El propio Paisy era un experto director espiritual, y revivificó la verdadera tradición monástica de la Iglesia ortodoxa, que había decaído en muchas partes del mundo oriental en el siglo XVIII. Recordó a los ortodoxos las fuentes de su tradición. Enseñó griego patrístico a sus discípulos y les aconsejó que leyeran a los Padres de la ortodoxia oriental en vez de estudiar los escritos de los controversistas católicos romano y protestantes. El siglo XVIII terminó en Rusia con el corto y trágico reinado de Pablo I (1796–1801). Era maniático y visionario, obsesionado por el deseo de revivificar la sagrada monarquía que habían profanado los monarcas racionalistas de su tiempo, incluyendo a su propia madre Catalina II. En su desordenada mente, el ideal de un Imperio ortodoxo iba combinado con militarismo prusiano y órdenes de caballería medieval. Invitó a los Caballeros de Malta para que se estableciesen en Rusia y aceptó el título de gran maestre. Hizo un estatuto describiéndose como jefe de la Iglesia. Era una pretensión disparatada, pues contradecía a la enseñanza ortodoxa, y, además, la Iglesia rusa era solamente un miembro de la comunidad de los cristianos orientales. No obstante, esta afirmación dio origen al mal entendimiento de que los rusos profesaban el cesaro-papismo. En realidad, la declaración de Pablo I fue el acto arbitrario de un gobernante irresponsable, y lo repudió la Iglesia rusa tan pronto como pudo expresar su verdadera opinión en el Concilio libremente elegido en 1917. La Ascendencia Occidental Sobre el Oriente Cristiano Los siglos XVI, XVII y XVIII fueron el período oscuro de la historia del Oriente cristiano. La opresión política, la pobreza y la ignorancia minaron la fuerza de esta comunidad. Fue también en la época de ascendencia occidental cuando los católicos romanos y los protestantes tomaron por segura su superioridad sobre las Iglesias bizantinas y orientales. La desigual contienda entre el Oriente cristiano y Occidente continuó tanto en Europa como en Asia; uno de sus campos de batalla fue el remoto puesto adelantado del cristianismo oriental, la Iglesia ortodoxa de la costa de Malabar en el sur de la India. La Iglesia de Santo Tomas en el Sur de la India

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Durante los dos últimos siglos, la Iglesia rusa fue un factor dominante en la vida de los cristianos orientales. No era solamente un cuerpo mucho mayor, muy superior en número a todos los otros ortodoxos en conjunto, sino que era también el miembro reconocido de un poderoso Imperio, mientras que el resto vivía bajo un gobierno opresivo de no ortodoxos, o se hallaba dividido entre pequeños Estados. El principal problema de los cristianos orientales en ese período era el impacto desintegrador de la civilización occidental, que conquistó la imaginación de las generaciones jóvenes. Su deseo de copiar a Europa les condujo a una actitud crítica e incluso hostil para con la Iglesia ortodoxa, rechazada como parte del viejo y anticuado orden. Los defensores de la ortodoxia entre la sección occidentalizada eran pocos al principio. Sin embargo, se incrementaron notablemente a finales de este período. Entonces Rusia ocupó de nuevo la posición clave; entre su pueblo se podía encontrar a los más fanáticos ateos y a los más convencidos defensores del cristianismo. La batalla entre el ateísmo y la religión que tuvo lugar en Rusia después del colapso del Imperio fue un acontecimiento que rebasó los límites del cristianismo oriental. La dictadura comunista empujó a los cristianos orientales al frente de un conflicto de ámbito mundial y así acabó con ese aislamiento de los ortodoxos que había influido en su vida y pensamiento durante el pasado milenio. El Oriente y Occidente cristiano se hicieron otra vez compañeros en la gran aventura de edificar un orden cristiano universal. La historia de la contienda entre los comunistas y los cristianos rusos constituye uno de los temas centrales en la historia religiosa del siglo XX. La Campaña Atea de los Comunistas El ataque comunista contra los cristianos, los liberales y los simpatizantes del socialismo, que tuvo lugar en 1917, sorprendió a la mayoría de la intelligentsia rusa. Sin embargo, Vladimir Ulianov-Lenin (1870–1924), la indiscutible cabeza del partido, actuó en exacta conformidad con las predicciones de los autores que escribieron los Vekhi. No sólo estaba convencido de que poseía el secreto de la felicidad humana; estaba igualmente seguro de que era el único que podía dar esa felicidad y prosperidad a la humanidad y que, por lo tanto, su deber revolucionario era silenciar primero y eliminar por completo después a los que tenían otras ideas acerca del último fin de la vida humana. Lenin se daba cuenta de que sus oponentes radicales eran los cristianos, que consideraban al mundo y a la humanidad desde un punto de vista enteramente distinto al del materialismo dialéctico. Sentía una profunda aversión personal hacia Dios y nunca desaprovechaba las oportunidades de burlarse de los creyentes. A sus ojos, era él, Lenin, no Jesucristo, el salvador de la humanidad.

