городских должностей и большой ролью общего собрания всех полноправных горожан (т. н. открытый совет - concejo abierto) в XIV в. изменилась, важное значение приобрели замкнутые корпорации назначенных королем муниципальных советников - рехидоров, обычно происходивших из городской знати. Королевская власть благодаря введению института коррехидоров (королевских представителей в наиболее крупных городах) установила более прочный контроль над органами городского управления - консехо. Практика назначения коррехидоров получила распространение при Альфонсо XI. В XIV и большей части XV в. войны с Гранадским эмиратом, правители которого действовали в союзе с берберской династией Маринидов в Сев. Африке, велись лишь эпизодически, хотя и были успешными: победа при р. Саладо (Рио-Саладо) в 1340 г., взятие Антекеры в 1410 г., победа при Ла-Игеруэле в 1431 г.; в результате удалось установить контроль над Гибралтарским прол. Альфонсо XI, умершему от чумы, наследовал его единственный законный сын Педро I Жестокий (1350-1369), правление к-рого пришлось на крайне тяжелый период в истории страны. От эпидемии чумы («черной смерти») вымирали кварталы в городах, пустели деревни; мор и голод усиливали социальную напряженность. Кор. Педро I пытался навести в стране порядок, прибегнув к крайним мерам, вплоть до казней самых высокопоставленных лиц. Оппозицию аристократов, недовольных политикой короля, возглавили его сводные братья - сыновья Альфонсо XI от знатной севильской дамы Леонор де Гусман. Внутренняя борьба в Кастилии разворачивалась на фоне конфликтов с мусульм. Гранадским эмиратом, Португалией и особенно с Арагоном, а после 1360 г. события на полуострове находились в тесной связи с перипетиями Столетней войны. Сначала успех был на стороне кор. Педро I, но жестокие расправы и непоследовательность политики лишили его поддержки не только знати, но и городов. Именно в этот момент старший из сводных братьев Педро, Энрике Трастамарский, стал претендовать на трон короля Кастилии. Педро был вынужден бежать из страны и заручился помощью правителей Наварры и англичан во главе с Эдуардом, Черным Принцем, старшим сыном англ.

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El aspecto unitivo del sacramento es característico de la comprensión y práctica orientales del bautismo a través de la historia. Los ritos de iniciación, que comprenden el bautismo, la crismación (o confirmación, como fue llamada más tarde en Occidente) y la eucaristía son vistos como una sola acción continua. Mucho se ha dicho del hecho de que la crismación seguía (en Occidente) o precedía (en Oriente) el bautismo de agua, pero esto ha sido frecuentemente en el contexto de explicar o justificar la división muy posterior del rito de iniciación en sacramentos separados y distintos. La iniciación, que comprende todos estos elementos, marca la entrada del neófito en la Iglesia, el Cuerpo de Cristo, y su culminación es la participación en el banquete eucarístico, que está abierto a todos los fieles bautizados, incluidos los niños. En Oriente , estas acciones permanecen inseparables . Durante los primeros siglos, Oriente y Occidente siguieron prácticas divergentes en el rito mismo. La práctica occidental temprana , que es vista por ejemplo en Tertuliano e Hipólito , consistía en el bautismo de agua , la unción con aceite , y la imposición de las manos . La unción era relacionado con la unción de Aarón y Moisés, y la imposición de las manos era vista como la comunicación del don del Espíritu Santo por el obispo . En Oriente, el orden fue invertido, y la unción a menudo precedía al bautismo. Esto se ve en fuentes tales como los Hechos de Tomás (siglo III temprano), los Didascalia (mediados del siglo III) y la obra siríaca Hechos de Judas Tomas(principios del siglo IV), los Didascalia (mediados del siglo III) y la obra siríaca Hechos de Juan(principios del siglo IV). La unción prebautismal era vista en algunos lugares como que impartía plenamente el don del Espíritu Santo. Esta práctica se derivaba probablemente de prácticas bautismales descritas en los Hechos de los Apóstoles (por ejemplo, 10, 44–48; 9, 17–18), donde el Espíritu Santo es impartido antes del bautismo. En algunos casos, la unción era vista como totalmente separada del don del Espíritu. Juan Crisóstomo asociaba el otorgamiento del Espíritu con la inmersión misma (Segunda catequesis bautismal 25–26). Estas divergencias, en la práctica, sin embargo, no creaban ninguna dificultad pues, mientras se mantuviera la unidad del rito poco importaba cómo eran distribuidos los varios elementos a través de los ritos reales. En verdad, es notable cuarta uniformidad existe pues, a pesar de las diferencias en la manera como estos elementos son distribuidos o explicados, los mismos elementos principales están presentes a través del mundo cristiano.

