f) Las Iglesias eslavas. Bulgaria, cristiana desde el 864, obtiene el título patriarcal el año 927, durante la época de esplendor del primer imperio búlgaro, con Simeón I (893–927). Durante este reinado surge la figura monástica de san Clemente de Ohrid (+ 916). A partir de 1018, la Iglesia búlgara pierde el patriarcado para convertirse en arzobispado greco-búlgaro bajo la jurisdicción de Constantinopla y sufre una serie de avalares, de acuerdo con las vicisitudes del Imperio y de las relaciones con Constantinopla. Recuperado temporalmente el patriarcado, ya plenamente búlgaro (1870), lo posee definitivamente. Servia, una vez tomada Constantinopla por los latinos (1204), obtuvo la autocefalia bajo la égida de san Sava, monje del Monte Athos, donde había fundado el monasterio servio de Jilandar. En 1346 se convierte en patriarcado, con sede en Pec (o Ipek), durante el apogeo del reino de Servia con Esteban Dusan (1331–1355). Suprimido dos veces el patriarcado a causa de los turcos, en 1879 la Iglesia servia fue declarada autocéfala y en 1920 obtuvo el patriarcado. Caída Constantinopla bajo el dominio turco, poco a poco el centro de la Ortodoxia se iría desplazando hacia Moscú. Para comprenderlo hay que trazar brevemente su historia. Después del bautismo de Vladimiro, en el año 988, el cristianismo se difundió por toda la Rus’ de Kiev (la actual Ucrania) y se fue expandiendo hacia el norte, hacia las tierras de Rusia. Bajo Yaroslav (1015–1054) Kiev era la ciudad y le centro eclesiastico mas importante despues de Constantinopla. Durante su principado se construyo la catedral de Santa Sofia y la laura (monasterio) de la Grutas (Pecherska Lavra) y se organizó la Iglesia bajo el metropolitano de Kiev y de toda la Rus’. Al tiempo que otras ciudades iban surgiendo más hacia el norte, Kiev era devastada por los mongoles (1280) y perdía importancia. El centro religioso pasó a Vladimir (s. XIII) y posteriormente (1326) a Moscú, capital del naciente gran ducado de Moscovia. El jefe espiritual de la Iglesia siguió llevando, sin embargo, el título de metropolitano de Kiev. Y mientras Moscú veía crecer su prestigio e importancia, Constantinopla caía en manos de los turcos otomanos en 1453. Este hecho contribuiría a la independencia progresiva de Moscú. 2. El patriarcado de Moscú

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El otro gran intento de unión llegó con el Concilio de Ferrara-Florencia (1438–1439). Contribuyeron a la convocatoria del concilio diversos factores. Por un lado, los griegos pedían, desde hacía tiempo, poder discutir abiertamente los puntos doctrinales controvertidos, a lo cual Roma se oponía; por otro, el emperador veía en la unión de las dos Iglesias una protección ante la amenaza turca; pero también la Iglesia latina había experimentado un cisma interno, el llamado «Cisma de Occidente,» con dos y hasta tres papas simultáneos, cisma resuelto finalmente en el Concilio de Constanza (1414–1418). Las ideas conciliares que entonces afloraron estaban más en consonancia con la concepción eclesiológica de los griegos que la idea medieval del primado que había dominado sobre todo desde Gregorio VII. El concilio se inició en Ferrara el mes de abril de 1438 y fue trasladado, a causa de la peste, a Florencia en enero de 1439. Acudieron al concilio, por parte ortodoxa, el emperador Juan VIII Paleólogo, el patriarca José II (quien murió allí y fue enterrado en la basílica de Santa María Novella) y 25 obispos, entre los cuales Besarión de Nicea (unionista convencido), Marcos de Efeso (Marcos Eugenikós), Jorge Skholarios (que