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Sin embargo, el protestantismo fue aceptado con gusto por el egoísmo humano y por el voluntarismo de toda clase. El egoísmo y la indisciplina recibieron en el protestantismo una especie de permiso y bendición, lo que se reflejó y se detecta ahora en el sinnúmero de presiones y divisiones en el propio protestantismo. A él se debe, justamente, la declaración abierta de una gran mentira: uno puede ser cristiano sin reconocer ninguna Iglesia. Sujetando, sin embargo, a sus miembros por medio de algunas autoridades obligatorias y por ciertos reglamentos eclesiásticos, el protestantismo se encuentra enredado dentro de las contradicciones desesperadas: él liberó de la Iglesia al ser humano, y ahora él mismo pone límites a esta libertad. De ahí proviene la permanente rebelión de los protestantes contra aquellos pocos y pobres restos del espíritu eclesiástico, que se conservan aún por los representantes oficiales de su religión. Es comprensible que el protestantismo, precisamente, corresponde mejor a la disposición de ánimo reinante en el Occidente. Allí, en el Occidente, han llegado a tener mayor bienestar de vida exterior y la gente se llenó de orgullo a causa de estos logros, se amó a si misma en detrimento de Dios y de sus prójimos. El egoísmo pecaminoso, el menosprecio al prójimo lo enseña allí hasta la filosofía moderna y la literatura contemporánea. ¿Cómo puede el europeo orgulloso aceptar la doctrina de la Iglesia, si para eso, para admitirla debería, antes que nada, renegar del egoísmo y de la falta de disciplina, someterse a la voluntad de la Iglesia y aprender a querer a la gente, colocándose siempre en un sitio inferior con respecto a los demás? En la vida religiosa contemporánea de la sociedad rusa se percibe la influencia directa del protestantismo. Todo nuestro racional espíritu sectario ruso obtuvo sus raíces ideológicas del protestantismo, provienen de él. Pues, ¿de dónde aparecen en nuestro ámbito diversos misioneros sectarios, si no de los países protestantes? Y por eso casi todos los puntos de discrepancia entre los sectarios y la Iglesia Ortodoxa Rusa se expresan precisamente en la negación de la Iglesia, como tal, en nombre de la ficticia «cristiandad evangélica.»

