El tradicional Kyrie eleison no fue, sin embargo, excluido, sino que quedó como preludio o como apéndice de las preces, dicho solo o, más comúnmente, tres veces y aún más. En los siglos siguientes, las preces, introducidas también en la hora de prima, asumieron un marcado carácter penitencial con la inserción de versículos especiales para implorar el perdón de los pecados, y de los salmos Miserere y De profundís; de ahí el nombre de preces flébiles dado a aquéllas por los liturgistas medievales y también la costumbre de recitarlas de rodillas. Por este motivo, desde el tiempo de Amalario fueron excluidas del oficio pascual, de los domingos y de las fiestas, y más tarde, en el breviario de la curia, fueron arregladas en un texto muy prolijo, restringidas al Adviento y a la Cuaresma. El breviario de los Menores llevaba también un breve formulario de preces para los domingos y los días ordinarios en prima y completas. Estas han quedado todavía en uso, si bien se muestran menos concordantes con el tradicional carácter festivo de la dominica. La oración dominical . Era natural que el Pater noster, la fórmula cotidiana de la oración enseñada por Nuestro Señor, tuviese su puesto en la ordenación de la oración pública de la Iglesia. En efecto, a ejemplo de la misa, en la cual la anáfora eucarística se concluye con la oración dominical, también el oficio le asignó su puesto conclusivo o porque era considerada como el resumen ideal de toda oración o, más probablemente, para que sirviese para cancelar los defectos ocurridos en la recitación del oficio, conforme al pensamiento de las Padres antiguos, que la consideraron como el cotidianum baptisma, hecho para cancelar los debita cotidiana. Como quiera que sea, es un hecho que, en un principio, todas las horas terminaban regularmente con el Pater noster. Lo atestiguan desde el principio del siglo VI el concilio de Gerona, en España (517): ómnibus diebus post matutinas, et vespertinas (horas), oratio dominica a sacerdote proferatur (en.

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b) El «cursas» egipcio.–Comprende todo aquel complejo de monasterios florecientes diseminados por Egipto y la Tebaida, en los cuales cuando los visitó Casiano (a.402), nuestra fuente de información más copiosa y más segura, existían ya tradiciones litúrgicas muy antiguas. Los monjes egipcios decían en común solamente el oficio de la tarde (vespertina synaxis) y el de la noche (nocturnae solemnitates). Estos dos oficios eran idénticos, y se componían de doce salmos, ejecutados por un lector en canto responsorial y escuchados sentados. Al final de cada salmo, todos, postrados en tierra, rezaban por algún tiempo en silencio (oratio mentalis); después, estando en pie con los brazos abiertos, escuchaban la colecta, recitada por el sacerdote. A los doce salmos seguían dos lecturas, la primera sacada del Antiguo Testamento, y la otra del Nuevo. El duodécimo salmo era siempre uno de aquellos que en el Salterio tienen para intercalar el Alleluia. Además, el Gloria Patri se decía solamente de manera antifónica después de los salmos ejecutados. Los monjes celebraban el oficio estando también ocupados en su trabajo de tejer esteras. Durante el día meditaban siempre en los salmos; y por esto, observa Casiano, no tienen las horas canónicas diurnas, porque la oración abarca toda entera su vida, como en una atmósfera de cielo. El «cursus» siro-palestinense. – En los monasterios de Palestina y de Mesopotamia, el oficio de la vigilia comprendía tres nocturnos distintos, compuestos cada uno de tres salmos antifónicos, cantados mientras la asamblea estaba en pie; después, otros tres en forma responsorial, a los cuales seguían tres lecciones escriturísticas; por tanto, en total, dieciocho salmos y nueve lecciones. Los salmos matinales (laudes), formados por el grupo 148–150 (Laúdate Dominum de caelis; Cántate Domino; Laúdate Dominum in sanctis eius) y probablemente de alguno antiguo, como el Benedicite, eran cantados inmediatamente después de los nocturnos. En cada una de las horas diurnas se decían generalmente tres salmos.

