Se le cayeron las cadenas de las manos y el ángel añadió: –Ponte el cinturón y las sandalias. Obedeció y el ángel le dijo: – Échate la capa y sigúeme. Pedro obedeció, sin saber si lo que hacía el ángel era real, pues aquello le parecía una visión. Atravesaron la primera y la segunda guardia y llegaron al portón de hierro, que daba a la calle, que se abrió solo. Salieron, y al final de la calle, de pronto, lo dejó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: – Pues era verdad, el Señor ha enviado su ángel para liberarme de las manos de Herodes y de toda esa expectación del pueblo judío» (Hech 12:6–11). La Cárcel de Pedro en la Antonia. La cárcel donde Pedro fue encerrado estaba situada en la fortaleza Antonia, que en aquellos tiempos era el cuartel de la guarnición romana, encargada del mantenimiento del orden en el Templo de Jerusalén. Aunque en el Nuevo Testamento no se la designa con este nombre, así se la conocía desde que Herodes le cambió el primitivo de Barts por el de Torre Antonia en honor del triunviro Marco Antonio. Había sido construida por Juan Hircano, uno de los monarcas de la dinastía macabea. Y era también el palacio de los príncipes asmoneos. Su estructura era la de un cuadrilátero flanqueado por cuatro torres, y se alzaba sobre un promontorio rocoso, llamado gabbata en hebreo; su torre principal, la situada en el nordeste, de 36 metros, dominaba todo el recinto del Templo. En el centro de la fortaleza había un gran patio – que en el Evangelio de San Juan se llama Utbostrotos – con un pavimento enlosado, con estrías para las pezuñas de los caballos y canalones que recogían el agua de lluvia que vertían a una cisterna subterránea. En el asedio de Jerusalén por las legiones de Tito, la fortaleza y sus torres fueron enteramente arrasadas, y los bloques caídos ocultaron, y a la vez preservaron, el emplazamiento de aquel palacio-fortaleza. Allí, en un lugar que no ha podido ser identificado, estaban los calabozos en los que fue encerrado Pedro. El relato minucioso tiene el sello original de Pedro, y probablemente a través de Marcos, llegó a Lucas, quien nos lo transmitió con toda viveza.

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12 . La diadema de un rey no está hecha de una sola piedra preciosa; la impasibilidad no alcanza su perfección si descuidamos una sola virtud, no importa cual sea. 13 . A la impasibilidad se la considera como el palacio celeste del Rey de los Cielos; las numerosas moradas (cf. Jn 14:2 ) son los diversos estados espirituales que se encuentran allí y el muro de esta Jerusalén celestial es la remisión de los pecados. Corramos, hermanos míos, corramos para entrar en la cámara nupcial de ese palacio. Si nos detiene una carga pesada, una predisposición contraria o la falta de tiempo, ¡qué desastre! Pero, al menos, ocupemos una de esas moradas que se encuentran alrededor de la cámara nupcial. Sin embargo, si nos sentimos demasiado débiles para esto, asegurémonos de todas maneras un lugar en el interior de los muros. Pues quien no entra o no escaló ese muro antes de su muerte, tendrá por morada el desierto de los demonios y de las pasiones. Por eso, alguien decía en su oración: «Con mi Dios escalo la muralla» (Sal 17:30). Y otro, estas palabras: «Vuestras faltas os separaron de vuestro Dios» ( Is 59:2 ). Mis amigos, derribemos este muro de separación que nosotros mismos construimos para nuestro mal, por nuestra desobediencia; y recibamos el perdón de nuestros pecados, pues en el infierno no hay nadie que pueda rebajar nuestras deudas. Así, mis hermanos, tomemos tiempo para consagrarnos a esta tarea. Ya no nos está permitido poner la excusa de nuestras caídas, de la falta de tiempo o del peso con el que estamos cargados. Pues a todos los que recibieron al Señor por el baño de la regeneración, Él les dio poder de hacerse hijos de Dios (cf. Jn 1:12 ) y les dijo: «Basta ya, sabed que yo soy Dios» (Sal 45:11) y yo soy la impasibilidad. A Él, gloria por los siglos de los siglos. Amén. Trigésimo Escalón: de la Caridad, la Esperanza y la Fe 1 . Después de todo lo que hemos dicho, sólo nos resta ahora hablar de estas tres virtudes que unen a todas las otras y aseguran su unión: la fe, la esperanza y la caridad; de todas, la más grande es la caridad (cf. 1 Co 13:13); ella es el nombre mismo de Dios (cf. 1Jn 4:8–16 ) .

