Indudablemente había otros que deseaban intercambiar los goces transitorios de la vida del mundo y sus múltiples problemas y penalidades por el albergue de una comunidad bien organizada. Pero, aunque el interés personal por la tranquilidad y seguridad desempeñaba a menudo un importante papel, el concepto acerca de la mentalidad del monje oriental sería imperfecto si se interpretara su anhelo de comunión con Dios únicamente en términos de la búsqueda por el individuo de su propia salvación. El monacato era esencialmente un movimiento corporativo que aspiraba a la realización del nuevo orden cristiano en toda su integridad. Los monjes y las monjas no sólo se deshacían de los lazos y obligaciones familiares, sino que al mismo tiempo contraían nuevos y más estrechos vínculos, compartiendo su trabajo y sus bienes con los hermanos y las hermanas de idénticas miras. Intercambiaban un tipo de lealtad por otro que era más exigente y requería una completa obediencia a los jefes libremente elegidos. A los ascetas se les comparaba con los ángeles, y estaban convencidos de que formaban bien ordenadas legiones angélicas, animadas por el espíritu de amor y obediencia a su Creador. El cambio de nombre que la unión con una comunidad religiosa traía consigo indicaba la voluntad o la disposición del monje de morir al viejo mundo para renacer en una nueva sociedad. Los monjes no despreciaban a los que se quedaban atrás; deseaban ayudar y elevar al resto de la Iglesia. La hospitalidad a los pobres, la ayuda a los enfermos, la disposición a asistir y aconsejar a los necesitados de sabio consejo, fueron, desde el principio, características de las comunidades monásticas; sin embargo, la caridad, el trabajo manual, la mortificación corporal e incluso la salmodia se consideraban no como fines en sí, sino únicamente como medios para realizar el principal objeto de los ascetas retirados de la vida ordinaria, o sea, el culto y adoración del Creador Trino y Uno. Los Padres del desierto pensaban que no había otra actividad tan noble, tan absorbente como ésta, y nadie podía realizarla mejor que en compañía de otros ascetas de idénticas miras. A través de todas las vicisitudes de su larga y atribulada historia, el monacato oriental no ha renunciado nunca a este ideal, y los monjes ortodoxos se han dedicado siempre a la alabanza de Dios, que es la principal finalidad de su existencia comunal.

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[y] aquellos que pretenden que esto es imposible. Estas personas no han caído en alguna herejía en particular, sino en todas las herejías al mismo tiempo, puesto que ésta es la peor de todas en su impiedad... Cualquiera que hable de esta manera destruye todas las Escrituras divinas. Estos anticristos afirman: Es imposible, imposible. El mensaje de Simeón va más allá de la cuestión del «liderazgo» carismático en la Iglesia que – desde su punto de vista y en el de muchas otras personalidades monásticas – desempeña un ministerio profetice lado a lado con la jerarquía institucional. Afirma que una experiencia directa del Espíritu está abierta a todos los cristianos , como un signo de la autenticidad de su fe . Las formas extremas de aquella tendencia condujeron al mesalianismo sectario, que negaba al mismo tiempo la necesidad del bautismo, de los sacramentos y de la jerarquía, y consideraba la «oración pura» individual como el único medio verdadero de comunión con Dios. La tradición ascética y mística ortodoxa se contrapuso a este movimiento carismático individualista identificando la « pura oración » de los monjes como « oración de Jesús ,» basada en la recordación constante de aquel nombre divino que, en el Antiguo Testamento, era considerado impronunciable y que ahora ha sido revelado en la persona del Jesús histórico . Este retorno a la historia, a la revelación del Nuevo Testamento en el nivel de la espiritualidad, implicaba que la tendencia ascética y «experiencia!» del cristianismo oriental se definía a sí mismo dentro del marco cristológico de los Padres y de los concilios . La tradición patrística y conciliar de la identidad de Jesucristo fue heredada por la Iglesia, tanto oriental como occidental, a partir de los nueve primeros siglos de la historia cristiana. Era todavía una tradición abierta, que representaba problemas si uno requería un entendimiento más analítico de las cuestiones exegéticas relativas a la psicología humana del Jesús histórico, o si la mente de uno estaba dominada por la distinción agustiniana entre «naturaleza» y «gracia.» Estos problemas probablemente habrían parecido irreales a los teólogos del período patrístico, para quienes el pensamiento cristológico no consistía tanto en analizar el misterio de la unión hipostática (que, siendo único, no da fundamentos para análisis o comparaciones) cuanto simplemente en mostrar a los seres humanos una forma de vencer la muerte a través de la comunión con el Resucitado . Su aproximación, existencialmente limitada, a la cristología no era necesariamente una debilidad: en verdad, la cristología querigmática y soteriológica de los Padres era de hecho más cercana a los relatos abiertos que se encuentran en el Nuevo Testamento de lo que es a veces la exégesis analítica moderna, que pretende restaurar el significado de los «originales» de la Escritura.

