En el invierno de 1933–34 es desenterrado el templo de Ishtar, la diosa de la fecundidad. Tres de los reales adoradores de la diosa han querido perpetuarse en forma de estatuas en las hornacinas del santuario recubiertas de brillante mosaico. Estos reyes son Lamgi-Mari, Idu-Narum y Ebin-II. En el segundo período de las excavaciones las azadas tropiezan con las casas de una ciudad ¡Allí está la ciudad de Mari! A pesar de la gran satisfacción por el éxito alcanzado, los muros de un palacio que debió de tener dimensiones extraordinarias excitan más la curiosidad y el asombro. Parrot comunica: «Son 69 las salas y patios que hemos logrado excavar hasta ahora. No se ve aún el fin.» Unas 1.600 tablillas de barro con inscripciones cuneiformes, amontonadas en una de las salas, contienen noticias de carácter económico. El comunicado que da cuenta de los hallazgos realizados durante la tercera campaña de 1935–36, hace notar que hasta entonces habían sido descubiertas 138 salas y patios sin haber alcanzado aún los muros exteriores del palacio. Una biblioteca formada por 13.000 tablillas está esperando ser descifrada. En la cuarta campaña se procede a la excavación de un templo dedicado al dios Dagan y de un ziggurat, la típica torre escalonada de Mesopotamia. En el palacio son ya 220 las salas y patios puestos al descubierto y otras 8.000 tablillas se suman a las primeras. El palacio de los reyes de Mari aparece en toda su grandiosidad ante Parrot y sus colaboradores después que, en el quinto año de sus excavaciones, descubren otras cuarenta salas libres ya de cascotes. Esta colosal construcción del tercer milenio antes de Cristo cubre casi diez yugadas de terreno con sus cimientos. ¡Es un complejo formado por 260 salas y patios! Jamás excavación alguna ha hecho surgir de las tinieblas del pasado una construcción tan colosal y complicada. Son necesarias largas hileras de camiones sólo para trasladar las tablillas escritas con caracteres cuneiformes, contenidas en los archivos del palacio: en total 23.600 documentos. A su lado quedan eclipsados los grandes hallazgos de tablillas encontradas en Nínive, ya que la célebre biblioteca del rey asirio Assurbanipal «sólo» contenía 20.000 textos.

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Las ruinas de un palacio van surgiendo también entre los escombros. Todo el conjunto de un patio, estrecho y rectangular, rodeado de algunas estancias con paredes muy gruesas, apenas si merece el nombre de palacio. Tal como Sikem aparecen las demás ciudades de Canaán, cuyos nombres hemos oído con tanta frecuencia y ante las cuales tanto temor sentían los israelitas. Salvo algunas excepciones, las notables construcciones de aquella época nos son bien conocidas. La mayor parte de ellas fueron descubiertas en las excavaciones de los últimos treinta años. Permaneciendo ocultas durante milenios; mas ahora aparecen ante nuestra vista tal cual eran. Entre ellas existen muchas ciudades que los patriarcas vieron con sus propios ojos: Bet-El y Mispa, Guerar y Lakis, Geser y Gat, Asquelón y Jericó. Tal es la cantidad de materiales que existen hasta el tercer milenio antes de J.C., que si alguien quisiera escribir la historia de la arquitectura de las edificaciones de defensa y de las ciudades de Canaán no tendría mucho trabajo. Las ciudades de Canaán eran plazas fortificadas, fortalezas de refugio en caso de guerra, ocasionada estas por las rápidas incursiones de las tribus nómadas, ya por las enemistades entre ciudades vecinas. Las poderosas murallas rodeaban un espacio limitado, cuya superficie apenas era mayor que la plaza de San Pedro en Roma. Toda plaza fuerte estaba surtida de agua, pero ninguna de ellas hubiera podido subsistir de manera permanente con una población numerosa. Al lado de los palacios y de las metrópolis de Mesopotamia estas ciudades carecen de importancia; cada una de la mayor parte de las ciudades de Canaán hubieran podido caber cómodamente dentro de los confines del palacio de los reyes de Mari. En Tell-el-Hesi, seguramente el bíblico Eglon, la antigua muralla ceñía una superficie de media hectárea. La de Tell es-Safy (la antigua Gat), 5 hectáreas; la de Tell el-Mutesellim (la antigua Meguiddo), más o menos lo mismo; la de Tell el-Zakariyah (el Azeka bíblico), menos de 4 hectáreas; Geser (en el camino de Jerusalén al puerto de Haffa) tenía 9 hectáreas de zona edificada. Hasta en el reconstruido Jericó, el espacio rodeado por el muro interior, lo que era propiamente la acrópolis, tenía sólo una superficie de 2,35 hectáreas. Y Jericó era una de las fortalezas más importantes del país.