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Como el matrimonio entre cuñados estaba prohibido según la Ley de Moisés, Juan Bautista, según los Evangelios, le había hecho severas amonestaciones, cosa que, según opinión de la enfurecida Herodías, sólo podía ser expiada con la pena de muerte. Debido a Flavio Josefo se conoce concretamente el sitio donde tuvo lugar la tragedia: el castillo de Maqueronte, una de las numerosas fortalezas que Herodes el Grande había hecho construir en Palestina. Maqueronte, el lugar en que Juan tenía que morir, está situado en medio de un escenario salvaje y sombrío en la orilla oriental del Mar Muerto. Ningún camino une aquel apartado lugar con el resto del mundo. Desde el valle del Jordán hay que seguir estrechas sendas en dirección Sur atravesando la desolada región montañosa del antiguo Moab. En los profundos y resecos valles se establecen a veces algunas familias de beduinos con sus ganados, que pacen la escasa hierba que allí crece. No lejos del río Arnón se eleva la mole de un picacho sobre las demás montañas. Su cumbre, azotada por el frío viento, conserva aún hoy día unas ruinas. El Mashnaka, el «Palacio colgado,» es el nombre que dan a aquel solitario lugar los beduinos. Allá se levantaba el castillo Maqueronte. Mirando hacia el Norte se divisa desde él, a simple vista, aquella parte del valle del Jordán donde Juan bautizaba al pueblo y donde fue prendido. Hasta ahora ningún investigador ha hundido la pala en las ruinas de El Mashnaka, y pocos son, en realidad, quienes han visitado aquel lugar tan solitario. Debajo de la cumbre, el muro de la fortaleza está profundamente socavado. Desde este lugar puede irse, por corredores estrechos, a una sala abovedada que a veces sirve de refugio a los nómadas y a sus rebaños al ser sorprendidos en las montañas de Moab por repentinas tormentas. En las paredes, cuidadosamente talladas en la propia roca, se reconoce fácilmente la que en otro tiempo fue mazmorra del castillo. Esta sombría estancia es la que albergó a San Juan al ser encarcelado y aquí, seguramente, fue donde se le decapitó.