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La pobreza voluntaria es la mejor preparación para los que quieren enseñar a los demás las riquezas del reino de Dios, es decir, para los «teólogos.» Los capítulos que siguen (67–68) tratan del concepto de «teología» y de sus privilegios. Como la teología nutre la contemplación (68), el capítulo 69 describe sus dificultades y el capítulo 70 habla del silencio y del recogimiento. El capítulo 71 trata de la ira santa. El capítulo 72 distingue entre los dones del conocimiento y de la sabiduría; el capítulo 73, entre oración vocal y oración mental; el capítulo 74, entre fervor natural y fervor espiritual; el capítulo 75, entre el hálito purificante y vivificante del Espíritu Santo y el hálito malsano del espíritu falso, que seduce a pecar. Los capítulos 76–89 presentan una teología de la gracia, donde Diadoco refuta la herejía mesa liana sobre la coexistencia de la gracia y del pecado en el alma. La presencia de la gracia divina en el bautizado y la liberación del pecado no significan que no ha de haber más combate. La vida espiritual es una guerra continua.. y el verdadero cristiano está comprometido en una lucha que durará toda su vida. Es una lucha contra las pasiones y contra los demonios. La apatheia no consiste en verse libre de asaltos, sino en no dejarse vencer por los demonios. La virtud no se puede conseguir si no es mediante el sufrimiento y la tentación, y la perfección, solamente mediante el martirio. Como ya no se le presenta la oportunidad del martirio sangriento, el cristiano debe aceptar el martirio incruento y espiritual de la vida ascética (c.90–100). Los Capita centum gozaron de gran popularidad en sucesivas generaciones, como lo prueban los numerosos manuscritos que han llegado hasta nosotros. Los citan Máximo Confesor, Sofronio de Jerusalén, el compilador de la Doctrina Patrum, Talasio y Focio, y se inspiraron en ellos Juan Clímaco y Simeón el Nuevo Teólogo, fueron editados en la Ρhilocalia rusa, florilegio espiritual griego del siglo XVIII, y su influencia se extiende a la literatura rusa moderna.

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El monasterio de Optina, con su labor de traducción, edición y distribución entre el laicado de los escritos de los Padres de la Iglesia, dio como resultado la aparición de un grupo de teólogos seglares, comúnmente conocidos como los «eslavófilos,» que, cerca ya de la mitad del siglo XIX, emprendieron una lucha por la restauración del conciliarismo y por la renovación general de la Iglesia, ya que los concilios habían sido abolidos por Pedro el Grande, pero los zares se resistieron a la restauración hasta el hundimiento mismo de la monarquía en 1917. Y aunque el secularismo, el positivismo y el radicalismo dominaban a una vasta mayoría de los intelectuales rusos de las décadas de 1860 a 1880, una minoría de la sociedad culta siguió la tradición teológica eslavófila. Entre sus representantes más famosos puede mencionarse a Dostoievsky y al filósofo Vladimir Soloviov. Fueron sumamente críticos con la estructura sinodal, que, según las palabras de Dostoievsky, había llevado a la Iglesia a un estado de parálisis, y reclamaban la restauración de su estructura canónica, la libertad religiosa y la autonomía de la Iglesia respecto al Estado. Fue su visión de la Iglesia, libre de la politización de Iósif y de la burocratización de Pedro, la que hizo que volviera a la Iglesia un nutrido e influyente grupo de intelectuales neófitos a comienzos del siglo XX. Todos ellos habían sido marxistas que regresaban al cristianismo a través de un rechazo filosófico del materialismo. Muchos de ellos llegarían a ser destacados teólogos ortodoxos y filósofos de la religión, entre los que cabe incluir a modernistas Sergej Bulgakov, Semen Frank, Pavel Florensky, George Fedotov y docenas de otros más. Se conoció a este movimiento como el «renacimiento religioso y filosófico de Rusia.» La mayoría de estos pensadores fueron expulsados de la Unión Soviética en 1922 por orden de Lenin; otros, como Florensky, perecieron en los campos de concentración soviéticos. Quienes habían sido desterrados fundaron el Instituto Teológico Ortodoxo de San Sergio en París, el cual, junto con los escritos de sus profesores, conocidos como la «nueva escuela rusa de Teología,» logró más que nada presentar la Ortodoxia al mundo occidental – lamentablemente en forma modernizada y deformada.

