1. El Patriarcado Ecuménico de Constantinopla: Griegos en Constantinopla 80.000 Griegos fuera de Turquía 500.000 2. El Patriarcado de Alejandría 150.000 3. El Patriarcado de Antioquia 280.000 4. El Patriarcado de Jerusalén 50.000 5. El Patriarcado de Moscú, que incluye las Iglesias de Ucrania, Rusia Blanca, Galitzia (ex-unificados), Lituania, Letonia, Estonia y Cárpato-Rusia 100.500.000 6. El Patriarcado de Yugoslavia 9.500.000 7. El Patriarcado de Rumania (incluyendo los ex-unificados de Transilvania) 15.000.000 8. El Patriarcado de Bulgaria (desde 1946) 6.000.000 9. El Catolicado de Georgia 3.000.000 10. La Iglesia de Grecia 8.500.000 11. La Iglesia de Chipre 400.000 12. La Iglesia de Albania 250.000 13. La Iglesia de Polonia 350.000 14. La Iglesia de Checoslovaquia 150.000 A éstas se debe añadir la Iglesia del Sinaí 300 b) Las cuatro Iglesias Autónomas: 1. La Iglesia de Finlandia 75.000 2. La Iglesia de Japón 40.000 3. La Iglesia de China 20.000 4. La Iglesia de Hungría 40.000 c) Las cinco Iglesias en vías de organización: 1. Las Iglesias en América del Norte y del Sur y en Alaska 3.000.000 2. La Iglesia de Australia 75.000 3. La Iglesia de los ucranianos en los Estados Unidos de América y Canadá 100.000 4. La Iglesia de Corea 15.000 5. La Iglesia rusa del exilio bajo el metropolitano Anastasio 250.000 En total, existen 151.000.000 de ortodoxos de rito bizantino. Además de éstos, hay 21.000.000 de ortodoxos orientales que comprenden 4.000 armenios, 2.000.000 de coptos, 14.000.000 de etíopes, 1.000.000 de indios ortodoxos y 80.000 jacobitas en Siria y el Líbano. Hay, además, unos 5.000.000 de unificados y unos 5.000.000 de antiguos creyentes en Rusia; en conjunto, unos 181.000.000 de cristianos forman el ala oriental del cristianismo contemporáneo. Capítulo VIII. La Fe y Doctrina de la Iglesia Ortodoxa El significado de la doctrina en el Oriente. – La autoridad de la Iglesia en el Oriente. – La Sagrada Escritura y la tradición eclesiástica. – La Comunión de los Santos. – La canonización de los Santos entre los ortodoxos bizantinos. – La Madre de Dios. – Oraciones por los difuntos. – La doctrina eucarística.

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En los locales de las oficinas de «Murashu e Hijos» había mucho movimiento. Durante 150 años disfrutaron de gran consideración entre sus clientes, tanto si se trataba de arrendadores de grandes tierras y de porciones de canal como de esclavos. Aquel que no sabía escribir, si después de largas negociaciones se llegaba a un acuerdo sobre un asunto determinado y llegaba el momento de firmar, ponía al pie del documento, en vez de su nombre, la impresión de la uña de su dedo. Esto, que tenía que realizarse ante testigos, correspondía a las conocidas «tres cruces» de los analfabetos de nuestros tiempos. Un día comparecieron en casa de «Murashu e Hijos» tres joyeros... «Elil-aha-Iddina, Belsunu y Hatin hablaron a Elil-nadin-sun, hijo de Murashu de esta manera: «Por lo que se refiere a la sortija de esmeralda, que está fabricada de oro, garantizamos durante veinte años que la piedra no saltará del oro. Y el día en que la esmeralda, antes de expirados los veinte años, se desprenda del anillo de oro, Elil-aha-Iddina, Belsunu y Hatin pagarán una indemnización de diez minas de plata a Elil-nadin-sun».» El documento va firmado por siete personas. Antes del nombre del notario, el documento de barro muestra tres huellas de uñas. Son las «firmas» de los tres joyeros que no sabían escribir. El judío exilado Manudanijama fue a ver a «Murashu e Hijos» porque quería concluir con un babilonio un contrato de arrendamiento relativo a un rebaño de ganado. «13 viejos carneros, 27 carneros de dos años, 152 ovejas parideras, 40 cabritos de un año, 40 corderos de un año, un viejo macho cabrío, un macho cabrío de dos años... en conjunto 274 cabezas de ganado menor blancas y negras, grandes y pequeñas... contra entrega... Por el pastoreo, el cuidado y la vigilancia del citado ganado menor, abona Manudanijama... Nipur... 25 Ulul... Firmado: huella de la uña de Manudanijama.» También se encontraron escrituras de prestación de fianzas para responder de débitos; la casa de Banca tenía secciones especiales para toda clase de intercambios de la vida corriente.