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En la parte septentrional del espacioso patio del palacio las palas dejan al descubierto una balsa de agua rodeada de fuertes muros; esta balsa debió de ser el «estanque» en el cual fue lavada la sangre del carro de combate de Ajab, que traía al rey muerto. Las pruebas de la verdad histórica en lo referente a la sequía y al suegro de Ajab, Etbaal de Sidón, fueron suministradas por el historiador Menandro, de Éfeso. El bíblico Etbaal se llamaba entre los fenicios Itobaal, y, en tiempo de Ajab, era el rey de la ciudad de Tiro Menandro informa sobre la catastrófica sequía que, en la época del rey Itobaal, se cernió sobre Palestina y Siria y duró todo un año. Bajo el rey Joram. hijo de Ajab, sufre Israel una invasión de funestas consecuencias y una notable pérdida de territorio. Los arameos penetran en el país y cercan a Samaria. El hambre diezma en forma terrible a la población. Debido a que el rey Joram hizo responsable de ello al profeta Elíseo, él quiso hacerle matar. Elíseo profetiza, sin embargo, el fin del hambre para el día siguiente... «El oficial sobre cuyo brazo se apoyaba el rey,» según se dice en la Biblia, ponía en duda semejante profecía (2 Re. 7:2). Este oficial ha dado lugar a muchos quebraderos de cabeza. Sus funciones resultaban algo misteriosas. Nada sabía de semejante empleo en la corte. Los comentadores de la Biblia buscaban inútilmente una aclaración. Finalmente, la investigación lingüística dio con un rastro muy vago. La palabra hebraica «shlish,» traducida como «oficial,» tiene su etimología en «tres.» Pero un oficial de tercer rango no existía. Sin embargo, al ser examinados con mayor cuidado, con auxilio de una lupa, los bajos relieves asirios, se dio con la explicación adecuada. Cada carro de combate iba ocupado por tres individuos: el conductor o auriga, el soldado y un hombre que se colocaba en un espacio que había en el carro, detrás de ambos. Con los brazos extendidos tenía tomados unos cinturones o pretinas que iban fijadas al carro a derecha e izquierda. En esta forma se proporcionaba al combatiente el necesario apoyo, y este «tercer hombre» impedía que pudiesen ser lanzados del vehículo durante la carrera desenfrenada que éste emprendía en la furia del combate, teniendo que pasar por encima de los muertos y de los heridos. Éste era, pues, el «tercer hombre,» el incomprensible «oficial sobre cuyo brazo se apoyaba el rey,» el que tenía cogidos los cinturones del carro de combate del rey Joram.

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28 . Puesto que es un Dios y un Rey el que nos llama a su servicio, corramos hacia El ardientemente, para no arriesgarnos – si el plazo de nuestra vida por ventura fuera breve – a morir de hambre por encontrarnos sin frutos en la hora de la muerte. Procuremos agradar a nuestro Rey y Señor, como los soldados al suyo, ya que al final de esta gloriosa milicia nos será exigida una cuenta exacta de nuestros servicios. 29 . Temamos a Dios, al menos como algunos temen a las fieras. Me ha tocado ver, en efecto, a ciertos hombres que si bien no dejaron de hurtar por temor a Dios, sí lo hicieron por temor a los perros que ladraban. De este modo, lo que no terminó en ellos por temor a Dios, acabó por temor a los perros. 30 . Amemos a Dios, al menos como amamos a nuestros amigos. Porque también he visto muchas veces que algunos, habiendo ofendido a Dios y provocando su ira con maldades, ningún cuidado tuvieron por recobrar su amistad. Esos mismos hombres en cambio, habiendo suscitado con una pequeña ofensa el enojo de un amigo, trabajaron luego con toda diligencia a fin de reconciliarse con el ofendido, y presentaron todo tipo de excusas y confesaron su culpa, e involucraron en todo esto a parientes y amigos ofreciéndoles muchas dádivas y presentes. 31 . En los comienzos de la renunciación, la práctica de las virtudes requerirá de nosotros muchas penas y muchos esfuerzos. Más, después de haber realizado algún progreso, esa práctica no nos costará tanta pena, o apenas un poco. Y cuando nuestra mentalidad terrestre haya sido consumida y vencida por nuestro celo, entonces las practicaremos todas con gozo, con fervor, con amor y con un ardor divino. 32 . Cuanto más dignos de alabanza son aquellos que desde el comienzo abrazan las virtudes y cumplen los mandamientos de Dios con alegría y devoción, tanto más dignos son de piedad los que, después de haber vivido largo tiempo de este modo, dejan de hacerlo, y si por ventura lo hacen, es con mucho trabajo y pesar. 33 . Cuidémonos de sentir aversión o de condenar aquellas renuncias al mundo que parecen ser solamente fruto de una combinación de circunstancias. Porque he visto algunos hombres que habiendo huido hacia el exilio, involuntariamente reencontraron en esas tierras a su soberano; y fueron tomados a su servicio y contados entre sus caballeros, y recibidos a su mesa y en su palacio. He visto también que muchos granos caídos por azar sobre la tierra, germinaban y daban luego abundantes y excelentes frutos; y del mismo modo he visto lo contrario. He visto algunos que al ir a la casa del médico por un motivo cualquiera, acertaron a recibir en ella la salud que no tenían, recuperando la vista ya casi perdida. Es así como muchas veces lo involuntario resulta más seguro y más eficaz que aquello que se hace con un propósito determinado.