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Eugene’s end, as we know, was very different from that of Nietzsche. But he would have to pass through the same dark furnace in order to reach a permanent, eternal light, a cool refreshing place of eternal happiness. As Hieromonk Damescene writes, “Eugene had begun his philosophic search by repudiating the very thing he was seeking. At the deepest level, he was being driven to find God, but he would have to go full circle before unexpectedly returning upon that from which he was running.” From a mathematician Eugene became a philosopher. He remained an amiable young man with a good sense of humor and a close circle of friends, but there was an enigmatic side to him that no one around him understood. He would often take solitary nocturnal walks, brooding over something that he revealed to no one. This introverted brooding would later spill over the surface in rare moments of lowered self-restraint, when he would literally rage against a God he didn’t believe in, challenging that very God to make Himself known. Oriental philosophy. The material light of Western philosophy finally burned down and fizzled in Eugene’s mind. It had left him wanting, and so he set off in the direction of Oriental philosophy. The early 1950’s saw the rise in fame of a former Anglican priest who had embraced Zen Buddhism, Alan Watts. Watts had something alluring to say to a spiritually dispossessed generation, and he became very popular. “Watts surprised his young listeners by telling them that the whole structure of the Western thought they had been studying was completely wrong-headed…. The secret of life is to stop thinking about it, and just experience it.” Watt’s Western assimilation of ancient Oriental thought would prove to be a turning point in American popular culture. Although it was taken from a tradition of strict self-discipline, its transplant onto American soil would produce fruits of plain hedonism and a seeking of what “feels good”—experience for the sake of experience. Watts himself would become disillusioned and bitter toward the end of his life, left unsatisfied and empty.

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I believe part of the problem is the mistaken attitude of the previous dead dialogue. That dialogue accelerated the attempts for unity, and overemphasized the closeness of the doctrines without having a serious and careful understanding of what is beyond Christology. In my opinion, the results of the Orthodox-Roman Catholic dialogue achieved a milestone with the Ravenna Document. This document determined exactly their agreement upon their disagreements (!). Consequently they knew what they really need to study together. This is exactly what the Orthodox-Oriental Dialogue needs today. The Russian Orthodox Patriarchate should take a strong positive stance regarding the dialogue by summoning the different oriental traditions (Armenian, Syrian and Coptic) to have a deep theological dialogue. This would make me optimistic that Moscow can heal the dialogue … with all hopes that “all may be one”(John 17:21) Special thanks: I’d like to express my deep gratitude to Pravmir magazine for hosting this series of articles and its loyal and spiritual contribution to the Christian electronic journalism. I also would like to thank my partner and fiancée, Elizabeth Iskander, who spent of her time, while defending her PhD thesis in Cambridge University, in editing the language and structure of the articles.   Brookline-Massachusetts United States of America a former   teacher at Cambridge Divinity School and recently excommunicated by the Coptic Church,   leading him to join the Russian Orthodox Church Road to Emmaus Orthodox Magazine , Issue 38. P.27 Cf.   Center for Traditionalist Orthodox Studies, The Non-Chalcedonian Heretics, p.17 Shenouda III, Comparative Theology 5, p.5 This is an Islamic expression referring to the   grave apostasy of changing God’s words. Davis, Stephen J. Coptic Christology in Practice, Oxford University Press. P.277 Shenouda III, op. cit. p.18 Davis. Op. cit. p.278 qouting Shenouda op. cit. p.31 Ibid. pp. 27-28 Discuss this article © Copyright 2007 by pravmir.com Top of Page

