Completamente acorde con la práctica tradicional de los postreros siglos de la Iglesia, responde, a su vez, a aquella veneración que sentían hacia la cruz y el crucifijo los primeros cristianos. En los siglos de las persecuciones, la cruz, salvo poquísimas excepciones, no aparece nunca en el culto público a no ser encubierta bajo la forma de monograma o de un símbolo, como, por ejemplo, el áncora, con un trazo transversal en la anilla, o el tridente, en que va atravesado el pez (Cristo). Semejante reserva debíase al temor de las profanaciones por parte de los paganos; temor fundado, como lo demuestra la caricatura del Palatino. Mas no por esto hemos de creer que en la devoción privada no se utilizase la imagen del Crucificado. Prueba de esto son las dos piedras preciosas cristianas (s. II-III), que representan a Cristo en la cruz rodeado de los apóstoles, y una gnóstica, en que se ve al Crucificado entre María Santísima y San Juan. Con el advenimiento de la paz, la cruz viene a ser símbolo de gloria. En el palacio imperial de la nueva Roma y en la concavidad absidal de las basílicas brilla la cruz con los fulgores de la pedrería y del arte, pero todavía no lleva la figura de Cristo crucificado. El crucifijo aparece por vez primera representado en un marfil de técnica robusta, que se conserva en Londres, y en un tosco panel de la puerta de madera de Santa Sabina, en Roma. Se trata de representaciones de carácter realístico, con la efigie de Cristo desnudo, cubierto únicamente con una especie de faldilla. El modelo debía de provenir del Oriente, en donde para oponerse a la herejía monofisita se quería hacer resaltar la muerte del hombre, con lo cual se afirmaba la dualidad de naturalezas unidas en la persona de Cristo. Pero pronto se advierte en Occidente una reacción contra aquella corriente, que se consideraba poco respetuosa hacia Cristo y como un desdoro de su resurrección. San Gregorio de Tours (+ 593), en efecto, cuenta que, habiéndose pintado en San Genesio, de Narbona, un crucifijo casi desnudo, se apareció Cristo a un sacerdote protestando y pidiendo que le vistiesen. Así tenemos los crucifijos cubiertos con el colobium o túnica, con mangas o sin ellas, que llega hasta los talones, como el crucifijo del evangeliario de Rábula (final del s.Vi), de San Valentín (s.VIl) y de Santa María la Antigua (s.VIIl); de la misma época es la representación de la cruz teniendo, en lugar de Cristo, un cordero, como se ve en una columna del baldaquín de San Marcos, de Venecia (s.VI), y en la cruz de Justino II.

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En ellas se representa dos veces un pez, que descansa sobre un terreno pintado de verde y adosado a un cesto lleno de panes, el cual del a ver, tras las mimbres con que está un vaso de vidrio lleno de líquido rojo, que evidentemente debe de ser vino. En uno de los canastos, los panes son cinco, y llevan, en la parte alta, una pequeña corona; en el otro son seis, y no llevan signo especial alguno. Algunos quisieron ver en estas pinturas una alusión al milagro de la multiplicación de los panes y peces, y quizás sea así; pero la ampolla de vino indica con toda evidencia que su finalidad principal es representar los elementos eucarísticos. Juntamente con los elementos eucarísticos, ¿se hacían también ofrendas de otro género? San Justino no hace la menor alusión, pero sin duda que las había. La Didaché las recomienda con gran interés a los fieles, a fin de que sirvan para el mantenimiento de los profetas y, en todo caso, de los pobres: Omnes primitias provenientes e torculari área et bobus atque ovibus sumes et dabis primitias prophetis... sin auiem non habetis prophetam, date pauperibus. Sin embargo, no supone que tuvieran relación con el servicio litúrgico, mientras que en Roma debían tenerlo, como más tarde lo dice la Traditio. San Clemente Romano en la Carta a los Corintios tiene una página interesante acerca del orden que han de observar los fieles en la presentación de las ofrendas. Según Reville, era esta cuestión la que había movido a una parte de ellos a rebelarse contra sus presbíteros. En realidad, nada sabemos sobre las causas de tal conflicto. San Clemente se limita a defender el derecho divino de la jerarquía frente a los seglares, tanto más en las cuestiones relacionadas con el culto. Cuando San Clemente habla de las oblaciones que deben hacerse en el tiempo y lugar prescriptos por Jesús, quiere referirse, sobre todo, a los dos elementos de la eucaristía, el pan y el vino. Aunque no puede verse en sus palabras una alusión, que sería la primera, a un rito litúrgico de ofertorio colectivo, es preciso admitir que tales oblaciones estaban sujetas a determinadas reglas disciplinares. «Cada uno de vosotros – concluye el pontífice – en su propia línea dé gracias a Dios , conservando limpia la conciencia y respetando la regla establecida en su servicio.»

