En el siglo XIV, Wicleff (muerto en 1384) repudió la doctrina sacramental así formulada. Su protesta fue apoyada por Juan Hus (muerto en 1415) y por sus partidarios bohemios. Los reformadores del siglo XVI, Martín Lutero (muerto en 1546), Juan Calvino (muerto en 1564) y Ulrich Zuinglio (muerto en 1531), también se opusieron fuertemente a la enseñanza romana; elaboraron sus propios sistemas siguiendo las líneas que habían bosquejado los teólogos latinos, y llevaron la enseñanza escolástica a su conclusión lógica. Sólo dos de los siete sacramentos, el bautismo y la santa comunión, fueron retenidos por los protestantes como necesarios para la salvación y como explícitamente ordenados por Jesucristo. Se expusieron de un modo nuevo su propósito y carácter, y mediante varios medios se revisó el modo de su administración. Esta nueva teoría y práctica se ha convertido desde entonces en la principal barrera que separa a las dos mitades del cristianismo occidental, y hasta ahora ha hecho que sea imposible la reconciliación. Otros protestantes como los cuáqueros y el Ejército de Salvación, por ejemplo, fueron todavía más lejos en su denuncia contra la tradición romana, y revocaron todos los sacramentos, reduciendo el culto cristiano a la oración vocal o mental. Al principio, el Oriente no tomó parte en esta clasificación y reducción del número de los «misterios.» Utilizaba los siete sacramentos aprobados por la Iglesia romana, pero también consideraba como sacramentos la bendición del agua en la festividad de la Epifanía, la toma de hábitos por un monje o monja, la consagración de una iglesia, la unción de un monarca y el reconocimiento como hermanos de los cristianos que desean unirse entre sí mediante este sagrado vínculo 22 . Los cristianos orientales continúan la práctica de la Iglesia primitiva, que consideraba como sacramentales muchas manifestaciones de su vida litúrgica. En el siglo XVII, la teología ortodoxa se vio expuesta, sin embargo, a las repercusiones de la controversia sacramental de Occidente. Fue un período de declive escolástico entre los cristianos orientales. El yugo mahometano hacía que fuese imposible la formación del clero en sus propios países, y un número de seres humanos, educados en naciones católicas romanas y protestantes, adoptaban ideas comunes en Occidente. Se aceptó el término «siete sacramentos,» y algunas otras definiciones, copiadas del sistema romano, fueron absorbidas e incorporadas sin ninguna crítica en los manuales de Teología.

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Reconocieron a Occidente como mejor equipado y más iluminado, y algunos estaban dispuestos a aceptar el liderazgo romano a cambio de una mejor educación y mayor orden y eficiencia en su propia vida eclesiástica. El precio de tal sumisión fue invariablemente la latinización de sus ritos, el abandono de sus antiguas tradiciones y la aceptación del clero latino como supervisor. Como resultado, se unificó solamente una minoría; la mayoría permaneció fiel a su propia comunidad, aunque moral e intelectualmente se deterioró bajo la opresión mahometana. El soborno, la intriga y el aislamiento espiritual debilitaron la vitalidad de los cristianos orientales; pero la conversión a Occidente no fue un antídoto contra estos males, pues tanto Roma como el protestantismo consideraban al Oriente cristiano como inferior y degradado, para ser redimido únicamente por la absorción. El reconocimiento occidental del valor del Oriente cristiano se produjo en el siglo XX. Los Cristianos Balcánicos en los Siglos XVII y XVIII El estado de las Iglesias orientales era más esperanzador en los Balcanes que en el resto del Imperio Otomano, pues los cristianos balcánicos tenían la ventaja de ser una mayoría en sus propias tierras, mientras que los cristianos orientales eran minorías dispersas entre los mahometanos. Los cristianos balcánicos vivían más cerca de los países cristianos libres y les llegaba un soplo ocasional de aire fresco, que les era negado a los pueblos de Asia. El final del siglo XVII ostentaba las señales inconfundibles de la decadencia turca. En 1688 los Habsburgos tomaron Belgrado y Vidin, y fueron entusiásticamente recibidos por los serbios como liberadores. Sin embargo, fue de corta vida este éxito. En 1690 los turcos expulsaron de Serbia y Bulgaria a los austríacos. Esta derrota significó una catástrofe nacional para los serbios, que, conducidos por su patriarca, Arsenio III, dejaron la patria en gran número y huyeron a Banat con los austríacos que se retiraban (1691). Las tierras que abandonaron los serbios fueron parcialmente ocupadas por los arnaútes de Albania, que trastornaron el equilibrio nacional en el corazón de la península balcánica.

