Debido a esta gloriosa inclinación, las almas de los mártires despreciaron fácilmente sus torturas. 61 . Una cosa es la vigilancia de los pensamientos; otra el cuidado del espíritu. El Oriente está tan alejado del Occidente como la segunda está elevada por encima de la primera y es más difícil de alcanzar. 62 . Una cosa es rezar para ser liberado de los pensamientos; otra, contradecirlos y otra, despreciarlos y pasarlos por encima. De la primera actitud, tenemos el siguiente testimonio: «Oh Yahvé, corre en mi ayuda» (Sal 69:2) y otras cosas semejantes; de la segunda, éstos otros: «Daré respuesta al que me insulta, porque confío en tu palabra» (Sal 118:42) para rechazarlos; y «Habladuría nos haces de nuestros convecinos» (Sal 79:7). También de la tercera da razón el salmista: «Me callo ya, no abro la boca, pues eres Tú el que actúas» (Sal 38:10), «Pondré un freno en mi boca mientras esté ante mí el impío» (Sal 38:2), y: «Los soberbios me insultan hasta el colmo, yo no me aparto de tu ley» (Sal 118:51). El que se mantiene en el segundo grado también deberá usar a menudo la primera forma de lucha, cuando sea tomado de improviso. Quien se encuentra en el primer grado no puede rechazar a sus enemigos por la segunda. Pero quien alcanza el tercer grado desprecia completamente a los demonios. 63 . Naturalmente es imposible que lo que es incorpóreo sea contenido en los límites de lo que es corporal; pero todo es posible para quien posee a Dios. 64 . Así como los que tienen buen sentido del olfato pueden descubrir a los que tienen perfumes ocultos, el alma pura discierne en los otros tanto el buen aroma que ella misma obtuvo de Dios como la hediondez de la que fue liberada, aunque esto no pueda ser percibido por los otros. 65 . No es posible que todos lleguemos a ser impasibles; pero no es imposible que todos seamos salvados y que nos reconciliemos con Dios. 66 . No te dejes dominar por esos extraños pensamientos: quieren penetrar indiscretamente en las disposiciones inefables y providenciales de Dios y saber por qué algunos tienen visiones, sugiriéndote en secreto que Dios hace excepciones.

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El Señor dice de éstos: «En cuanto me oyó, me obedeció.» Y dice también a los que enseñan: «El que a ustedes oye, a mí me oye.» Estos tales, dejan al momento sus cosas, abandonan la propia voluntad, desocupan sus manos y dejan sin terminar lo que estaban haciendo, y obedeciendo a pie juntadas, ponen por obra la voz del que manda. Y así, en un instante, con la celeridad que da el temor de Dios, se realizan como juntamente y con prontitud ambas cosas: el mandato del maestro y la ejecución del discípulo. Es que el amor los incita a avanzar hacia la vida eterna. Por eso toman el camino estrecho del que habla el Señor cuando dice: «Angosto es el camino que conduce a la vida.» Y así, no viven a su capricho ni obedecen a sus propios deseos y gustos, sino que andan bajo el juicio e imperio de otro, viven en los monasterios, y desean que los gobierne un abad. Sin duda estos tales practican aquella sentencia del Señor que dice: «No vine a hacer mi voluntad, sino la de Aquel que me envió.» Pero esta misma obediencia será entonces agradable a Dios y dulce a los hombres, si la orden se ejecuta sin vacilación, sin tardanza, sin tibieza, sin murmuración o sin negarse a obedecer, porque la obediencia que se rinde a los mayores, a Dios se rinde. Él efectivamente dijo: «El que a ustedes oye, a mí me oye.» Y los discípulos deben prestarla de buen grado porque «Dios ama al que da con alegría.» Pero si el discípulo obedece con disgusto y murmura, no solamente con la boca sino también con el corazón, aunque cumpla lo mandado, su obediencia no será ya agradable a Dios que ve el corazón del que murmura. Obrando así no consigue gracia alguna, sino que incurre en la pena de los murmuradores, si no satisface y se enmienda. 6. El Silencio Hagamos lo que dice el Profeta: «Yo dije: guardaré mis caminos para no pecar con mi lengua; puse un freno a mi boca, enmudecí, me humillé y me abstuve de hablar aun cosas buenas.» El Profeta nos muestra aquí que si a veces se deben omitir hasta conversaciones buenas por amor al silencio, con cuanta mayor razón se deben evitar las palabras malas por la pena del pecado.

