La estructura patriarcal y autocéfala conlleva la sinodalidad, la conciliaridad. Si se pueden distinguir, para una mejor comprensión, estos términos, diríamos que el concilio es la reunión intereclesial que expresa la comunión entre las diferentes Iglesias y donde se dirimen de forma colegial las diversas cuestiones planteadas. El sínodo es el gobierno intraeclesial de cada patriarcado o Iglesia autocéfala. Derivado del sínodo permanente (συνοδος ενδημουσα) de Constantinopla, es una forma canónica e incluso una condición indispensable en la estructura patriarcal de la Iglesia Ortodoxa. La igualdad de situación y de dignidad entre los obispos se justifica en la Iglesia Ortodoxa por el Evangelio. Al atardecer del domingo de la Resurrección, cuando Cristo se apareció a los apóstoles reunidos en el cenáculo, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos ( Jn 20:22–23 ). Para la Iglesia Ortodoxa, este texto es la fuente de la sucesión apostólica, el poder de atar y desatar que los apóstoles han conferido a los obispos. Cristo, poniendo aparte un grupo restringido, el colegio apostólico, le confiere un carisma funcional, el del sacerdocio de orden: consagración particular de algunos para integrar al pueblo en el cuerpo eucarístico y también para estar al frente en nombre del Señor. Los teólogos bizantinos han distinguido el apostolado y el episcopado. «Los apóstoles – dice Nilo Cabásilas – no ordenaron otros apóstoles, sino pastores y doctores.» Así, pues, cabe distinguir: 1) la misión propia de los apóstoles, testigos oculares del Resucitado y cuyo ministerio itinerante tenía la finalidad de anunciar el Evangelio; 2) la dignidad apostólica que reposa sobre la Iglesia entera y se manifiesta particularmente en un profetismo apostólico estrictamente personal; 3) la sucesión apostólica de los obispos que han recibido las dos misiones inseparables de presidir cada uno una iglesia local y presidir colegialmente, a ejemplo del colegio apostólico, la Iglesia universal.

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Poco sabemos, en cambio, de otros aspectos de la liturgia de la capital en el siglo vi, a no ser que, en el 528, el Códice de Justiniano obliga al clero a celebrar todos los días las sinaxis nocturnas, matutinas y vespertinas. Un manuscrito de 1088, publicado por el cardenal Pitra, atribuye al patriarca Antimo (depuesto en el 536) la distribución del pensum salmódico entre las Vísperas y los Maitines, pero la atribución no es críticamente demostrable. V. Entre las dos Crisis Iconoclastas Roberto Taft, al establecer la periodización de la liturgia bizantina, sitúa dentro de la edad imperial un período de los tiempos oscuros comprendido entre los años 610 y 850, en los que tienen lugar las dos crisis iconoclastas (726–843), que dejarían en la liturgia huellas profundas e indelebles. A esta segunda mitad del siglo VIII pertenece el más antiguo texto litúrgico bizantino que conocemos, el célebre códice Barberini gr. 336 de la Biblioteca Apostólica Vaticana. El manuscrito contiene un eucologio (gr. ευχολογιον), o una colecciσn ordenada de oraciones del celebrante (obispo o presbítero), a la zaga del sacramentarium romano. Gracias a este precioso libro, proveniente de la Italia meridional bizantina, tenemos un panorama completo del culto en aquella época. En el códice encontramos tres formularios eucarísticos (de Basilio, Crisóstomo y de los Presantificados), y las oraciones para las sinaxis de la liturgia de las horas vísperas, vigilia, hora de medianoche, maitines, horas de (prima), tercia, sexta y nona, juntamente con la hora media (gr. τριτοεκτη) de Cuaresma. Hallamos tambiιn los rituales de la iniciación cristiana, las ordenaciones para los ministerios, los ritos matrimoniales, las plegarias de reconciliación y para los enfermos, con los ritos de iniciación monástica y un gran número de ritos y oraciones por diversas necesidades o vinculados a días particulares del año litúrgico. El redactor introduce también en el códice celebraciones típicas y exclusivas de la catedral bizantina, como la catequesis patriarcal a los candidatos al bautismo, la dedicación de una iglesia y, en particular, los ritos propios de la corte imperial de Bizancio.

