De los demás libros del Antiguo Testamento se eligen lecturas, en mayor medida para las paremias. Durante la Gran Cuaresma en la paremia se leen en partes determinadas el Génesis, los Proverbios y citas del profeta Isaías. Durante la Semana Santa se leen extractos de los libros del Éxodo, de Job y también de los profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel. En el transcurso del año en las fiestas escuchamos las lecturas de los profetas, de los libros de los Reyes, de los Proverbios, de la Sabiduría de Salomón, y otros. Además, de los libros del Antiguo Testamento se extraen en breve los recuerdos de diversos acontecimientos, las imágenes de personas y fenómenos de carácter instructivo. Por ejemplo, el canon de San Andrés de Creta está colmado de imágenes del Antiguo Testamento. Ese canon se lee durante la primera y la quinta semanas de la Gran Cuaresma. Los creadores de los cánticos eclesiales El servicio Divino cristiano se desarrolló paulatinamente, en él hay partes más antiguas y algunas más tardías. Además del material bíblico y del Evangelio, en él se conservan oraciones y alabanzas de los santos hombres de la Iglesia, que recibimos de los primeros siglos del cristianismo. En las Vísperas, por ejemplo, «Luz apacible» la que cita el santo mártir Athinogeno del siglo II y San Basilio el Grande, su versión actual es atribuida a Isofonías, patriarca de Jerusalén del siglo VII. En el oficio de Matutinos, San Atanasio el Grande y las Resoluciones Apostólicas (siglos II–V) indican la antigüedad de «Gloria a Dios en las alturas.» «Gloria... ahora y siempre,» confesión de la igualdad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tiene su origen en tiempos antiguos en contrapeso al arrianismo. La parte eucarística fundamental de la Liturgia viene desde la antigüedad: «Estemos buenamente... Hacia lo alto elevemos los corazones... Agradecemos al Señor... Es digno y justo... Santo, Santo, Santo,» acompañando la oración eucarística del sacerdote durante la bendición de los Santos Dones. La oración eucarística se ha diversificado en expresiones, permaneciendo inalterable en esencia. Igualmente antiguas y lejanas son las oraciones previas a la comunión de los Santos Dones. El rito de la Liturgia, a rasgos generales, es transmitido por San Justino mártir, en las Resoluciones Apostólicas y se ve con mayor claridad en la Liturgia del primer obispo de Jerusalén, Santiago, hermano del Señor.

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Era en vísperas de la persecución de Diocleciano y el número de los lapsi penitenciados, y más bien turbulentos, no debía ser pequeño. Faltan detalles sobre el ministerio penitencial de los sacerdotes titulares; pero es muy probable que la admisión de los pecadores a la penitencia y su reconciliación fuese realizada colectivamente, y por esto reservada personalmente al papa. En la famosa carta del papa Inocencio I al obispo de Gubio, escrita en el 416, ni siquiera alude a una intervención de los presbíteros en la penitencia; su ejercicio, desde la confesión del pecador hasta la reconciliación después de cumplida la expiación, es oficio propio del obispo , sacerdotis est. En Oriente, pero probablemente en un número muy limitado de iglesias, según la narración no muy clara del historiador Sócrates, los obispos después de la persecución de Decio habían delegado sus poderes en un sacerdote penitenciario, con el encargo de facilitar el retorno de los lapsi, escuchando su confesión, vigilando la penitencia y, en fin, dándoles la reconciliación. La institución duró hasta el tiempo del patriarca Nectario de Constantinopla (381–397). Este, indignado por un escándalo provocado por un sacerdote penitenciario entonces en funciones, suspendió, sin más, el oficio. Como quiera que fuera, San Jerónimo, escribiendo en el 398 a Belén, habla de ciertos presbíteros que no siempre juzgan con equidad, ut vel damnent innocentes, vel solvere se noxios arbiirentur, cuando deberían ser objetives, conforme a la gravedad de las culpas acusadas: pro officio suo, cum peccatorum au dierint varietates, sciant qui ligandus su, quique solvendus. Es probable que se refiera a los sacerdotes penitenciarios de Oriente. La acusación de los pecados. La manifestación de la culpa al obispo era la primera fase del actio poenitentiae. El, según la gravedad del pecado, juzgaba si existían motivos suficientes para imponer o no al culpable la penitencia publica; y, en caso afirmativo, fijaba la modalidad: a praepositis sacramentorum accipiet satis factionis suae modum; de lo contrario, se perdonaba la culpa con los medios ordinarios de la penitencia personal.