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ENTONCES YAHVÉ DIJO A NOÉ: «ENTRA TÚ Y TODA TU FAMILIA EN EL ARCA, PUES TE HE OBSERVADO JUSTO ANTE Mí EN ESTA GENERACIÓN... PUES DENTRO DE SIETE DÍAS VOY A HACER LLOVER SOBRE LA TIERRA CUARENTA DÍAS Y CUARENTA NOCHES Y ANIQUILARÉ DE SOBRE LA FAZ DE LA TIERRA A TODOS LOS SERES QUE PRODUJE. A LOS SIETE DÍAS, LAS AGUAS DEL DILUVIO IRRUMPIERON SOBRE LA TIERRA (Gén. 7:1–4, 10). Cuando oímos nombrar el Diluvio pensamos inmediatamente en la Biblia y en el arca de Noé. Esta extraordinaria historia del Antiguo Testamento peregrinó con el cristianismo por todo el mundo. Así se convirtió en la más conocida tradición acerca del Diluvio, aunque no es, en modo alguno, la única. En los pueblos de todas las razas existen diversas tradiciones de una gran catástrofe de esta índole. Los griegos, por ejemplo, relataban la leyenda de la inundación del Deucalión; mucho antes de Colón existía entre los aborígenes del continente americano el recuerdo de una gran inundación; también en Australia, en la India, en Polinesia, en el Tibet, en Cachemira, así como entre los lituanos, el relato de un diluvio ha pasado de boca en boca, de generación en generación, hasta nuestros días. ¿Es que todo eso no es más que una inmensa y coincidente fantasía, un cuento, una leyenda, es decir, un relato producto de la imaginación? Lo más probable es que unas y otras no sean otra cosa que el reflejo de una misma catástrofe universal. Tan grandioso fenómeno debió de ocurrir cuando ya había hombres que pensaban, que sobrevivieron a él y que pudieron dar cuenta de lo acontecido. Los geólogos creen poder descifrar el enigma de aquel remoto acontecimiento mediante su ciencia, teniendo en cuenta la existencia de épocas de gran calor entre glaciales intermedias. Cuatro veces subió el nivel de los mares al fundirse lentamente la coraza de hielo, de varios miles de metros de espesor en algunos sitios que cubría los continentes. Las masas líquidas, nuevamente puestas en libertad, cambiaron el aspecto del paisaje, inundaron las costas bajas junto a los mares y los valles, destruyendo a los hombres, a los animales y al mundo vegetal. En una palabra: todos los intentos de explicación terminaban en meras especulaciones e hipótesis.