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Forse tale consenso potrà aprire la strada per risolvere la difficile questione dell’autocefalia della Chiesa ortodossa in America. La sua autocefalia, concessa dal Patriarcato di Mosca nel 1970, è riconosciuta solo da alcune Chiese ortodosse, anche se lo stato canonico dei suoi vescovi non è mai stato messo in discussione da nessuna Chiesa. La questione, insieme ad altre simili questioni in sospeso (ad esempio, lo stato canonico dell’attuale primate della Chiesa Ortodossa delle terre ceche e di Slovacchia), dovrebbe essere risolto dall’Ortodossia nella sua pienezza. Per risolvere questi problemi è necessario che non solo il primato, ma anche la sinodalità siano correttamente esercitati a livello universale. Speriamo che il tanto atteso Concilio pan-ortodosso diventi un evento in cui il principio della sinodalità sia pienamente attuato, e il primato sia esercitato strettamente nel quadro del processo decisionale consensuale. Vorrei concludere questa prolusione citando il paragrafo finale della " posizione del Patriarcato di Mosca sul primato nella Chiesa universale " : “Il Primato nella Chiesa di Cristo è chiamato a servire l " unità spirituale dei suoi membri e il mantenimento della sua vita in buon ordine, perché Dio non è autore della confusione, ma della pace (1 Cor. 14:33). Il ministero del primato nella Chiesa è estraneo all " amore del potere del mondo laico e ha come fine di edificare il corpo di Cristo, ... affinché noi ... vivendo secondo la verità nella carità, cerchiamo di crescere in ogni cosa verso di lui, che è il capo, Cristo, dal quale tutto il corpo… mediante la collaborazione di ogni giuntura, secondo l " energia propria di ogni membro, riceve forza per crescere in modo da edificare se stesso nella carità” (cf. Ef. 4, 12-16).   ¹I.V. Kireevskij, Sulla necessità e possibilità di nuovi principi per la filosofia. Appunto su direzione e metodi. ²Conseguenze ecclesiologiche e canoniche della natura sacramentale della Chiesa. La comunione ecclesiale, la sinodalità e l’autorità. Ravenna, 13 ottobre 2007. Par 5. In seguito indicato come Documento di Ravenna

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Utilizó el mismo título de Gran Señor (Veliki Gosudar) que el Zar, y nunca dejó de acentuar la ascendencia moral del sagrado ministerio sobre él poder secular. Sus resueltos oponentes eran los boyardos, que deseaban tomar el control de las vastas tierras eclesiásticas y privar a la jerarquía de su independencia legal. Al principio, el devoto Zar compartía las aspiraciones de Nikón, pero más tarde cambió de parecer y se puso de parte de los boyardos. Este fue un conflicto decisivo en la historia de Rusia, que preparó el terreno para la drástica secularización del país en el siglo XVIII. Nikón fue derrotado porque su precipitada política y sus reformas mal aconsejadas ofendían y repugnaban a muchos de sus partidarios, y con su derrota se perdió la causa de la independencia de la Iglesia. El Concilio de Moscú de 1666–67 dio fin a la lucha entre el Zar y el Gran Patriarca. Su convocatoria fue un desastre mayor en la historia de Iglesia rusa. El Concilio fue presidido por dos patriarcas orientales, Paisy de Alejandría (1665–85) y Macario de Antioquía (1647–72), especialmente invitados a Moscú para ese propósito. Pero el principal actor en esta asamblea eclesiástica fue un aventurero griego sin escrúpulos, el ex-unificado obispo Paisy Ligaridis. Había sido admirador de Nikón cuando el Patriarca se hallaba en el poder, pero se había vuelto contra su bienhechor cuando cayó Nikón. El Concilio excomulgó primero a todos los que se oponían a las reformas del Patriarca, y así separó del resto de los ortodoxos rusos a los antiguos creyentes. En segundo lugar, condenó al Patriarca y le privó de sus órdenes. En tercer lugar, declaró que el Concilio de los Cien Capítulos de 1551, tan venerado por los rusos porque expresaba su convencimiento de la superioridad de su propia ortodoxia, no tenía autoridad alguna, pues se componía de ignorantes. Los obispos rusos se resistían a firmar una declaración tan humillante, pero los obispos orientales y Paisy Ligaridis les obligaron a firmarla. Nikón murió en 1681, habiendo sobrevivido al zar Alejo y a la mayoría de sus enemigos.