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10 (9 El salmista, es decir, el cantor puede, sin conocimiento del obispo, por solo mandato del presbítero, recibir el oficio de cantar, diciéndole el presbítero: «Mira que lo que con la boca cantes, lo creas con el corazón; y lo que con el corazón crees, lo pruebes con las obras.» Siguen ordenaciones para consagrar a las vírgenes y viudas; can. 101 sobre el matrimonio, en Kch 952. En el Canon 28 de este IV Concilio se aprobó que el segundo lugar de la Cristiandad es Constantinopla, «la Nueva Roma.» El texto dice: «Así como los Padres reconocieron a la vieja Roma sus privilegios porque era la ciudad Imperial, movidos por el mismo motivo, los obispos reunidos decidieron concederle iguales privilegios a la sede de la Nueva Roma, juzgando rectamente que la ciudad que se honra con la residencia del Emperador y del Senado, debe gozar de los mismos privilegios que la antigua ciudad Imperial en el campo eclesiástico y ser la segunda después de aquella.» Este canon niega el origen divino del Primado Romano y lo reduce al simple hecho coyuntural de ser la capital del Imperio. De ahí que cuando el Papa fue asumiendo cada vez más el papel político de Occidente como el único Patriarcado occidental, no pusiese ninguna objeción, pero cuando intentó extender su autoridad a Oriente comenzaron los problemas, El Papa Nicolás I pretendió intervenir en el nombramiento de la sede bizantina, obteniendo un vivo rechazo. Además, el cambio que Occidente hizo en el «Credo» con el «filioque» alarmó al Patriarca Focio. Sin embargo fueron las Cruzadas las que produjeron la ruptura definitiva, pues Oriente jamás olvidó los sacrilegios de los cruzados en 1204, cuando destruyeron el altar de Santa Sofía, despedazaron el iconostasio y sentaron a una Prostituta en el trono del Patriarca. Los testigos reconocieron que quienes hacían aquello no podían ser cristianos en el mismo sentido que ellos. No obstante, debemos mirar al pasado con tristeza en pro del ecumenismo. Quinto Concilio Ecuménico Por segunda vez se celebra este V Concilio Ecuménico en Constantinopla el año 553, bajo el Emperador Justiniano el Grande.

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c) La liturgia de los presantificados , que se usa en los días de ayuno,en Cuaresma (exceptuando sábado y domingo), para suplir con la comunión a la celebración de la misa, que en tales días está prohibida, conforme a la antigua disciplina. Consta de lecturas y plegarias litánicas, seguidas inmediatamente de la comunión con las sagradas especies consagradas el domingo anterior. Esta liturgia aparece ya en el Chronicon Pascual del 645 y del II concilio Trullano (692), y se atribuye a San Gregorio Magno, pero sin ningún fundamento. c) El desarrollo histórico. Organizado sobre sólidas bases, el rito bizantino, con la supremacía religiosa y civil de Constantinopla, comenzó insensiblemente a ejercer una vigorosa presión sobre los demás ritos de Antioquía, Jerusalén y Alejandría, a los que hizo al principio entrar en su órbita y después terminó por suplantarlos del todo. Estos, sin embargo, sobrevivieron, al menos en parte, en las iglesias cismáticas, monofisitas (jacobitas, coptas) y monoteletas (persa), formadas en su mayor parte con elemento popular indígena, al paso que las iglesias ortodoxas (imperiales, melquitas, constituidas en su mayor parte por elemento griego y helenizante) se unían las dos estrechamente al rito de la metrópoli imperial hasta por razones políticas. En Antioquía, en las iglesias melquitas, la adopción del rito bizantino, comenzada en el siglo VI con la escisión de los jacobitas y después de los maronitas, se consumó alma 1908); id., Les origines et le dévéloppement du texte grec de la Liturgie de St. Jean Chrysostome; Chrysostomiká (Rome 1908). Alrededor del año 1000 en lo que concierne al calendario y el oficio. La liturgia de Santiago, con ribetes bizantinos desde mucho tiempo, cesó completamente en el siglo XIII. En Jerusalén, los antiguos ritos locales, apoyados en las tradiciones de los lugares santos, neutralizaron más a la larga la influencia de Constantinopla; la liturgia de Santiago se celebraba allí todavía en el siglo XII. No se sabe cuándo fue sustituida por la bizantina. En Alejandría, después de la separación definitiva de la iglesia monofisita copta de la ortodoxa legítima (melquita), que tuvo lugar a principios del siglo VII, la liturgia local de San Marcos, adulterada ya por numerosos elementos bizantinos, perduró hasta el fin del siglo XII. Decayó poco después del 1203, cuando Marcos, patriarca melquita de Alejandría, llegado a Constantinopla, y habiendo celebrado en el propio rito, fue inducido a abandonarlo por Teodoro IV Balsamone de Antioquia, uniformándose completamente con los ritos bizantinos.