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Con el cambio de métodos comunistas respecto al Mercado Libre se acentúa aun mas la corrupción ya existente. Durante el gobierno de Yeltzin se malbarataron las riquezas naturales de Rusia. Los mismos jerarcas comunistas que lograron permanecer en el poder, contradiciendo su doctrina anterior, se adueñaron de cuanto pudieron, «privatizaron» para si fabricas, yacimientos, complejos agrícolas, industrias enteras y ahora depositan las ganancias resultantes a su propio nombre en el extranjero. Los ex dirigentes del partido comunista están despojando al país de sus riquezas naturales y se han convertido en magnates, ocupando lugares entre los primeros multimillonarios del mundo. Si en tiempo de los bolcheviques los dirigentes, tenían al menos que fingir austeridad, – ahora ostentan sus riquezas con cinismo en el país, que ellos mismos relucieron al estado de miseria económica, suscitando en la población rencor y hostilidad. Gente allegada a los jefes del ministerio de finanzas abrían bancos que luego de obtener créditos estatales, desaparecían súbitamente. Simultáneamente el gobierno pedía y obtenía créditos de los bancos extranjeros, endeudando al país para el futuro y sumiendo al pueblo en la pobreza. Los impuestos, que aplicaba el Estado a la producción, a veces llegaba al de la ganancia. Es decir que lejos de lograr alguna ganancia, se pretendía forzar al productor de pagar al Estado 4% del capital. Situación que, obviamente, paralizaba la producción. Además, al haber quedado separadas las repúblicas en su tiempo pertenecientes a Rusia, que después de la revolución constituían un solo estado la URSS, las industrias quedaron separadas por fronteras de sus fuentes de materia prima (por ejemplo: la industria textil, situada en el centro de la Federación Rusa, y el algodón, que proviene de Usbequistan). Se desmantelaron fabricas, entre otras las del complejo industrial-militar, no se invirtió en la renovación de equipos industriales. Luego de la «Perestroika» de Gorbachov, el gobierno otorgo a cada ciudadano bonos que representaban supuestamente el resultado de la división del Patrimonio Nacional por el numero de habitantes.

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La escuadra del Almirante Rozhdestvénsky, que llegaba desde San Petersburgo fue atacada por los japoneses en el estrecho de Zusima y aniquilada. Pasado casi un siglo, la marina japonesa mantiene en secreto sus propias perdidas en esta batalla. La paz se firmó en Portsmouth (USA) en 1906, actuando de intermediario Teodoro Roosevelt. Las noticias que llegaban del frente fueron aprovechadas por los revolucionarios para provocar desórdenes y levantamientos que abarcaron muchas regiones. El 17 de octubre de 1905 el gobierno promulgó un manifiesto, donde se daba a la población todas las libertades cívicas, como también la participación de los representantes del pueblo en los órganos legislativo-consultativos. El período revolucionario (financiado por bancos extranjeros) duró un año y el orden fue recién restablecido en el mes de enero de 1906. El organismo representativo fue denominado «Duma» (duma-pensamiento). El mismo año se fundó el Consejo del Estado que trabajaba paralelamente con la Duma. como una especie de Congreso y Senado. La creación del cargo de Primer Ministro fue otro paso hacia la democratización del país. Uno de los más grandes estadistas rusos fue Petr Arkadievich Stolypin. Su discurso inaugural contenía la siguiente declaración: «Seguiremos con las reformas renovadoras y lucharemos contra el terror revolucionario que pone obstáculos en nuestro camino.» Fueron numerosos los atentados de los terroristas, precursores de ideas socialistas y de bolcheviques, contra él y su familia. Mutilaron e hirieron a varios de sus hijos, pero no lograron frenar su labor. Stolypin cayó víctima de un atentado en vísperas de la promulgación de nuevas reformas agrarias por él elaboradas, que beneficiaban a los campesinos. P. A. Stolypin fue asesinado 1 de setiembre de 1911 en la opera de Kiev en presencia del Zar Nicolás II por Leiba Bogrov. Los socialistas izquierdistas residentes en el extranjero se autodenominaron «bolcheviques»: mayoritarios, como una derivación de la palabra rusa «bolshe» que significa «mayoría.» Grandes cantidades de dinero se gastaron en actos terroristas, y la lista de personas asesinadas es muy larga . Por ejemplo: desde julio de 1906 hasta el 15 de agosto del mismo año fueron cometidos 613 atentados con 244 personas asesinadas. Actos planeados desde Ginebra por el organismo central de los bolcheviques Asef, Goetz, Leiba Sikorsky, Schweitzer, Dora Brilliant y otros integraron el grupo. Ni la prensa, ni la publicidad censuraron estos actos. Tampoco la Duma condeno el terror antigubernamental donde perecieron muchos estadistas rusos, como también gente del pueblo y agentes de policía. En una de las secciones de la Duma Stolypin (recién mencionado en estas paginas) pronuncio su celebre frase: «Ustedes (revolucionarios) quieren grandes cataclismos, nosotros (el gobierno), queremos la Grandeza de Rusia!»

