Печать Саламанкского ун-та В XIII в. испан. культуре покровительствовали короли Кастилии Фернандо III и Альфонсо X, короли Арагона Хайме I и Хайме II. Придворные науки и искусства были ориентированы на национальные языки. По заказу кор. Фернандо III были переведены на кастильский язык «Этимологии» Исидора Гиспальского (Севильского) и вестгот. «Книга приговоров». При кор. Альфонсо X, одном из образованнейших европ. государей того времени, сложилась т. н. 2-я школа толедских переводчиков с арабского и иврита, переводили также сочинения Аристотеля и Аверроэса. Особый интерес был к научной лит-ре - книгам по астрономии и астрологии. При Альфонсо Х (предполагается, что и при его непосредственном участии) был составлен ряд текстов, оказавших заметное влияние каждый в своей сфере: «История Испании» (Estoria de España; 70-80-е гг. XIII в.) и «Всемирная история» (Grande e General Estoria; после 1272), трактат о минералах и об их лечебных и магических свойствах «Лапидарий» (Lapidario; между 1276 и 1279), астрономические таблицы, описывающие положение небесных тел, «Таблицы Альфонсо Х» (Tablas alfonsíes; между 1252 и 1270), «Книга игр» (Libro de los juegos; 1283), собрание песнопений на галисийском языке в честь Пресв. Богородицы «Песни о Деве Марии» (Cantigas de S. Maria; 70-80-е гг. XIII в.). По указанию короля и при его активном участии были составлены важнейшие в истории И. своды права - «Фуэро Кастилии» (Fuero Real de Castilla; 1255) и «Семь Партид» (Siete Partidas; 1256-1263), отразившие процесс рецепции рим. права в Леоно-Кастильском королевстве. Важной чертой большинства трактатов, составлявших т. н. альфонсинскую лит-ру, является то, что они были написаны на романсе, который, постепенно вытесняя латынь, приобрел статус языка политики, канцелярии и придворной культуры. По заказу Толедского архиеп. Родриго Хименеса де Рады был выполнен перевод Корана на лат. язык. Большую известность получили исторические сочинения архиепископа, прежде всего «История готов» (Historia gothica), написанная по заказу кор. Фернандо III.

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Los Diáconos y los Presbíteros. La Institución Apostólica y los Oficios de los Diáconos En la ordenación disciplinar de la Iglesia antigua, los diáconos formaban el primer grado de la jerarquía sagrada propiamente dicha, es decir, las órdenes mayores. Es conocida la institución de los primeros diáconos, que tuyo lugar en la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén, originada por ciertas disensiones sobre el trato de ciertas viudas helenistas nacidas entre los dos elementos que la componían: los hebreos palestinenses y los hebreos de la diáspora c helenistas. Para suavizar tales diferencias, los apóstoles, convocados los discípulos, decidieron elegir viros ex vobis boni testimonii septem, plenos Spiritu sancto et sapientia, quos constituamus super hoc opus. Los siete elegidos debieron ser, como del a suponer su nombre griego, de la parte helénica, es decir, menos apegados que los de la otra parte a la observancia odiosa y material de la ley. Los historiadores se han preguntado por qué los apóstoles limitaron a siete el numero de los diáconos. Es difícil dar una respuesta segura. Algunos sugieren una razón simbólica; el siete era un número sagrado. Otros piensan que los siete diáconos fueron elegidos en correspondencia con las siete regiones en que habría estado dividida la primera comunidad de la ciudad santa, hecho incierto y no probado. Otros, en cambio, con mayor fundamento, ponen en relación aquel número con una prescripción mosaica que imponía el instituir en cada barriada iudices et magistros, los cuales, iusto iudicio, debían decidir en las eventuales controversias. Los rabinos, aplicando aquella ordenación, habían introducido la costumbre de poner en cada lugar un consejo de siete hombres, los cuales debían proveer a la administración de la comunidad y al arreglo de las disensiones. Parece, por tanto, muy probable que los apóstoles constituyeron el oficio y el número de los diáconos inspirándose en aquella costumbre hebrea de todos conocida. Como quiera que sea, es cierto que el número septenario fue considerado en la Iglesia antigua como sagrado. Siete eran los diáconos en Roma en tiempo del papa Corne lio (251) y del papa Sixto II (+ 261). Muy probablemente había otros tantos en Cartago, en Milán y en Zaragoza de España; el canon 15 del sínodo de Neocesarea (314–325) prescribía que en cada ciudad, licet válete magna sit civitas los diáconos debían ser siete, según la institución apostólica. Sin embargo, en Italia, más tarde, en las iglesias menos importantes se contentaban con tres o con cinco. En Roma, en tiempo del papa Vigilio (550), en ausencia de uno de los siete diáconos regionarios, el papa lo substituía con otros supernumerarios, pero solamente ad tempus.