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Y todo lo que ellos hubieren defendido, en unidad de pensamientos y de sentimientos, tendría que ser considerado como la doctrina verdadera y católica de la Iglesia, sin ninguna duda o escrúpulo (c.29,1). La posteridad no debería creer nada más que lo que la venerable antigüedad de los Padres ha profesado unánimemente en Cristo (c.33,2). Este principio de Vicente de Leríns demuestra la importancia que se daba ya a la «prueba de los Padres.» La primera lista de escritores eclesiásticos aprobados o rechazados como Padres de la Iglesia se encuentra en el Decretum Gelasianum de recipiendis et non recipiendis libris, del siglo VI. Después de mencionar a algunos de los más importantes Padres, prosigue el texto: Item opuscula atque tractatus omnium patrum orthodoxorum, qui in nullo a sanctae ronanae ecclesiae consortio deviarunt, nec ab eius fide vel praedicatione seiuncti sunt, sed ipsius communicationis per gratiam Dei usque in ultimum diem vitae suae fuere participes, legendos decernit (Romana ecclesia) (c.4,3). Hoy día hemos de considerar como «Padres de la Iglesia» solamente a los que reúnen estas cuatro condiciones necesarias: ortodoxia de doctrina, santidad de vida, aprobación eclesiástica y antigüedad. Todos los demás escritores son conocidos con el nombre de ecclesiae scriptores o scriptores ecclesiastici, expresión acuñada por San Jerónimo (De vir. ill., pról.; Ep. 112,3). El título de «Doctor de la Iglesia» no es idéntico al de «Padre de la Iglesia»: a algunos de los doctores de la Iglesia les falta la nota de antigüedad, pero, en cambio, tienen, además de las tres notas características de doctrina orthodoxa, sanctitas vitae y approbatio ecclesiae, los dos requisitos de eminens eruditio y expressa Ecclesiae declaratio. En el Occidente, Bonifacio VIII declaró (1298) que deseaba que Ambrosio, Jerónimo, Agustín y Gregorio Magno fueran considerados como egregii doctores ecclesiae. Estos cuatro Padres han sido llamados también «los grandes Padres de la Iglesia.» La Iglesia griega venera solamente a tres «grandes maestros ecuménicos»: Basilio el Grande, Gregorio de Nacianzo y Crisóstomo, mientras que la Iglesia romana añade a estos tres San Atanasio, contando de esta manera cuatro grandes Padres de Oriente y cuatro de Occidente. Aunque los Padres de la Iglesia ocupan un puesto importante en la historia de la literatura griega y latina, su autoridad en la Iglesia católica se basa en motivos totalmente distintos. Lo que da tan gran importancia a los escritos y opiniones de los Padres es la doctrina de la Iglesia que considera la Tradición como fuente de fe. La Iglesia considera infalible el unanimis consensus Patrum cuando versa sobre la interpretación de la Escritura (Vatic. sess.3 c.2). El cardenal Newman pone bien de relieve la importancia de este consensus y su diferencia con las opiniones privadas de los Padres, cuando dice:

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Como en tiempos de la iconoclastia y de la inmediata posticonoclastia, el monaquismo será una vez más protagonista absoluto, punto de referencia autorizado para la población ortodoxa y guardián de la identidad étnico-religiosa. Esta coyuntura favoreció una difusión cada vez más capilar del rito monástico, aunque alejado ya de los modelos celebrativos de los estuditas. En efecto, ya desde el siglo XII se observa en la misma Constantinopla una tendencia a asimilar de nuevo el rito de los monasterios de Palestina, en particular el de la laura de Mar Saba. Hay ya influjos evidentes en el Typikón del monasterio constantinopolitano de Everghetis y, fuera de la capital, en el Typikón del monasterio Ítalo-griego de San Nicolás de Casóle, cerca de Otranto (a.1174). La nueva síntesis sabaíta que se recoge en el Typikón llamado de San Saba, cuyos primeros manuscritos se remontan al siglo XII, se caracteriza por la adopción de la agrypnia – la larga y compleja vigilia que se tiene en la noche del sábado al domingo y en la vigilia de las principales fiestas –, de horas suplementarias (mesóría) que se añaden al curso normal de la liturgia de las horas, y de un pensum salmódico más denso en los maitines. Como es natural, en los ambientes monásticos se acentúa el aspecto contemplativo por encima del propiamente celebrativo. El laboratorio de la reinterpretación definitiva del reglamento litúrgico estudita es el Monte Athos. Aquí, antes de 1347, Piloteo Kokkinos, hegúmeno de la gran laura del Monte Athos, después metropolitano