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El papa Pío IX esperaba por la proclamación de su infalibilidad, además, terminar con los intentos de quitarle su poder civil. El 29 de julio de 1863, el papa con la bula Aeterni Patris , llamó para el 8 de diciembre un concilio universal en el palacio del Vaticano, invitando a toda la cristiandad. Sobre la finalidad del llamado, en la bula solo se hablaba en términos generales. A pesar de esto, las noticias sobre el dogma propuesto, comenzaron a penetrar en los círculos eclesiásticos, causando agitación. Los obispos de Alemania discutían esta cuestión en la reunión de Fulda. El 8 de diciembre de 1869 se abrieron las sesiones del concilio Vaticano con la participación de 746 personas. La mayoría, desde el principio, estaba bien dispuesta al nuevo dogma. Ya antes se tomaron medidas para que la cuestión de infalibilidad pase bien. Así, antes de llamar al concilio, el papa dejó a algunos obispos sin lugares, que en las sesiones estaban a su disposición. Fueron llamados muchos obispos italianos y españoles completamente fieles al papa. Mientras que a los representantes de Alemania, Francia y Portugal, de donde se podía esperar la oposición, se llamo relativamente pocos. Hasta 300 obispos, el papa tomó a su cuenta, calculando incidir en sus convenciones con subsidios. Las sesiones se decidieron llevar en latín, idioma que no todos los obispos dominaban y se ordenó de guardar un estricto secreto. Al fin, para dirigir la reunión fueron nombrados los obispos de plena confianza de papa. Después de unas pocas consultas, que en realidad no tenían ninguna importancia, algunos de los obispos, por orden del papa, escribieron un pedido al concilio para confirmar al dogma de la infalibilidad y comenzaron a juntar firmas. Muchos firmaron, pero había muchos que se dirigieron al papa con un pedido formal de no permitir que la enseñanza sobre la infalibilidad sea propuesta para discusión conciliar, presentando argumentos bien basados contra esto. Así, el 15 de julio de 1870, vino a ver a Pío IX una delegación de la minoría, y le rogaba que elija, aunque sea, una forma más suave para la proclamación del dogma. Hasta el obispo se prosternó a los pies del papa. Todo esto fue inútil. El 17 de Julio, los padres de la minoría se fueron de Roma, dejando una protesta, en la cual decían que solo por reverencia al Sto. Padre no quieren decir «No» en la sesión publica. Después de esto, en la sesión de 18 de julio, el decreto sobre la infalibilidad del papa fue aceptada por la mayoría de 533 votos, contra 2.