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Junto con este Ejercito emigraron muchos civiles con el lema «sálvese quien pueda,» numerosos sacerdotes y varios obispos, entre ellos el metropolitano Anastasio, uno de los tres electos con mayoría de votos para el sorteo de Patriarca en el 1918. El mismo Patriarca Tíjon le bendijo para formar la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Exilio. Conociendo la esencia y métodos de la revolución, le alertó sobre una posible presión a su persona o una impostura y le indico seguir oficiando, aunque a posteriori el mismo fuera presionado mandar lo contrario. Esta Iglesia también generó la Iglesia Ortodoxa de los E.U. y la Iglesia Ortodoxa Occidental, bendecida por el Arzobispo Juan de Shanghai y San Francisco, hoy canonizado como santo. En los años 1920–22 la lucha abierta contra los opresores parecía haber terminado, pero al darse cuenta el pueblo de la magnitud del abismo en que había caído, produjo una serie de levantamientos tales como el levantamiento de Kubañ 1918 la sublevación de campesinos, encabezados por el maestro rural Antonov en 1920; el motín de marineros de Kronstadt (a pesar de haber sido estos originariamente gloria y orgullo de la revolución) 1921, y otros, todos fueron ahogados en sangre. En Siberia hasta el año 1922 se mantuvo el Ejercito Blanco anticomunista, con un Gobierno Directorio encabezado por el general Dietrichs. Los Aliados (Francia e Inglaterra) jugaron un papel nefasto en esta lucha. El Comandante en Jefe de todos los Ejércitos Blancos almirante Alejandro Kolchak fue entregado para ser fusilado a la CHEKA de Irkutsk por franceses y checoslovacos (estos últimos por haberse apoderado del Tesoro estatal de oro del Imperio Ruso). Recopilaremos brevemente los sucesos de esos 70 años de poderío comunista en Rusia. El primer caudillo bolchevique, Vladimir Lenin, creó en 1917 la CHEKA (Comisión extraordinaria o Comisión especial), denominada luego: NKVD, NVD, MGB y KGB. Lenin creó también los campos de concentración, que por sus características y cantidad superaron a los posteriores implementados por Hitler. Junto con el jefe de CHEKA, Felix Dzerzhinsky (polaco, y ex-seminarista católico, que odiaba a Rusia) el esquema de la CHEKA, que debía cubrir como telaraña todo el territorio ruso, Lenin exigía la liquidación sin juicio de: 250.000 oficiales; 40.000 policías; 120.000 estancieros; 180.000 comerciantes; 1.000.00 de la clase intelectual y del clero; 7.000.000 de «kulaks» (campesinos ricos). Adelantándonos diremos que los cálculos demográficos actuales señalan que los 70 años de la dictadura roja costaron a Rusia 100.000.000 de vidas humanas!