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Las colinas de la antigua Nínive han hecho al nuevo mundo el presente con la más formidable información sobre la remota Antigüedad. La historia de su descubrimiento no deja de tener para Francia un amargo sabor. Al empezar los ingleses su exploración, los franceses se reservaron una parte de las colinas. En los límites asignados a las excavaciones inglesas salió a la luz un gigantesco palacio y entonces fue identificada la histórica y bíblica Nínive. ¿Qué es lo que contendría el sector francés? El explorador Rassam aprovechó una oportunidad favorable. Utilizó la ausencia de su jefe, el director de las excavaciones Rawlinson y, bajo la luz plateada de la luna, realizó una interesante excursión por el terreno reservado a Francia. De un solo primer golpe dio con el palacio de Assurbanipal, con la célebre biblioteca de este soberano, la más notable del Antiguo Oriente, cuyas 20.000 tablillas pasaron al Museo Británico. Estas tablillas contienen la substancia histórica y espiritual del País de los Dos Ríos, de sus pueblos, de sus reinos, de su historia, de sus culturas y religiones, entre ellas la historia de los súmeros sobre el Diluvio Universal, y la epopeya de Gilgames. Un libro hasta entonces cerrado y misterioso de la historia de nuestro mundo se abría de repente hoja por hoja. Soberanos, ciudades, guerras e historias sobre las cuales el hombre no tenía más conocimiento que el contenido en el Antiguo Testamento se revelaron como hechos reales. Entre tanto, se ha echado hace tiempo en olvido el verdadero estímulo que ha servido para realizar tan emocionantes exploraciones y descubrimientos: ¡este estímulo fue la Biblia, sin la cual nada de ello se hubiera buscado! A mediados del pasado siglo fueron hallados Nínive, el castillo de Sargón y en el Tell Nemrod también el Kélaj del Génesis, que «edificó Nemrod» ( Gen. 10:11 ). Pero pasaron varios decenios hasta que enorme cantidad de textos cuneiformes descifrados y traducidos fuese accesible a un amplio círculo de estudiosos. Sólo a principios del siglo actual aparecen algunas obras de eruditos con la traducción de una parte de los textos, entre ellos los anales de los soberanos asirios Tiglatpileser, el Pul de la Biblia, Sargón, Senaquerib y Asaradón.