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Esta destrucción fue tan completa, que apenas queda hoy una información fidedigna acerca de la vida y enseñanza de la Iglesia india anterior al siglo XVI. Los siguientes acontecimientos fueron típicos del pueblo oriental, que visiblemente cede bajo la fuerte presión externa, pero que es capaz de una larga y obstinada resistencia interna. Los cristianos de Santo Tomás se resistieron fuertemente a la latinización de su Iglesia, pero tardaron más de medio siglo en reafirmar su independencia. La rebelión estalló en 1653. Su inmediata causa fue el arresto y asesinato por los portugueses del obispo Ahatalla, que había venido secretamente a la India procedente de Babilonia por invitación de los adversarios de Roma, Cuando la noticia de su asesinato llegó a los ortodoxos, sus jefes se reunieron en Mattancherry y celebraron un Sínodo en la vecindad de la antigua y muy reverenciada cruz inclinada (coonen). Todos los delegados prometieron solemnemente volver a su vieja tradición y repudiar su sujeción a Roma. Como muestra visible de su determinación, todos tomaron las cuerdas atadas a la cruz y repitieron juntos su juramento de defender su libertad religiosa. Una confusa lucha entre los portugueses y los indios siguió a este acto de desafío; los rebeldes no tenían obispos y se veían obligados a recurrir a ordenaciones irregulares mediante presbíteros, para proveer de clero a sus parroquias. Esta acción ofreció a los jesuitas la oportunidad de persuadir a muchos de los indios para que volviesen a rendir obediencia a Roma, mientras que otros continuaron su resistencia. En 1663 los holandeses expulsaron a los portugueses de Malabar, lo cual permitió que los ortodoxos recuperasen sus perdidos contactos con otros cristianos orientales. Mar Gregorious, un obispo sirio, llegó en 1665 y restauró el ministerio apostólico entre los indios reordenando a su clero. Sin embargo, no representaba a la tradición nestoriana del cristianismo oriental, sino a la jacobita, y desde su época los cristianos de Santo Tomás han reconocido la superioridad eclesiástica de los patriarcas sirios de Homs.

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Otros autores insisten en la importancia primera y exclusiva del bautismo y de la Eucaristía como sacramentos fundamentales de la introducción cristiana a la «nueva vida.» Así, por ejemplo, san Juan Damasceno (s.VIII) se ocupa sólo de los misterios estrictamente evangélicos: el bautismo (incluyendo la crismación) y la Eucaristía. Y Gregorio Palamás, en el siglo XIV, proclama que toda nuestra salvación se funda en estos dos (o tres) sacramentos, ya que son una recapitulación de toda la economía salvadora de Cristo. Y Nicolás Cabásilas, su contemporáneo, en su oba La vida en Cristo – que se centra totalmente en la vida sacramental –, dedica sendos capítulos al bautismo, a la unción (o crismación), a la Eucaristía, pero también uno a la consagración del altar. También habla de dos únicos sacramentos, bautismo y Eucaristía, el patriarca de Constantinopla Cirilo Lukaris (+ 1638), pero en este caso se trata de una influencia protestante, como ya vimos. Y por esta razón los escritos ortodoxos antiprotestantes de ese tiempo proclaman todos el número septenario. Así, antes de Lukaris, el patriarca Jeremías (+ 1595), pero también los escritos contra Lukaris, tales como la Confessio de Dositeo, patriarca de Jerusalén (1672), o la Confessio orthodoxa de Pedro Moghila (1639–1640). Actualmente, los libros de religión de la Iglesia Ortodoxa hablan siempre de siete sacramentos, los mismos sacramentos que confiesa la Iglesia Católica. Esto no impide que, para los teólogos, el campo sacramental sea más vasto y menos fijo, de acuerdo con la tradición. Hablando de los sacramentos comunes, hay que notar que la Iglesia oriental ha mantenido siempre unidos los sacramentos de la iniciación cristiana. Bautismo y crismación forman ya, prácticamente, un todo. Se atribuye, como en Occidente, a la crismación, por la cual se comunica la plenitud del Espíritu Santo, una especificidad propia, pero no por ello se separa del bautismo. Como es sabido, el sacramento de la crismación o unción era administrado siempre por el obispo, presente en los ritos de iniciación. Al multiplicarse las comunidades, se fue haciendo imposible la presencia del obispo en todas las celebraciones bautismales. Ante este hecho, Occidente optó por conservar la confirmación como prerrogativa del obispo, y con ello la confirmación fue separada del bautismo, mientras que la Iglesia oriental, para salvar la unidad de los ritos de la iniciación cristiana, delegó en los sacerdotes la potestad de administrar también la crismación. La Iglesia oriental, además, da la comunión al neobautizado inmediatamente después de la crismación, incluso a los niños recién nacidos, para que la iniciación cristiana sea completa.