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La historia del Patriarca revela el estado interno de la Iglesia ortodoxa, la presión que había de soportar de los divididos cristianos occidentales, y la peculiar mezcla de intereses religiosos, políticos y comerciales que operaban en Constantinopla durante el siglo XVII. Los principales actores de este drama fueron los embajadores de Francia, Austria, Holanda e Inglaterra. Desde 1535, Francia había sido reconocida por los turcos como protectora de los cristianos en su Imperio, privilegio que animó a la Compañía de Jesús a batallar por la sumisión de los ortodoxos a Roma. La elección de Cirilo, opuesto a sus miras, constituyó una provocación para el prestigio francés, y su enviado, el conde de Cézy, ayudado por su colega austríaco, y utilizando todos los métodos de la diplomacia oriental – denuncias y sobornos – , consiguió retirar a Cirilo de su ministerio. Los diplomáticos protestantes defendieron a Cirilo y le ayudaron a recuperar su puesto. Este juego se repitió varias veces. Mientras tanto, Cirilo concibió el plan de establecer una unión entre los ortodoxos y los protestantes. Es imposible adivinar si vislumbraba la posibilidad de un acuerdo doctrinal o si sólo pretendía una cooperación práctica. Su atrevido plan hizo que los jesuitas le considerasen como hereje peligroso, y los turcos como astuto intrigante político, pues los franceses le acusaban de provocar incursiones por medio de los cosacos ucranianos, que se habían convertido en una seria amenaza para la seguridad turca en el Mar Negro. Cirilo trató de evitar la publicidad acerca de sus negociaciones, pero sus amigos protestantes deseaban la prueba tangible de que aprobaba una teología, reformada. En este complicado complot desempeñó un papel fatal Antoine Léger, calvinista de Ginebra, capellán de la Legación holandesa. Fue instrumento de la publicación de la Confesión de fe, de Cirilo, que apareció en latín en 1629, en Ginebra. Este documento contenía varios, artículos calvinistas, que enseguida fueron repudiados por otros prelados ortodoxos. No obstante, la mayor parte del clero y del pueblo permaneció leal a su patriarca, y cuando los jesuitas sustituyeron a Cirilo por un obispo romanizante, Atanasio Patelarios, el intruso fue expulsado a los veintiún días. Cirilo fue rehabilitado por cuarta vez, pero su nueva victoria hizo que sus enemigos se decidieran a desembarazarse de él por completo. Fracasó el primer intento de asesinarle, pero en 1638 fue otra vez derrotado y encarcelado; sobornados sus carceleros, fue estrangulado mientras se hallaba ausente el Sultán. Cirilo fue asesinado el 27 de junio. Arrojaron su cuerpo al mar, pero lo encontró un pescador y ahora reposa en la iglesia patriarcal de Phanar.

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Esta asimilación – dice O. Clément – culmina en la Eucaristía. La Iglesia no se funda solamente sobre Cristo como Verdad, sino también sobre Cristo como Vida. Y esta Vida se comunica a los fieles por los sacramentos que postulan la institución apostólica. Agentes de la transmutación eucarística, guardianes privilegiados de la Verdad, pastores del rebaño de Cristo, los obispos constituyen, pues, para la eclesiología ortodoxa, los sucesores de Pedro en el sentido más preciso. En la Iglesia de Jerusalén entre Pentecostés y la dispersión de los apóstoles, Pedro presidía la mesa eucarística, siendo el primero en actualizar el carisma «episcopal» que el apostolado transmitía y trascendía. Sin embargo no ha dejado de ser apóstol, es decir, consagrado a un ministerio único e itinerante de testigo ocular. No se puede negar que el carisma episcopal se haya manifestado la primera vez como el aspecto petrino de la apostolicidad. Por eso, en la tradición ortodoxa, la imagen de la roca designará la función episcopal. Sobre la función del obispo de Roma, el ya citado Nilo Cabásilas (s.XIV) dice: «Así, pues, dirá alguien, ¿no es el Papa el sucesor de Pedro? Lo es, pero en cuanto que es obispo. Pues Pedro es un apóstol y el corifeo de los apóstoles, pero el Papa no es ni un apóstol (pues los apóstoles no ordenaron a otros apóstoles, sino a pastores y doctores), y menos aún el corifeo de los apóstoles.» Los teólogos bizantinos reconocen sin embargo otra sucesión de Pedro, más bien analógica: al igual que Pedro era el primer apóstol en el colegio apostólico, igualmente debe existir un primer obispo en el colegio episcopal. Este privilegio fue para el obispo de Roma, la primera ciudad y capital del Imperio, que conservaba el recuerdo de los dos corifeos, Pedro y Pablo. Esta primacía no era de poder sino de ejemplo («presidencia de amor,» dice Ignacio de Antioquía), un derecho de arbitraje entre patriarcados hermanos e iguales. La Iglesia ortodoxa sostiene que la separación entre Oriente y Occidente y la concepción monolítica y centralista occidental han corrompido dicha función en un poder supremo doctrinal y legislativo.