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La lista de los santos del Nobis quoque se abre con, San Juan Bautista, el Precursor, festejado en Roma desde el siglo IV. Siguen siete santos mártires hombres y siete mujeres. La agrupación de los santos se halla aquí en esta proporción: 1 47+7, mientras en la lista del Communicantes era 1 + 12 f 12. Entre los primeros tenemos: San Esteban Protomártir, cuyo culto después del descubrimiento de sus reliquias, que tuvo lugar en el 416, alcanzó amplísima difusión; – San Matías, el apóstol añadido, que no entró en el Communicantes, habiéndose puesto en el número duodenario fijo a San Pablo: – San Bernabé, discípulo del Señor, acompañado de San Pablo; – San Ignacio, el famoso obispo de Aritioquía, martirizado en Roma en el anfiteatro el año 107; – San Alejandro, o el papa mártir (+ 119), o, más verosímilmente, uno de los hijos de Santa Felicidad, al cual el papa Vigilio (537–555) dedicó el Coemeterium lordanorum, donde él y sus hermanes tenían la tumba; – Marcelino, sacerdote romano, y Pedro, exorcista romano, ambos decapitados en el 304. – El orden en el cual se sucedían los siete nombres de Las santas vírgenes y mujeres fue en la antigüedad ligeramente diverso del actual, es decir, en este orden: Perpetua, Inés, Cecilia, Felicidad, Águeda, Lucía. Santa Perpetua es la matrona africana martirizada en el 203 en Cartago, junto con Felicidad, su camarera, que sigue poco después, a menos que esta última sea, como parece más probable, La mártir romana homónima, madre de siete hijos, también mártires; – Santa Inés, virgen romana, martirizada en el 304; – Santa Cecilia, virgen romana también, de cuya decapitación se ignora la época (177 ó 203); – Santa Anastasia, viuda romana, confundida más tarde con otra Santa Anastasia de Sirmio, muy venerada en Roma en la época bizantina; – Santas Águeda y Lucia, dos vírgenes y mártires sicilianas. Sus nombres representan una tardía añadidura Nobis quoque, hecha probablemente por San Gregorio Magno, como lo atestigua San Anselmo, obispo de Sherborne (+ 709): Gregorius in canone, pariter copulasse (Águeda y Lucía) cognoscitur, hoc modo in catalogo martyrum ponens: Felicítate, Anastasia, Agatha, Lucia. A él, por tanto, se atribuye también la inversión de los nombres que existe en el canon actual. –Intra quorum nos consortium… esta conclusión del Nobis quoque se encuentra ya mencionada en una obrita atribuida falsamente a San Jerónimo, pero ciertamente escrita en el siglo V: Ad capessendam futuram beatitudinem cum electis eius, in quorum nos consortium, non meritorum inspector, sed veniae largitor, admittat Christus Dominus.