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Así Jesús y sus discípulos pasaron por (dos confines de la Judea al otro lado del Jordán» (Mc. 10:1), donde el camino atraviesa el amplio y cálido valle, río abajo, allí donde las orillas están cubiertas de un frondoso verdor, y se encuentran pequeños bosques de tamariscos y árboles de ricino y de regaliz. Solitario y tranquilo resulta el camino a través del «esplendor del Jordán» (Jer. 12:5). Pues el valle, en el cual hace un calor tropical durante nueve meses del año, está poco poblado. Por el antiguo vado que ya los hijos de Israel habían atravesado bajo la dirección de Josué, pasó Jesús el Jordán y llegó a Jericó (Lc. 19:1). Esta no es ya la ciudad defendida por poderosas murallas del antiguo Canaán. Al sur de la colina se extiende una nueva ciudad construida por Herodes el Grande, una verdadera joya edificada al estilo grecorromano. Al pie de la ciudadela de Cipris se había levantado un magnífico palacio. Adornado con hermosas columnas se ven un teatro, un anfiteatro apoyado en la vertiente del monte y un hipódromo. En exuberantes jardines llenos de flores funcionan bellos juegos de agua. Ante la ciudad se extienden las más espléndidas plantaciones de todos los países del Mediterráneo: son las plantaciones de árboles balsámicos, mientras las palmeras procuran sombra y frescor. Jesús pernocta en Jericó, lejos de estos esplendores, en casa del jefe de los publícanos llamado Zaqueo (Lc. 19:2 y sigs.). No había podido evitar el paso por Jericó, que era un centro de vida greco-pagana, dado que el camino a Jerusalén atraviesa dicha ciudad. De Jericó a Jerusalén hay 37 kilómetros. Durante 25 kilómetros el camino, polvoriento, pasa serpenteando a través de abruptos precipicios montañosos, de 1.500 metros de altura, casi desprovistos de vegetación. Contrastes tan grandes como el que ofrece este corto trayecto apenas sería posible encontrarlos en otra parte. De la vegetación paradisíaca y del insoportable calor de un sol tropical en las orillas del Jordán se pasa, sin transición, al frío de las desnudas cumbres de las montañas.

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La explicación es ésta: entre el arte del deporte de nuestros días y el de entonces existe una pequeña, aunque muy importante diferencia . Esta diferencia no consiste precisamente en los ejercicios considerados en sí mismos. Éstos han seguido siendo los mismos durante 2.000 años. La diferencia consiste en el vestido. Fieles al modelo olímpico, los juegos se practicaban con el cuerpo completamente desnudo . ¡Éste sólo era «recubierto» por... una tenue capa de aceite ! El desnudismo era precisamente lo que debían condenar los severos creyentes de Judá. Creían en forma inquebrantable en la perversidad de la naturaleza humana y en la fragilidad del cuerpo. No era, pues, de extrañar que el ejercicio de los deportes a la vista del templo, sólo a pocos pasos de la acrópolis, fuese considerado como una gran afrenta y levantara una fuerte oposición. Según relatos de aquella época, el Sumo Sacerdote Jasón hizo erigir el estadio en medio de Jerusalén, en el borde del montículo donde se elevaba el templo, en el llamado «Valle» Pero no paró aquí la cosa. Pronto ocurrió un hecho insólito: los atletas judíos se hicieron gravemente culpables ante la Ley: " ¡Ya no practicaban la circuncisión!» (1 Mac. 1:16). El sentimiento de la belleza de los griegos y la circuncisión de los atletas judíos mostrada en público eran dos cosas antitéticas. Los judíos, no sólo eran objeto de burlas y de bromas (esto no acontecía en Jerusalén, donde ya estaban acostumbrados), sino que hasta inspiraban asco tan pronto aparecían en los campeonatos de los países extranjeros. La Biblia nos habla sobre los «juegos quinquenales que se celebraban en Tiro» (2 Mac. 4:18). Muchos, ante la repulsión que causaban, debieron de sufrir tanto, que buscaban una solución. Otras versiones hacen alusión a intervenciones quirúrgicas que volvían las cosas a su estado natural (así Kautzsch, 1Mac. 1:15 ). Por segunda vez el desnudismo se extendió como una gran tentación en Judea. El desnudismo era la característica más destacada de las diosas de la fecundidad de Canaán. Ahora lo adoptaban los púgiles en las exhibiciones de los estadios, que se iban erigiendo en todo el país. A los ejercicios gimnásticos se les daba entonces otro significado que el que hoy día tienen. Eran juegos consagrados por culto a los dioses extranjeros de los griegos, Zeus y Apolo. La reacción de creyentes tan severos como eran los judíos sobre esta nueva y peligrosa amenaza, se comprende que tenía que ser enérgica.

