Él ya está en retiro, así que por eso yo le pregunté sobre su deseo de ayudar al ACEOT y dar conferencias en calidad de profesor visitante. Para mi alegría, el científico dió su consentimiento, y el rectorado de la Universidad lo nombró para el puesto de profesor visitante.   A.H.:  Creo que Ustedes celebraron no sólo el día de nacimiento del ACEOT, ¿sino que más tarde y lo consagraron?   Diác. M. Bakker:  ¡Sí!, fue un acontecimiento memorable en nuestra ciudad. La consagración del ACEOT tuvo lugar el 21 de octubre de 2010 en el auditorio de la Universidad Libre. Es de destacar que a la pequeña consagración del agua asistieron miembros de la recientemente creada en Holanda Conferencia de obispos ortodoxos de los países del Benelux, encabezada por su presidente el Mitropolita Pantaleimon. Santo Patrono del ACEOT elegimos a San Máximo el Confesor, que era conocido por ser no sólo un gran padre de la Iglesia, sino también como un vínculo entre Oriente y Occidente. A la consagración y oración le siguió el inicio del primer simposio científico organizado en el marco del ACEOT. El simposio, titulado " El mundo en la teología ortodoxa " . El discurso de apertura estuvo a cargo del Mitropolita de Diokleia, Kallistos, de Oxford y del sacerdote Andrew Louth.   A.H.:  ¿Cuáles son las metas y objetivos del Centro dirigido por Usted?   Diác. M. Bakker:  El objetivo del ACEOT es estimular las investigaciones científicas en el campo de la teología ortodoxa, la difusión de la Ortodoxia en Europa, así como también la educación y recapacitación profesional de capellanes ortodoxos para los sistemas penitenciario, de salud y de las fuerzas armadas. A los pocos meses de su existencia nuestro Centro ha atraído la atención pública tanto en Amsterdam, así como y en toda Holanda. De muchos países nos llegan peticiones de personas que desean escribir tesis doctorales. Además de esto, se establecen activamente contactos con diferentes escuelas teológicas. Ahora estamos considerando un proyecto de cooperación con la Sociedad Bíblica de Holanda sobre la traducción de los Salmos, en la traducción Septuaginta, al idioma holandés.

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El Gobierno soviético creó un departamento especial del Estado para tratar de los asuntos religiosos. Son de su responsabilidad todas las materias relacionadas con la apertura de iglesias, con su reparación, con la tributación del clero y con la supervisión general de las actividades eclesiásticas. Los comunistas no intervienen de un modo abierto en la vida interna de la Iglesia, pero las Regulaciones Religiosas publicadas en 1945 estipulan que todo poseedor de un cargo eclesiástico, desde el patriarca hasta un sacerdote parroquial, se debe inscribir en un registro de las autoridades comunistas antes de poder ejercer su función. El Gobierno tiene derecho a rechazar una inscripción o a cancelarla después de haber sido concedida. Esto significa que ni el patriarca ni ningún obispo diocesano pueden llevar a cabo un nombramiento sin haber averiguado de antemano que el candidato propuesto es grato a los comunistas. Los requisitos de preselección estaban acordes a determinadas condiciones que imponía el régimen vigente. Condiciones que necesariamente se centraban en la obediencia y sumisión a los principios básicos y praxis del Partido Comunista. También debían los representantes eclesiales garantizar la tranquilidad de la población no incitándola a revertir la situación imperante, logrando adhesión y comprensión a los cambios que se vivían en las diferentes estructuras sociales y políticas. Este es un compromiso por ambas partes; los jerarcas se hallan restringidos en su elección, pero los comunistas también se ven obligados a inscribir a cierto número de clérigos para que sea posible la continuación de la vida eclesiástica organizada. El estado de las asociaciones religiosas en otros países bajo el control comunista se basa en los mismos principios, aunque suele ser más liberal que en la U. R. S. S.; y en algunos países, como Polonia, por ejemplo incluso se permite la instrucción cristiana de los niños, aunque sólo por personas debidamente inscritas y aprobadas por las autoridades comunistas.