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Los Libros del Oficio Divino El Salterio. El libro del los Salmos, desde los comienzos de la Iglesia, fue el primero y más importante libro de las plegarias publicas, germen fecundo del que gradualmente se desarrolló a través de los siglos el árbol magnífico del oficio canónico. Tratando aquí del Salterio, intentamos referirnos únicamente a aquellos códices del libro de los Salmos que tienen alguna relación con la recitación de las horas canónicas. A este respecto pueden distinguirse cuatro tipos: a) El Psalterium non feriatum o salterio simple, es decir, el texto con el orden numérico de los 150 salmos. Este, aunque no redactado directamente para el oficio canónico, lleva en el apéndice algunos textos de uso litúrgico, como los Cántica Bíblica acostumbrados, el Te Deum, el Gloria in excelsis, el símbolo, las letanías de los santos, etc. Tal es, por ejemplo, uno de los más antiguos salterios conocidos, el Codex Alexandrinus, del siglo V, y los no menos famosos de Utrecht y de Carlos el Calvo (siglo IX). que resumía brevemente el sentido general del salmo. Ha editado un texto del mismo el cardenal Tommasi. c) El Psalterium feriatum completo, es decir, el texto de los salmos en orden numérico, al que va unido el Ordinarium officii de tempore, es decir, los invitatorios, las antífonas, los himnos, los versículos, los capítulos señalados para cada día de la semana. Esta es la forma conocida de los salterios medievales redactados para el uso litúrgico. d) El Psalterium disposítum per hebdomadam. En éste, los salmos no están dispuestos en orden bíblico, sino según su rezo semanal. Están generalmente acoplados al proprium de tempore y al de los santos para formar el breviario en el sentido más moderno de la palabra. Los Calendarios y Martirologios La liturgia católica se desenvuelve en el ámbito del año eclesiástico; las diversas etapas de este ciclo anual están indicadas en los calendarios y en los martirologios, dos clases de libros litúrgicos que se completan mutuamente.

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Podemos clasificar todas las antífonas en cuatro grandes categorías: a) antífonas salmódicas; b) antífonas,evangélicas; c) antífonas históricas; d) antífonas independientes. a) Las antífonas salmódicas. Son aquellas que derivan su texto del mismo salmo que preludian. Tal era el uso primitivo, todavía conservado, salvo raras excepciones, en los oficios dominicales y feriales. Estas antífonas salmódicas forman breves frases, sacadas del comienzo del salmo o del versículo más característico, de modo que llaman sobre él desde el principio la atención del que canta. A veces, estas frases reproducen exactamente el versículo escogido, a veces lo han retocado algo, a veces, especialmente en las antífonas más largas, están hechos con perícopas sacadas de diversos versículos. También los antiguos oficios vigiliares de Pascua, Navidad, Epifanía, Ascensión, Pentecostés, del triduo sacro y, además, los comunes de los apóstoles, de los mártires, de los confesores y de las vírgenes, que hacía el fin del siglo VIII constituían ordinariamente el oficio de los santos, seguían la regla de las antífonas salmódicas, escogidos o compuestos con el versículo que mostrase especial relación con la fiesta. Cuando estaba en vigor la práctica de repetir la antífona a cada versículo, todo el salmo era así iluminado por el pensamiento de la solemnidad expresado por la antífona. Aun sucedía esto mejor en el oficio de laudes, en el cual, a diferencia de los maitines o vísperas, que en tal solemnidad adoptaban salmos propios, se seguía el esquema salmódico dominical. Las antífonas para estos salmos, generalmente eran sacadas del pasaje evangélico del misterio y tejían casi la cronohistoria. En la serie de las antífonas salmódicas hay que contar también la aclamación Alleluia, la cual, no obstante su sentido genérico, está unida originariamente a muchos salmos. Si como tal no da propiamente la clave litúrgica del salmo que introduce, da, sin embargo, el color a la atmósfera espiritual en la cual florece el canto de la salmodia. Sola o con otras, o unida a textos salmodíeos, expresa la alegría cristiana del tiempo de Pascua. Pero, aun fuera de este tiempo, en el siglo IV servía ya de antífona en el acostumbrado oficio nocturno en los monasterios de Egipto, y de ellos San Benito imitó la norma de su regla (c.9) de cantar los salmos del segundo nocturno ferial y los tres cánticos del tercer nocturno de la dominica con un Alleluia final. No es preciso creer, sin embargo, que este Alleluia terminativo fuese una simple aclamación, como ahora usamos en el breviario romano. Para los orientales, y hoy todavía en el rito ambrosiano, el canto del Alleluia después de la lección del Nuevo Testamento es un Alleluia muy prolijo y eminentemente melismático.