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Durante el transcurso del primer milenio, fueron compuestos muchos cánticos y oraciones, que se mantienen en los servicios hasta hoy día. El florecimiento de esta actividad creativa corresponde a los siglos VII–IX, cuando vivieron San Juan Damasceno, San Cosme y San Román, el dulce cantor. Desde el principio de la vida de la Iglesia se componían versos de alabanza en glorificación del Salvador, en honor a los mártires y otros. Tomando aquellos como modelo, se componían luego otros. Surgió luego una forma nueva de composición. Aún en muchos libros eclesiales actuales todavía quedan los nombres de sus compositores. Citemos a algunas de los escritores eclesiales. Anatolio, patriarca de Constantinopla (siglo V), San Efrén el Sirio (siglo IV), San Andrés de Creta (siglo VII), Cosme Maiumskiy, San Juan Damasceno, Esteban Sabaita, Simeón Metafrasto, Teodoro el Studita, Teófano el Trazado , y muchos otros... De los creadores de muchas oraciones, se debe colocar a San Basilio el Grande entre los primeros. Sus oraciones entraron a formar parte de los Post-Vespertinos, el oficio de medianoche, al igual que las oraciones de San Ioaniquio, San Macario, San Gregorio de Sinaí y otros. La Iglesia rusa hizo su aporte a la creación de los servicios Divinos. Guardando celosamente la preciada herencia, al mismo tiempo creó muchos oficios nuevos. Tales son los oficios de las festividades del Manto Protector de la Santísima Madre de Dios, el oficio a San Nicolás el 9 de mayo, y más adelante, los servicios en honor a los nuevos santos rusos, en honor a la glorificación de los iconos milagrosos de la Madre de Dios, para la celebración de la renovación de templos. Se compusieron también cánones, akathistos, oraciones. En el siglo XV Pakhomio el serbio, fue un compositor famoso. A causa de la glorificación en el siglo XVI de una gran cantidad de santos rusos, fueron compuestos hasta 40 servicios. La actividad creadora de la composición de servicios se prolonga hasta nuestros días. El lenguaje del servicio Divino

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A su obra no le dio el título de Historia eclesiástica, sino cristiana. Recoge en ella mucho material, queriendo demostrar que no ignoraba las doctrinas filosóficas. Por esta razón hace mención continuamente de teoremas geométricos, astronómicos, aritméticos y músicos. Describe islas y montes y árboles y otras cosas de poca monta. Por esto, a mi entender, su obra resultaba inútil tanto para la gente inculta como para los doctos. Pues los incultos no son capaces de apreciar la elegancia del lenguaje, y los cultos condenan la verbosidad. Pero cada cual juzgue los libros según su opinión. Yo digo que confunden las fechas de los acontecimientos. Habiendo recordado la época del emperador Teodosio, en seguida pasa al tiempo del obispo Atanasio, y esto lo hace con frecuencia. En tiempo de Focio todavía se podían leer veinticuatro de los veintiséis libros originales, como nos dice él mismo. Describe como sigue el lenguaje y el estilo de Felipe (Bibl. Cod. 35): Se leyó el libro de Felipe de Sido cuyo título es Historia cristiana. Empieza con aquello de «Al principio creó Dios el cielo y la tierra.» Narra la historia de Moisés, unas cosas sucintamente, otras, en cambio, extensamente. El primer libro comprende veinticuatro volúmenes; igualmente los restantes veintitrés libros, cada uno veinticuatro volúmenes, que hemos visto hasta el presente. Hay profusión de palabras, pero sin gracia ni elegancia; causa hastío y aun repugnancia. Busca más la ostentación que la utilidad. Incluye muchas cosas que nada tienen que ver con la historia, hasta el punto de que, más que historia, se diría un tratado sobre temas ajenos. Fue contemporáneo de Sisinio y de Proclo, patriarcas de Constantinopla. En su historia ataca muchas veces a Sisinio, porque dicen que, ejerciendo los dos el mismo oficio y mientras a Felipe se le consideraba más elocuente, fue elegido Sisinio para la sede patriarcal. Es posible que a la desaparición del libro contribuyera su voluminoso tamaño. No obstante la crítica de Sócrates y Focio, es de lamentar que no haya llegado a nosotros, pues tuvo que contener mucha información que falta en la Historia eclesiástica de Eusebio. Lo poco que se ha salvado se encuentra en la colección de extractos del Codex Raroccianus 142, del siglo XIV o XV, en Oxford. Uno de ellos contiene la discutidísima afirmación de que Papías aseguraba que los apóstoles Juan y su hermano Santiago fueron martirizados por los judíos. El fragmento reza así:

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Dos lectores en algunas solemnidades y dos guardianes en otras llevan el texto de los evangelios y el libro (quizá el leccionario); los dos guardianes llevan el misal y el epistolario; dos guardianes con los azotes van delante para preparar el camino. El orden de la procesión es el siguiente: precede la Schola de San Ambrosio con la cruz de plata; sigue el clero de los presbíteros menores (decumanos), con un ostiario, que lleva delante del primero de los decumanos la cruz, con la cual se debe después encender el faro (véase arriba); siguen los notarios con su primero y los cuatro maestros de las escuelas (=macecónicos); después, los subdiáconos con los turíbulos y con los candelabros encendidos; siguen los presbíteros cardenales, delante de los cuales un ostiario lleva la cruz de oro; siguen todavía los diáconos, delante de los cuales es llevado solemnemente el texto de los evangelios; dos diáconos sostienen los brazos del arzobispo, que viene después precedido de un notario, que lleva la cruz arzobispal. Vienen, finalmente, los lectores con su primero. Más reducido es, en cambio, el orden procesional de las solemnidades menores. En las fiestas titulares o patronales de los mártires se usa en la diócesis milanesa quemar al principio de la misa solemne, cuando la procesión estacional ha llegado a la entrada del presbiterio, un globo de algodón (pharus) suspendido delante del altar mayor. Algunos pasajes de Beroldo recuerdan el uso de fijar las candelas sobre los brazos y sobre la parte superior de las cruces procesionales y de encender con la candela de la parte superior de la cruz de los decumanos el pharus. El pharus, en un Ordo de Monza de rito patriarquino, se llama corona lampadarum; y es descrita así la ceremonia de quemarlo: Et cum intramus chorum cusios, levata cruce áurea cum candelís accensis desuper, ponit ignem in corona iampadarum tota circumdata et cooperta bómbice, quod diottur pharum. De la misma manera, al final de la procesión ad Crucem, que comenzaba el oficio solemne de las laudes matutinas, el subdiácono, con la candela puesta en la parte superior de la tercera cruz, encendía el gran cirio y otros doce cirios menores que estaban en el coro.

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Los cristianos bizantinos encomendaron al Imperio un excesivo número de sus responsabilidades y funciones. Dotaron al Estado de significado religioso, que hizo al Imperio tan indispensable para la salvación de la humanidad como la propia Iglesia, y elevó al emperador a la posición de miembro de la jerarquía eclesiástica. El Imperio y la Iglesia se aliaron tan estrechamente, que apenas se podían distinguir a veces, y esta fusión hizo a la Iglesia cada vez más vulnerable y dependiente del apoyo estatal. La Ruptura entre Bizancio y Roma Después de unir al Imperio y la Iglesia en un lazo indisoluble, los ortodoxos se expusieron a las rivalidades políticas entre Bizancio y la Europa occidental. A principios del segundo milenio, el Papado experimentó una extraordinaria revivificación, después de su casi total eclipse durante la edad oscura. Se eligieron sucesivamente varios enérgicos papas. Este cambio ocurrió en la época en que los patriarcas ecuménicos alcanzaron también la cúspide de su poderío, participando de la autoridad y prestigio de su victorioso Imperio. El nuevo choque entre Roma y Constantinopla fue ocasionado principalmente por la competencia cultural entre los griegos y los latinos, hallándose ambas partes firmemente convencidas de la superioridad de su propia tradición. Dos paralelos movimientos de reforma se iniciaron dentro de la Iglesia occidental en el siglo XI: uno, dirigido por los monjes cluniacenses, que aspiraba a la mejora de la vida monástica; el otro, asociado con Lorena, que pretendía intensificar la disciplina, suprimir la simonía, e impedir el nombramiento de hombres inadecuados para el oficio episcopal. Estos dos movimientos esperaban tener éxito fortaleciendo la autoridad de los papas e imponiendo el celibato al clero. Obtenían su inspiración de la misma fuente: la renovada apreciación de la erudición y cultura latinas. A los conversos germanos y eslavos del cristianismo les fascinaba tanto la majestad del desaparecido Estado romano, que consideraban sus propias lenguas como indignas de uso en el culto divino y no se sintieron propiamente incorporados a la Iglesia hasta que dominaron no sólo el latín, sino también la manera de ver que le acompañaba.