sería más tarde patriarca con el nombre de Gennadio II) e Isidoro, metropolitano de Kiev (entonces ya con sede en Moscú). Entre los latinos representantes del papa Eugenio IV destacan el cardenal Cesarini y el dominico Juan de Torquemada. El 5 de julio, griegos y latinos firmaron el decreto de unión, que fue leído al día siguiente en griego y latín en una ceremonia solemne en la basílica de Santa María in Fiare. El decreto romano-catolico, además de establecer que el pan ázimo en la Eucaristía era igualmente lícito que el pan fermentado, comprendía tres cuestiones doctrinales: a) sobre la procesión del Espíritu Santo, afirmaba que no había diferencias esenciales entre los Padres griegos y latinos, pero definía esa procesión con la terminología latina, al mismo tiempo que defendía la legitimidad del Filioque añadido al Credo por los latinos, aunque los griegos podían dejar intacto el texto; b) sobre el purgatorio, definía esta doctrina de acuerdo con la doctrina latina medieval de la purificación después de la muerte; c) sobre el primado del Papa, el decreto afirmaba que el pontífice romano era el auténtico vicario de Cristo, el jefe de toda la Iglesia, el padre y doctor de todos los cristianos, que tenía plenos poderes de apacentar, dirigir y administrar la Iglesia universal.

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Los misioneros latinos representaban otra tendencia extrema. Los frailes franciscanos que llegaban a Mogolia procedentes de Roma asombraban a los tártaros por su valor, simplicidad y completa despreocupación de las ventajas y riquezas terrenales; pero a los mogoles les contrariaba su declaración de que todos los reyes debían obediencia al Vicario de Cristo. El Kan y sus cortesanos se informaron con respecto al número de jinetes y camelleros que servían en el ejército del Papa, y cuando se dieron cuenta de que su propia fuerza militar era muy superior, se negaron a someterse a la autoridad del Papa si era ése el precio del bautismo. Para los hombres criados en los selváticos desiertos de Asia, que dominaban territorios cuya extensión superaba la imaginación de la Europa medieval, tal sumisión era incomprensible. Incluso los cristianos nestorianos no podían captar las implicaciones de la doctrina papal. Cuando Rabban Sauma llegó a Roma en 1289, nadie había oído hablar allí de su patriarca Mar Jahballaha III. Sin embargo, los cardenales desearon saber si ese desconocido prelado reconocía al Papa como cabeza de la Iglesia. Sauma contestó: «A los cristianos orientales nunca ha venido a visitarnos ningún hombre del Papa. Los Santos Apóstoles enseñaron a nuestros padres la verdadera fe y así la conservamos intacta hasta este día.» Si el Papado no significaba nada para un docto cristiano chino, ¿cómo podría comprender su significado un nómada chamanista? Les agradaba más el Islam. Sus simples reglas de fe y conducta, su unidad y su fuerza de convicción impresionaban a los mogoles, que podían entrar en su órbita sin abandonar sus costumbres nacionales y hábitos de pensamiento. La aceptación de Mahoma como maestro por parte de los mogoles cerró a Asia para el cristianismo durante muchos siglos aún por venir. Esta conversión significaba también la casi completa aniquilación de los cristianos orientales. Tamerlán (1363–1405), el último gran jefe militar de los mogoles, era un musulmán fanático, y en su devastadora marcha a través de Asia exterminó virtualmente el cristianismo. Pirámides de cráneos, ciudades arrasadas, fértiles llanuras convertidas en desierto, marcaban el paso triunfante de este azote de Asia.

