El relato de Hipólito da a entender la poca seriedad, por no usar otro término peor, que reinaba en las iglesias de los gnósticos. La parodia eucarística de los marcosianos era todavía menos extravagante que la de la secta gnóstica de los ofitas, en la cual la protagonista era una serpiente, símbolo de las divinidades etónicas. He aquí cómo la describe San Epifanio: " Alimentan en una cesta a una serpiente, y durante los misterios, poniendo pan en la boca de la cesta, le hacen salir sobre la mesa. La serpiente, una vez fuera, dándose cuenta, perspicaz como es, de la necedad de los presentes, se desliza por encima de la mesa y se enrosca alrededor de los panes. Para ellos éste es el sacrificio perfecto. Después, según me han contado, no sólo parten y distribuyen los panes baboseados por la serpiente., sino que cada uno se acerca a besarla a ella, la cual, por arte de encantamiento o por virtud diabólica, se mantiene inofensiva. La adoran neciamente, y llaman eucaristía a aquellos panes que la serpiente rodeó y tocó con sus anillos. Finalmente, por medio de ella, glorifican al supremo Criador, y así ponen fin a sus misterios.» Este cuadro de las pseudo-eucaristías gnósticas, que hemos reproducido directamente de las fuentes, es suficiente para comprender que gran parte del ritual cristiano fue plagiado, no por la Iglesia a los gnósticos, sino por éstos a la Iglesia, por más que ellos lo adoraban luego con ciertos elementos fundamentales para asociarlo, más o menos hábilmente, a sus postulados filosófico-religiosos. Porque hay que tener presente que gran parte de los principales corifeos de la gnosis, como Valentino, Marción, Heraclión, Cerdón, Basílides y Saturnino, fueron primero miembros de la Iglesia, de cuyas filas fueron expulsados tan sólo cuando sus teorías constituyeron un serio peligro. Tertuliano decía, en efecto, de los valentinianos: Valentiniani Jrequentissirnum plañe collegium Inter haereticos, quia plurimum ex apostatis veritatis. Por eso precisamente, los escritos gnósticos, para acreditarse ante el pueblo como revelaciones de Cristo o doctrina de los apóstoles, llevaron siempre o casi siempre los títulos de los libros cristianos, llamándose Evangelio de Judas, de Felipe, de Tomás, de los Egipcios; Hechos de San Pedro, de San Juan, de Santo Tomás; Apocalipsis de San Pablo, de San Bartolomé.

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Al llegar Pedro a Jerusalén, después de haber permanecido durante algunos días en Cesárea, encontró a la comunidad cristiana un tanto dividida por lo que acababa de suceder, ya que mientras unos celebraban la nueva apertura del evangelio a los paganos, otros encontraron reproche en la manera como Pedro se había comportado. Este grupo se llama los partidarios de la circuncisión. No eran simplemente judíos, sino cristianos procedentes del judaísmo o de la circuncisión. Y con esta denominación se quiere indicar que, aunque habían creído en Cristo y sido bautizados, conservaban un especial apego a las instituciones establecidas por Moisés, tipificadas por la circuncisión, pero que comprendían asimismo los preceptos y observancias relativas a la impureza legal que se contraía por el contacto con ciertas cosas y personas. Diríamos que en esto estaban más cercanos a los fariseos que a Jesús, y que repetían las objeciones que aquéllos hicieron al Maestro, cuando le habían reprochado, por ejemplo, que sus discípulos comían sin purificarse antes las manos. Concretamente, esta facción contestataria no objetaba contra la predicación del evangelio a unos paganos ni contra el bautismo de éstos, sino que acusaba a Pedro de haber entrado en casa de Cornelio y haber comido con los paganos. Una vez más, la hipocresía de las formas caducas entraba en conflicto con la novedad del evangelio. El vino nuevo, como diría Jesús, no podía guardarse en odres viejos. Pedro, para justificarse ante ellos, simplemente les narra lo ocurrido. Y Lucas repite fielmente lo que ya sabemos que había sucedido antes en la conversión de Cornelio, introduciendo tan sólo aquellas variantes que cualquier autor literario se permite para no referir dos veces un suceso repitiéndose exactamente en las palabras. Sorprende, sin embargo, advertir cómo en el texto de los Hechos, y en un espacio relativamente pequeño, Lucas ha repetido varias veces el suceso principal de la conversión de Cornelio. Primeramente lo ha hecho como historiador que nos presenta un relato objetivo. Después lo ha puesto en boca de Cornelio y finalmente lo repite Pedro ante los objetores de Jerusalén.