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En cuanto a la doxología, es de notar que su adición al final de los salmos y de los responsorios no se remonta más allá del siglo VI, es decir, posteriormente a la institución de estos antiguos oficios. Pero alguno ha observado agudamente que la Iglesia en este tiempo, a diferencia de cuanto sucede en otras épocas del año, aplica a Cristo directamente los salmos, poniéndoles en cierta manera en su boca. Es El el que, substituyendo al salmista y a nosotros pecadores, grita al Padre, en medio de los sufrimientos y persecuciones, el propio dolor, la propia inocencia, el propio abandono en sus manos Es, por lo tanto, natural que, reservando el salmo 42 a Cristo, sea quitado de la boca del celebrante y que, evocando sus humillaciones, sea suprimida la doxología festiva del Gloria, que sonaría inoportuna. b) La otra particularidad consiste en la prescripción de la rúbrica del misal romano de cubrir en este tiempo las cruces y las imágenes existentes en la iglesia Es, evidentemente, un signo de tristeza muy en consonancia con el espíritu de este ciclo; pero el motivo histórico de esta singularidad litúrgica hay que buscarlo en otra parte. Esta deriva probablemente de la antigua usanza, ya atestiguada en el siglo IX, de extender al principio de la Cuaresma un gran velo delante del altar, llamado en Alemania «paño del hambre» (Hungestuch), que lo escondía enteramente a los ojos de los fieles y que era quitado a las palabras velum templi scissum est de la pasión del Miércoles Santo. El fin de él, según algunos, era práctico; el pueblo, que no tenía calendario, debía con esto ser advertido que estaba en Cuaresma . En cambio, a juicio del P. Thurston, el velo cuaresmal quería ser un recuerdo de la antigua expulsión de los penitentes de la iglesia. Cuando la disciplina de la penitencia pública decayó, y todos los fieles en la Cuaresma, con la imposición de las cenizas, fueron considerados como puestos espiritualmente en penitencia, no fue, naturalmente, posible expulsarlos de la iglesia, como en otro tiempo, pero se quiso esconder a su vista el sancta sanctorum para separarlos, en cierto modo, del santuario hasta que en la Pascua no se hubiesen reconciliado con Dios.

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En el país hay un relato que va de boca en boca y que parece conocer los motivos de este rodeo. Entre el manantial y el estanque existirían, según esta leyenda, las sepulturas de los reyes David y Salomón. Los investigadores atendieron esta rara explicación debida a la voz popular; practicaron percusiones sistemáticas en las paredes del túnel, estrecho y húmedo; abrieron pozos desde la superficie de la colina hacia las entrañas de la roca, pero todo sin resultado. " En el año catorce del rey Ezequías, Senaquerib, rey de Asiria, subió contra todas las ciudades fortificadas de Judá y las tomo» (2 Re. 28:13). Cuatro años emplearon las ciudades de Siria y Palestina para tomar medidas de defensa. Los gobernadores asirios fueron expulsados. Se formó una poderosa liga. Los reyes de Escalón y Accaron se aliaron con Ezequías y Egipto prometió su ayuda en caso de complicaciones bélicas. Al nuevo soberano de Asiria, Senaquerib como es lógico, no le pasaron inadvertidas tales cosas. Pero tiene atadas las manos. Después del asesinato de Sargón, su predecesor, estalló la rebelión en la parte oriental de su reino. La fuerza directriz del movimiento era Melodak-Baladán. Tan pronto como Senaquerib, a fines del año 702 antes de J.C., se hace nuevamente dueño de la situación en el País de los Dos Ríos, se dirige hacia el Oeste y, en una sola campaña, derrota a los pequeños estados rebeldes. FIG. 54. – El asalto de los asirios a Lakís, en el año 701 a. de J.C. Todo Judá es ocupado por las tropas de Senaquerib, y el rey Ezequías es recluido en Jerusalén. De las fortalezas levantadas en la frontera, sólo Lakís ofrece resistencia. Senaquerib lanza contra esta insólita plaza sus tropas de choque. Aquel que quiera seguir plásticamente hasta el más pequeño detalle la terrible batalla que tuvo lugar en Lakís tiene que hacer una visita al Museo Británico de Londres. Allí es donde han sido expuestos los formidables bajos relieves que testigos oculares ejecutaron siguiendo el mandato de Senaquerib. hace 2.650 años. Sir Henry Layard encontró esos tesoros en Tell Nemrod.