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El gnosticismo nació como una reacción pagana contra el cristianismo, y se ha venido reproduciendo a lo largo de la Historia hasta hoy. Se puede afirmar que la masonería es una organización que tiene como fin fundamental acabar con el cristianismo, implantar la secularización en la sociedad, y esto se puede ver en la lectura de los rituales masónicos.» – Revista «Alfa y Omega» La masonería toma su nombre del antiguo gremio de los masones. Éstos eran los artesanos que trabajaban la piedra en la construcción de grandes obras. Con el declive de la construcción de las grandes catedrales en Europa y la propagación del protestantismo, los gremios de masones comenzaron a decaer y para sobrevivir comenzaron a recibir miembros que no eran masones de oficio. Con el tiempo, estos últimos se hicieron mayoría y los gremios perdieron su propósito original. Pasaron a ser fraternidades con el fin de hacer contactos de negocios y discutir las nuevas ideas que se propagaban en Europa. La fundación de la masonería moderna podría precisarse en 1717 con la unión en Londres de cuatro gremios para formar la Gran Logia Masónica como liga universal de la humanidad. De aquí pronto pasó a Francia donde se fundó «El Gran Oriente de Francia» en 1736. La gran mezcla crea una nueva identidad anticristiana. Los primeros masones fueron protestantes ingleses y por lo tanto rechazaban el concepto de una Iglesia poseedora de dogmas de fe. Tomaron como patrones a Adán y los patriarcas y se acreditaron arbitrariamente las mayores construcciones de la antigüedad, entre ellas el Arca de Noé, la Torre de Babel, las Pirámides y el Templo de Salomón. Mezclaron las enseñanzas de las antiguas religiones y tomaron libremente de los grupos cultistas, como los rosacruces, los sacerdotes egipcios y las supersticiones paganas de Europa y del Oriente. El objetivo era crear una nueva «gnosis» propia de personas ascendidas a un nivel superior. Como parte de su sincretismo, la Masonería no tiene reparo en incluir también a la Biblia, la cual ponen sobre su «altar.» Las logias pueden también recibir miembros de cualquier religión y cada cual aporta sus propios libros sagrados a los que se les da el mismo valor que a la Santa Biblia.

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«Habiendo contemplado la resurrección de Cristo, adoramos al santo Señor Jesús, el único exento de pecado. Adoramos tu santa cruz, oh Cristo, y cantamos y glorificamos tu santa resurrección; porque tú eres nuestro Dios, no conocemos otro fuera de ti, nos llamamos con tu nombre. Venid, fieles todos, adoremos la santa resurrección de Cristo; he aquí que por la cruz la alegría ha entrado en el mundo. Alabando sin cesar al Señor, cantemos su resurrección, ya que, habiendo sufrido la cruz por nosotros, con su muerte ha destruido la muerte.» El misterio pascual configura la celebración de la liturgia eucarística, más gráficamente en algunos momentos, como, por ejemplo, en el rito del «Grande ingreso,» cuando el pan y el vino, previamente preparados, son llevados en solemne procesión al altar. Desarrollando una tipología que remonta al siglo IV, con Teodoro de Mopsuestia, el patriarca Germán de Constantinopla, en el siglo VIII, describe esta ceremonia como sigue: «El himno de los querubines muestra, por la procesión diaconal y los flabelos, la sombra de las alas de los serafines y el ingreso de todos los santos y justos que entraron conjuntamente ante las potencias de los querubines y los ejércitos de los ángeles y los coros de los órdenes incorporales e inmateriales que acuden invisiblemente y cantan himnos y acompañan en cortejo al gran rey Cristo, que se adelanta hacia el sacrificio místico y al misterio espiritual [...] Las potencias espirituales y las cohortes angélicas, viendo por la cruz y la muerte de Cristo cumplida su economía, así como la victoria obtenida sobre la muerte, su descenso a los infiernos, su resurrección al tercer día y su ascensión, claman invisiblemente con nosotros: Aleluya.» Ni que decir tiene que, en la noche de Pascua, los textos litúrgicos desbordan de alegría por la resurrección de Cristo. Las estrofas del canon de san Juan Damasceno, llenas de teología poética (o de poesía teológica), impregnan el ánimo de los fieles, que son de este modo llevados a contemplar y a vivir el misterio pascual. Una vez más, los textos de este oficio son una contemplación extasiada y agradecida del gran misterio de Pascua:

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