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La primera señal de reviviscencia búlgara apareció en 1762, cuando el monje Paisy publicó su Historia del pueblo búlgaro. A mediados del siglo XIX se habían fundado escuelas que enseñaban la lengua búlgara y propagaban la idea de liberación. Los otros Estados balcánicos se habían liberado de los turcos antes de rechazar el control fanariota en la administración eclesiástica. En Bulgaria fue distinto el orden, de manera que cuando en 1870 el Sultán permitió que los búlgaros tuviesen una organización eclesiástica independiente, el patriarca, Anthimus VI (1845–48; 1853–55; 1871–73), les excomulgó (septiembre 1872). Este acto no fue aprobado por todas las Iglesias orientales, y el cisma entre Constantinopla y Bulgaria no separó a la Iglesia búlgara del resto de los ortodoxos. Anthimus, obispo de Vidin, se convirtió en su primer exarca (1872–88). Esta victoria eclesiástica animó a los búlgaros a pedir libertad política. En 1875–76 fue sofocada una rebelión por fuerzas irregulares turcas, con mucha crueldad y derramamiento de sangre. Rusia acudió al rescate y derrotó a los turcos. La creación de una Bulgaria fuerte y unida no era idea grata para Gran Bretaña. El Congreso de Berlín de 1878 dividió a Bulgaria en tres secciones: la mayor pasó al Sultán; el príncipe Alejandro de Battenberg (1879–86) fue elegido gobernante de la parte central de Bulgaria; y el resto se convirtió en un estado separado denominado Rumelia oriental, que en 1885, después de un referéndum, se unió al cuerpo principal. El ánimo con que se tomó esta decisión fue causa de la caída de Alejandro, y el príncipe Fernando de Sajonia-Coburgo (1887–1918) fue elegido en su lugar. El jefe político durante esa confusa época fue Stefan Stambulov (1887–94), hombre ambicioso y sin escrúpulos, con ideas radicales sobre la religión y abiertamente hostil a la Iglesia. Tuvo un fuerte adversario en Clemente, metropolitano de Tirnovo (muerto en 1901), que defendía firmemente la libertad y dignidad de la Iglesia búlgara. Bajo Fernando, el país entró en la esfera de la influencia alemana y la mayoría de los teólogos búlgaros iban a estudiar a Alemania y no a Rusia, como antes. Éxito y Fracaso de las Iglesias Balcánicas

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Diferentes soluciones de estos problemas dividían a los emigrantes rusos. Los más conservadores, acaudillados al principio por el metropolitano Antonio (Khrapovitsky, 1863–1936), y, después de su muerte, por el metropolitano Anastasio (Gribanovky, 1873–65), considerando a la Iglesia como aliada natural de la monarquía, pensaban que debían luchar por la restauración de Rusia. Convencidos de que sus ideas prevalecían también entre los cristianos de Rusia, asumieron el derecho de hablar en nombre de toda la Iglesia rusa. Recelaban de los cristianos occidentales, incluso eran hostiles con ellos, y les culpaban de no organizar una cruzada contra los comunistas ateos. La mayoría de los rusos se oponían a estos extremistas. Durante un largo tiempo su jefe fue el sabio metropolitano Eulogio (Georgievsky, 1864–1946), nombrado por el patriarca Tikón en 1921 para presidir el Concilio Ruso en la Europa occidental. Esta sección central consideraba que pertenecer a la Iglesia no implicaba que un cristiano debiese adoptar particulares ideas políticas y lamentaba que un grupo pretendiese hablar en nombre de los cristianos de Rusia. Para protegerse de la interferencia soviética, este partido aceptó en 1931 la superioridad eclesiástica del Patriarca Ecuménico, que volvió a nombrar exarca al metropolitano Eulogio. Estos rusos deseaban establecer relaciones más cordiales con los cristianos occidentales y tomaron parte activa en el movimiento ecuménico. El tercer grupo continuaba siendo fiel a la Iglesia en Rusia y, tan pronto como se restauró el Patriarcado de Moscú en 1943, reconoció su superioridad. Por lo tanto, su actitud hacia Occidente se veía parcialmente condicionada por la del jerarca de la Iglesia rusa. Los choques y tensiones entre estos tres grupos perturbaron la vida de la Iglesia en el exilio, pero también daban testimonio de su vitalidad. Una prueba de ésta era la distinguida obra de varios teólogos y escritores que se han hecho célebres por su original y vigoroso pensamiento.