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It is disheartening to see theologians such as Fr. Nickolaos Loudovikos see in Fr. John Romanides’ theology a de-emphasis on the Sacraments. What does it mean to emphasize the Sacraments? Are we saved through a turnstile, or a pez dispenser, a mechanism that counts whether or not we went to church? No, a Sacrament confers on the seeker the level of union with divine energies that he or she has worked for. And, of course, the participation in the Sacrament is itself a purifying work, so there is not, and cannot, be any contradiction between Fr. John’s emphasis on the Liturgy that has to take place in the inner man, and life in the Church’s Sacraments. Anyone who perceives an opposition there is projecting their own error onto a holy man’s writings. So, why all the confusion and misconception about Sacraments and their relation to the inner life? I think human beings can became deluded by an overwhelming desire for a universal anchor that seems tangible and real as if it were a loaf of bread inside a room whose door we have a key. Being accessible to our eyes, hands, and mouths, and being separable by its enclosure, we understand this bread, this object out there, from our all-knowing perspective, our Punctum Archimedis, as an object of experience of which we have certain knowledge. I think this is where Greek philosophy started: What is the unchanging, unmovable foundation for the world? It must be a kind of Being that serves as an absolutely unchanging background for all change. “All that is, is; all that is not, is not,” as Parmenides said. So, as the self-appointed “lover of wisdom,” the philosopher, one can now grant legitimacy to whatever aspects of the world that seem more solid and immutable, and discount what seem to be the more ephemeral aspects. The philosopher looks with eyes such as these at institutions and confers his imprimatur on them (with reservations of course), and holds himself back as the gifted one in possession of knowledge of Being.   Orthodoxy does not start with an aristocrat who assumes that his noetic apparatus, his mind, unaided by God, can determine what is immutable and what is mutable. Orthodoxy starts with despair: God is uncreated, I am created and mutable. I am lost without being saved, for creation is pain, limitation, death. Creation is an open sore that cannot close its own breach; it can grasp no m?teria outside its own aching, screaming life. If we attend to ourselves, we find our inner man telling us that the question of creation (who will deliver me from the body of this death?) has to come from both outside of creation and inside of creation. So there must be revelation.

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Moisés era un hebreo nacido en Egipto y educado por egipcios y llevaba un nombre típico de este país. «Moisés» es el nombre Mâose, muy corriente junto al Nilo. La palabra egipcia «ms» significa sencillamente «niño, hijo.» Un gran número de faraones se llamaban Amosis, Amasis y Thutmosis. Y Thutmose se llamaba el célebre escultor entre cuyas obras maestras figura la cabeza de Nefrete, de sin igual belleza, que todo el mundo admira aún hoy día. Esto son hechos positivos. Los egiptólogos lo saben. Pero la generalidad fija su atención sobre la célebre historia bíblica de Moisés, sobre la cestilla encontrada en el Nilo, y los eternos escépticos sacan a colación un argumento que, según ellos, pone en duda la autenticidad de tan precioso relato: «¡Esto no es más que la leyenda del nacimiento de Sargón!» dicen. Y opinan que se trata de un simple plagio. Del rey Sargón, fundador de la dinastía semítica de Akkad, 2.360 años antes de J.C., nos hablan los textos trazados en escritura cuneiforme: «Yo soy Sargón, el poderoso rey de Akkad. Mi madre era una sacerdotisa. A mi padre no le conocí. Mi madre me concibió; me dio a luz a escondidas; me colocó en una cesta de juncos y cerró mi puerta con asfalto. Me abandonó en el río... El río me arrastró llevándome hasta donde estaba Akki regando. Éste me adoptó como hijo suyo y me educó...» El parecido con la historia bíblica de Moisés es, en realidad, desconcertante: Mas como no pudiese tenerlo oculto mas tiempo, cogió una cestilla de papiro, calafateada por betún y pez, puso en ella al niño y la coloco en el juncal, orilla del Nilo... (Ex. 2:3...). La historia de la cestilla es un relato popular muy antiguo entre los semitas. A través de muchos siglos, fue de boca en boca. La leyenda relativa a Sargón, perteneciente al tercer milenio antes de Jesucristo, se encuentra también reseñada en unas tablillas de escritura cuneiforme del primer milenio. Sus detalles no son más que arabescos con los cuales, desde los tiempos más remotos, se adornaba la vida de los grandes hombres para la posteridad. ¿Quién pondría en duda la realidad histórica del emperador Barbarroja por algunos detalles que la leyenda ha ido tejiendo en torno a su vida?