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Esta comunicación causó una sensación enorme en los círculos de los arqueólogos de los dedicados al estudio de las Sagradas Escrituras y de los historiadores. Todos los conocimientos que hasta entonces se poseían sobre el origen y el primer uso de una escritura en Canaán tuvieron que ser desechados. Parecía imposible que los habitantes de Canaán poseyeran ya escritura propia a mediados del segundo milenio antes de J.C. Sólo por el texto de las tablas del Sinaí podía ser demostrado si Petrie tenía verdaderamente razón. Inmediatamente después de su regreso a Inglaterra, Flinders Petrie hizo copiar las tablas. Los expertos de todos los países en la interpretación de los escritos antiguos se dedican al estudio de aquellos caracteres. Ninguno consigue encontrar en ellos sentido alguno. Sólo diez años más tarde, Sir Alan Gardiner, el genial descifrador de los textos egipcios, descorre el velo. Ha conseguido descifrar parte de la inscripción. El «bordón del pastor,» repetidamente entallado, le ha servido de gran ayuda. En una combinación de cuatro o cinco signos que se repiten muchas veces, ¡al fin cree descubrir Gardiner unas palabras del antiguo lenguaje de los hebreos! Los cinco signos l-B’-l-t los considera dedicados a «da diosa Baalath.» En el segundo milenio antes de J.C., en la ciudad costera de Biblos, era venerada una deidad femenina con el nombre de Baalath. A la misma deidad le fue erigido un templo por parte de los egipcios en Serabit el-Chadem; sólo que aquí era designada con el nombre egipcio de Hathor. Los trabajadores de Canaán habían extraído cobre y turquesas de las proximidades de este templo. La cadena de las comprobaciones se habían cerrado. La importancia del hallazgo realizado en el monte Sinaí sólo pudo ser apreciada en todo su valor después de minuciosas y pacientes investigaciones y estudios, seis años después del fallecimiento de Flinders Petrie. Gardiner sólo había podido descifrar una parte de los raros signos. Tres decenios después, en 1948, un equipo de arqueólogos de la Universidad de California, en Los Angeles, encuentra la clave que permite una traducción, palabra por palabra, de todas las inscripciones de las tablillas del Sinaí. ¡Éstas proceden sin duda de una época que puede situarse en el año 1500 antes de J.C. y están escritas en un dialecto de Canaán!

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Es natural que el Señor visitara Jerusalén en ocasión de las grandes fiestas, pues allí se concentraba toda la vida espiritual del pueblo judío. En aquellos días en Jerusalén se reunían las multitudes provenientes de toda Palestina y otros países y precisamente en esta ciudad era importante que el Señor se revelara como Mesías. La expulsión de los mercaderes del templo relatado por san Juan al principio de su Evangelio difiere de un episodio similar narrado por los sinópticos. El primer evento ocurrió al principio del ministerio público de Cristo, mientras que el último tuvo lugar al final de la vida pública de Jesús, antes de la cuarta Pascua. El Señor acompañado por sus discípulos, se dirigió desde Cafarnaum hacia Jerusalén en ocasión de la Pascua no sólo por obligación, sino para cumplir la voluntad de Quien lo envió y continuar la obra redentora iniciada en Galilea. Durante la Pascua se reunían en Jerusalén alrededor de dos millones de judíos quienes estaban obligados a sacrificar corderos pascuales y presentarlos como ofrenda a Dios en el templo. Según el testimonio de Flavio Josefo, en el año 63 DC, el día de la Pascua judía, los sacerdotes sacrificaron en el templo 256500 corderos pascuales sin contar al ganado menor, ni las aves que también se ofrendaban. Para facilitar la venta de tan enorme cantidad de animales, los judíos convirtieron el así llamado «atrio de los gentiles» en una plaza de mercado. Reunieron aquí el ganado destinado al sacrificio, dispusieron jaulas con aves, organizaron tiendas para la venta de todo lo indispensable para los sacrificios y habilitaron casas de cambio. En esa época la moneda oficial en circulación era romana, mientras que la ley exigía que las contribuciones al templo se efectuaran en siclos, la moneda religiosa de los judíos. Por lo tanto, los judíos que venían a festejar la Pascua debían cambiar su dinero y esto les redituaba elevadas ganancias a los cambistas. Con afán de máximo lucro los judíos comerciaban en el patio del templo otros bienes que no tenían relación con los sacrificios rituales.