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Los cristianos orientales habían mostrado una virtud heroica, pero habían sido obstinados y nada caritativos para con sus adversarios teológicos, y esto fue su destrucción. No se hallaban preparados para el orden cristiano y fueron reducidos a un estado de minoría despreciada y esclavizada. El VI Concilio Ecuménico (668–681) El año 668 fue asesinado en Sicilia el emperador Constante II. Su hijo, Constantino IV (668–85), fue un jefe capacitado, que, después de cinco años de estar Constantinopla sitiada por los sarracenos (673–78), les derrotó por tierra y mar y salvó a su reino de la extinción. Pero el revivificado Imperio ya no era tan plurinacional como antes; principalmente se limitaba a la población de lengua griega. Se había renunciado a Egipto, Siria y Palestina; el griego se convirtió en el idioma oficial del Estado y se volvieron a nombrar funcionarios debidamente. También cambió la posición del patriarca de Constantinopla. Se convirtió en el único portavoz de la Iglesia bizantina, pues los otros tres patriarcas orientales no sólo se hallaban esclavizados por los mahometanos, sino que también habían perdido la mayor parte de sus fieles, que se pasaron a sus rivales anticalcedonios. Estos cambios despojaron de su significado previo a la disputa monofisista. La nueva tarea era fortalecer el eslabón entre Roma y Constantinopla. Esto se consiguió en el año 680, cuando se reunió en la capital VI Concilio Ecuménico. Se celebraron dieciocho sesiones, del 7 noviembre de 680 al 16 de septiembre de 681. Sus procedimientos fueron tediosos, mera lectura y discusión de varios documentos doctrinales, pero la obra del Concilio se vio libre de violencia o interferencia estatal. El partido calcedonio obtuvo una completa satisfacción. Nadie defendió concesiones para los adversarios del IV Concilio Ecuménico. Fueron anatematizados todos los que en el pasado se habían inclinado a transigir, incluyendo al papa Honorio, puesto por el Sínodo entre los herejes. El VI Concilio Ecuménico terminó la controversia que suscitó Nestorio a principios del siglo V y marcó el final de un período en la historia del cristianismo oriental. La Iconoclasia y el VII Concilio Ecuménico (787)

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Bogdan Khmelnitsky (muerto en 1669), jefe de la rebelión, liberó a su pueblo; expulsó de las tierras ortodoxas a todos los jesuitas, unificados y judíos. Más tarde, derrotado y fuertemente oprimido por los victoriosos polacos, solicitó ayuda del zar Alejo. La Asamblea Nacional de Moscú, después de una larga vacilación, acordó declarar la guerra a Polonia. El 8 de enero de 1654, la Rada, asamblea de los cosacos, reconoció al zar Alejo como soberano. La guerra entre Rusia y Polonia duró hasta 1667, sin que ninguna parte pudiera alcanzar una victoria decisiva. Este agotador conflicto se vio agravado por la intervención de los suecos, los tártaros de Crimea y los turcos. Se concertó por fin una paz de compromiso; Ucrania quedó dividida, Kiev y su Academia teológica pasaron a Rusia. De este modo se dio fin al aislamiento eclesiástico de Rusia. Una escuela equipada de manuales latinos, dirigida por eruditos familiarizados con los recovecos de la controversia occidental, se incorporó a la Iglesia rusa, que desde el siglo XIII había vivido sin tener contacto con el pensamiento occidental. Durante la guerra con Polonia, el Zar se ausentó a menudo de Moscú; dejó el gobierno en manos del Patriarca, que utilizó su poder en pro de una vigorosa campaña contra los antiguos creyentes. Cuando en 1637 Alejo regresó a Moscú, ya no eran idénticas sus relaciones con el Patriarca. El Zar perdió su ciega confianza anterior en su amigo, y Nikón, dándose cuenta de esto, trató de restaurar su autoridad mediante un paso dramático. Marchó repentinamente de Moscú y declaró que no regresaría hasta que el Zar hiciera las paces con él. Alejo se negó a iniciar negociaciones y durante nueve años la Iglesia rusa tuvo un patriarca ausente que no la gobernaba. Esta nueva crisis fue más que un mero desacuerdo entre dos antiguos amigos; reflejaba otra resquebrajadura entre los dirigentes de Rusia aún mayor que la provocada por la enojosa cuestión de los cambios de ritual. Desde su exaltación al poder, Nikón había aspirado al establecimiento de la independencia de la Iglesia respecto del Estado.