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El testamento requería aún el beneplácito del emperador Augusto. Por eso se desplazan sucesivamente a Roma Arquelao y Herodes Antipas. Al mismo tiempo se dirigen a Augusto cincuenta ancianos como embajada de Israel, para solicitar de él que les libre de aquella monarquía. En ausencia de los herodianos los desórdenes adquieren mayor extensión. Para restablecer la paz se manda a Jerusalén una legión romana. La desgracia quiere que en medio de estos desórdenes llegue Sabino, el pretor administrativo de Augusto. Sin escuchar consejos ni advertencias se instala en el palacio de Herodes y se ocupa de comprobar las contribuciones y los tributos de la Judea. En la fiesta semanal acuden millares de peregrinos a la Ciudad Santa. Se produce un choque sangriento. En la plaza del templo tiene lugar una lucha encarnizada. Las tropas romanas son apedreadas. Éstas incendian las galerías, penetran en el templo y roban todo lo que hallan a mano. El propio Sabino se apodera de 400 talentos pertenecientes al tesoro. Después tiene que atrincherarse apresuradamente en palacio. La rebelión de Jerusalén se propaga a todo el país como un incendio. Los palacios reales de Judea, después de ser saqueados, son pasto de las llamas. El gobernador de Siria acude con un poderoso ejército romano reforzado con tropas de Beirut y de Arabia. Así que apareciendo las fuerzas ante Jerusalén los sublevados huyen. Son perseguidos y hechos prisioneros en masa. Dos mil hombres son crucificados. El gobernador de Roma en Siria, siendo quien dio la orden, es mencionado en el libro de la Historia por una desastrosa derrota sufrida en el año 9 después de J.C. Se llamaba Quintilio Varo. Trasladado de Siria a Germania, perdió la batalla de la Selva de Teutoburgo. Tal era la desastrosa situación cuando José, viniendo de Egipto, «oyó que en Judea reinaba Arquelao en lugar de su padre Herodes.» Por esto «temió ir allá.» «Yendo a habitar a una ciudad llamada Nazaret...» (Mt. 2:23). Muchos eruditos y escritores han alabado repetidamente la belleza del lugar en donde Jesús pasó los días de su niñez y de su juventud. San Jerónimo llamaba a Nazaret la «Flor de Galilea.» El Nazaret actual es una pequeña villa de 8.000 almas. En las arcadas de sus calles y callejuelas están situados los talleres abiertos y las tiendas de muchos carpinteros. En ellos se construyen yugos de madera para los bueyes, arados y una gran variedad de utensilios que como entonces ahora siguen utilizando los pequeños campesinos.

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Los colaboradores de Koldeway las habían encontrado en el edificio anexo al palacio de Nabucodonosor, junto a la puerta de Ishtar; las habían numerado y embalado en cajas. Junto con montañas de ladrillos bellamente esmaltados con relieves de leones, toros salvajes y dragones, emprendieron el largo viaje hasta Berlín, donde la casualidad quiso que las antiguas tablillas permanecieran embaladas junto al Spree, casi en la misma forma que en Babilonia, pocos metros por debajo de la famosa puerta de Ishtar. El asiriólogo E. F. Weidner, hacia el año 1933, decide examinar las tablillas y los restos depositados en los sótanos del Museo del Emperador Federico. Después procede a su traducción pieza por pieza. Sólo contienen listas de la corte, documentos relativos a las cuentas de la cámara real, anotaciones de antiguos burócratas, es decir, cosas rutinarias y poco interesantes. A pesar de todo, Weidner prosigue en el sótano día tras día y en forma infatigable, su trabajo de traducción debajo de la puerta de Ishtar. De improviso su monótono trabajo se anima en forma insospechada. Entre todos aquellos documentos administrativos encuentra Weidner preciosas e inapreciables noticias. En cuatro distintas facturas sobre dispendios debidos a la compra de víveres y entre otras cosas se repite el nombre de «aceite de sésamo,» y entonces tropieza con un nombre bíblico que le resulta familiar: «Ja’-u-kinu»... ¡es decir, Joaquín! Todo error queda descartado, pues a Joaquín se le cita con toda su categoría de «rey [del país] de Judá.» Las facturas de arcilla de Babilonia traen, además, ya fecha del año 13 del reinado de Nabucodonosor. Esto equivale al año 592 antes de J.C., es decir, cinco años después de la caída de Jerusalén y de la deportación. Además, el intendente de Babilonia encargado de tales inscripciones, cita en tres casos a cinco hijos del rey que están confiados a la custodia de un servidor que lleva el nombre judaico que «Kenaia.» Como receptores de otras raciones de los almacenes de Nabucodonosor se citan «ocho personas de la tierra de Judá» que posiblemente pertenecen al séquito del rey Joaquín, entre ellos un jardinero llamado Salam-ja-a-ma.