de Heraclea y finalmente patriarca ecuménico (1353–1355 y 1364–1376), compila una célebre Diataxis o Reglamento para la celebración de la agrypnía de Mar Saba y una mucho más célebre Diataxis que fija el conjunto de rúbricas de la divina liturgia eucarística. Ambas Diataxeis alcanzan, aunque no inmediatamente, una amplísima difusión. Aparte de la autoridad que las otorga su ilustre redactor, una de las razones de tan fulgurante éxito ha de atribuirse a la fuerte impronta de actualidad de tales reglamentos litúrgicos. Éstos sintonizaban con el movimiento palamita, hasta el punto de reflejarlo plenamente; no en vano Piloteo Kokkinos había sido discípulo de Gregorio Palamás. Puede decirse que la legislación rubricista de Piloteo constituye el manifiesto litúrgico del hesicasmo palamita. De nuevo puede plantearse un sorprendente paralelo con la historia de la liturgia romana. Como le ocurrió a esta última en relación a la Escolástica tardía, así también la liturgia ortodoxa queda desde ahora vinculada a un solo sistema teológico: el palamismo.

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Aquella mutua relación referente al principio de igualdad de gracia jerárquica, quedó en la Iglesia para siempre en los sucesores de los Apóstol es, los obispos. Cuando se presentó entre los Apóstol es la necesidad de dirigirse en voz y juicio autorizado, esto fue con motivo de que surgieron en Antioquía importantes dudas referente a la aplicación del ritual de la ley de Moisés, entonces los Apóstol es se reunieron en el concilio en Jerusalén (Hech. cap. 15). La resolución del Concilio fue declarada obligatoria para toda la Iglesia (Hech. 16:4). Con esto dieron ejemplo de resolución Conciliar para cuestiones importantes de la Iglesia de todos los tiempos. De tal manera el más alto órgano de poder eclesiástico es el Concilio de Obispos : para las iglesias locales: el concilio local de obispos, y para la Iglesia universal – el concilio de todos los obispos de la Iglesia. Sucesión y continuidad del episcopado de la Iglesia Una de las partes esenciales de la Iglesia la componen la sucesión de los Apóstol es y la continuidad del episcopado, y en el lado opuesto: la ausencia de la sucesión episcopal en una y otra denominación cristiana la priva de su atributo de verdadera Iglesia, incluso aunque presente una inalterada enseñanza teológica. Este entendimiento presente estuvo en la Iglesia desde su comienzo. De la historia de la Iglesia de Eusebio de Cesárea sabemos, que cada iglesia cristiana local antigua preservaba la lista de sus obispos en su ininterrumpida sucesión. San Ireneo de Lyón escribe: «Nosotros podemos enumerar a aquellos que fueron entronizados obispos en las iglesias y a sus sucesores hasta nosotros, y efectivamente enumera en orden de sucesión a los obispos de la Iglesia Romana hasta casi fines del siglo segundo («Contra los herejes,» tomo 3, cap. 3). El mismo punto de vista expresó Tertuliano: «Que nos demuestren los comienzos de sus iglesias, y anuncien la serie de sus obispos y en qué forma se continúa su sucesión y cómo el primero de sus obispos tuvo por causa o predecesor a alguno de los Apóstol es. Porque la iglesia apostólica presenta la lista de sus obispos de esta manera: La Iglesia de Esmirna presenta a Policarpo, puesto por Juan, la romana a Clemente, ordenado por Pedro, de la misma forma las otras iglesias señalan a aquellos padres apostólicos que fueron elevados al episcopado por los mismos Apóstol es, teniendo en ellos el retoño de la semilla apostólica» (Tertuliano «Concerniente a las prescripciones» contra los herejes). La Vida de la Iglesia en el Espíritu Santo. Vida Nueva

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Cabría destacar todavía, entre otros, a Georgios Mantzaridis 1935), de la Facultad teológica de Tesalónica, que destaca en el campo de la moral y de la sociología cristiana. De él se puede citar Etica e vita spirituale. Una prospettiva ortodossa (Bolonia 1989). Otro teólogo de la escuela de Tesalónica es Nikos Matsukas 1934), de quien se ha dicho que, además de una aguda inteligencia, posee una preparación completa que le proporciona instrumentos aptos para ser un teólogo ortodoxo capaz de hablar al hombre de hoy. Ha publicado una Teología dogmática y simbólica (en griego), en dos volúmenes (Tesalónica 1985). Spiteris, al final de su magnífica exposición de la teología neo-griega, se pregunta por el futuro de la teología griega. Recoge las palabras del joven teólogo Marios Begzos («El punto crítico