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a) Los sacramentos de la Iglesia La teología bizantina desconoce la distinción latina entre «sacramentos» y «sacramentales.» La palabra μυστηριον (‘misterio’) tiene un sentido más amplio que su equivalente latino sacramentum. Para los Padres griegos, el término designaba ante todo el misterio de la salvación, la economía divina, y, en segundo lugar, los actos concretos que confieren la salvación. En este segundo sentido se usaban también los términos τελεται («) o αγιασματα (‘santificaciones,’ ‘bendiciones’). Por otra parte, el número de los mysteria o sacramentos no se ha fijado nunca en Oriente con la rigidez que encontramos en Occidente, donde el primero en fijar el número septenario fue Pedro Lombardo (+ 1160). A lo largo de los siglos y según los autores, el número varía, e incluso cuando se da el número septenario, no se engloban en él los mismos mysteria. Es frecuente incluir entre ellos la consagración monástica, la consagración del altar y de la iglesia, etc. Así, el Pseudo-Dionisio Areopagita (s.V), en su Jerarquía eclesiástica, explica los «misterios cristianos» distribuidos por capítulos de la manera siguiente: bautismo – que incluye la crismación (=confirmación) –, Eucaristía, consagración del myron, ordenación sacerdotal, consagración monástica y ritos funerarios. Teodoro Estudita, en el siglo IX, enumera seis sacramentos: la iluminación (bautismo), la sinaxis (Eucaristía), la crismación, la ordenación, la tonsura monástica y los ritos funerarios. La doctrina septenaria aparece en Oriente por primera vez en 1267, en una confesión de fe que el papa Clemente IV exigió del emperador Miguel VIII Paleólogo. Fue aceptada por muchos autores, incluso por algunos contrarios a la unión con Roma. Influía en ello el hecho del valor sagrado del número siete; así los siete sacramentos evocaban los siete dones del Espíritu Santo, los siete dones tradicionales, según el texto de Isaías ( Is 11:2–3 ). Pero continuó existiendo variedad tanto por lo que se refiere al número como por lo que respecta al contenido. Así, por ejemplo, un monje Job, del siglo XIII, incluye entre los sacramentos la tonsura monástica, a la vez que une en un solo sacramento la penitencia y la unción de los enfermos. También incluye la tonsura monástica en el septenario Simeón de Tesalónica (s.XV), aunque la une con la penitencia, dejando independiente la unción de los enfermos. Y un contemporáneo de Simeón, Josasaf, metropolitano de Éfeso, declara su creencia de que los sacramentos de la Iglesia no son siete sino muchos más. El mismo ofrece una lista de diez, en la cual incluye la consagración de la iglesia, los ritos funerarios y la tonsura monástica.

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Tal es el poder y el significado de la Santa Comunión, más la Eucaristía no tiene en sí ninguna cosa mágica. Los que se renuevan y se fortalecen con ella retienen su libertad, y muchos no saben beneficiarse de ella en absoluto. Su infidelidad y despreocupación les priva de la gracia que han recibido y les separa de su influencia regeneradora. No obstante, el impacto del culto eucarístico se puede descubrir en todas las esferas de la vida en los países cristianos. Las naciones educadas en su atmósfera han producido arte, ciencia, órdenes económicos y sociales que llevan la marca de su experiencia eucarística. El cristianismo se puede definir como religión de los que se unen unos con otros y con su Creador en la comida eucarística. Todos los otros sacramentos y servicios de la Iglesia están subordinados a este acto central del culto cristiano. Los Sacramentos de los Cristianos Orientales Los sacramentos son acciones litúrgicas corporativas mediante las cuales los cristianos invocan las bendiciones divinas sobre ciertos objetos materiales como el pan, el vino, el agua y el aceite, o sobre los que se casan o están destinados a algún servicio especial. Los cristianos orientales llaman a los sacramentos «misterios» y los interpretan como movimientos dobles entre Dios y el ser humano. La palabra «misterio» acentúa la parte divina que transforma y purifica. La enseñanza y práctica de Oriente, aunque distinta de la de Occidente, no se opone a ella, sin embargo. El cristianismo occidental define y clasifica los sacramentos con mayor precisión y detalle que la Iglesia oriental. Los antiguos cristianos tenían por seguro que la Iglesia estaba dotada del poder y autoridad de otorgar la gracia sacramental a sus miembros, pero el número de los sacramentos quedaba sin definir. El proceso de diferenciación comenzó en Occidente. En el siglo XIII, los eruditos escolásticos seleccionaron siete sacramentos como ordenados por el propio Cristo. Se fijó la forma, la materia y el propósito de cada uno, y se elevaron estos siete por encima de las otras acciones sacramentales. El Oriente no participó en esto, y así no quiso aceptar cierta artificialidad de la clasificación escolástica, que pretendía hallar en las Sagradas Escrituras la «materia» y «forma» adecuadas para todos los siete sacramentos. Por ejemplo, la entrega del cáliz por el obispo al sacerdote era considerada como la «materia» de la ordenación, aunque era en realidad una costumbre posterior de Occidente, desconocida en la Iglesia primitiva. Pronto e produjo una reacción contra este excesivo formalismo.