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Así Jesús y sus discípulos pasaron por (dos confines de la Judea al otro lado del Jordán» (Mc. 10:1), donde el camino atraviesa el amplio y cálido valle, río abajo, allí donde las orillas están cubiertas de un frondoso verdor, y se encuentran pequeños bosques de tamariscos y árboles de ricino y de regaliz. Solitario y tranquilo resulta el camino a través del «esplendor del Jordán» (Jer. 12:5). Pues el valle, en el cual hace un calor tropical durante nueve meses del año, está poco poblado. Por el antiguo vado que ya los hijos de Israel habían atravesado bajo la dirección de Josué, pasó Jesús el Jordán y llegó a Jericó (Lc. 19:1). Esta no es ya la ciudad defendida por poderosas murallas del antiguo Canaán. Al sur de la colina se extiende una nueva ciudad construida por Herodes el Grande, una verdadera joya edificada al estilo grecorromano. Al pie de la ciudadela de Cipris se había levantado un magnífico palacio. Adornado con hermosas columnas se ven un teatro, un anfiteatro apoyado en la vertiente del monte y un hipódromo. En exuberantes jardines llenos de flores funcionan bellos juegos de agua. Ante la ciudad se extienden las más espléndidas plantaciones de todos los países del Mediterráneo: son las plantaciones de árboles balsámicos, mientras las palmeras procuran sombra y frescor. Jesús pernocta en Jericó, lejos de estos esplendores, en casa del jefe de los publícanos llamado Zaqueo (Lc. 19:2 y sigs.). No había podido evitar el paso por Jericó, que era un centro de vida greco-pagana, dado que el camino a Jerusalén atraviesa dicha ciudad. De Jericó a Jerusalén hay 37 kilómetros. Durante 25 kilómetros el camino, polvoriento, pasa serpenteando a través de abruptos precipicios montañosos, de 1.500 metros de altura, casi desprovistos de vegetación. Contrastes tan grandes como el que ofrece este corto trayecto apenas sería posible encontrarlos en otra parte. De la vegetación paradisíaca y del insoportable calor de un sol tropical en las orillas del Jordán se pasa, sin transición, al frío de las desnudas cumbres de las montañas.