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Esta destrucción fue tan completa, que apenas queda hoy una información fidedigna acerca de la vida y enseñanza de la Iglesia india anterior al siglo XVI. Los siguientes acontecimientos fueron típicos del pueblo oriental, que visiblemente cede bajo la fuerte presión externa, pero que es capaz de una larga y obstinada resistencia interna. Los cristianos de Santo Tomás se resistieron fuertemente a la latinización de su Iglesia, pero tardaron más de medio siglo en reafirmar su independencia. La rebelión estalló en 1653. Su inmediata causa fue el arresto y asesinato por los portugueses del obispo Ahatalla, que había venido secretamente a la India procedente de Babilonia por invitación de los adversarios de Roma, Cuando la noticia de su asesinato llegó a los ortodoxos, sus jefes se reunieron en Mattancherry y celebraron un Sínodo en la vecindad de la antigua y muy reverenciada cruz inclinada (coonen). Todos los delegados prometieron solemnemente volver a su vieja tradición y repudiar su sujeción a Roma. Como muestra visible de su determinación, todos tomaron las cuerdas atadas a la cruz y repitieron juntos su juramento de defender su libertad religiosa. Una confusa lucha entre los portugueses y los indios siguió a este acto de desafío; los rebeldes no tenían obispos y se veían obligados a recurrir a ordenaciones irregulares mediante presbíteros, para proveer de clero a sus parroquias. Esta acción ofreció a los jesuitas la oportunidad de persuadir a muchos de los indios para que volviesen a rendir obediencia a Roma, mientras que otros continuaron su resistencia. En 1663 los holandeses expulsaron a los portugueses de Malabar, lo cual permitió que los ortodoxos recuperasen sus perdidos contactos con otros cristianos orientales. Mar Gregorious, un obispo sirio, llegó en 1665 y restauró el ministerio apostólico entre los indios reordenando a su clero. Sin embargo, no representaba a la tradición nestoriana del cristianismo oriental, sino a la jacobita, y desde su época los cristianos de Santo Tomás han reconocido la superioridad eclesiástica de los patriarcas sirios de Homs.

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Por primera vez Rusia tomó parte en una acción europea conjunta y recibió la fortaleza de Azov. Este tratado de paz fue el punto clave en las relaciones entre los turcos y los cristianos. Después de Karlowitz, el Imperio otomano empezó su larga y tortuosa retirada de Occidente. La Iglesia Ortodoxa Bajo el Yugo Turco Mientras que los turcos se hallaban en la cúspide de su poder, los subyugados cristianos orientales no tenían ningún medio de resistencia abierta y se vieron obligados a adaptar su vida religiosa y cultura a condiciones adversas. Los mahometanos obligaban a los paganos que caían en su poder a elegir entre la conversión al Islam y el exterminio; a los subyugados cristianos y judíos se les reconocía como «gentes del Libro» y se les dejaba practicar su religión, aunque no se les daba ciudadanía. Por lo tanto, los cristianos gozaban de cierta autonomía, pero sufrían muchas limitaciones; los turcos dividían a los cristianos, no según su nacionalidad, sino su confesión. Así, todos los ortodoxos bizantinos, ya griegos, árabes, serbios o albaneses, formaban un solo grupo; los coptos no calcedonios eran considerados como un cuerpo aparte; también los armenios y los nestorianos. Cada una de estas comunidades era gobernada por un jerarca que aprobaba el sultán. El patriarca de Constantinopla era el único portavoz oficialmente reconocido de todos los ortodoxos bizantinos. Era su juez supremo con acceso directo al sultán. Otros patriarcas y obispos perdieron su independencia y se vieron reducidos a la categoría de subordinados, pasando gran parte de su tiempo en Constantinopla para hallarse cerca de la fuente de intriga y poderío. La posición del patriarca era elevada y precaria al mismo tiempo. De 159 patriarcas durante quinientos años de gobierno turco, sólo 21 murieron de muerte natural en su ministerio. Seis fueron asesinados, veintisiete abdicaron y ciento cinco fueron arbitrariamente destituidos. En cualquier momento los sultanes podían destituir al patriarca o a cualquier obispo que no les fuese grato.