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La ordenación de la oración en las primeras comunidades monásticas de Egipto es un punto de importancia capital en la historia del oficio divino, porque sus influencias se hicieron sentir largamente no sólo en Oriente, sino igualmente en las reglas monásticas occidentales y en el cursus de la misma Iglesia de Roma, como veremos. Los «Cursus» Monásticos Orientales Es natural que se hable en primer lugar de los cursus orientales, porque el Oriente, y en particular Egipto, ha visto las primeras formas. Hay que observar, sin embargo, en seguida cómo es muy difícil delinear un bosquejo preciso; porque en un principio no se tuvo, como es fácil imaginar, criterio uniforme en la elección y en el orden de los salmos, como igualmente en los otros elementos de la oración Casiano, que nos da informaciones bastante amplias sobre el particular al menos en sus líneas generales nos atestigua que, mientras en Egipto y en la Tebaida la disciplina de la oración era bastante uniforme en todas las comunidades monásticas, en Palestina y en Siria los cursus variaban con el variar de los monasterios, y se podían contar tantos cuantos abades los gobernaban. En cuanto a Egipto, es preciso distinguir entre el grupo de los monasterios pacomianos y los otros innumerables esparcidos a lo largo de la inmensa llanura del Nilo. a) El «cursus» pacomiano.-En los diversos monasterios de Tabenna, regidos por una única cabeza, los monjes atendían a la oración también durante el trabaio. De noche recitaban doce salmos, intercalados de responsorios, de aleluyas y de lecciones escriturísticas. El oficio vespertino contaba igualmente otros doce salmos, reservándose otros doce para el oficio de la aurora. Para la solemnidad pascual, los monjes de las diversas casas se reunían en la casa madre, y así los oficios sagrados en aquellos días eran celebrados por cinco mil o más personas. En las diversas preposituras, una trompeta daba la señal de la oración. La salmodia era ejecutaba en forma responsorial; uno cantaba, los otros escuchaban en silencio, respondiendo apenas a intervalos con un breve emblema.

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" Con el triunfo definitivo de la liturgia romana sobre los ritos galicanos, fuera de los países de influencia ambrosiana, desaparece también el rito tan simbólico y lleno de poesía del antiguo lucernario, para no sobrevivir más que en la vigilia pascual. El ofrecimiento del incienso durante el canto del Magníficat en las vísperas, según el cursus romano, viene, casi sin saberlo, a substituir a la antigua oblación lucernaria. El incienso vespertino, si bien se refiere más directamente al sacrificio de la tarde del Antiguo Testamento, se inspira, sin embargo, en el mismo concepto que dio origen al lucernario, queriendo representar, tanto por medio de la luz corno de los perfumes de aroma árabe, el sacrificio cruento del Calvario, donde, entre los esplendores de una santidad substancial e infinita, el Pontífice del nuevo pacto elevó al cielo, flameante como una nube de incienso, su oblación pascual por la salvación del mundo.» Las Vísperas Como antes decíamos, la costumbre de cerrar la terminación del día dominical con un oficio salmódico público, precedido en muchos lugares, si no en todas partes, de un ágape, es ciertamente anterior a la paz constantiniana. Se une, por lo demás, a aquella oración privada vespertina, cotidiana, sugerida siempre por la Iglesia y practicada efectivamente por los fieles. Añádase que, en la primera mitad del siglo IV, las florecientes congregaciones de ascetas orientales habían dado un poderoso impulso a la oración colectiva, que se convirtió después, con sus atrevidas iniciativas, en oración pública y semioficial; y no sorprenderá el que, al final del mismo siglo, el oficio de vísperas se nos presente regularmente celebrado cada domingo, y quizá cada día, en las iglesias más importantes del orbe cristiano. Dejando a un lado el Oriente, nos limitamos a traer como prueba algunos testimonios sacados de escritores occidentales. Para las Galias, San Hilario de Poitiers (+ 366) escribe: Progressus Ecclesiae in matutino misericordiae Dei signurn sunt. Para el África, San Agustín elogia la costumbre de una señora que solía dirigirse con sus esclavas a la iglesia ad vespertinos illuc hymnos et orationes; y en otras partes: Acta sunt vespertina quae quotidie solent. Para la alta Italia. San Ambrosio dice: Diei ortus psalmum resultat, psalmum resonat occasus; y en otro lugar, refiriéndose más claramente a un oficio celebrado en la iglesia, escribe: Ut qttotidie procedentes in ecclesiam... ab Ipso (se. Deo) incipiamus ei in Ipso desinamus.