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La emperatriz Eudoxia admiró al principio a San Juan, pero más tarde se convirtió también en enemiga suya. Invitado por ella, vino Teófilo a Constantinopla en el año 403 y convocó un sínodo de obispos en el Palacio del Roble, en un suburbio de Calcedonia. Trajo veintinueve de los treinta y seis miembros de Egipto. Ninguno tenía derecho a interferirse en la administración de la capital, según la regla aprobada por el II Concilio Ecuménico del año 381. No obstante, esta asamblea ilegal citó a San Juan para que compareciese ante ella, y, al no comparecer, le condenaron por varias acusaciones falsas. Protestó contra esta violación de la ley y de la justicia, pero no quiso luchar en su propia defensa, y se entregó a la guardia de corps imperial. Tan pronto como le alejaron de Constantinopla, un terremoto estremeció la ciudad, y la aterrorizada Eudoxia suplicó a Juan que volviese a su feligresía. Teófilo huyó a Egipto, temiendo que la población descargase su justa indignación sobre él y sus partidarios. Sin embargo, el retorno de San Juan encolerizó todavía más a sus oponentes. Eudoxia reanudó su campaña contra él, la guardia arrestó y deportó a muchos de sus amigos, mientras que el Emperador era demasiado débil para defender al hombre a quien había traído a Constantinopla. En el año 404, cuando San Juan fue arrestado de nuevo, un desastroso incendio destruyó la Casa del Senado y la Catedral que Constantino había edificado. No obstante, esta vez el Patriarca fue enviado a Cucusus, una remota plaza del Imperio, que pronto se convertiría en lugar de peregrinación. Se decía que Antioquía estaba desierta, y que sus más destacados ciudadanos se habían trasladado a ese oscuro pueblo para beneficiarse de su enseñanza. Esta popularidad intensificó la hostilidad de los responsables de su destierro. A pesar de su mala salud, le ordenaron que se trasladase aún más al norte, a Pityas, en el Cáucaso, pero murió en el camino el 14 de septiembre del año 407. Sus últimas palabras fueron: «Gloria a Dios por todo.»

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Completamente acorde con la práctica tradicional de los postreros siglos de la Iglesia, responde, a su vez, a aquella veneración que sentían hacia la cruz y el crucifijo los primeros cristianos. En los siglos de las persecuciones, la cruz, salvo poquísimas excepciones, no aparece nunca en el culto público a no ser encubierta bajo la forma de monograma o de un símbolo, como, por ejemplo, el áncora, con un trazo transversal en la anilla, o el tridente, en que va atravesado el pez (Cristo). Semejante reserva debíase al temor de las profanaciones por parte de los paganos; temor fundado, como lo demuestra la caricatura del Palatino. Mas no por esto hemos de creer que en la devoción privada no se utilizase la imagen del Crucificado. Prueba de esto son las dos piedras preciosas cristianas (s. II-III), que representan a Cristo en la cruz rodeado de los apóstoles, y una gnóstica, en que se ve al Crucificado entre María Santísima y San Juan. Con el advenimiento de la paz, la cruz viene a ser símbolo de gloria. En el palacio imperial de la nueva Roma y en la concavidad absidal de las basílicas brilla la cruz con los fulgores de la pedrería y del arte, pero todavía no lleva la figura de Cristo crucificado. El crucifijo aparece por vez primera representado en un marfil de técnica robusta, que se conserva en Londres, y en un tosco panel de la puerta de madera de Santa Sabina, en Roma. Se trata de representaciones de carácter realístico, con la efigie de Cristo desnudo, cubierto únicamente con una especie de faldilla. El modelo debía de provenir del Oriente, en donde para oponerse a la herejía monofisita se quería hacer resaltar la muerte del hombre, con lo cual se afirmaba la dualidad de naturalezas unidas en la persona de Cristo. Pero pronto se advierte en Occidente una reacción contra aquella corriente, que se consideraba poco respetuosa hacia Cristo y como un desdoro de su resurrección. San Gregorio de Tours (+ 593), en efecto, cuenta que, habiéndose pintado en San Genesio, de Narbona, un crucifijo casi desnudo, se apareció Cristo a un sacerdote protestando y pidiendo que le vistiesen. Así tenemos los crucifijos cubiertos con el colobium o túnica, con mangas o sin ellas, que llega hasta los talones, como el crucifijo del evangeliario de Rábula (final del s.Vi), de San Valentín (s.VIl) y de Santa María la Antigua (s.VIIl); de la misma época es la representación de la cruz teniendo, en lugar de Cristo, un cordero, como se ve en una columna del baldaquín de San Marcos, de Venecia (s.VI), y en la cruz de Justino II.