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1962. Bd. 37. 1168       Ieromonaco Gregorio (Chatziemmanouil). La Divina Liturgia: «Ecco, io sono con voi... sino alla fine del mondo»/Trad. e Presentazione a cura di A. Ranzolin. Città del Vaticano, 2002. 1169       Vogel C. Introduction aux sources de l’histoire du culte chrétien au Moyen-Âge. Spoleto, 1966 (англ. пер.: Medieval Liturgy: An Introduction to the Sources/Trans. W. Storey, N. Rasmussen. Washington (DC), 1986); Idem. Le pêcheur et la pénitence au moyen-âge. P., 1969. см. также: Vogel C., Reinhard E. Le Pontifical romano-germanique du dixième siècle. Vol. I, II. Le Texte. Città del Vaticano, 1963 (Studi e Testi, 226–227); Eiusdem. Le Pontifical romano-germanique du dixième siècle. Vol. III. Introduction générale et Tables. Città del Vaticano, 1972 (Studi e Testi, 269). 1170       Lodi E. Ordini e ministeri al servizio del popolo sacerdotale. Milano, 1974; Idem. È cambiata la Messa in 2000 anni? Le lezioni della storia. Torino, 1975; Idem. Enchiridion Euchologicum Fontium Liturgicorum. Roma, 1979; Idem. Liturgia della Chiesa: Guida alio studio della liturgia nelle sue fonti antiche e recent. Bologna, 1981; Idem. I santi del calendario romano: Pregare con i santi nella liturgia. Milano, 1990 (англ. пер.: Saints of the Roman Calendar/Trans. J. Aumann. N.Y., 1992; франц. пер.: Les saints du calendrier romain avec les propres nationaux d’Afrique du Nord, de Belgique, Canada, France, Luxembourg, Suisse: prier avec les saints dans la liturgie. P., 1995). 1171       Bornert R. Les commentaires byzantins de la Divine Liturgie du VIIe au XVe siècle//Archives de l’Orient chrétien. P., 1966. Vol. 9; Brightman F.E. The Historia mystagogica and other Greek commentaries on the Byzantine liturgy//Journal of theological studies. Oxf., 1908. Vol. 9. Fasc. 34, 35; Pétridès S. Traités liturgiques de saint Maxime et de saint Germain traduits par Anastase le bibliothécaire//Revue de l’Orient Chrétien. 1905. Vol. 10; Borgia N. Il commentario liturgico di S. Germano Patriarca Constantinopolitano e la versione latina di Anastasio Bibliotecario//Studi Liturgici.

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Esta manifestación era, en los primeros siglos, el fundamento necesario de la expansión geográfica del cristianismo, pero no se identificaba con ella. En teología, el sacramento era el signo y la realidad de la anticipación escatológica del reino de Dios, y el episcopado, centro necesario de esta realidad, era visto ante todo en su función sacramental, mientras que los otros aspectos de su ministerio estaban fundamentados en esta función de «gran sacerdote» en la comunidad local más que en la idea de una cooptación a un colegio apostólico universal. El obispo era ante todo la imagen de Cristo en el misterio eucarístico. La práctica de la Iglesia Ortodoxa no fue siempre conforme a esta eclesiología eucarística. La evolución histórica de la función episcopal, que, por una parte, delegó de manera permanente la celebración de la Eucaristía a los sacerdotes y que, por otra parte, se convirtió de facto en un elemento de las estructuras administrativas más extensas (metropolías, patriarcados), hizo que se perdiera en parte su relación exclusiva y directa con el aspecto sacramental de la vida de la Iglesia. Con todo, el principio teológico inicial se ha mantenido y ha resurgido cada vez que se ha profundizado en la teología de la Iglesia. En el siglo XX diversos teólogos han insistido en el carácter eucarístico de la Iglesia y eclesiológico de la Eucaristía. Dice el obispo Zizioulas: «Constituida en torno al obispo y llegando a su punto culminante en su persona, cada iglesia se encuentra también, en el seno de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, no sólo como la parte en el todo, sino en la medida en que ella está en comunión con ese todo en la unidad del Espíritu Santo, como siendo ella misma esta Iglesia una, santa, católica y apostólica, esto es, el pléroma, la plenitud y el Cuerpo de Cristo.» Una iglesia no puede manifestar la plenitud sino en la comunión de todas. Cada iglesia es responsable de las otras. Cada iglesia recibe el testimonio de las otras y esta reciprocidad de testimonio da fe de que son, cada una y todas juntas, la Iglesia universal.

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