecen a la última revisión. Es Posible que el subtítulo del tratado, Προτρεπτικ επιστολ εις τον κατ’ ρετν βον, se refiera nicamente a la epístola introductoria. 2. Quid nomen projessiove Ckristianorum sibi velit Su tratado ¿Qué significan el nombre y la profesión de los cristianos? se presenta como una carta dirigida a un tal Armonio. No se trata de un artificio literario, pues Armonio le había escrito, efectivamente, varias veces. Como compara a su corresponsal con el plectro que ha hecho sonar las cuerdas de su vieja lira, podemos deducir que Gregorio lo escribió en los últimos años de su vida. Define la profesión cristiana como «la imitación de la naturaleza divina.» Se adelanta a la objeción de Armonio de que eso seria «demasiado elevado para la bajeza de nuestra naturaleza,» y aprovecha la ocasión para tocar una de las enseñanzas fundamentales de su teología de la vida espiritual, a saber: la doctrina del hombre como imagen de Dios: Que nadie vaya a rechazar la definición por exagerada y porque excede la humildad de nuestra naturaleza, pues no ha salido de los límites de la naturaleza. Si alguno considerara el estado primitivo del hombre, se percataría, por las enseñanzas de las Escrituras, que la definición no ha excedido la medida de nuestra naturaleza, por cuanto que la condición primera del hombre fue a imitación de la semejanza de Dios. Así comenta sobre el hombre Moisés, cuando dice: «Dios hizo al hombre, a imagen de Dios lo hizo» ( Gen 1,27 ). La profesión del cristianismo es, pues, restablecer al hombre en su felicidad original. Si antiguamente el hombre fue imagen de Dios, quizás no ha sido un despropósito la definición que hemos dado cuando hemos afirmado que el cristianismo es imitación de la naturaleza divina (244C-D).

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Significa la negación de Dios y se diferencia del agnosticismo. El término «ateísmo» se aplica a muy diferentes filosofías y creencias. A los primeros cristianos se les acusó de ser ateos por negarse a dar culto a los dioses. El nombre de ateísmo abarca fenómenos muy diversos. Una forma frecuente del mismo es el materialismo práctico, que limita sus necesidades y sus ambiciones al espacio y al tiempo. El humanismo ateo considera falsamente que el hombre es «el fin de sí mismo, el artífice y demiurgo único de su propia historia.» Otra forma del ateísmo contemporáneo espera la liberación del hombre de una liberación económica y social para la que «la religión, por su propia naturaleza, constituiría un obstáculo, porque, al orientar la esperanza del hombre hacia una vida futura ilusoria, lo apartaría de la construcción de la ciudad terrena.» El ateísmo puede ser práctico o teórico. Siglo XVIII La negación total de la existencia de Dios es un fenómeno del ateísmo moderno que surgió en la civilización occidental con la Ilustración. (Movimiento filosófico y literario del siglo XVIII caracterizado por la extremada confianza en la capacidad de la razón natural para resolver, sin ayuda de Dios, todos los problemas de la vida humana). El hombre, deslumbrado por los avances en la ciencia y en el saber, pensó que no hay otra realidad sino la material. Cambios masivos en la política y en la sociedad originados con la Revolución Francesa (1789) llevaron a un sentido de emancipación que rechaza la religión. La Iglesia era percibida como «reaccionaria.» Los movimientos independentistas del continente americano en este siglo fueron profundamente influenciados por esta mentalidad. Siglo XIX. El ateísmo filosófico produjo el «ateísmo humanista» (creencia en la capacidad y el valor del hombre sin Dios). – Ludwig Fuerbach (m.1872): La conciencia humana es autoconciencia y Dios no es más que la proyección de la especie humana. – Karl Marx (m. 1883): La actividad fundamental del hombre es la sensual y esta florece en la práctica revolucionaria. La religión es el resultado de contradicciones en el mundo económico y social que deben ser destruidas por la revolución. De ese modo se eliminará a Dios que es una alienación. La filosofía de Marx inspiró las revoluciones comunistas que, comenzando por Rusia, han producido regímenes de terror en diversas partes del mundo.