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Es evidente que cuando fueron escogidos los salmos de los nocturnos de esta solemnidad, y esto sucedió ciertamente durante el siglo V, si hubiese existido el salmo 94 como invitatorio, éste habría sido quitado para no dar lugar a una repetición. Si fue escogido este salmo, es prueba de que no se cantaba en un principio, porque el invitatorio no existía todavía. Cuando, después de San Gregorio, se introdujo éste en el cursus romano, para evitar una repetición, se prefirió dejar el oficio de la Epifanía en su forma primitiva, es decir, sin verso, sin invitatorio y sin himno, como lo decimos todavía. Todo esto encuentra confirmación en los más antiguos antifonarios, en los cuales las antífonas o versículos del invitatorio forman un grupo aparte, no puesto en su lugar, sino colocado al final, como apéndice. El canto del Venite exultemus, según San Benito, debía ejecutarse en estilo antifónico: psalmus nonagesimus quartus cum antiphona. Pero en el oficio romano se ha convertido en un canto responsorial, o sea confiado al solista, como ya atestigua Juan Archicantor: cantat statim cui iussum fuerit invitatorium... ceteris respondentibus. Esto explica la división del texto del Venite exultemus, no en versículos, como en los otros salmos, sino en estrofas – cinco solamente –, para dar facilidad al praecenfor de ejecutarlo más dignamente. Se notará además que el texto, todavía hoy después de la adopción del salterio galicano, está tomado del salterio romano, como los textos de las otras antífonas salmódicas, que en los días feriales intercalan el invitatorio. Estas antífonas ad invitatorium eran en un tiempo muy numerosas y se encuentran en abundancia en los libros litúrgicos medievales y en los primeros breviarios impresos. Por fortuna, el breviario de Pío V las ha disminuido en gran parte. El himno que sigue al invitatorio, y con el cual generalmente está coordinado, aporta al oficio ferial la impronta precisa de la hora nocturna, y por esto responde exactamente a su fin. Cambia en cada feria de la semana, pero esencialmente insiste sobre el concepto de que es preciso arrojar la pereza y el sueño y levantarse prontamente para dedicarse a la oración, que se purifique el corazón de toda mancha y que se pida a Dios el perseverar en el bien durante toda la jornada. 2. Las Laudes Índole y Esquema de las Laudes Al surgir un nuevo día, que, después del reposo nocturno, parece casi un renacimiento a la vida, el ser humano ha sentido la necesidad de dirigirse a Dios con un pensamiento jubiloso de alabanza y de gratitud. Las laudes son la expresión litúrgica de este sentimiento, que desde los primeros siglos forman universalmente el substrato de la oración oficial, una de las legitimae orationes impuesta por una costumbre que tiene fuerza de ley, y que en seguida, como hemos visto, se divulgó en las varias iglesias en ritos y formularios a propósito.

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En la misma época, Floro tuvo éxito en lograr la condenación de las ideas de Amalario, pero las sendas que éstas abrieron serían las de la espiritualidad subsecuente. La liturgia fue concebida como la puesta en escena de los episodios bíblicos , que permitían una inclusión mucho más grande de creaciones poéticas. Este elemento dramático, que es una realización particular del carácter sacramental de la liturgia, tomó muchas formas diversas. Durante la ordenación, el sacerdote era en algún sentido constituido visualmente: era revestido, sus manos eran ungidas y era presentado con el cáliz y la patena. Tan fuerte era la impresión creada, que los fieles ya no podían recibir la comunión en sus manos. Y cuando los sacerdotes pronunciaban las palabras de la consagración eran acompañados por algunos elementos miméticos que recordaban al mismo Cristo (por ejemplo, el levantar los ojos al cielo) Pero, sobre todo, durante la misa en los días de fiestas mayores, el canto era complementado con tropos, palabras insertadas en el medio de un texto litúrgico para elaborar y embellecer su significado. En el introito para Pascua, el Hijo dice al Padre: He aquí que vengo, «He resucitado y estoy siempre contigo,» con quien he estado eternamente a través de la participación en tu divinidad. El que está sentado en la diestra suprema del Padre y canta: «Tu mano descansa sobre mí,» y nosotros, sobre la tierra, honramos, nos maravillamos, amamos el esplendor de un hombre cuyo cuerpo es como el nuestro. «Tu sabiduría se ha hecho maravillosa.» Era también en Pascua, y tal vez en torno al introito, donde se tejió el primer drama litúrgico, el Quem quaeritis («¿A quién buscáis?»). Los dos elementos poéticos más importantes de la liturgia carolingia y postcarolingia fueron los himnos del oficio y las secuencias. Originariamente, sólo el oficio monástico incluía himnos, pero en la medida en que crecieron en número iban a ser generalmente adoptados por el oficio secular. Estos y otros textos imbuían la liturgia con un equilibrio innovador entre los cánticos bíblicos y las creaciones de la Iglesia, precisamente las que el monobiblismo de Agobardo deseaba excluir.