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Concilio – del latín concilium: asamblea convocada. Es la asamblea de los obispos y superiores generales de órdenes religiosas, que trata de cuestiones de doctrina y de disciplina eclesiástica. El concilio de Jerusalén, reunido entorno a los apóstoles el año 49, ha sido tomado como modelo de todos los concilios (Hechos 12). Los concilios ecuménicos (del griego oikoumene: tierra habitada) reúnen a los obispos del mundo entero. Fueron convocados originariamente por los emperadores Bizantinos. Primer Concilio Ecuménico EI I Concilio Ecuménico fue convocado en el año 325 en Nicea bajo el reinado del emperador Constantino, el cual dio la apertura y el cierre del mismo sin presenciarlo, a causa del surgimiento de la herejía de Ario, San Constantino envío una carta circular a todos los obispos con el siguiente texto actualmente nos pareció, por muchos motivos, que es mejor que el Concilio se realice en Nicea de Bitinia, considerando la llegada de obispos de Italia y de otros lugares de Europa; dado el buen clima que hace en Nicea, y también para que yo presenciara como oyente y participante en lo que allí pueda acontecer. En aquel Concilio, cuya apertura fue hecha por el emperador San Constantino (en latín) en el palacio imperial de Nicea el 20 de mayo del año 325, participaron 318 obispos procedentes de distintos países y naciones. Muchos de ellos llevaban aún en sus cuerpos las huellas de los martirios sufridos por su fe. Con seguridad podemos decir que estos obispos fueron testigos de su fe con su propia sangre. Entre ellos había 5 obispos de los países occidentales, podemos mencionar que estaban: san Nicolás, el obispo Jacobo, Spiridon Trimifunski, san Atanasio el Grande. El motivo principal por el que fue convocado el primer Concilio Ecuménico fue el de afirmar la verdadera doctrina acerca de la divinidad, eternidad y nacimiento del Hijo de Dios en contraposición a las falsas enseñanzas del sacerdote de Alejandría Ario, que sostenía que el Hijo de Dios fue creado por Dios Padre, y que era solamente una criatura superior.

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Un tema interesante es el de las relaciones de estas Iglesias con la emigración de creyentes de la Iglesia rusa. Algunos de sus representantes tenían una amplia experiencia de interrelación y cooperación fructífera con las Iglesias Autocéfalas, especialmente en Yugoslavia y en Bulgaria. En esos estados, la emigración de la iglesia rusa no sólo se estableció, sino que  hizo una contribución muy significativa al desarrollo de la teología, a la reactivación de la vida monástica (como por ejemplo en Yugoslavia), en el desarrollo de la vida parroquial, y por lo tanto,  hubo un acercamiento entre las tradiciones de Rusia y, digamos, con las de Bulgaria, de Serbia. En estos países, la interrelación con la emigración de la iglesia rusa, en los años 20 – 30, fue muy intensa. Pero, al mismo tiempo, en Rumania y Grecia, por ejemplo, esto no fue así, ya que estos países se negaron a recibir una cantidad significativa de emigrantes rusos. Particularmente negativa fue la relación hacia los representantes de la emigración rusa en Rumania, incluso, tuvieron lugar algunos conflictos. Debido a que Moldavia fue anexada, en Rumanía surgió hasta toda una red de comunidades secretas rusas, que fueron sometidas a una severa persecución, ya que se les obligaba a pasar del idioma eslavo eclesial al rumano, así como también, del calendario juliano al nuevo calendario juliano, y sobre esta base hubieron represiones en masa contra el clero ortodoxo, que no quería cumplir con estas exigencias. Qué es lo que quiero decir: los caminos del desarrollo histórico de las distintas Iglesias Autocéfalas fueron bastante diferentes, lo que a su vez, en los años 60, se manifestó en una actitud distinta hacia el movimiento ecuménico y  del paso al “nuevo calendario juliano”. El idioma eslavo eclesial, por ejemplo, en escala significativa sólo se conserva en la Iglesia Ortodoxa de Serbia, etc. Se puede hablar mucho sobre este tema... Ponomareva M.:  ¿Cree Usted que la historia de la Iglesia Rusa ha sido estudiada a fondo en el mundo? ¿O todavía existen lagunas?