de la teología neo-helénica hopy,» Διαβαζω 251, 1990, 53–59), discípulo de Nisiotis y su sucesor en la universidad de Atenas, el cual constata: «En el decenio de los años ochenta hemos quedado huérfanos de teólogos. ¿Quién sabe si existirá en el decenio de los años noventa una teología neo-griega digna de su nombre y de valor igual al de su espléndido pasado como aquella que tuvimos en las dos generaciones precedentes? ¿Hay esperanza de salir de la crisis?» La misma preocupación venía reflejada en una Declaración hecha pública pocos años antes por una asociación de teólogos de la Facultad de Tesalónica. Dicho documento constata, entre otras cosas: «Entre nosotros, la teología, después de un período de innocuo academicismo, ha atravesado, en los últimos decenios, una fase decisiva de autocrítica con relación a sus raíces tradicionales. Después de esta fase era de esperar que renovase su identidad y que intentase su entrada en el mundo contemporáneo. [...] Hoy la Iglesia y los hombres necesitan una teología diferente. Se trata de una teología que toma su aliento y su fuerza de las fuentes incorruptas de la ortodoxia, pero que sabe reactualizarlas y revitalizarlas, con un sentido de gran responsabilidad. Tendría que ser una teología penetrada del espíritu de la cruz y de la resurrección, del esfuerzo y de la ascesis, del sacrificio y de la esperanza por algo mejor que puede realizarse ahora y en el futuro; una teología enraizada en la profundidad del núcleo de la Iglesia, que se alimente del «pan bajado del cielo» y que sea vivificada por los latidos del Paráclito…»

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De tal manera la acción de los Apóstol es fue colmada de elementos místicos, mystiri o n. Pero entre ellos el lugar central lo ocupaban los oficios sacerdotales. Por eso es natural que en la vida de la Iglesia, una serie de momentos importantes y especiales de la edificación llena de gracia, una serie de oficios sacerdotales, paulatinamente recibiera preferentemente el nombre de «Sacramentos.» San Ignacio el Teóforo, discípulo directo de los Apóstol es escribe sobre los diáconos, de que ellos igualmente son «servidores de los misterios de Jesucristo» (epístola a los Trallanos). Con estas palabras de San Ignacio se desmiente la afirmación de los historiadores protestantes de que en la iglesia Antigua el término «Sacramento» nunca se apeló al culto eclesiástico. Los servicios sacerdotales llamados «Sacramentos» son como las cimas en una larga cadena de colinas, la cadena de los restantes servicios litúrgicos y oraciones. En los Sacramentos, las oraciones están unidas con las bendiciones, en una forma u otra, por medio de un acto especial. Las palabras de bendición, acompañadas por actos exteriores son como vasijas espirituales del cual se extrae y se distribuye la Gracia del Espíritu Santo a los miembros de la Iglesia que creen sinceramente. De esta manera, el Sacramento es el acto sagrado, que de modo visible , hace participar al alma de los fieles, la Gracia invisible y efectiva de Dios . Bajo el nombre de «Sacramentos» se establecieron en la Iglesia siete ritos. Ellos son los siguientes: Bautismo, Crismación, Comunión o Eucaristía, Confesión (Arrepentimiento) Sacerdocio, Matrimonio y Unción con los Oleos. El extendido Catecismo Cristiano así define la esencia de cada misterio: «En el Bautismo el hombre nace misteriosamente a la vida espiritual; en la Crismación recibe la gracia del crecimiento y del fortalecimiento (Confirmación); en la Comunión se alimenta espiritualmente; en el Arrepentimiento es medicado contra enfermedades espirituales – los pecados; en el Sacerdocio recibe la gracia de renacer y educar a otros espiritualmente por medio de la enseñanza, la oración y los sacramentos; en el Matrimonio recibe la gracia que santifica la vida conyugal y el natural nacimiento y educación de los hijos; en la Unción con los Oleos es medicado contra las enfermedades corporales, por medio de la curación de las malencias espirituales.» Para la vida misma de la Iglesia, como cuerpo íntegro de Cristo y como «establo del rebaño de Cristo,» especialmente importante están: a) el Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo o Eucaristía, b) el sacramento de la consagración de los elegidos para el servicio de la Iglesia en sus grados jerárquicos, o imposición de manos (Quirotonía), dada como indispensable para la estructura de la Iglesia, y juntamente a ellos, c) el sacramento del Bautismo, que abastece el cuerpo de la Iglesia.