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En realidad, si se examina bien, se trata siempre o de comunión postbautismal o de casos excepcionales. Por regla general, en Occidente los niños no comulgaban en la misa hasta que no hubiesen alcanzado cierta edad. Así se hizo en un sínodo de Tours (813), que excluye, sin embargo, el peligro de muerte, ya que en este caso, como prescribe formalmente un capitular carolingio, el sacerdote debía administrar el viático también a los niños. La comunión a los niños se daba ordinariamente sólo bajo la especie del vino: infantulis mox baptizatis solus calix datur, quia pane uti non possunt, sed in cálice totum Christum accipiunt. El sacerdote con una cucharilla echaba en la boca alguna gota, quem bibat parvulus, ut habere possit vitam, decía San Agustín; o bien mojaba el dedo en el cáliz y lo metía en la boca del neobautizado, que lo chupaba. También a los niños, no menos que a los adultos, se pedía una especie de ayuno preliminar. El I OR observa a este particular que postquarn baptizati fuerint, nullum cíbum accipiant, nec lactentur, qntequam communicent sacramenta Corporis Christi; y añade que cada día de la semana pascual, ad missas procedant, et parentes eorum offerant pro ípsis et communicent omnes. La Frecuencia de la Comunión La historia de la frecuencia de la comunión es el reflejo o de las respuestas dadas, a lo largo de los siglos, a dos fundamentales afirmaciones eucarísticas; una, la de Cristo: Yo soy el pan de la vida; solamente el que me come vivirá; y la otra, del Apóstol: Antes de comer un pan tal, cada uno examine bien la propia conciencia para no tragarse la propia condenación. De aquí surgieron dos posturas diversas, que a veces parecían contrarias: una la de aquellos que dieron más importancia a la necesidad de la eucaristía como alimento espiritual, otra la de aquellos que se preocupaban más del grado de perfección exigido para recibirla dignamente. Habiendo dicho ya que en la Iglesia antigua y medieval, al menos hasta el siglo XIII, fue disciplina absoluta recibir la comunión durante la misa, salvo en casos de necesidad, diremos que no está demostrado cómo en los primeros días de la Iglesia se celebraba la misa todos los días, y, por consecuencia, cómo los fieles podían cotidianamente acercarse a la comunión.

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Hay en el sermón de Pedro un título con el que se designa a Jesús: arjegós tes oyes. Lo hemos traducido antes en el texto como «el autor de la vida,» pero posee un matiz más suge-rente. Se trata de una palabra griega, arjés, que significa «jefe, principio, primacía,» y que ha dado origen a una entera familia de vocablos como «arcángel» (jefe de ángeles), «archisi-nagogo» (jefe de la Sinagoga), «arquitecto» (jefe de los constructores), «architriclino» (jefe de los sirvientes), etc. De Jesús se dice que es el «Jefe» o el «Líder de la Vida,» al cual los judíos han acusado ante Pilatos, mientras que han indultado a un criminal, homicida y ladrón (Barrabás) «Jefe y Líder de la Vida» es un título que Lucas no había usado en el Evangelio, y que tan sólo emplea dos veces en los Hechos, y las dos en boca de Pedro. Pedro hace hincapié precisamente en aquello que tanta repugnancia les había causado a los apóstoles y tanto trabajo les había costado admitir: que el esperado Mesías no era el libertador del poder romano ni el mágico restaurador de una era de abundancia mesiánica, sino que tenía que morir. Y por eso, cuando ellos, los oyentes de Pedro, lo mataron, estaban cumpliendo las Escrituras. El Mesías, aunque crucificado por ellos, ha resucitado y sigue siendo el Mesías anunciado; y, por tanto, tras su Ascensión a los cielos, tras su Glorificación en los cielos, ha de volver otra vez en la restauración universal, que Dios ha anunciado también por los profetas. En esta línea del anuncio que los profetas hicieron de la vida y muerte de Jesús, Pedro añade nuevos testimonios. En su primer discurso sólo citó al profeta Joel, a propósito de la venida del Espíritu Santo, y al profeta David, cuya tumba todavía existía en Jerusalén. En este segundo discurso Pedro amplía el horizonte bíblico y profético referente a Jesús. Quien lo ha glorificado por medio de la curación milagrosa que acaba de suceder es «el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.» La muerte de ese Jesús, de la que los judíos son responsables, aunque con un atenuante de ignorancia, había sido «predicha por boca de los profetas antiguos» (así en plural), desde Samuel en adelante. Y no falta la mención expresa ni de Abraham, el padre de la fe, ni de Moisés libertador de la cautividad de Egipto y legislador. Jesús, por tanto, está avalado por todo el Antiguo Testamento. Pedro había recibido la enseñanza iluminadora del Espíritu Santo, y había aprendido bien la lección. Tan sólo queda – añade Pedro – que os arrepintáis de vuestros pecados, y os volváis y convirtáis a Dios, aceptando con fe a Jesús; como este mendigo que está ante vosotros, que tuvo fe en Jesús, y esta fe le dejó completamente sano.