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Consideremos el alma cuyo único deseo es unirse y juntarse con el Verbo de Dios y entrar en los misterios de su sabiduría y de su ciencia, como en el tálamo de un esposo celeste. A esta alma ya le han sido entregados sus dones, a manera de dote. Así como la dote de la Iglesia fueron los libros de la ley y de los profetas, hemos de pensar que, para el alma, los bienes matrimoniales son la ley natural, la razón y la libre voluntad. La enseñanza que recibió en su primera juventud por parte de guías y maestros le proporcionó estos bienes que constituyen su dote. Pero, al no encontrar en ellos la plena y completa satisfacción de su deseo y de su amor, niegue para que su inteligencia pura y virginal pueda recibir la luz de la iluminación y de la intimidad del mismo Verbo de Dios. Porque, cuando la mente está llena de la ciencia e inteligencia divinas sin intervención de hombre o de ángel, puede entonces pensar que está recibiendo los besos del mismo Verbo de Dios. Por estos besos y otros semejantes parece decir el alma a Dios en su oración: Que me bese con los besos de su boca. Mientras el alma era incapaz de recibir la enseñanza completa y substancial del mismo Verbo de Dios, recibía los besos de sus amigos, es decir, la ciencia de labios de sus maestros. Mas cuando empieza a ver por sí misma las cosas ocultas, a desenmarañar las cosas enredadas, a resolver los problemas complicados, a explicar las parábolas, los enigmas y las palabras de los sabios según un método justo de interpretación, entonces el alma puede creer que ha recibido ya los besos de su mismo esposo, esto es, del Verbo de Dios. El escritor dice besos, en plural, para hacernos comprender que el sacar a la luz cada uno de los sentidos ocultos es un beso del Verbo de Dios sobre el alma perfecta. .. Posiblemente se refería a esto mismo el espíritu profético y perfecto cuando decía: Abro mi boca y suspiro ( Ps. 118,131 ). Por boca del esposo entendemos el poder con que ilumina la inteligencia. Dirigiéndole, como si dijéramos, unas palabras de amor, suponiéndola digna de recibir la visita de un ser tan excelente, le descubre todas las cosas ocultas y desconocidas. Este es el beso más verdadero, el más íntimo y el más santo que, según lo dicho, da el esposo, el Verbo de Dios, a su esposa, el alma pura y perfecta (In Cant. 1).