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Así Jesús y sus discípulos pasaron por (dos confines de la Judea al otro lado del Jordán» (Mc. 10:1), donde el camino atraviesa el amplio y cálido valle, río abajo, allí donde las orillas están cubiertas de un frondoso verdor, y se encuentran pequeños bosques de tamariscos y árboles de ricino y de regaliz. Solitario y tranquilo resulta el camino a través del «esplendor del Jordán» (Jer. 12:5). Pues el valle, en el cual hace un calor tropical durante nueve meses del año, está poco poblado. Por el antiguo vado que ya los hijos de Israel habían atravesado bajo la dirección de Josué, pasó Jesús el Jordán y llegó a Jericó (Lc. 19:1). Esta no es ya la ciudad defendida por poderosas murallas del antiguo Canaán. Al sur de la colina se extiende una nueva ciudad construida por Herodes el Grande, una verdadera joya edificada al estilo grecorromano. Al pie de la ciudadela de Cipris se había levantado un magnífico palacio. Adornado con hermosas columnas se ven un teatro, un anfiteatro apoyado en la vertiente del monte y un hipódromo. En exuberantes jardines llenos de flores funcionan bellos juegos de agua. Ante la ciudad se extienden las más espléndidas plantaciones de todos los países del Mediterráneo: son las plantaciones de árboles balsámicos, mientras las palmeras procuran sombra y frescor. Jesús pernocta en Jericó, lejos de estos esplendores, en casa del jefe de los publícanos llamado Zaqueo (Lc. 19:2 y sigs.). No había podido evitar el paso por Jericó, que era un centro de vida greco-pagana, dado que el camino a Jerusalén atraviesa dicha ciudad. De Jericó a Jerusalén hay 37 kilómetros. Durante 25 kilómetros el camino, polvoriento, pasa serpenteando a través de abruptos precipicios montañosos, de 1.500 metros de altura, casi desprovistos de vegetación. Contrastes tan grandes como el que ofrece este corto trayecto apenas sería posible encontrarlos en otra parte. De la vegetación paradisíaca y del insoportable calor de un sol tropical en las orillas del Jordán se pasa, sin transición, al frío de las desnudas cumbres de las montañas.

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19–38 cf Voragine: «Diuino tandem nutu Marsiliam aduenerunt, vbi cum nullos qui eos hospicio recipere vellent inuenissent, sub quadam porticu que phano gentis illius terre preerat morabantur. Cum autem beata Maria Magdalena videret populum ad phanum confluere vt ydolis immolaret, assurgens vultu placido, facie serena lingua diserta eos ab ydolorum cultura reuocabat, & Christum constantissime predicabat. Et admirati sunt vniuersi pre specie, pre facundia, pre dulcedine eloquencie illius. Nec mirum si os quod tarn pia et tarn pulchra pedibus saluatoris infixerat oscula, ceteris amplius verbi Dei spiraret odorem.» 11. 39–46 cf Voragine: «Post hoc autem aduenit princeps prouincie illius cum vxore sua, vt pro habenda prole ydolis immolaret. Cui Magdalena Christum predicans sacrificia dissuasit.» 11. 47–56 appear to be Simeon " s own idea. 11. 57–68 cf Voragine: «Interea euolutis aliquot dierum curriculis apparuit in visu Magdalena illi matrone dicens. Quare cum tot diuiciis abundetis, sanctos Dei fame et frigore mori permittitis, addidit et minas nisi marito persuaderet, vt sanctorum inopiam releuaret, et iram Dei omnipotentis incurreret. Ipsa autem viro suo visionem indicare timuit. Sequenti igitur nocte eidem similia dicens apparuit, sed adhuc viro suo hoc indicare neglexit.» 11. 69–83 cf Voragine: «Tercio vero sub intempestate noctis silencio apparuit vtrique fremens et irata, vultu igneo, ac si tota domus arderet, et ait. Dormis ne tyranne membrum patris tui Sathane, cum vipera coniuge tua que tibi indicare noluit verba mea, quiescis ne crucis Christi inimice, diuersis ciborum generibus ventris tui refecta ingluuie, et sanctos Dei fame et siti permittis perire. laces ne in palacio pannis inuolutus sericis, et illos desolatos sine hospicio vides et preteritis. Non sic iniqui non sic euades, nec impune feres quod tarnen eis benefacere distulisti. Sic locuta est et abscessit.» 11. 84–100 cf Voragine: «Cumque matrona vigilans suspiraret et tremeret, viro suo eadem de causa suspiranti ait domine mi vidisti ne somnium quod vidi.