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A pesar de esto, la contribución de su genio artístico al lenguaje de la Iglesia primitiva es de primera importancia. Sus obras siguen siendo la fuente principal para nuestro conocimiento del latín cristiano. Contienen gran cantidad de palabras nuevas que fueron adoptadas por los teólogos posteriores y han hallado un lugar permanente en el vocabulario dogmático. Por esta razón se ha llamado a Tertuliano «el creador del latín eclesiástico.» Esto, sin embargo, es una exageración y no tiene suficientemente en cuenta la honda y duradera influencia de las más antiguas traducciones de la Biblia, donde se usaron por vez primera muchas de las palabras que se creían inventadas o adaptadas por Tertuliano, como lo ha probado recientemente A. Kolping respecto a la palabra sacramentum. Sin embargo, aun con esta reserva queda bastante claro que es creación propia de Tertuliano, como para asegurarle un lugar prominente en la historia del latín cristiano. I. Sus Escritos. 1. Transmisión del texto Desde los comienzos de la Edad Media deben de haber existido, por lo menos, seis colecciones de las obras de Tertuliano. 1. El Corpus Trecense es el más pequeño y probablemente el más antiguo. Su principal representante es el Codex Trecensis 523 (T), que fue descubierto por Dom A. Wilmart en la biblioteca de Troyes el año 1916. Contiene cinco tratados más o menos completos: Adversus Iudaeos, De carne Christi, De carnis resurrectione, De baptismo, De paenitentia. Escrito en el siglo XII en Clairvaux, el Codex Trecensis se considera como el más valioso de todos. J. W. Ph. Borleffs ha probado que las notas marginales de la edición de Tertuliano por Martín Mesnart (París 1545) contienen una selección de variantes de este códice. Kroyman opina que el Corpus Trecense remonta, quizá, a la época de Vicente de Leríns (+ 454) y que, en todo caso, representa el primer intento encaminado a rehabilitar la reputación de las obras de Tertuliano. 2. El Corpus Masburense ha llegado a nosotros en copias de fecha más reciente que el Trecense, aunque, como colección, debe de ser anterior al 494, año en que el Decretum Gelasianum condenó todas las obras de Tertuliano. Conocemos su texto por la edición de Segismundo Gelenio (Basilea 1550), basada en la Mesnartiana y en el Codex Masburensis, que ya no existe. Este códice contenía doce tratados: De carnis resurrectione, De praescriptione haereticorum, De monogamia, De testimonio animae, De anima, De spectaculis, De baptismo, Scorpiace, De idololatria, De pudicitia, De ieiunio, De oratione.