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En el siglo XIV, Wicleff (muerto en 1384) repudió la doctrina sacramental así formulada. Su protesta fue apoyada por Juan Hus (muerto en 1415) y por sus partidarios bohemios. Los reformadores del siglo XVI, Martín Lutero (muerto en 1546), Juan Calvino (muerto en 1564) y Ulrich Zuinglio (muerto en 1531), también se opusieron fuertemente a la enseñanza romana; elaboraron sus propios sistemas siguiendo las líneas que habían bosquejado los teólogos latinos, y llevaron la enseñanza escolástica a su conclusión lógica. Sólo dos de los siete sacramentos, el bautismo y la santa comunión, fueron retenidos por los protestantes como necesarios para la salvación y como explícitamente ordenados por Jesucristo. Se expusieron de un modo nuevo su propósito y carácter, y mediante varios medios se revisó el modo de su administración. Esta nueva teoría y práctica se ha convertido desde entonces en la principal barrera que separa a las dos mitades del cristianismo occidental, y hasta ahora ha hecho que sea imposible la reconciliación. Otros protestantes como los cuáqueros y el Ejército de Salvación, por ejemplo, fueron todavía más lejos en su denuncia contra la tradición romana, y revocaron todos los sacramentos, reduciendo el culto cristiano a la oración vocal o mental. Al principio, el Oriente no tomó parte en esta clasificación y reducción del número de los «misterios.» Utilizaba los siete sacramentos aprobados por la Iglesia romana, pero también consideraba como sacramentos la bendición del agua en la festividad de la Epifanía, la toma de hábitos por un monje o monja, la consagración de una iglesia, la unción de un monarca y el reconocimiento como hermanos de los cristianos que desean unirse entre sí mediante este sagrado vínculo 22 . Los cristianos orientales continúan la práctica de la Iglesia primitiva, que consideraba como sacramentales muchas manifestaciones de su vida litúrgica. En el siglo XVII, la teología ortodoxa se vio expuesta, sin embargo, a las repercusiones de la controversia sacramental de Occidente. Fue un período de declive escolástico entre los cristianos orientales. El yugo mahometano hacía que fuese imposible la formación del clero en sus propios países, y un número de seres humanos, educados en naciones católicas romanas y protestantes, adoptaban ideas comunes en Occidente. Se aceptó el término «siete sacramentos,» y algunas otras definiciones, copiadas del sistema romano, fueron absorbidas e incorporadas sin ninguna crítica en los manuales de Teología.