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En los primeros días del mes de marzo de 1842 Botta se halla en aquel lugar con sus trabajadores. Empiezan a funcionar los picos. El mismo día encuentran unas obras de mampostería; son las paredes de una construcción, en apariencia de grandes dimensiones. Botta está contentísimo, a pesar de que en aquel momento ignora aún que acaba de resolver un gran problema científico. El muro de mampostería descubierto era una parte del primer gigantesco palacio asirio que después de un sueño milenario volvía a salir a luz. Era el nacimiento de la Asiriología. Y lo primero que esta ciencia interpretó, según pronto veremos, fue un error. FIG. 49. – Montículos formados por los escombros de los edificios residenciales asirios junto al Tigris. La ciencia francesa demostró una vez más en este caso la seguridad de su instinto. La «Académie des Inscriptions,» a la cual Botta comunicó inmediatamente el hecho, obtiene por parte del Gobierno que ponga a su disposición los medios necesarios. Desde luego que, al principio, no se trata de cantidades muy importantes. Sin embargo, el franco oro cuento vale? --- bastante en Oriente. El sultán concede el permiso necesario para realizar las excavaciones. Inimaginables y verdaderamente fastidiosas son las dificultades que el propio Botta encuentra en el lugar de las excavaciones por parte de las autoridades de Mosul. Unas veces se afirma con mala intención que tales excavaciones se realizan con fines militares; otras se sospecha que las tiendas de campaña de los que toman parte en la expedición son un campamento militar. Todos los medios son buenos para impedir las excavaciones en gran escala. Más de una vez, Botta debe pedir auxilio a París y ha de intervenir la diplomacia francesa. A pesar de todo, en Corsabad se sacan de la arena los restos de una formidable mansión palacial. Eugenio N. Flandin, dibujante de París que gozaba de gran renombre y estaba especializado en antigüedades, había recibido del Museo del Louvre una misión parecida a la que hoy día les corresponde a los fotógrafos. Su lápiz trazó sobre el papel con gran exactitud todos los objetos que salían de la profundidad del suelo. Los dibujos formaron una magnífica colección, y esa obra, de gran formato, llevaba el ambicioso título «Le Monument de Ninive.» Botta estaba, en efecto, convencido de haber encontrado en Corsabad la ciudad bíblica de Nínive. ¡Y era un grave error!