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Tal es el poder y el significado de la Santa Comunión, más la Eucaristía no tiene en sí ninguna cosa mágica. Los que se renuevan y se fortalecen con ella retienen su libertad, y muchos no saben beneficiarse de ella en absoluto. Su infidelidad y despreocupación les priva de la gracia que han recibido y les separa de su influencia regeneradora. No obstante, el impacto del culto eucarístico se puede descubrir en todas las esferas de la vida en los países cristianos. Las naciones educadas en su atmósfera han producido arte, ciencia, órdenes económicos y sociales que llevan la marca de su experiencia eucarística. El cristianismo se puede definir como religión de los que se unen unos con otros y con su Creador en la comida eucarística. Todos los otros sacramentos y servicios de la Iglesia están subordinados a este acto central del culto cristiano. Los Sacramentos de los Cristianos Orientales Los sacramentos son acciones litúrgicas corporativas mediante las cuales los cristianos invocan las bendiciones divinas sobre ciertos objetos materiales como el pan, el vino, el agua y el aceite, o sobre los que se casan o están destinados a algún servicio especial. Los cristianos orientales llaman a los sacramentos «misterios» y los interpretan como movimientos dobles entre Dios y el ser humano. La palabra «misterio» acentúa la parte divina que transforma y purifica. La enseñanza y práctica de Oriente, aunque distinta de la de Occidente, no se opone a ella, sin embargo. El cristianismo occidental define y clasifica los sacramentos con mayor precisión y detalle que la Iglesia oriental. Los antiguos cristianos tenían por seguro que la Iglesia estaba dotada del poder y autoridad de otorgar la gracia sacramental a sus miembros, pero el número de los sacramentos quedaba sin definir. El proceso de diferenciación comenzó en Occidente. En el siglo XIII, los eruditos escolásticos seleccionaron siete sacramentos como ordenados por el propio Cristo. Se fijó la forma, la materia y el propósito de cada uno, y se elevaron estos siete por encima de las otras acciones sacramentales. El Oriente no participó en esto, y así no quiso aceptar cierta artificialidad de la clasificación escolástica, que pretendía hallar en las Sagradas Escrituras la «materia» y «forma» adecuadas para todos los siete sacramentos. Por ejemplo, la entrega del cáliz por el obispo al sacerdote era considerada como la «materia» de la ordenación, aunque era en realidad una costumbre posterior de Occidente, desconocida en la Iglesia primitiva. Pronto e produjo una reacción contra este excesivo formalismo.

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La trágica falta de entendimiento entre la Iglesia y los jefes occidentalizados de las naciones balcánicas se debía a su largo aislamiento del esto del cristianismo. Se habría podido esperar que aquellos ortodoxos que se incorporaron antes al Imperio austro-húngaro ayudasen a sus hermanos de religión, tanto cultural como teológicamente, a sacudirse el yugo turco. Eran los cárpatos-rusos, los ucranianos de Galitzia y Bukovina, los rumanos de Transilvania, los serbios de Bonat y Voivodina, y los dálmatas y bosnios. Sin embargo, estos dispersos ortodoxos no pudieron realizar esta tarea, pues ellos mismos se hallaban oprimidos en sus propios países. El gobierno vienés miraba con profunda sospecha la efervescencia nacionalista balcánica, y patrocinaba a los unificados para que contrarrestasen el peligro de reunión de sus propios súbditos ortodoxos con sus hermanos cristianos fuera de las fronteras de una doble monarquía. Cuando encontró una fuerte resistencia, el gobierno trató de provocar fricciones nacionales entre los ortodoxos. Por consiguiente, los cristianos orientales en Austria-Hungría se hallaban divididos en varias provincias eclesiásticas separadas, que recibían diferente tratamiento del Estado. Estas eran: la Iglesia serbia, bajo el metropolitano de Karlovci; la Iglesia rumana en Transilvania, bajo el metropolitano de Hermannstadt (o Sibiu); la Iglesia de Bukovina y Dalmacia, que incluía rumanos, ucranianos y serbios, gentes de distinta ascendencia nacional y lingüística; y la Iglesia de Bosnia y Herzegovina, dos provincias que se anexionó Austria en 1875. En total, dos millones y medio de ortodoxos se hallaban bajo los Habsburgos en la segunda mitad del siglo XIX. Desunidos, tratados como una minoría indeseable, entorpecidos en sus actividades culturales y religiosas, estos ortodoxos necesitaban en sí ayuda y aliento de los cristianos balcánicos que eran culturalmente menos avanzados, pero espiritualmente más vivos que sus hermanos cristianos bajo la dominación austro-húngara.