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en todos estos sitios es adorado el nombre de Cristo.» . Si de estos testimonios más generalizados queremos retroceder en la historia para descubrir los verdaderos orígenes, el propósito resulta más arduo, y los documentos históricos se mueven a veces en la frontera de la leyenda. En esta zona imprecisa se mencionan los siete varones Apostólicos. Y puede ser que también la venida del apóstol Santiago a España, que hay que distinguir cuidadosamente del hecho histórico del culto en su sepulcro de Galicia. Los siete varones apostólicos Se mencionan por vez primera en varios manuscritos del siglo X, donde se conservan unas Actas o relatos de sus vidas. Sus nombres son: Torcuato, Tesifonte, Indalecio, Segundo, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio. Según estas Actas, estos santos varones fueron ordenados en Roma por los apóstoles Pedro y Pablo. Y una vez en España, llegaron a Acci (Guadix), donde los paganos celebraban las fiestas de Júpiter, Mercurio y Juno. Y al ser reconocidos como cristianos, fueron atacados por una turba. que pereció después al cruzar un puente. Más adelante fueron recibidos por una nobilísima matrona, llamada Luparia, etc. Es muy probable que los manuscritos del siglo X transmitan un texto redactado en los siglos VIII o IX, de donde pasó a algunas redacciones oficiales de los leccionarios visigóticos o mozárabes. Aunque algunos historiadores les dan cierto valor a estos documentos, su autenticidad histórica permanece dudosa, por lo que creemos que la existencia de estos siete varones apostólicos es difícilmente demostrable en el estado presente de la investigación. Santiago, en España Al hablar de los orígenes de la fe cristiana en España y de la Iglesia primitiva no podemos olvidar la «posible» presencia del apóstol Santiago en España. Decimos posible porque la tradición y la leyenda se entremezclan sin dejarnos posibilidad de conocer la verdadera historia. Quizá en este punto uno de los escritores más prestigiosos fue Zacarías García Villada en su Historia Eclesiástica de España, quien, tras un estudio muy considerado del tema, prefirió exponer tanto los motivos favorables como los argumentos opuestos a la predicación de Santiago en España, sin tomar una postura absoluta y excluyente.

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En Oriente, a los exorcistas no se los consideraba como un orden ni como parte del clero. Exorcista – dicen las Constituciones apostólicas – non ordinatur... pendet a libera et bona volúntate, en cuanto que es considerado como una libre expresión del carisma del Espíritu Santo llamado «don de las curaciones.» Los Acólitos El nombre griego (ακο " λοος – pedissequo, sequens) indica la alta dignidad de este oficio y la índole específica de los oficios que estaba llamado a prestar. El acólito, a diferencia de los otros órdenes menores, no tenía atribuciones autónomas , sino que dependía directamente de una autoridad superior – sequens lo llama, en efecto, el papa Gayo –, que era el subdiácono y, sobre todo, el diácono, a los cuales servía en el ministerio eucarístico. Es preciso observar que desde los tiempos apostólicos, solamente el diácono, que ya entonces estaba adscrito a la mesa de la consagración, tenía facultad de servir directamente al celebrante y de ayudarle en el desenvolvimiento de la acción sacrifical. Y ya que el desempeño de tal servicio, especialmente después que la misa adquirió toda su pompa oficial, requería la ayuda de un personal subalterno, para cumplir tan delicadas tareas fueron llamados los subdiáconos y los acólitos. Estos, por tanto, deben ser considerados como un desarrollo y casi un desdoblamiento de las funciones diaconales. Desconocemos el lugar y la época de la institución de les acólitos. Probablemente nacieron en Roma en el 251; cuando el papa Cornelio escribió la conocida carta a Fabio Antioqueno, su orden debía estar ya establecido hacía tiempo. El enumera siete diáconos, siete subdiáconos y 42 acólitos, es decir, separa cada una de las siete regiones eclesiásticas de la ciudad, creadas pocos años antes por el papa Fabiano (236–250). En Cartago da testimonio de ellos San Cipriano, pero con atribuciones más bien administrativas. También en otras partes debían existir en gran número, porque en el concilio de Nicea (325), según Eusebio, formaban una verdadera multitud.