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Patriarch Kirill receives Ambassador of Poland to Russia Source: DECR Natalya Mihailova 01 August 2014 On July 30, His Holiness Patriarch Kirill of Moscow and All Russia met with the Ambassador of Poland to Russia Mr. Wojciech Zajaczkowski, who is completing his diplomatic mission in Moscow. The meeting took place at the patriarch residence in the St. Daniel Monastery. Mr. Zajaczkowski thanked His Holiness for the readiness to receive him on the eve of his return to Poland. “I am glad that it so happened that my last meeting takes place here, in your residence. I am grateful that you have found time to receive me at such a moment”, he said. The Primate of the Russian Orthodox Church noted that in the period of Mr. Zajaczkowski’s service as ambassador of Poland to Russia, many good things were done to develop the relations between the Russian Orthodox Church and the Catholic Church in Poland. Recalling his visit to Poland and the signing of the Joint Message to the Peoples of Russia and Poland, His Holiness stressed the enduring importance of that document, which preserves its significance for the peoples of the two countries. “I would like to ask you to convey, among others, to the Conference of Catholic Bishops in Poland our readiness to continue the bilateral dialogue and seek results that would help to ensure that the relations between the Russian and Polish people change only for the better”, His Holiness said. Participating in the meeting were also Archpriest Nikolay Balashov, a vice-chairman of the Moscow Patriarchate’s department for external church relations, Mr. M. Palacio, DECR secretariat for the far abroad, and Mr. Maciej Jakubik, first secretary of the Embassy of Poland to Russia. DECR Communication Service Photo by the Patriarchal Press Service Tweet Donate Share Code for blog Patriarch Kirill receives Ambassador of Poland to Russia Natalya Mihailova Mr. Zajaczkowski thanked His Holiness for the readiness to receive him on the eve of his return to Poland. “I am glad that it so happened that my last meeting takes place here, in your residence. I am grateful that you have found time to receive me at such a moment”, he said. The Primate of the ...

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El gigante del Nilo, potencia de primer orden en el tercer milenio antes de J.C., impulsado por intereses mercantiles, extendió sus tentáculos hasta el viejo Canaán. «Llevamos cuarenta naves cargadas con troncos de cedros. Construimos naves de madera de cedro. Una de ellas – El «Loor de los dos Países» – tiene 50 metros de longitud. Las puertas del palacio las hicimos de madera de cedro.» Tal era el contenido de la estadística de la importación de madera hacia 2600 antes de J.C. Los datos relativos a este transporte de madera bajo el faraón Snofru se hallan grabados en una tablilla de diorita negra y dura. Esta magnífica pieza se halla depositada en el Museo de Palermo. Frondosísimos bosques cubrían entonces los montes del Líbano. La noble madera de sus cedros y merus, una clase especial de las coníferas, era una madera de construcción que los faraones empleaban y apreciaban mucho. Quinientos años antes de Abraham, florecía en las costas de Canaán el comercio de importación y exportación. El país del Nilo cambiaba el oro y las especias de Nubia, el cobre y las turquesas de las minas del Sinaí, el lino y el marfil por la plata de Tauro, los artículos de cuero de Biblos, los vasos esmaltados de Creta. Los potentados hacían teñir de púrpura sus túnicas en las grandes tintorerías de Fenicia. Para el adorno de las damas de la corte producían un bello color azul lapislázuli (los párpados teñidos de azul era entonces la gran moda) y el «stibium,» el cosmético para las mejillas tan apreciado por las damas de aquella época. En las ciudades marítimas de Ugarit (hoy día Ras-Samra) y Tiro se establecieron cónsules egipcios; la ciudad fortificada Biblos se convirtió en una colonia egipcia; se levantaron monumentos a los faraones y los príncipes tomaron nombres egipcios. Pero si las ciudades de la costa presentan el aspecto de una vida internacional activa y próspera, pocos kilómetros tierra adentro existe un país muy diferente. Las montañas de junto al Jordán son un hervidero de inquietudes.

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