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Dos sueños célebres. – Ciro reúne la Media y la Persia. – Un escrito en la pared. – Baltasar era sólo príncipe heredero. – Entrada pacifica en Babilonia. – Tolerancia de los persas. ASÍ AFIRMA YAHVÉ A SU UNGIDO CIRO, A QUIEN YO TOME DE LA DIESTRA PARA PISOTEAR PUEBLOS DELANTE DE ÉL Y HERIR LOMOS DE REYES; PARA ABRIR DELANTE DE ÉL PUERTAS Y QUE LAS PUERTAS NO QUEDEN CERRADAS ( Is. 45:1 ). Siete años después de la muerte de Nabucodonosor asciende al trono de Babilonia Nabonides «el primer arqueólogo,» 550 años antes de J.C. Será el último soberano del País de los Dos Ríos, pues los acontecimientos desarrollados en la alta meseta de Irán demuestran que la Historia Universal va a experimentar una gran evolución. Cinco años después de haber subido al trono Nabonides comienca, con la dominación de los persas, la nueva era. Los medos que, junto con los babilonios, eran desde la caída de Nínive en el año 612 antes de J.C., herederos del desgarrado imperio de los asirios, son dominados, de forma imprevista, por sus vecinos y vasallos los persas. El rey medo Astiages es vencido por su propio nieto Ciro. Los grandes de la Antigüedad acostumbraban anunciar su llegada de una forma singular; a menudo ya se salían del marco corriente de sus contemporáneos por las especiales circunstancias de su nacimiento. La suerte de Ciro la deciden dos sueños verdaderamente insólitos . Por todo el Antiguo Oriente iban de boca en boca y así llegaron también a oídos de Heródoto, quien los refiere en estos términos: «Astiages... tuvo una hija a la cual dio el nombre de Mandana. De ésta soñó Astiages que orinaba con tan gran abundancia, que su capital y hasta el Asia entera quedaban inundadas. Entonces consultó a sus magos sobre el significado de semejante sueño y se horrorizó al oír de su boca la interpretación que le dieron. En vista de ello decidió no entregar a Mandana, que ya estaba en edad de tomar marido, a ningún medo, por temor de la visión que había tenido; sino que la entregó a un persa de nombre Cambises...

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y dio a luz: y la Virgen vino a ser Madre con mucha misericordia: y estuvo preñada y dio a luz un hijo sin dolor. Para que no sucediera nada inútilmente, ella no fue en busca de comadrona (porque fue El quien hizo que ella concibiera), ella dio a luz como si fuera un hombre, por su propia voluntad, y dio a luz abiertamente, y lo adquirió con gran poder, y lo amó para salvación, y lo guardó con cariño, y lo mostró con majestad, Aleluya. La oda 12 canta al Logos: Me llenó con palabras de verdad: para que yo le pueda expresar; y como un manantial de aguas fluye la verdad de mi boca, y mis labios muestran su fruto. Y El hizo que su ciencia abundara en mí, porque la boca del Señor es la Palabra verdadera, y la puerta de su luz, y el Altísimo la dio a sus mundos, que son los intérpretes de su propia belleza, y los narradores de su gloria, y los confesores de su consejo, y los pregoneros de su pensamiento, y los que guardan puras sus obras. Porque la sutileza de la Palabra no se puede expresar, y su agudeza corre parejas con su rapidez; y su carrera no conoce límites. No cae jamás, mas tiénese firme, no sabe lo que es el descenso, ni su camino. Porque tal como es su obra, así es su expectación: porque es luz y aurora del pensamiento; en ella los mundos se hablan unos a otros, y en la palabra existían los que guardaban silencio; y de ella vino el amor y la concordia; y se hablaban mutuamente todo lo que era suyo: y fueron penetrados por la Palabra: y conocieron al que los había hecho. porque estaban en paz: porque la boca del Altísimo les habló; y su explicación corrió por medio de ella; pues la morada del Verbo es el hombre; y su verdad es amor. Bienaventurados los que por medio de ella lo han entendido todo, y han conocido al Señor en su verdad: Aleluya. La oda 28 ofrece una descripción poética de la Pasión con alguna que otra reminiscencia escriturística. Es Cristo el que habla: Los que me vieron se maravillaron, porque yo era perseguido, y creyeron que había sido aniquilado:

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28 . Estando sentados cierta vez a la mesa, aquel gran pastor, acercando su sagrada boca a mi oreja, me dijo: «¿Quieres que te muestre una sabiduría toda divina en una cabeza toda blanca?» Como yo lo pidiera con insistencia, él llamó, de la mesa más cercana, a alguien cuyo nombre era Laurencio, que había vivido en ese monasterio durante casi cuarenta y ocho años y que era segundo presbítero del sagrario. El tal Laurencio acudió al llamado y, poniéndose de rodillas ante el abad, recibió de éste su bendición; mas, después que se hubo levantado, el superior lo dejó estar allí, sin comer, de pie y sin dirigirle palabra alguna. Permaneció así el religioso durante largo tiempo, tanto, que por vergüenza no osaba yo mirarlo a la cara. Recién al finalizar la comida le habló el abad ordenándole que recitara el principio del Salmo 39. 29 . Como yo era muy malicioso, no dejé de tentar a aquel santo anciano – pues tenía más de ochenta años – preguntándole qué pensaba mientras permanecía de ese modo en el refectorio. Y él me respondió: «Yo he puesto la imagen de Cristo en mi Pastor, y todos sus mandamientos no los veo como salidos de él sino de Cristo. Por lo cual, ¡oh Padre Juan!,pareciéndome que estaba, no delante de la mesa de los hombres, sino ante el altar de Dios, hacía oración y no daba entrada a ningún tipo de pensamiento malo contra mi pastor, por la sincera fe y por la gran caridad que tengo para con él. Porque está escrito: " La caridad no piensa mal». También quiero que sepas, padre, que después de haberse entregado a la simplicidad y a la inocencia, uno ya no da tiempo ni lugar a los ataques del maligno.» Historia de un ecónomo 30 . Y así como era de bienaventurado aquel pastor y padre de espirituales ovejas, así también lo era el ecónomo que la gracia de Dios había dado al monasterio: casto y moderado como cualquier otro, y manso como muy pocos. Aquel gran maestro quiso cierta vez tentarlo reprendiéndolo para edificación de los otros; mandó entonces, sin que hubiera causa para ello, que lo echasen de la iglesia. Como yo sabía de la inocencia del ecónomo en relación a la falta por la cual había sido castigado, asumí su defensa frente al superior. Y el sapientísimo maestro me dijo: «Bien sé, padre, que él es inocente; mas, así como es cosa cruel quitar el pan de la boca de un niño que se muere de hambre, del mismo modo es perjudicial, para el prelado y para los súbditos, si el que tiene a cargo sus almas no les procura a toda hora cuantas coronas viere que pueden alcanzar, ejercitándolos, en la medida que cada uno de ellos puede soportar, con injurias e ignominias, con objeciones y escarnios, porque si esto no hace surgirán tres grandes injusticias. En primer lugar se privará al súbdito devoto del mérito de la paciencia. En segundo lugar, se privará del ejemplo de la virtud a los otros hermanos.

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48 . Cuando el fuego reside en el corazón, resucita la oración y cuando ésta se despierte y suba al cielo, descenderá el fuego en el cenáculo del alma (cf. Hch 2, 3). 49 . Algunos dicen que la oración es mejor que el recuerdo de la muerte; pero yo alabo a las dos naturalezas en una sola persona. 50 . Un excelente caballo, a medida que avanza en la carrera, se enardece y se anima más y más. Por carrera, quiero decir salmodia y por caballo, un intelecto valiente. Él olfatea de lejos el combate (cf. Jb 39:5 ), se encuentra preparado y se muestra enteramente convencido. 51 . Es cruel quitarle el agua de la boca al que tiene sed; pero todavía es más cruel para un alma que reza con compunción, el ser arrancada de esta oración tan deseable antes de que termine completamente. 