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Profetizó la resurrección de Abraham, Isaac, Jacob y otros patriarcas del Antiguo Testamento que debía ocurrir para el año 1925 (5) , justo a tiempo para el Harmaguedón. La preparación para su llegada fue por todo lo alto. Construyeron para los patriarcas una suntuosa mansión en San Diego. Esperaron y esperaron... finalmente el Sr. Rutheford, se instaló en la mansión y terminó allí sus años. En otra famosa profecía Rutheford aseguró, en 1914, que «millones ahora vivos no morirán.» Con esto quería hacer ver lo cercano que estaba el Harmaguedón y la restauración del mundo a su estado paradisíaco. A pesar de todo, y muy probablemente gracias a todas estas fantasías, los Testigos crecieron enormemente durante la presidencia de Rutheford, a quien ellos consideran entre los hombres más iluminados de la historia, no menos que Jesucristo. Características de los Testigos. Organización Su gobierno es altamente centralizado. Desde su cede de Brooklyn, N.Y., el presidente de los Testigos y siete directores vitalicios dirigen la organización mundial con estricta disciplina. Cada nación tiene su director general con subdivisiones por provincias, ciudades, etc. Hay mas de 66,000 congregaciones o «compañías» de Testigo, cada una generalmente de menos de 200 miembros. Se reúnen no en iglesias sino en «El Salón del Reino.» Los Testigos, en 1990, ya tenían 4.2 millones de miembros en 212 países (6) . Si consideramos que hace solo 50 años eran menos de 100,000 Testigos, podemos darnos cuenta de su crecimiento vertiginoso. La mayoría de los Testigos son conversos, en gran parte apóstatas de la Iglesia Católica. Puede que sea la secta de más rápido crecimiento en el mundo. No tienen ministros ordenados. En vez, cada Testigo se considera ministro. Pero si tienen un cuerpo de «ancianos.» Misión Los Testigos se identifican como una sociedad de cristianos dedicados a honrar a Jehová y a la promoción del estudio de la Biblia. Más adelante veremos como en ambos casos se equivocan. Viven atentos a su creencia principal: En cualquier momento ocurrirá Harmaguedón, la «gran tribulación,» que eliminará todo mal y sufrimiento. Cristo vendrá a establecer un reino milenario, el reino de Dios en la tierra. Se restaurará el estado paradisíaco original. Estas creencias son objeto de constantes escritos. Enseñan que solo los Testigos se salvarán porque solo ellos obedecen totalmente a Jehová. Características de la secta.

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Los Adventistas son asiduos lectores de las Sagradas Escrituras, lo cual es muy bueno. Pero ignoran totalmente los pasajes Bíblicos que no concuerdan con sus ideas. Por eso sostienen los siguientes errores: No creen en la inmortalidad del alma No creen en el infierno. No oran por los muertos de quienes afirman que están en un estado de silencio e inactividad hasta que sean resucitados o aniquilados. Sobre esto, ver: Luc 16:22–30; Apo 6:9–10. Muchos de sus errores los transmitieron a los Testigos de Jehová, pues Russel, el fundador de los Testigos, decía que Miller era su precursor. Su concepto de Iglesia excluye a las demás confesiones cristianas. Sus celebraciones sacramentales son: el bautismo para los adultos conscientes y arrepentidos; la Eucaristía, celebrada cada tres meses con pan ácimo y jugo de uva no fermentado. A esta celebración le precede el lavatorio de los pies, y la caracterizan por la espontaneidad en sus oraciones. (No se trata de la Presencia substancial de Cristo) Conducta. Dicen los adventistas que el hombre salvado por Cristo debe observar los mandamientos de la ley, y las bienaventuranzas, pero que ha de complementar esas prácticas con ciertas normas como son el abstenerse de bebidas alcohólicas y de alcaloides como el café, el té, también el tabaco; se desaconseja la carne de cerdo y se fomentan los usos vegetarianos. Para favorecer la salud del alma y cuerpo organizan cursillos sobre como dejar de fumar, como preparar una buena comida a base de verduras, huevos y leche. Los sábados, que comienzan a las 6 de la tarde del viernes, según el rito judío, tienen estudio bíblico y el culto semanal a base de lecturas, predicación, cantos, oraciones e invocaciones a Dios. Oran por los enfermos y acostumbran la imposición de manos. Utilizan los medios de comunicación. Es una Iglesia organizada al estilo de Estados Unidos, eficiente en sus estructuras y finanzas. En la actualidad se encuentra en numerosos países. Sostienen sus obras misioneras con los diezmos que aportan rigurosamente. Hablan de la «mayordomía cristiana» y enseñan a administrar para el Señor los bienes materiales y el tiempo. Por otro lado, no han desarrollado una doctrina sobre la responsabilidad social. Agnosticismo