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Objetos del culto hallados entre las ruinas, sobre todo plaquitas y pequeñas arquetas con motivos decorativos formados por serpientes, demuestran que estos templos estuvieron consagrados a Astarté, la diosa de la fecundidad de Canaán, y a Dagón, el dios principal de los fenicios – un ser mitad hombre, mitad pez. Sus paredes han sido testimonios de lo que los filisteos, después de su victoria, según relata la Biblia, hicieron a Saúl: Luego depositaron las armas de Saúl en el templo de Astarté y su cadáver lo fijaron en las murallas de Bet-San (I Sara. 31:10); la casa de Astarot son las ruinas del templo del Sur... y su cabeza la clavaron en el templo de Dagón (I Par. 10:10); éste es el templo puesto al descubierto en la vertiente norte. • 1. The Romance of the last Crusade. Parte Quinta. Cuando Israel Era Un Gran Reino. Desde David hasta Salomón. 1. David, El Gran Rey. Una personalidad genial. – Poeta, compositor y músico. – De guerrero a gran rey. – Involuntaria ayuda armada a favor de Asiria.– Desde el Orontes a Esyon-Gueber. – El desquite en Bet-San. – Nuevas construcciones con terraplenes de casamatas. – Jerusalén cayo gracias a la astucia. – Warren descubre un pozo que conduce a la ciudad. – El “Sopher» redactaba los anales del reino. – David, ¿se llamaba realmente David? – La tinta como novedad. – El clima de Palestina es desfavorable para la conservación de documentos. LLEGARON. PUES, TODOS LOS ANCIANOS DE ISRAEL DONDE EL REY. A HEBRÓN, Y EL REY DAVID PACTÓ CON ELLOS ALIANZA EN HEBRÓN DELANTE DE YAHVÉ. Y UNCIERON A DAVID POR SOBERANO SOBRE ISRAEL. TREINTA AÑOS TENÍA DAVID CUANDO SUBIÓ AL TRONO Y REINÓ CUARENTA AÑOS (2 Sam. 5:3–4). El nuevo rey está tan diversamente dotado que resulta difícil decidir cuál de sus cualidades sea más de admirar. Sería también difícil hallar en el mundo, en los últimos siglos, a una persona igualmente genial y de formación parecida a la de David. ¿Dónde está el hombre que sea digno de alabanza tanto como estratega y formador de un estado, como poeta y músico? Sólo por sus poesías le seria concedido hoy día al rey David el premio Nobel. Además, como los trovadores de la Edad Media, era poeta, compositor y músico en una pieza.