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Además de los principales monasterios, el Monte Santo tiene muchos ascetas que viven en pequeñas comunidades o por sí solos. Algunos viven en lugares tan inaccesibles, que sólo se pueden alcanzar por medio de escalas de cuerda. Se les proporciona alimentos en un cesto, colgado sobre precipicios. Problemas Éticos y Sociales La Iglesia oriental se describe a menudo como de otro mundo y poco interesada por los aspectos materiales y sociales de la vida. Su visión se presenta como caracterizada por los monjes del Monte Atos, que se retiran del mundo con sus complejos problemas y hallan paz y contentamiento en una eterna contemplación. Semejante idea de la Iglesia oriental no tiene en cuenta el profundo sentido de interdependencia de todos los seres que es común de los ortodoxos, ni su conciencia de que la salvación del mundo tiene lugar dentro y no fuera de la comunidad. La visión ética y social de los cristianos orientales es resultado de su experiencia eucarística. El servicio de comunión ortodoxo acentúa el carácter comunitario de esta comida sagrada. Su ritual subraya la reconciliación, el perdón mutuo, el reconocimiento de que todos somos responsables unos de otros. Antes de la recitación del Credo, el celebrante exhorta al pueblo: «Amémonos los unos a los otros para que unánimemente podamos confesar.» Estas palabras significan que la caridad es indispensable para una adecuada confesión de fe ortodoxa; por tanto, mientras se canta el Credo, los celebrantes se dan unos a otros el beso de paz y dicen: «Cristo está en medio de nosotros.» En las Iglesias orientales, entre los coptos, los armenios y los jacobitas, el beso de paz se intercambia también entre los seglares, pero entre los ortodoxos bizantinos se practica sólo una vez al año, en Pascua de Resurrección. Este énfasis sobre la reconciliación y el perdón se expresa también en un himno que se canta durante los maitines de Pascua: «Este es el día de la Resurrección: Hermanos, abracémonos unos a otros, y perdonemos a los que nos odian, e iluminados así por la festividad, exclamemos: Cristo ha resucitado de entre los muertos, pisoteando a la muerte con la muerte y dando vida a los que estaban en las tumbas.»

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En teoría, debió ser bien acogida la reaparición de un emperador en Occidente, pero la coronación de Carlomagno no fue una acción amistosa o una satisfactoria extensión de la autoridad imperial sobre las tierras occidentales que ocupaban los bárbaros. Fue un golpe revolucionario, un desafío al Basileus. Se había elevado al trono a un bárbaro occidental sin conocimiento y consentimiento del legítimo monarca. La coronación de Carlomagno originó un Estado universal rival, y porque sólo era concebible un Imperio, ofrecía, por lo tanto, a los cristianos una inquietante elección. Lo comprendían ambas partes con toda claridad; sin embargo, al principio se evitó un choque abierto. El emperador oriental tenía problemas en el año 800 y cerró los ojos a esta ofensa; incluso envió un mensaje de salutación a su hermano «ilegítimo.» Análogamente, Carlomagno no se hallaba dispuesto a atacar al emperador oriental. No obstante, comenzó a perseguir herejes, pretendiendo establecer su derecho como único sucesor de Constantino. En una época en que la uniformidad de ritual, incluso de costumbre, se consideraba cada vez más como signo indispensable de ortodoxia doctrinal, no era difícil tildar de «hereje» a cualquier comunidad cristiana. Los cristianos orientales y occidentales habían seguido siempre sus propias tradiciones, y allá por el siglo IX habían divergido éstas considerablemente, de manera que los obispos occidentales que apoyaban a Carlomagno le proporcionaron fácilmente la necesaria evidencia, consistiendo la más grave acusación en la supuesta corrupción del Credo por omisión de la frase Filioque. Tal fue el principio de la denominada controversia sobre el Filioque, que hasta hoy ha seguido siendo un bloque impenetrable en la vía de cooperación entre Oriente y Occidente. La Controversia Sobre el «Filioque.» Antes de Nicea se esperaba que un neófito confesara su fe con las palabras de un credo que proclamaba la creencia en el Dios Trino y Uno y en la Encarnación. Las Iglesias locales tenían credos que diferían verbalmente, pero que eran idénticos en esencia.