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Wiesbaden, 1980. S. 278-382; Deshman R. The Exalted Servant: The Ruler Theology of the Prayerbook of Charles the Bald//Viator. Turnhout, 1980. Vol. 11. P. 385-417; La Neustrie: Les pays au nord de la Loire de Dagobert à Charles le Chauve (VII-IX siècle): Cat. Rouen, 1985; Eggenberger С. Psalterium aureum Sancti Galli. Sigmaringen, 1987; Illuminierte Handschriften der Agilolfinger- und frühen Karolingerzeit: Cat. Münch., 1989; McKitterick R. Manuscripts and Scriptoria in the Reign of Charles the Bald, 840-877//Giovanni Scoto nel suo tempo: L " organizzazione del sapere in età carolingia: Atti del XXIV Convegno storico internazionale. Spoleto, 1989. P. 201-232; eadem. The Carolingians and the Written World. Camb., 1989; eadem. Carolingian Book Production: Some Problems//The Library. Ser. 6. L., 1990. Vol. 12. P. 1-33; eadem. The Palace School of Charles the Bald//Charles the Bald: Court and Kingdom. Aldershot, 1990 2. P. 326-339; Metz enluminée: Cat. Metz, 1989; Dion M.-P. Le scriptorium et la bibliothèque de Saint-Amand au IX siècle//La cantilene de Sainte-Eulalie: Actes du colloque de Valenciennes, 21 mars 1989. Lille, 1990. P. 35-52; Euw A., von. Evangéliaires carolingiens enluminés: Cat. La Haye, 1990; Saint Germain d " Auxerre: Intellectuels et artistes dans l " Europe caroligienne: IXe-XIe siècles: Cat. Auxerre, 1990; Gasparri F. Le scriptorium de Corbie//Scrittura e civiltà. Firenze, 1991. Vol. 15. P. 289-305; The Early Medieval Bible: Its Production, Decoration and Use. Camb., 1994; The Utrecht Psalter in Medieval Art: Picturing the Psalms of David. Tuurdijk; L., 1996; Chazelle C. M. Archbishops Ebo and Hincmar of Reims and the Utrecht Psalter//Speculum. 1997. Vol. 72. N 4. P. 1055-1077; Reudenbach B. Das Godescalc-Evangelistar. Fr./M., 1998; Kunst und Kultur in der Karolingerzeit: Kat. Mainz, 1999. 2 Bde; Denzinger G. Die Handschriften der Hofschule Karls des Grossen: Studien zu ihrer Ornamentik. Langwaden, 2001; Caillet J.-P. L " art carolingien. P., 2005; Trésors carolingiens: Livres manuscrits de Charlemagne à Charles le Chauve: Cat.

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3. El Corpus Agobardinum, conservado en el Codex Agobardinus, comprendía originalmente veintiuna obras de Tertuliano. Hoy día, el manuscrito Codex Parisinus latinus 1622, saec. IX, llamado Agobardinus (A) por el nombre de su propietario el arzobispo Agobardo de Lyón (814–840), contiene solamente trece: Ad nationes, De praescriptione haereticorum, Scorpiace, De testimonio animae, De corona, De spectaculis, De idololatria (incompleta), De anima (incompleta), De oratione (incompleta), De cultu feminarum (incompleta), Ad uxorem, De exhortatione castitatis, De carne Christi (hasta el c.10). A pesar de sus defectos, este códice en pergamino sigue siendo una fuente generalmente segura para la historia del texto. La colección data probablemente de la misma época que el Corpus Masburense. 4. El Corpus Cluniacense fue compuesto verosímilmente más tarde que los tres anteriores, en España, al parecer hacia la mitad del siglo VI. Contiene la colección más importante de las obras de Tertuliano; comprende veintisiete tratados, entre ellos los escritos antiheréticos, que no se encuentran en ninguna de las otras tres colecciones. El Corpus Cluniacense ha llegado a nosotros en un buen número de manuscritos, que dependen todos de los Codd. Cluniacenses que se perdieron. El más importante es el Codex Montepessulanus 54, saec. XI (M) de la Bibliothéque Municipale de Montpellier. Contiene De patientia, De carne Christi, De resurrectione carnis, Adversus Praxean, Adversus Valentinianos, Adversus Marcionem, Apologeticum. El Codex Paterniacensis 439, saec. XI (P), ahora en Schlettstadt, está emparentado con el Montepessulanus, pero es muy inferior a él en calidad. Da el texto de De patientia, De carne Christi, De resurrectione carnis, Adversus Praxean, Adversus Valentinianos, Adversus Iudaeos, De praescriptione haereticorum, el espúreo Adversus omnes haereses, Adversus Hermogenem. Pertenecen al mismo grupo el Codex Florentinus Magliebechianus, Conventi Soppressi VI 9, saec. XV (N), el Codex Florentinus Magliebechianus, Conv. Soppr. VI 10, saec. XV (F), el Codex, Vindobonensis 4194, saec. XV (V), el Codex Leydensis Latinas 2, saec. XV (L), y una serie de manuscritos italianos más recientes, que dependen todos de Ν ο F. Este grupo contiene, ademαs de los mencionados más arriba, los tratados De fuga, Ad Scapulam, De corona, Ad martyras, De paenitentia, De virginibus velandis, De culta feminarum, De exhortatione castitatis, Ad uxorem, De monogamia, De pallio.

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