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La derrota de la Iglesia costó a Pedro veintiún años de cuidadosas maniobras y planes. En 1700, después de la muerte del patriarca Adriano, uno de los favoritos de Pedro, Stefan Yavorsky (1658–1722), fue nombrado guardián del vacante trono patriarcal. Durante los veinte años siguientes, Pedro puso en los tronos episcopales a hombres de su propia elección, principalmente ucranianos, que eran impopulares en las diócesis moscovitas y dependían, por lo tanto, del favor del Zar. El más sumiso y erudito era el obispo Feofan Prokopovich (1681–1738). Era muy versado en teología occidental y tenía inclinaciones protestantes. Se mostraba en favor del control secular de la administración eclesiástica, tal como existía en los países luteranos. Pedro deseaba introducirlo en Rusia. Bajo su supervisión, Feofan compuso las Regulaciones Eclesiásticas que se publicaron en 1721, dando una nueva y subordinada posición a la Iglesia. En este documento se ridiculizaban y atacaban las viejas formas de gobierno eclesiástico, se criticaban las costumbres moscovitas y se elogiaban altamente las ventajas del nuevo sistema. El punto central de esta legislación era la abolición del patriarcado y su sustitución por un permanente concilio del clero bajo la denominación de Santo Sínodo Rector. Se dieron varias razones para este drástico cambio. Una era la supuesta mayor imparcialidad y eficacia de un órgano colegiado en comparación con el gobierno de un solo hombre; la otra era la peligrosa idea de la gran importancia del patriarca que abrigaban los «ignorantes» que le consideraban igual al zar. El último argumento era que el emperador, poseyendo el poder absoluto, no podía tolerar rivales que, como el obispo de Roma, o algunos patriarcas bizantinos, podían tener la audacia de considerarse con autoridad sobre el gobernante secular. Para evitar estos malos entendimientos, se instituyó un cuerpo colegiado, compuesto personas elegidas por el Zar y obedientes a él. El sínodo tenía un presidente, dos vicepresidentes, y otros ocho miembros que eran obispos, monjes o sacerdotes casados. Cada miembro, incluyendo al presidente, tenía un solo voto y todas las resoluciones habían de ser aprobadas por una mayoría.

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Los iconos eran altamente reverenciados por los ortodoxos y, por tanto, los retocaban y restauraban frecuentemente. Después de cada restauración, se les volvía a barnizar y, a medida que se oscurecían, tendían a predominar los marrones y verdes mates, hasta perderse los gloriosos colores originales. Allá por el siglo XVIII, nadie se daba cuenta de que o las muchas capas de pintura oscura se hallaban ocultas las soberbias obras de los grandes iconógrafos medievales. Ni se podía ya reconocer obras maestras tales como la Santísima Trinidad de Rublev, y los críticos arte rusos del siglo XIX consideraban la admiración de sus antecesores por este icono como una prueba de su deplorable falta de apreciación artística. En 1904, se hizo el primer intento de limpiar la pintura de Rublev, pero su importancia quedó revelada sólo parcialmente. Una autoridad famosa como Nikodim Pavlovich Kondakov (1844–1925) se hallaba todavía bajo la impresión de que no era «ni siquiera la mejor copia del icono de Rublev.» Únicamente se apreció el pleno significado de esta pintura cuando, años después, se completó la restauración. Durante las dos o tres últimas décadas, la técnica de restaurar los iconos a su estado original se ha mejorado grandemente, y el limpiado sistemático se realiza ahora en varios institutos especiales de Rusia y otros países. También los frescos despiertan hoy día mucho interés y estudio. Muchos de ellos han sido desfigurados por adiciones posteriores, y las denominadas renovaciones del siglo XIX fueron usualmente emprendidas por aquellos que no tenían idea del verdadero carácter del arte bizantino. Torpemente destruyeron, o gravemente deterioraron, las grandes obras maestras, transformándolas en mediocres imitaciones de cuadros occidentales. Por fin, se ha eliminado ese deplorable trato. Al mismo tiempo, la mejora de las comunicaciones ha hecho posible que los amantes del arte visiten los famosos lugares, como Hosios Lukas,, en Stiris, cerca de Delfos, o las iglesias edificadas en lo alto de fantásticos, acantilados, en Tracia, llamadas Meteora, o las iglesias en cuevas recientemente descubiertas en Capadocia. Incluso hace unos años, estos destacados monumentos del arte oriental eran inaccesibles, pero ahora están dentro de fácil alcance para los turistas ordinarios.