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Antes del credo se exclama: «¡Las puertas, las puertas, atendamos con sabiduría!» Es decir, guardemos la entrada al templo de cualquier cosa impropia, y nuestras almas de pensamientos ajenos a este sagrado momento. Desde la antigüedad, la Iglesia estableció, que todos los fieles sepan el símbolo de la fe de memoria. Sigue otro llamamiento a la atención: «Estemos atentos...» Los fieles reciben la bendición con las palabras del apóstol Pablo: «La bendición de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre, la comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros.» «En alto tengamos los corazones.» Con el repique de las campanas, la Iglesia anuncia la consumación del acto sagrado, para que los fieles que no se encuentran en el templo agradezcan al Señor en ese momento. Ese toque de misa se denomina «para Dignamente.» Es sacerdote reza una larga oración eucarística mientras se canta: «Es digno y justo.... santo, santo, santo es el Señor Sabaoth... Te cantamos....» Mientras se canta «Te cantamos...» los Santos Dones se transubstancian en Cuerpo y Sangre de Cristo. La eucaristía es la ofrenda a Dios Padre, por ello las oraciones de esta parte de la Liturgia hasta el final están dirigidas a Dios Padre. Se ofrece agradecimiento (Eucaristía significa agradecimiento), alabanza, mentalmente se recuerda la creación del mundo, la venida del Hijo de Dios, Su vida en la tierra, la Misteriosa Cena, la muerte en la cruz, la Resurrección y se eleva una oración para el descenso del Espíritu Santo sobre los Dones ofrecidos. Inmediatamente después se realiza el recuerdo en agradecimiento de toda la Iglesia celestial y terrenal: Principalmente (más allá de toda comparación) por la Madre de Dios, toda la multitud de santos, el recuerdo por la salud y salvación de todo nuestro prójimo vivo y el descanso de los difuntos. El sacrificio ha sido ofrecido. La Iglesia nuevamente glorifica a la Santísima Trinidad: «Y concédenos que con una sola boca y un solo corazón...» Luego la letanía suplicante en la que se canta «Concédelo, Señor.» Conscientes de nuestra filiación de gracia con el Padre Celestial: «Y concédenos, Soberano,» cantamos «Padre nuestro.» Sigue una oración secreta de agradecimiento del sacerdote y luego la exclamación: «Atendamos, lo santo para los santos.» El pueblo contesta por boca del coro: «El Único Santo...» Con las cortinas cerradas se realiza la comunión de los oficiantes en el altar y la preparación del cáliz para la comunión de los fieles.

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Por eso existen en nuestros tiempos tantas diferentes, bastante extravagantes «búsquedas», porque está olvidada la verdad de la Iglesia. En los tiempos de los apóstoles los que pretendían salvarse se ponían al amparo de la Iglesia y ninguno de los demás se atrevía a juntarse con ellos (Hech. 5:13). En aquel entonces no era posible la pregunta: ¿dónde está la Iglesia? Era una magnitud definida y clara, muy separada de todo lo que estaba fuera de la Iglesia. Ahora entre la Iglesia y el «mundo» existe un cierto ambiente intermedio. Ahora no existe una división clara: la Iglesia y la no-Iglesia. Hay un cierto, indefinido cristianismo, incluso no un cristianismo, sino una abstracta religión común. Todas esas turbias nociones de cristianismo y religión obscurecieron la luz de la Iglesia y la perciben mal todos los que la buscan, por eso las «búsquedas» tan a menudo pasan a ser «vagabundeo.» De ahí proviene en nuestros días tanta cantidad de los que «siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad» ( 2Tim. 3:7 ). Empezó, si es lícita esta expresión, una especie de deporte «la búsqueda de Dios,» la misma «búsqueda» se transformó en la meta. Porque de muchos nuestros «buscadores de Dios» me permito pensar, que en caso de que sus esfuerzos se coronaran de éxito, ellos se sentirían desdichados en sumo grado y se dedicarían, inmediatamente, y con el mismo esfuerzo de antes, a la «creación de Dios.» Porque con esta búsqueda de Dios muchos en nuestra época se han hecho famosos, se fabricaron el «nombre.» Pues, recordemos el severo juicio del Ilustre Obispo Miguel (Gribanovski) sobre todas estas búsquedas en general: «Por eso buscan, porque se quedaron sin principios; y mientras los mejores buscan, los peores se aprovechan del alboroto y estafan sin tener los mínimos escrúpulos. ¡Y de qué escrúpulos se puede hablar, si nadie sabe qué es la verdad, qué es el bien, y que es el mal!» 105 Las nociones intermedias de la religión y del cristianismo sólo alejan mucha gente de la verdad, porque para aquel que busca sinceramente a Dios, ellos son una especie de duras pruebas. Muchos pisan ese camino de búsquedas-pruebas, pero pocos terminan con éxito su recorrido. La mayor parte sigue así, «recorriendo duras pruebas,» sin encontrar la bendita paz. Finalmente, en este ámbito, digamos, de media luz, de semi-verdad, en esta esfera de la falta de precisión, de la indeterminación, en ese mundo de confusión y indecisión se empequeñece el alma misma, se hace indolente, poco receptiva a la exaltación beneficiosa. Un alma semejante tratará de seguir «buscando» hasta habiendo ya encontrado. Se crea una triste especie de «holgazanes religiosos,» como los había llamado F.M. Dostoievski.

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