52 . No abandones la oración antes de que hayas visto cesar el fuego y el agua por una disposición divina. Pues quizás no se presente más en toda tu vida una ocasión parecida para obtener la remisión de tus pecados. 53 . A veces, quien ha recibido el sabor de la oración mancilla su intelecto al dejar escapar una sola palabra desconsiderada, y cuando regresa inmediatamente a la oración suele ocurrir que no encuentra en ella lo que deseaba. 54 . Algunos vigilan asiduamente el corazón y otros hacen que el corazón vigile al intelecto, gobernador y gran sacerdote que ofrece a Cristo sacrificios espirituales. Cuando el fuego santo y celestial viene y permanece en el alma de los primeros, como dice uno de aquellos que fueron denominados teólogos, los quema porque no están perfectamente purificados, en tanto que ilumina a los segundos según la medida de su perfección. Pues el fuego es sólo uno: fuego que consume y luz que ilumina. Por eso, algunos concluyen la oración como si salieran de una hoguera ardiente, y se sienten aliviados de todo lo que es material y de toda mancha mientras que los otros resplandecen y están revestidos con i manto doble: el de la humildad y el de la alegría. Pero los que concluyen la oración sin haber experimentado ninguno de estos do efectos, rezaron sólo con la boca, por no decir hipócritamente

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b) La carta a Basílides. La segunda carta que se ha conservado entera es una de las que escribió a Basílides, obispo de Pentápolis. Contesta a varias preguntas que el obispo le había dirigido sobre la duración de la Cuaresma y sobre las condiciones corporales que se requieren para la recepción de la Eucaristía. Se conserva en la colección Epístolas canónicas de la Iglesia griega, que constituye una de las fuentes del Derecho canónico oriental. c) La carta a Fabio. Esta carta, dirigida a Fabio, obispo de Antioquía, es de particular interés para la historia de la penitencia y de la eucaristía . No queda más que un fragmento conservado por Eusebio. Dionisio trata en ella del debatido problema del perdón después de la apostasía durante la persecución. En el cuerpo de la carta dice lo siguiente: Te expondré únicamente este ejemplo que ha ocurrido entre nosotros. Había entre nosotros un tal Serapión, anciano fiel, que durante mucho tiempo había vivido de modo irreprochable, pero había caído en la prueba. Este hombre pidió repetidas veces (el perdón de las culpas), pero nadie hacía caso de él, porque había sacrificado. Y, habiendo caído enfermo, estuvo durante tres días seguidos sin poder hablar y sin conocimiento. Al cuarto día se puso un poco mejor, y, llamando a su nieto, le dijo: «¿Hasta cuándo, hijo mío, me vais a retener? Apresuraos y absolved me pronto; llama a alguno de los presbíteros.» Dicho esto, volvió a quedarse sin habla. El chico corrió a casa del presbítero. Era de noche, y el presbítero estaba enfermo. No podía salir; mas como yo había dado orden de que se perdonara a los que salían de esta vida, si lo pedían, y especialmente si lo habían suplicado antes, para que pudieran morir en la esperanza, dio al niño una pequeña porción de la Eucaristía, recomendándole que la empapara en agua y la dejara caer a gotas en la boca del anciano. El niño volvió a casa trayendo (la Eucaristía); cuando estaba ya cerca, antes de entrar, Serapión volvió en sí y dijo: «¿Ya has llegado, hijo? El presbítero no ha podido venir, pero tú haz de prisa lo que él te encargó, y déjame morir.» El niño puso en agua (la Eucaristía) y la vertió en seguida en la boca del anciano. Este tragó un poquito e inmediatamente entregó su espíritu. ¿No es evidente que se conservó y permaneció vivo hasta que fue absuelto y que, una vez que sus pecados fueron borrados, se le puede reconocer (como cristiano) por todas las buenas obras que había hecho? (Eusebio, Hist. eccl. 6,44,2–6).