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Los resultados de las exploraciones realizadas en estas cortas y, en parte, dramáticas expediciones no son todavía bien conocidos. Que ocultan grandes sorpresas lo hizo notar ya el profesor W. F. Albright en las siguientes palabras: «Están a punto de revolucionar nuestros conocimientos sobre la historia de la cultura y la cronología de la Arabia meridional. Los resultados obtenidos hasta la fecha demuestran la primacía política y cultural de Saba durante los primeros siglos a partir del año 1000 antes de J.C..» De igual manera que en la época del rey Salomón se realizaron largos viajes a través del Mar Rojo hacia Arabia y África, tienen también lugar, por tierra, siguiendo las costas de dicho mar, viajes a países lejanos atravesando los desiertos de arena del Sur. Los nuevos medios de transporte para realizar tales viajes eran los camellos, que bien podrían ser designados con el nombre de «navíos del desierto.» Atraviesan por tierra distancias que antes se consideraban imposibles de cruzar. Mediante la domesticación y la cría de esos animales del desierto tuvo lugar un insospechado desarrollo de las relaciones y un gran incremento en los transportes a través de territorios áridos y extensos. Aproximadamente desde el año 1000 antes de J.C. la Arabia Meridional, que, durante tanto tiempo, estuvo en una lejanía casi fantástica, se acercó considerablemente al Mediterráneo y así entró en relación muy estrecha con otros reinos del Viejo Mundo. De la misma manera que mediante el empleo de aviones estratosféricos de los servicios transoceánicos América se ha acercado más a Europa, así sucedió entonces, aunque a distinta escala, entre la Arabia del Sur y el Viejo Mundo. Mediante penosas marchas a lomo de asno, durante meses y más meses, recorriendo diariamente pequeños trayectos de aguada a aguada, siempre expuestos a los asaltos de los bandidos, tenían que ser transportados en aquella época los tesoros por el camino del desierto a lo largo de una senda de unos 2.000 kilómetros, siguiendo la antigua ruta del incienso, en dirección Norte. Mediante el empleo de las nuevas bestias de carga empezó a fluir una corriente más amplia de mercaderías procedentes de la «Feliz Arabia.» Los nuevos transportadores eran más rápidos, casi independientes de los puntos de aprovisionamiento de agua y, por tanto, no tenían que seguir la antigua ruta en zig-zag que iba de una a otra aguada. Además, tenían una gran capacidad de carga. El camello puede llevar muchísimo más peso que el asno.

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Los ejércitos de los egipcios formados por soldados de varios colores, negros, asiáticos y nubios, siguieron su marcha hacia el Norte atravesando Canaán. Los nuevos faraones recibieron una lección con la amarga experiencia del pasado. Su país ya no será objeto de ataque alguno por sorpresa. Egipto no pierde el tiempo y, más allá de las fortalezas que señalan sus fronteras, procura crear estados que le sirvan de tierra de choque. Lo que resta del imperio de los hyksos es desmembrado y Palestina se convierte en una provincia egipcia. Los antiguos puestos consulares, los depósitos de comercio y las estaciones postales de Canaán y de Fenicia se convierten en guarniciones permanentes, en puntos estratégicos y de apoyo, en fortalezas egipcias. Después de una historia dos veces milenaria el coloso del Nilo sale de las sombras de sus pirámides y de sus esfinges con la pretensión de tomar parte activa en los sucesos que se desarrollan fuera de sus fronteras, en el resto del mundo. Egipto va madurando cada vez más para convertirse en una gran potencia mundial. Antes, todos cuantos vivían fuera del Valle del Nilo eran sólo «despreciables asiáticos,» «nómadas del desierto,» ganaderos, pueblos que no merecían la atención de los faraones. Ahora los egipcios se hacen más sociables. Empiezan a entablar relaciones con otros países. Esto era antes cosa inimaginable. Entre las notas diplomáticas halladas en el archivo del palacio de Mari no existe ni un solo escrito procedente del Nilo. Témpora mutantur... ¡Los tiempos cambian! El avance emprendido les lleva, al fin, hasta Siria, hasta la misma orilla del Éufrates. Allí se encuentran los egipcios con pueblos de cuya existencia no tenían conocimiento alguno. En vano buscan los sacerdotes en los viejos rollos de papiro de los archivos de los templos alguna mención de ellos; es inútil que estudien los relatos de las campañas de los primitivos faraones: ¡en ninguno encuentran la más mínima mención de los desconocidos Mitani! En la región septentrional de Mesopotamia se extiende, entre el curso superior de los ríos Tigris y Éufrates, el poderoso reino Mitani. Sus reyes han adquirido fama de ser la aristocracia de los luchadores en carros y sus nombres son de origen indoario. Los aristócratas del país se llaman «maria,» que quiere decir «joven guerrero.» María es una palabra antigua de la India, y sus templos están también dedicados a divinidades indias, de tiempos remotos. Los cantos mágicos del Rigweda resuenan ante las imágenes de Mitra, el vencedor de la luz en su lucha contra las tinieblas, el Indra que tiene poder sobre la tempestad, y de Waruna, el que dirige el curso eternamente regular del universo. Los antiguos dioses de los semitas han caído de sus pedestales.

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