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Diocleciano, aunque simple soldado, era estadista de nacimiento. Consiguió restaurar el orden en el decadente Imperio, aunque al precio de convertirlo en un Estado totalitario. La autonomía local se redujo a una comunidad que centraba sus esfuerzos estratégicos para hacer frente a los crecientes peligros del desasosiego interno y las invasiones extranjeras. Se reformaron las provincias, se reorganizaron las finanzas y se reguló toda la economía. Diocleciano creó una poderosa burocracia y se rodeó de un elaborado ritual y un complicado protocolo. Por primera vez aparecieron las joyas en los vestidos y en los zapatos de un emperador romano, y exigió veneración a su sagrada persona como un monarca oriental. Creyendo seriamente en sus atributos divinos, entraría naturalmente en conflicto con la Iglesia, que mientras tanto había logrado gran incremento en lo que se refiere al número de afectos. Tras largos preparativos, elaboró cuidadosamente lo que pensó sería la ofensiva decisiva y final contra los indefensos cristianos. Consultó el oráculo de Apolo en Didima y, habiendo hallado una fecha propicia, publicó un decreto en marzo del año 303 ordenando la destrucción sistemática de todo edificio cristiano. Desde su palacio en Nicomedia, vio la quema de la principal iglesia de esa ciudad. Una serie de edictos imperiales siguieron a este primer mandamiento. Los cristianos fueron expulsados de todos los empleos gubernamentales, se les privó de su rango o estatus social, se les dejó sin protección estatal y sin derecho de apelación contra ningún ofensor, sino sujetos a ser torturados y ejecutados sin consideración a su previa posición. Envejeciendo ya el Emperador, que había comenzado su campaña contra la Iglesia en asociación con su yerno y compañero de gobierno, Galerio (293–311), en el año decimonono de su reinado, quiso, sin embargo, evitar una matanza general de cristianos. Su principal intención era privar a los miembros de la Iglesia de sus edificios y escrituras sagradas, destruir su organización y someterles por miedo en su mayor parte. Únicamente se esperaba una seria resistencia por parte de los jefes de la comunidad; pero, una vez iniciada la persecución, las intenciones originales si olvidaron pronto y por todo el Imperio se torturó y se dio muerte innumerables víctimas. Las únicas excepciones fueron las prefecturas de la Galia y Bretaña, regidas por Constancio Cloro (293–306), uno de lo: subordinados de Diocleciano con el título de cesar.

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Los párrafos que aquí se recogen–una muestra de la solicitud de la Virgen con los Apóstoles y los discípulos, en aquellos primeros años de la Iglesia–constituyen un testimonio impresionante de la profunda devoción que los cristianos han tenido siempre a la Madre de Dios y Madre nuestra. San Andrés de Creta» (+740) participó en las deliberaciones del Concilio. Fue el autor del famoso «Canon» que se lee durante la Gran Cuaresma en las Iglesias Ortodoxas.” Quinto-Sexto Concilio Ecuménico Tuvo lugar en Constantinopla en 692 en el Palacio Imperial en Trullo por lo que se le conoce también como «Concilio Trullano» Fue un suplemento del V y VI Concilios Ecuménicos por lo que se le conoce como el «quintosexto.» Su función fue puramente legislativa, ratificando los 102 cánones y las decisiones de los anteriores Concilios Ecuménicos. Se sancionaron los llamados «85 Cánones Apostólicos» y se aprobaron las decisiones disciplinarias (cánones) de ciertos Concilios regionales. Este Concilio añadió una serie de decisiones disciplinarias, o cánones, a los ya existentes. El Concilio Quintosexto fijó el fundamento de la Ley Canónica Ortodoxa. Séptimo Concilio Ecuménico Tuvo lugar en esta ciudad del Asia Menor en el año 784 convocado por la Emperatriz regente Irene y con la asistencia de 367 Obispos. Este Concilio se centró en el uso de los iconos en la Iglesia y la controversia entre los «iconoclastas» (que atacaban la veneración de los iconos) y los «iconófilos» (que veneraban a estas imágenes, pintadas y no esculpidas, como vasos del Espíritu Santo). Se distinguió cuidadosamente el culto de veneración del culto de adoración, que solo es debido a Dios. El Concilio definió que los santos iconos pueden ser exhibidos en las iglesias de Dios, en los vasos sagrados y en las vestimentas litúrgicas, en las paredes y en las casas. Principalmente los de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y de nuestra Señora la Theotokos con los ángeles y gente santa. Se definió que podían besarse y ser objeto de veneración y honor.»

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