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Obras: Fue autor del Eucarístico, un poema autobiográfico publicado el 459 destinado a dar gracias a Dios por la manera en que había intervenido en su vida. Paulo Orosio Vida: Nació en Braga entre el 375 y el 380. Ante la invasión de los godos se refugió en África, donde entrega a Agustín una memoria de los errores priscilianistas y origenistas que circulaban por la Península Ibérica. Enviado por Agustín a Belén para consultar a Jerónimo sobre el problema del origen del alma, en el 415 asiste en Jerusalén al sínodo convocado por el obispo Juan contra Pelagio («renacuajo» y «dragón abominable» en términos de Orosio). Ante el callejón sin salida al que se llegó, se optó por remitir la solución del problema al papa Inocencio. Al no serle posible volver a España ya en poder de los bárbaros, Orosio optó por regresar a Hipona. Obras: Escribió un Commonitorio acerca del error de los priscilianistas y origenistas, un Libro apologético contra los pelagianos y siete libros de Historias contra los paganos. Ver Agustín; Orígenes; Pelagio; Prisciliano. Pectorio Nombre al que va referido un epitafio cristiano hallado en siete pedazos en un antiguo cementerio cristiano cercano a Autún (Francia) en 1830. J. P. Pitra – al igual que J. B. De Rossi – lo dató a inicios del s. II, mientras que E. Le Blant y J. Wilpert lo sitúan a finales del s. III. Quasten se ha inclinado por una datación entre el 350 y el 400 en base a la forma y al estilo de las letras, si bien reconoce que la fraseología es igual a la del epitafio de Abercio. El poema que aparece en este epitafio – tres dísticos y cinco hexámetros – es en su primera parte de carácter doctrinal y denomina al bautismo «fuente inmortal de divinas aguas,» a la vez que atestigua la costumbre primitiva de recibir la comunión en las manos. En la segunda parte, Pectorio pide por su madre y rogaba a sus familiares una oración «en la paz del Pez.» Ver Abercio. Pedro de Alejandría Vida: Consagrado obispo de Alejandría hacia el 300, se vio obligado a abandonar la ciudad durante la persecución de Diocleciano. Murió mártir en el 311. En su ausencia, el obispo de Licópolis, Melecio, se apoderó de su diócesis y de otras cuatro, cuyos obispos habían sido encarcelados durante la persecución. Pedro lo depuso en un sínodo alejandrino (305–306), pero Melecio, lejos de someterse, se constituyó en defensor de una postura rigorista – Iglesia de los mártires – que ni siquiera Nicea llegó a reducir.

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Una de las objeciones era, evidentemente, ésta: «¿Cómo puede un baño corporal en el agua efectuar la limpieza del alma y la salvación de la muerte eterna?» Por eso, el primer capítulo se abre con esta exclamación: «¡Dichoso sacramento el del agua (cristiana), que lava los pecados de nuestra pasada ceguera y nos engendra a la vida eterna!» Y termina con esta comparación: «Mas nosotros, pececitos, que tenemos nuestro nombre de nuestro pez (ιΧΘΥλ), Jesucristo, nacemos en el agua y no tenemos otro medio de salvación que permaneciendo en esta agua saludable.» El que Dios se valga de medio tan ordinario no debe escandalizar a un hombre carnal, porque El tiene la costumbre de elegir las cosas humildes y sin pretensiones para llevar a cabo sus planes (c.2). El agua fue, desde el principio del mundo, un elemento preferido de Dios y fuente de vida (c.3), y fue santificado por el Creador y escogido como vehículo de su poder ( c.4). Aquí nos enteramos accidentalmente de que ya entonces se practicaba en la Iglesia del África la consagración de la fuente del agua bautismal: Todas las clases de agua, en virtud de la antigua prerrogativa de su origen, participan en el misterio de nuestra santificación, una vez que se haya invocado sobre ellas a Dios. El Espíritu baja inmediatamente del cielo y se posa sobre las aguas, santificándolas con su presencia, y, así santificadas, se impregnan del poder de santificar a su vez (c.4). Desde el principio del mundo, cuando el Espíritu volaba sobre el abismo, el agua ha sido considerada siempre como un símbolo de purificación y la morada de la actividad sobrenatural. Los ritos paganos, que no son otra cosa que imitaciones diabólicas del sacramento, y las mismas creencias populares atestiguan esta verdad (c.5). No es el mero lavado físico el que confiere la gracia, sino el gesto sagrado junto con la fórmula trinitaria (c.6). Inmediatamente después del bautismo sigue la unción (c.7), luego la confirmación, que confiere el Espíritu Santo por la imposición de las manos (c.8).

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