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Como consecuencia de un relato que pasó de boca en boca, el pagano Celso, alrededor del año 178, había oído de un judío lo siguiente: « Miriam fue repudiada por su esposo, carpintero de oficio, después de haberla éste convencido de infidelidad en el matrimonio. Ella fue entonces de un sitio para otro arrastrando su vergüenza hasta que, en secreto, dio a luz a Jesús, cuyo padre era un guerrero de nombre «Panthera.» En el Talmud los nombres que se mencionan son «ben Pandera» y «Jesús ben Pandera.» En un lugar del Talmud babilónico se habla del «Pandera el querido.» También se dice: «En Pumbedita se la llamaba: «S " tath da,» es decir, «fue infiel a su esposo» (Sabbat 104 G; Sanhedrín 67 a). Se decía de «Pandera» que era un extranjero, legionario romano. ¿Cómo pudieron hacerse tales afirmaciones? Los cristianos hablaban de Jesús como del «hijo de la Virgen.» Los judíos se apoyaron en esta afirmación para difamarla. Se hicieron eco de este misterio y después la esgrimieron para sus fines. «Parthenos,» en griego, significa «virgen»... La palabra «Parthenos» fue tergiversada. Con mofa llamaban los judíos al «hijo de la Virgen» «ben ha-Pantera,» lo cual, en su idioma, podía también interpretarse como «hijo de la Pantera.» Con el transcurso del tiempo el origen de este epíteto fue olvidado. Ni siquiera los judíos sabían ya que a Jesús, en su propio círculo, se le llamaba según su madre. De esta forma recibió más tarde, como mofa, el nombre de «Pantera» dándose a todo el tendencioso relato otro sentido. En Oriente un hijo jamás lleva el nombre de su madre. Es siempre conocido por el de su padre. En consecuencia, el nombre de «Pantera» o «Pandera» fue tomado como nombre del padre de Jesús. El nombre de su madre era bien conocido: se llamaba «Miriam,» es decir, «María. » «Pantera» o «Pandera» era desconocido como nombre judío. El que lo llevaba tenía que ser forzosamente un extranjero, en todo caso alguien que no era judío. Y ¿cuáles eran los extranjeros que habitaban el país en la época en que María tuvo a su hijo? La contestación a esta pregunta era bien fácil: los romanos. En aquella época de transición la Judea estaba llena de legionarios romanos.

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Cuando la función bautismal está terminada, el majestuoso cortejo del clero y de los neófitos, vestidos de blanco, teniendo en la mano un cirio encendido, entra de nuevo en la iglesia, toda resplandeciente de luz, mientras la schola ejecuta las últimas invocaciones de la letanía. Llegados al altar, el papa, stat inclinato capite usque dum repetunt «Kyric eleison,» y comienza la misa de Pascua. Acaba de pasar la media noche. En contraste con las rúbricas expuestas, atestiguadas por todos los Ordines romani, y con el carácter procesional de la letanía, hoy el celebrante y los ministros durante el rezo de la letanía están postrados boca abajo sobre el pavimento hasta el Peccatores, después de lo cual se levantan para dirigirse a la sacristía y revestirse de los ornamentos blancos para el sacrificio. En compensación se ha mantenido la antigua y característica fusión de la litania terna con la misa; los últimos Kyrie y Christe de una, repetidos tres veces, sirven todavía como de introducción para la otra. La misa de Pascua La misa de la gran noche de Pascua fue siempre considerada por encima de todas las demás festivas y solemnes. Hasta el siglo XI, los simples sacerdotes, sólo en esta ocasión, podían cantar el Gloria in excelsis Deo, que ya, al tiempo de San Ethelwold (+ 984), en Inglaterra se entonaba en medio del sonido de las campanas. El Alleluia, el grito del júbilo cristiano, que estaba suprimido desde hacía nueve semanas, surge con Cristo y suena gozoso en la boca de la iglesia. En el uso romano medieval, el papa mismo lo anunciaba, y todavía hoy es el celebrante el que, terminada la epístola, lo repite tres veces con voz siempre más alta, después de que, si se trata de un obispo, el subdiáeono le dice: Reverendissime Pater, annuntio vobis gaudium magnum, quod est Alleluia. Es ]a alegría, que con aquel grito conmovía ya a San Agustín: Quando autem intervenit certo anni tempore, cum qua iucunditate redit, cum quo desiderio abscedit! Algunos liturgistas antiguos han interpretado ciertas particularidades propias de la misa de esta noche, como el no llevar luces al evangelio, la ausencia del Credo, la antífona ad introitum, ad offerendum y ad communionem, del Agnus Dei, del beso de paz, como señales de una alegría todavía no plena y total; porque observa, por ejemplo, Durando, resurrectio Christi nondum est manifestó.

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