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Es natural, por otra parte, que, al crecer la importancia del subdiaconado, se pensara en darle una vestidura diversa de la simple alba, que llevaba como hábito ordinario de servicio mientras era considerado como orden menor. Esto acaeció probablemente en las Galias. En cuanto a la forma, la tunicela sufrió las mismas vicisitudes de la dalmática. Es decir, progresivamente se fue acortando y después fue abierta por los flancos, hasta quedar reducida a la forma de la dalmática, como actualmente se encuentra. Tanto la dalmática como la tunicela, quizás por razón de su color blanco primitivo, se consideraron siempre como vestiduras de fiesta y de júbilo, por lo cual se dejaban de usar en los días de penitencia, siendo substituidas por las planetas o casullas plegadas. Por el mismo motivo, el obispo, al revestir al diácono con la dalmática, le dice: Induat te Dominas indumento salutis et vestimenta laetitiae, et dalmática iustitiae cincumdet te semper; y al subdiácono al ponerle la tunicela: Túnica iucunditatis et indumento laetitiae induat te Dominus. La capa pluvial . La capa pluvial, llamada en los países meridionales de Europa, a partir del siglo IX, pluviale, o mejor, pluvialis (se. cappa), y, en cambio, en los pueblos del Norte simplemente cappa, trae su origen, según Wilpert, de la antigua acema, o birrus, convenientemente alargada hasta debajo las rodillas. Según otros, la capa pluvial no es más que una transformación de la poenula, provista de capucho para la lluvia y luego abierta por delante para mayor comodidad. Son evidentes las analogías de forma entre la capa medieval y la lacerna romana, pero está fuera de duda que esta última en los siglos VIII y IX, cuando el pluviale entró a formar parte del vestuario litúrgico, había por completo desaparecido de la moda civil de vestir. Braun demuestra que la capa pluvial fue en un principio una capa con su capucho (cucullus), que llevaban en los días solemnes los miembros más conspicuos de las comunidades monásticas, y especialmente los principales cantores.

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Parece que esta fiesta en algunas iglesias caía inmediatamente después de Navidad, el 26 ó 27 de diciembre; en otras, algún día después. En Occidente, la Dormitio., el Natalis Mariae del Año Nuevo, la Anunciación y la Navidad fueron las fiestas más antiguas, introducidas primeramente en Roma por la Iglesia bizantina; el gelasiano contiene ya las fórmulas de la misa. En los países de rito galicano no fueron conocidas antes deja adopción de la liturgia romana, excepto quizá hispana. La Purificación no adquirió carácter preferentemente mañana sino después del papa Sergio (+ 701). La Asunción Es la fiesta más antigua y solemne que la Iglesia celebra en honor de la Virgen, destinada a conmemorar su santa muerte (de donde el nombre griego de kομησις, lat. pausatio, dormitio, depositio, naiala, transitas V.) y su gloriosa asunción en cuerpo y alma al cielo. Nos es desconocido cuándo exhaló la Virgen el último suspiro. Algunos escritores antiguos, fundados en un pasaje interpolado de la Crónica de Eusebio, creen que murió en el 48 después de Cristo; otros le asignan unos sesenta y tres años; otros, sesenta y nueve; todavía otros, si bien sin serio fundamento, han pensado que sufrió el martirio. De cierto, sabemos solamente que, después del sacrificio del Gólgota, el apóstol San Juan, en obsequio a las recomendaciones del divino Maestro, tuvo consigo a la Virgen mientras vivió: ex illa hora accepit eam discipulus in sua. En cuanto al lugar de la muerte, Efeso y Jerusalén se disputan el honor de su tumba. La discusión que sobre este argumento se encendió vivísimamente al final del siglo pasado, si no ha llevado a resultados ciertos, ha acrecentado la probabilidad para Jerusalén, en favor de la cual están los testimonios de todos los antiguos itinerarios y la narración del apócrifo De iransitu Mariae o Evangelium lohannis, llegado a nosotros bajo el nombre de Juan el Apóstol, y que contiene amplia información sobre la muerte de María. Fue redactado hacia el final del siglo IV o a principios del V; y, no obstante la explícita prohibición del decreto pseudo-gelasiano (494), gozó de gran favor y difusión en la Iglesia, como lo prueban las numerosas versiones e inspiró la elocuencia de muchos Padres orientales, como Modesto, obispo de Jerusalén; Andrés de Creta, San Juan Damasceno y quizá también el escritor que se oculta bajo el nombre de Dionisio Areopagita.

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