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Serguei Nikoláievich Bulgákov (1871–1945) pasó por el marxismo y el idealismo alemán para retornar profundamente a la Ortodoxia. Sacerdote desde 1918, en 1922 fue expulsado de la Unión Soviética y desde 1925 enseñó teología dogmática en el Instituto de Teología Ortodoxa de San Sergio, de París, creado por aquellos días por la emigración rusa. Su teología gira en torno a la cristología. Todas las antinomias del pensamiento y todos los problemas convergen en el hecho central de la encarnación del Verbo. Desde esta luz, reforzada por la del Apocalipsis, Bulgákov comenta la historia y el destino del hombre. Sus obras constituyen un sistema dividido en dos trilogías: a) La zarza ardiente (mariología), El amigo del Esposo (Juan Bautista), La escala de Jacob (angelología); b) El Cordero de Dios (cristología), El Paráclito (el Espíritu Santo), La esposa del Cordero (la Iglesia). Lo que da coherencia al conjunto de su sistema son las ideas heréticas de la sofiología, elaborada primero en la escuela de Soloviov y Florensky y luego bajo la influencia de los idealistas románticos alemanes. En la segunda trilogía, Bulgákov, conservando el tema gnostico de la Sabiduría increada y de la Sofía de la creatura, le dio una nueva expresión: la primera significaría únicamente la autorrevelación de la esencia divina en el Verbo y en el Espíritu; la segunda, la presencia eterna en Dios, a manera de Idea, de la creación. Un profesor de San Sergio, el P. Georges Florovsky (1893–1979), predicó, en el Congreso teológico de Atenas de 1936, un retorno a la tradición patrística, tan propia de la Iglesia Ortodoxa, con lo cual inauguraba una nueva etapa, de renovación teológica. Él mismo publicó dos manuales de patrología y elaboró una síntesis teológica centrada en la eclesiología y la cristología. Su obra principal es, sin duda, Los caminos de la teología rusa (1937), que fue traducida al inglés – con toda su obra, en 14 volúmenes –, al francés y al italiano. Historiador, filósofo y patrólogo, desde 1948 enseñó en el Seminario de San Vladimiro de Nueva York. Sus enseñanzas fructificaron en sus discípulos.

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– Cabe señalar también los caminos jurídicos que seguirán durante un tiempo Kiev y Moscú. Ya dijimos en la parte histórica que el primer jerarca de la Iglesia rusa continuaba llevando el título de metropolitano de Kiev, aun residiendo en Moscú. Al proclamarse el metropolitano Jonás de Moscú y de toda Rusia, en 1448, y al obtener luego (1461) Moscú la autocefalia, Kiev fue también sede metropolitana propia bajo la jurisdicción del patriarcado de Constantinopla, hasta que, en 1686, la Iglesia ortodoxa ucraniana fue obligada a pasar bajo la jurisdicción del patriarcado de Moscú, creado en 1589. – La influencia protestante en la teología ortodoxa, especialmente eslava. Aparte del caso del patriarca de Constantinopla Cirilo Lukaris, es sobre todo en Rusia donde se dan mayormente las influencias protestantes, así como también católicas, y, por consiguiente, también las reacciones y la polémica en torno a estas cuestiones. Pedro el Grande (1682–1725) llevó a cabo una política de occidentalización del Imperio que favoreció la penetración de las ideas protestantes. – Quizá por esta misma influencia protestante aparecieron escritos bajo la forma de catecismos o confesiones de fe. Así, la protestantizante de Cirilo Lukaris o las ortodoxas de Pedro Moghila y del patriarca Dositeo, ya citadas. También empiezan a escribirse ya tratados más sistemáticos de teología. – El hecho del raskol, que afectó exclusivamente a la Iglesia rusa. c) La floración del siglo XIX El siglo XIX conoció un gran florecimiento monástico, ayudado en una parte muy importante por la publicación, en 1793, de la traducción eslava de la Filocalía, una antología de textos espirituales de los antiguos Padres y de los autores espirituales bizantinos, obra del obispo Macario de Corinto (1731–1805) y de Nicodemo el Hagiorita (o sea, del Monte Athos, 1749–1809), publicada en Venecia en 1782. La traducción y adaptación eslava fue obra de san Paisy Velichkovsky (1722–1794), monje ucraniano que residió en el Athos y fundó luego el monasterio de Neamt en Moldavia (actualmente Rumania). Su traducción, con el nombre de Dobrotoliubie (literalmente, ‘Amor del bien’ o ‘de la bondad’), que traducía el griego Filocalía (‘amor de lo bello’ o ‘de lo bueno’) fue publicada en 1793, y una segunda edición, más completa, después de la muerte de Paisy, en 1822. La Dobrotoliubie tuvo una gran difusión en Rusia, donde alcanzó gran fama la figura del stárets (‘anciano’), del padre espiritual. En los últimos decenios del siglo XIX, la versión de Velichkovsky fue traducida al ruso y ampliada con otros autores por Teófanes el Recluso.

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