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14: PG 77,97) y el concilio de Efeso (Mansi, 4,1193–1196) la citan como un testimonio de la fe ortodoxa en contra del nestorianismo. C. Martín ha demostrado que el sermón sobre la Ascensión que Focio atribuye a Nilo (Bibl. cod. 200), en realidad pertenece a Proclo. Amand de Mendieta publicó un sermón de Navidad del Pseudo-Basilio que quizás pertenezca a Proclo. Hay fundamento para pensar que irán apareciendo más homilías en los manuscritos y entre los spuria de otros autores. 2. Cartas Las siete cartas suyas que han llegado hasta nosotros tienen que ver con la controversia nestoriana. La más famosa de todas es Ep. 2, dirigida a los armenios y llamada comúnmente Tomas ad Armenios. Esta exposición de la doctrina del único Cristo en dos naturalezas, dirigida contra Teodoro de Mopsuestia, se conserva también en una traducción latina de Dionisio el Exiguo. Aunque a Teodoro no se le menciona de nombre, la investigación de los obispos armenios que se conserva en siríaco, y a la cual responde Proclo, prueba que se refiere a él. Las otras siete cartas existen solamente en traducción latina, la mayor parte mutiladas. La Ep. 4 contiene la famosa frase: «Uno de la Trinidad fue crucificado según la carne,» destinada a jugar un papel importante en la controversia teopasquita del siglo VI, aunque resulta difícil creer que haya sido Proclo el que acuñó esta fórmula. Las siete cartas van dirigidas a Juan y a Domno de Antioquía y al diácono Máximo. De las diecisiete piezas que aparecen en Migne (65,851–886), las restantes no son de Proclo, sino escritas a él por otros. De toda la colección, a Proclo pertenecen únicamente los números 2.3.4. 10.11.13.17. Otra epístola, que recoge una profesión de fe y está dirigida Ad singulos occidentis episcopos, fue editada primeramente por A. Amelii (Spicilegium Cassinense 1 1888 144ss) y nuevamente por E. Schwartz (Acta concil. oec. IV 2,65ss). Discute la doctrina de la Trinidad y de la Encarnación y defiende la libertad de la voluntad humana contra la superstición astronómica. Schwartz la considera espuria; en cambio, A. Ehrhard (BZ 23 1914–1919 485) y F. Diekamp (ThR 16 1917 357s) están convencidos de su autenticidad. El fragmento De traditione divinae missae (PG 65,849–852) no es de Proclo, sino de un autor posterior. Genadio de Constantinopla

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c) El traslado solemne de la sagrada comunión a los enfermos en peligro de muerte, y en tiempo de Pascua, a los enfermos imposibilitados de salir de casa. Y finalmente no hay que olvidar tampoco, como señal del desarrollo ulterior del culto eucarístico en nuestros tiempos, las grandiosas procesiones con las cuales en estos últimos cincuenta años, en los varios continentes, se han concluido los congresos eucarísticos, tanto nacionales como internacionales. Las proporciones espectaculares tomadas por tales ritos, el fervor de piedad que generalmente los acompaña, la afirmación solemne de la soberanía de Cristo que ellos provocan delante del mundo, las hacen un hecho litúrgico de primera importancia y tal que difícilmente encuentra parecido en la historia del culto. Las procesiones ceremoniales . Creemos poder asignar a este grupo dos procesiones: a) La entrada del celebrante para la misa solemne, la cual, como nota el Ceremonial de los obispos, debe hacerse processionali modo. En las pequeñas iglesias, ésta se presenta en forma modesta, pero en las grandes iglesias catedrales reviste todavía una solemnidad imponente. Con todo esto es siempre una reducción del majestuoso cortejo pontifical ya en uso en Roma al menos desde el siglo V, del cual nos han dejado la descripción los ordines romani y los liturgistas medievales. Tomaban parte por deber de oficio los siete subdiáconos y los siete diáconos relacionados con las siete regiones o barrios de la ciudad, según el decreto del papa Fabiano (+ 253), a los cuales correspondía el asistir al pontífice cuando celebraba en las solemnidades estacionales, ut sint custodes episcopo consecranti. Intervenían también los sacerdotes de los varios títulos o parroquias romanas y aun los obispos presentes en Roma, todos los cuales en aquella circunstancia celebraban con el papa. A los subdiáconos estaba asignada la incumbencia de revestir al pontífice en el secretarium de los ornamentos pontificales. b) El traslado de las ánforas de los santos óleos al altar para ser consagrados. Tiene lugar procesionalmente en el orden que hemos referido anteriormente del Pontifical. Mientras el cortejo se dirige hacia el altar, se cantan las estrofas del himno de Venancio Fortunato O Redemptor sume carmen. Esta forma procesional, que será también repetida, después de terminar la consagración, para llevar las ánforas a la sacristía, no es originariamente romana.

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