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¿No parece todo esto una fantasía? Un hombre, aunque se trate de un rey del cual tantas cosas se cuenta, es difícil que no se incline a la jactancia . Y el cronista que describe todas estas cosas adquiere pronto la fama de ser un fanfarrón. .. Es cierto que existen en la Biblia narraciones que son consideradas como leyendas por algunos eruditos; tales son, por ejemplo, la historia del hechicero Balaam y la borrica que habla (Num. 22), o la historia de Sansón a quien la larga cabellera proporcionaba sus fuerzas (Juec. 13–16). Pero la más fabulosa no es, en realidad, ninguna fantasía. Los arqueólogos arremetieron contra la veracidad de las historias del rey Salomón con la pala en la mano y he aquí que Salomón se convirtió en su caballo de batalla. Si a la historia del rey Salomón se la despoja de sus arabescos quedará una armazón de hechos razonables e históricos. Éste es uno de los descubrimientos más conmovedores de estos últimos tiempos. En el año 1937 tuvo lugar toda una serie de sorprendentes hallazgos como producto de las excavaciones realizadas por dos expediciones americanas que llevaron al convencimiento del gran contenido histórico de este relato bíblico. Una caravana sale de Jerusalén provista de las herramientas más perfeccionadas, de perforadoras, palas y picos y formada de geólogos, historiadores, arquitectos, excavadores y de fotógrafos tan indispensables en las modernas expediciones. Su jefe es Nelson Glueck, como todos los demás, miembro de las célebres Escuelas Americanas de Investigaciones Orientales. Pronto quedan a sus espaldas las pardas montañas de Judá. A través del árido Negueb se dirigen hacia el Sur. Después, la caravana penetra en el Wadi-el-Araba, el Valle del Desierto. Aquellos hombres se encuentran situados en un paisaje del mundo primitivo en el cual las fuerzas titánicas dejaron sus huellas cuando aquí transformaron la Tierra. El Valle del Desierto es una parte de la grandiosa hendidura que empieza en el Asia Menor y termina en África. Los investigadores contemplan admirados el grandioso escenario y en seguida se entregan a la tarea que les espera. Sus miradas se dirigen escrutadoras a las abruptas peñas. Según la diversa posición del sol cambian el colorido y los matices de la roca, de la cual toman muestras en diversos puntos para examinarlas. Su análisis revela que se trata de feldespato arcilloso pardusco de brillo argentino; y allí donde la roca adquiere una coloración rojonegruzca, de mineral de hierro y un mineral verde... que no es otra cosa que malaquita, es decir, espato de cobre.

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Las colinas de la antigua Nínive han hecho al nuevo mundo el presente con la más formidable información sobre la remota Antigüedad. La historia de su descubrimiento no deja de tener para Francia un amargo sabor. Al empezar los ingleses su exploración, los franceses se reservaron una parte de las colinas. En los límites asignados a las excavaciones inglesas salió a la luz un gigantesco palacio y entonces fue identificada la histórica y bíblica Nínive. ¿Qué es lo que contendría el sector francés? El explorador Rassam aprovechó una oportunidad favorable. Utilizó la ausencia de su jefe, el director de las excavaciones Rawlinson y, bajo la luz plateada de la luna, realizó una interesante excursión por el terreno reservado a Francia. De un solo primer golpe dio con el palacio de Assurbanipal, con la célebre biblioteca de este soberano, la más notable del Antiguo Oriente, cuyas 20.000 tablillas pasaron al Museo Británico. Estas tablillas contienen la substancia histórica y espiritual del País de los Dos Ríos, de sus pueblos, de sus reinos, de su historia, de sus culturas y religiones, entre ellas la historia de los súmeros sobre el Diluvio Universal, y la epopeya de Gilgames. Un libro hasta entonces cerrado y misterioso de la historia de nuestro mundo se abría de repente hoja por hoja. Soberanos, ciudades, guerras e historias sobre las cuales el hombre no tenía más conocimiento que el contenido en el Antiguo Testamento se revelaron como hechos reales. Entre tanto, se ha echado hace tiempo en olvido el verdadero estímulo que ha servido para realizar tan emocionantes exploraciones y descubrimientos: ¡este estímulo fue la Biblia, sin la cual nada de ello se hubiera buscado! A mediados del pasado siglo fueron hallados Nínive, el castillo de Sargón y en el Tell Nemrod también el Kélaj del Génesis, que «edificó Nemrod» ( Gen. 10:11 ). Pero pasaron varios decenios hasta que enorme cantidad de textos cuneiformes descifrados y traducidos fuese accesible a un amplio círculo de estudiosos. Sólo a principios del siglo actual aparecen algunas obras de eruditos con la traducción de una parte de los textos, entre ellos los anales de los soberanos asirios Tiglatpileser, el Pul de la Biblia, Sargón, Senaquerib y Asaradón.

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