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Cited by V.C. Samuel “Severus of Antioch”, Ekklesiastikos Pharos, vol.58 (1976), p.290 Ibn al-Makin, Al-Mawsoo’a al-Lahouteya al-Shaheera Bel-Hawy , vol.3 published by Muharraq Monastery. Noubar Press 2001. pp.144 – 145 Ibid. pp. 145 – 149. also, Ibn al-Makin says somewhere else, explaining the incarnation: it is the Eternal Son who is ascribed as “the Word”, united with the temporal Marian Son (Ebn Mariam) in an ineffable way, One from two, a reality out of two realities, born of Mary.” Ibn al-Makin op. cit. vol.II p.230 Sawiris Ibn al-Muqaffa’ (Severus of Ashmunin) is the most famous Coptic historian and scholar from the 10 th century. He wrote about the idea that Christ is one hypostasis out of two hypostases, and that the human person who was united to the divine Word became totally one with Him. While at the same time he switches to radical Eutichianism whereby he questions the uncreatedness of Christ’s “one nature” after unity since Mary is the Mother of God because she is the Mother of  an uncreated person and uncreated nature using the same argument of Dioscorus and his successor Ibn al-Makin about the incorruptibility and change of human nature due to the hypostatic unity with divinity. Cf. Al-Durr Al-Thameen fi Eedah al-Deen. published by Pope Kyrellos VI Sons, Egypt 1992. pp.166-177 Does Chalcedon Divide or Unite? towards convergence in Orthodox Christology. edited by Paulos Gregorios,William H. Lazareth. Translated to Arabic by Michel Najm. Manshourat al Nour, Lebanon 1987. P.183 Anba Gregorius, Mowso’at allahoat al Anba Gregorius, vol.I. Anba Gregorius Library : Egypt 2003.  p.208 Recently, he published a book collecting poetry about himself written by priests appreciating his ecumenical efforts. In one of these poems, the Orthodox are described as the Sick Nestorians, al-Nasatera al-Seqam. [Anba Bishoy: Sham’a Modee’a fe Kanesetna al Qebteya , Damietta 1997 chapter 15] “The Four later Councils of the Orthodox” says Bishoy, “can be considered as local Councils concerning their Family of Churches . The same applies to the Second Council at Ephesus 449 AD which the Oriental Orthodox did not oblige any Church to accept as an Ecumenical Council although it was a great defence against the propagation of Nestorianism and was defended by St. Severus of Antioch.”. Bishoy of Damietta, The Council of Chalcedon 451 AD . The Third Meeting of The Joint Commission for the Relations Between   the Russian Orthodox Church and Oriental Orthodox Churches in the Middle East December 12-16, 2005The Catholicosate of The Great House of Cilicia Antelias, Lebanon.

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For developments of the Orthodox Church in Russia in more recent times, see James Cunningham, A Vanquished Hope: Movements for Church Renewal in Russia (Crestwood, NY: St. Vladimir " s Seminary Press, 1981); Nicholas Zernov, The Russian Religious Renaissance of the Twentieth Century (London: Darton, Longman and Todd, 1963); Dimitri Pospielovsky, The Russian Church Under the Soviet Regime 1917–1982 (Crestwood, NY: St. Vladimir " s Seminary Press, 1984). Essays on recent developments of a number of regional Orthodox churches and jurisdictions are found in Petro Ramet, ed., Eastern Christianity and Politics in the Twentieth Century (Durham, NC: Duke University Press, 1988). A valuable introduction to the Oriental Orthodox churches is Azziz S. Atiya, A History of Eastern Christianity (Notre Dame, IN: University of Notre Dame Press, 1965). For some aspects of the recent developments between the Orthodox and the Oriental Orthodox, see William Lazareth and Nikos Nissiotis, Does Chalcedon Unite or Divide? (Geneva: World Council of Churches, 1981) and Thomas FitzGerald, «Towards the Reestablishment of Full Communion: The Orthodox-Oriental Orthodox Dialogue,» The Greek Orthodox Theological Review 36:2 (1991), 169–82. The fundamental themes of Orthodox doctrine and spirituality can be found in Kallistos (Timothy) Ware, The Orthodox Way (Crestwood, NY: St. Vladimir " s Seminary Press, 1979). Somewhat less accessible is the classic work by Vladimir Lossky, The Mystical Theology of the Eastern Church (Cambridge: James Clarke, 1951). See also his essays in/n the Image and Likeness of God, ed. John Erickson and Thomas Bird (Crestwood, NY: St. Vladimir " s Seminary Press, 1974). Also of importance for the development of Orthodox spirituality is John Meyendorff " s St. Gregory Palamas and Orthodox Spirituality (Crestwood, NY: St. Vladimir " s Seminary Press, 1974). A popular presentation of Orthodox faith and practice is Anthony Coniaris, Introducing the Orthodox Church (Minneapolis: Light and Life, 1982). A valuable introduction to the Orthodox Church is Jordan Bajis, Common Ground: An Introduction to Eastern Christianity for the American Christian (Minneapolis: Light and Life, 1991).

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