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Ligada estrechamente con esto estaba la proliferación de la himnografía en el mundo bizantino, himnografía que era totalmente disímil a los pocos himnos cristianos primitivos sobrevivientes. Los kontakia de Romanos el Melódico, y luego los de muchos imitadores, eran de hecho homilías poéticas, que pasaron a ser parte del oficio. Los monjes, siempre una presencia en el cristianismo bizantino, se opusieron al comienzo a tal poesía como no bíblica y rechazaron la música a la que estaba unida como demasiado secular, pero más tarde desarrollaron su propia himnografía. Esta himnografía monástica, compuesta mayormente durante los grandes debates teológicos de los siglos VI al VIII es un compendio de la teología patrística oriental . Estos himnos encontraron su lugar principalmente en el oficio monástico, que gradualmente desplazaría el oficio de la catedral, y en forma total después del siglo XI. Esta himnografía sigue siendo una fuente primaria para el estudio de la piedad, el ascetismo y la teología orientales, aunque resulta difícil de usar a causa de su gran volumen y diversidad. La liturgia era expresada en el contexto del año eclesial, un calendario litúrgico compuesto de períodos de fiesta y ayunos preparatorios. El año era visto como una reactuación de los actos salvíficos de Dios, así como de los acontecimiento principales de la vida de Cristo: al participar en éstos, el cristiano oriental se asimilaba a sí mismo en la historia de salvación , en la vida de Cristo . La eucaristía era la culminación de cada día o período de celebración: era suprimida durante los períodos de ayuno, particularmente durante la «gran» cuaresma, que perdió su significado primitivo como tiempo de preparación para el bautismo y llegó a ser un período de preparación para la pascua , el misterio central de la salvación; un período durante el cual cada cristiano era llamado a redescubrir su naturaleza pecaminosa y así también su alienación de Dios. Si alguna conclusión puede sacarse de todo este desarrollo es que, junto con la Escritura y la tradición, la liturgia es un ingrediente esencial de la espiritualidad oriental .

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La bula no causo el efecto esperado. Solo en algunas ciudades fueron quemados los escritos de Lutero. Este contestó con una apelación al Concilio Universal y una composición «contra la bula del anticristo.» A la misma bula, Lutero la quemó públicamente. En 1520 papa lo anatomizó como hereje no arrepentido y pidió al emperador alemán Carlos V (1519–56) de expulsarlo. Carlos estuvo de acuerdo, pero, por deseo de príncipes germanos, decidió ver a todo este asunto en la dieta imperial de Worms (1521). A la dieta llegaron los legados papales y se reunió, también, gran numero de partidarios de la reforma; entre ellos un lugar visible ocupaba el Kurfurst de Sajonia, Federico el Sabio. Por la insistencia de estos últimos, a la dieta fue invitado Lutero para las explicaciones, a pesar de que los legados alegaban que es excomulgado de la iglesia. A Lutero, en una sesión lo mostraron sus escritos y propusieron de abjurar de ellos. El quedo inamovible, diciendo que solo abjuraría cuando los refutaran en base a Sagradas Escrituras y con argumentos claros. Después de esto, la dieta dejo ir a Lutero sin sacar ninguna resolución contra él. Solo al final de las sesiones, cuando muchos seguidores de reformas se fueron, el emperador, por causas políticas, de buenas relaciones con el papa, sacó la decisión que Lutero y sus seguidores se privaban de la protección de las leyes y eran condenados al exilo. El Kurfurst de Sajonia, previendo esto, ya antes escondió a Lutero en un castillo solitario de Wartburg. En Alemania nadie pensaba cumplir la decisión de Worms. En Watburg, Lutero estaba ocupado principalmente en la traducción de la Biblia al alemán. Mientras Lutero se encontraba en soledad, el movimiento reformador en Wittenberg seguía con la participación de Malankhoton. Se produjo la ruptura total con la iglesia Romana, se canceló el oficio de misas particulares, los sacerdotes comenzaron a casarse, los monjes dejaban los monasterios, etc. Algunos de los más ardientes seguidores de Lutero llevaban a interrumpir el oficio a la fuerza, tiraban las imágenes de los templos, etc.

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