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Intentemos ilustrar la doctrina de la Trinidad examinando las figuras trinitarias en la historia de la salvación y en nuestra vida de oración personal. Las tres Personas, como ya hemos dicho antes, actúan siempre juntas. No poseen más que una sola voluntad y una sola energía. San Ireneo ve en el Hijo y el Espíritu las «manos» de Dios Padre puestas a la obra en todo acto creador y santificante. La sagrada Escritura nos proporciona numerosos ejemplos de ello: 1. Creación «Por la palabra de Yahvé han sido hechos los cielos; por el soplo de su boca, todo su ejército» (Sal 33:6). Dios Padre crea por su «Verbo,» es decir el Logos (la segunda Persona). Crea también por medio del «soplo de su boca,» es decir el Espíritu (la tercera Persona). Con sus «manos,» el Padre da forma al universo. Del Logos se dice: «Todo existió por él» ( Jn 1:3 ). Comparemos con el Credo: «Por Él todo fue hecho.» Del Espíritu se dice que, en la creación, «el viento de Dios sobrevolaba las aguas» (Gn 1:2). Así, toda la creación lleva el sello de la Trinidad. 2. Encarnación En el momento de la anunciación, el Padre envía al Espíritu Santo sobre la bienaventurada Virgen María que concibe al Hijo eterno de Dios (Lc 1:35). La encarnación divina es una operación trinitaria. El Espíritu es enviado por el Padre para llevar a cabo la presencia de su Hijo en el seno de la Virgen María. La encarnación es el fruto de la operación de la Trinidad, ciertamente, pero también de la libre elección de María. ¿Acaso no esperó Dios su consentimiento, expresado en estas palabras: «Soy la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1:38)? Sin su consentimiento, María no se habría convertido en la madre de Dios. La Gracia Divina no destruye la libertad humana, sino que la afirma. 3. Bautismo de Cristo En la tradición ortodoxa se considera el bautismo de Cristo como una revelación de la Trinidad. La voz del Padre, «llegada de los cielos,» da testimonio del Hijo: «Este es mi Hijo muy amado en quien tengo puestas todas mis complacencias.» En ese mismo momento, el Espíritu Santo, bajo la forma de una paloma, desciende del Padre y se posa sobre el Hijo ( Mt 3:16–17 ). Este es el himno que canta la Iglesia Ortodoxa el día de la Epifanía (6 de enero), fiesta del bautismo de Cristo:

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Ltf tercera parte del discurso paulino contiene una exhortación a creer en Jesús, que es quien alcanza la verdadera justificación y perdón de los pecados. " Por tanto, sabedlo bien, hermanos, se os anuncia el perdón de los pecados por medio de El y asimismo la rehabilitación de todo aquello que no conseguisteis por la Ley de Moisés, y eso lo obtendrá por su medio todo el que crea. Mirad, por tanto, y no venga sobre vosotros lo que se dijo por los profetas: «mirad lo que rechazáis y admiraos y morios de espanto, pues una obra voy a hacer yo en vuestros días, una obra que no creeréis si alguno lo anuncia» (Hech 13:38–41). Aceptación y Rechazo de los Judíos Cuando salieron los judíos de la sinagoga, le rogaron a Pablo que les volviese a hablar el próximo sábado sobre estas mismas cosas. Y una vez que quedó disuelta la reunión, muchos de los judíos y de los prosélitos adoradores de Dios siguieron a Pablo y Bernabé, quienes, conversando con ellos, les persuadían a que perseverasen fieles a la gracia de Dios. El discurso de Pablo, sin duda, hizo sensación no sólo en los oyentes, sino en otros que oyeron hablar a los que habían asistido. Y, partiendo de la judería, la palabra fue de boca en boca por toda la ciudad, de suerte que al sábado siguiente se congregó una enorme muchedumbre para escuchar a Pablo. " El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió a oír el mensaje del Señor. Al ver el gentío, los judíos se llenaron de envidia y se oponían con insultos a las palabras de Pablo. Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones: era menester anunciaros primero a vosotros el mensaje de Dios; pero como nos rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que vamos a dedicarnos a los paganos. Así nos lo ha mandado el Señor: Yo te haré luz de las naciones, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra» (Hech 13:44–47). El momento que se nos describe en los Hechos es trascendental en la vida de Pablo y de la Iglesia. Aunque el Apóstol conocía la universidalidad del mensaje de Jesús, se trataba más bien de una universalidad de destino y de derecho; mas ahora, en Antioquía, ante el rechazo de los judíos, la universalidad se convierte en un hecho, en catolicidad, que será el término que después empleará la Iglesia para designar su destino y expansión universal.

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Moisés era un hebreo nacido en Egipto y educado por egipcios y llevaba un nombre típico de este país. «Moisés» es el nombre Mâose, muy corriente junto al Nilo. La palabra egipcia «ms» significa sencillamente «niño, hijo.» Un gran número de faraones se llamaban Amosis, Amasis y Thutmosis. Y Thutmose se llamaba el célebre escultor entre cuyas obras maestras figura la cabeza de Nefrete, de sin igual belleza, que todo el mundo admira aún hoy día. Esto son hechos positivos. Los egiptólogos lo saben. Pero la generalidad fija su atención sobre la célebre historia bíblica de Moisés, sobre la cestilla encontrada en el Nilo, y los eternos escépticos sacan a colación un argumento que, según ellos, pone en duda la autenticidad de tan precioso relato: «¡Esto no es más que la leyenda del nacimiento de Sargón!» dicen. Y opinan que se trata de un simple plagio. Del rey Sargón, fundador de la dinastía semítica de Akkad, 2.360 años antes de J.C., nos hablan los textos trazados en escritura cuneiforme: «Yo soy Sargón, el poderoso rey de Akkad. Mi madre era una sacerdotisa. A mi padre no le conocí. Mi madre me concibió; me dio a luz a escondidas; me colocó en una cesta de juncos y cerró mi puerta con asfalto. Me abandonó en el río... El río me arrastró llevándome hasta donde estaba Akki regando. Éste me adoptó como hijo suyo y me educó...» El parecido con la historia bíblica de Moisés es, en realidad, desconcertante: Mas como no pudiese tenerlo oculto mas tiempo, cogió una cestilla de papiro, calafateada por betún y pez, puso en ella al niño y la coloco en el juncal, orilla del Nilo... (Ex. 2:3...). La historia de la cestilla es un relato popular muy antiguo entre los semitas. A través de muchos siglos, fue de boca en boca. La leyenda relativa a Sargón, perteneciente al tercer milenio antes de Jesucristo, se encuentra también reseñada en unas tablillas de escritura cuneiforme del primer milenio. Sus detalles no son más que arabescos con los cuales, desde los tiempos más remotos, se adornaba la vida de los grandes hombres para la posteridad. ¿Quién pondría en duda la realidad histórica del emperador Barbarroja por algunos detalles que la leyenda ha ido tejiendo en torno a su vida?

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