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12:14). Para ello, es imprescindible que nosotros, terrenales, estemos en comunión eclesiástica ininterrumpida con la Iglesia Celestial. En el Cuerpo de Cristo todos sus miembros están en interacción. El Señor, Pastor de la Iglesia, tiene como dos rebaños: el celestial y el terrenal (Epístola de los Patriarcas Orientales del siglo XVII). «Si sufre uno de sus miembros, sufren con él todos los miembros; si se regocija uno de sus miembros, se regocijan con él los demás miembros.» Se regocija la Iglesia Celestial, pero al mismo tiempo, sufre por sus miembros terrenales. San Gregorio el Teólogo llamó a la Iglesia terrenal de sus tiempos «Ortodoxia sufriente,» y así permanece hasta hoy día. Esa comunión es valiosa e imprescindible para un objetivo común, para que nosotros «Todos crezcamos en Aquel de Quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre si por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en el amor» (Apóstol Pablo, Epístola a los Efesios). El objetivo de todo es la divinización en Dios para que «Dios sea todo en todos.» La vida terrenal del cristiano es, y debe ser, – un lugar de crecimiento espiritual, de elevación, de ascensión del alma hacia el Cielo. Sí, mucho nos afligimos ya que, con pocas excepciones, conociendo nuestro camino, nos alejamos de él porque nos aferramos a lo puramente terrenal, y aunque estamos dispuestos a arrepentirnos, continuamos viviendo en la indolencia y la pereza. Pero, no existe en nuestras almas aquella «tranquilidad espiritual» que es intrínseca a la psicología cristiana occidental, apoyada en un cierto «mínimo moral» que otorga una disposición espiritual cómoda para que nos ocupemos de nuestros intereses mundanos. Entretanto, justamente allí donde termina la «tranquilidad espiritual,» comienza el campo abierto para el perfeccionamiento, para el trabajo interior del cristiano. «Porque si pecaremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad,, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor del fuego que ha de devorar a los adversarios...

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Basándose en estos principios los primeros cristianos vivían de acuerdo a un plano moral excepcionalmente elevado; pero algunos de ellos quisieron ascender a una austeridad mayor, privándose de más bienes y sometiéndose a una mayor automoderación, a ayuno y a oración. Para un cristiano el matrimonio es algo honorable, un gran sacramento, pero no deja de ser una institución de este mundo, mientras que en el más allá los hombres vivirán como ángeles. Por esta razón, quienes podían lo evitaban; algunos buscaron salvar esto sustituyéndolo con una especie de matrimonio espiritual, en el que hombre y mujer convivían en pureza (1ª a Corintios VII, 36 y ss.) Muchas viudas evitaban el matrimonio, y las vírgenes se negaban por completo a casarse. Estas mujeres se organizaban en sociedades especiales, en primer lugar por su propia protección, y en segundo lugar para encauzar su actividad en trabajo social. Es aquí donde encontramos la primera forma de vida monástica que se desarrolló dentro del marco de la comunidad cristiana organizada. El desarrollo de la vida monástica A mediados del s. III la persecución contra los cristianos era tal que muchos de ellos se vieron obligados a retirarse de las ciudades. A principios del s. IV la situación incluso empeoró, cuando la duración de las persecuciones fue mayor, de modo que aquellos que se habían retirado permanecieron en el campo abierto por un periodo mayor. Se acostumbraron tanto a vivir allí que establecieron allí una morada permanente, lejos de la sociedad del mundo desgarrada por el odio. Cesaron las persecuciones, pero la persecución secular había llegado a ser un elemento inseparable en la vida de los cristianos, y muchos de ellos no podían concebir una vida libre de perseguidores. De este modo se convirtieron en perseguidores de ellos mismos: se fueron a las montañas, y se sometieron a privación y sufrimiento. En lugar de la «sangre del martirio,» con la que terminaba una lucha con hombres violentos, se sometían ellos mismos al «martirio de la conciencia,» el cual consistía en una lucha contra demonios. En lo sucesivo las montañas se convirtieron en morada de ermitaños, y gradualmente también de comunidades organizadas de monjes.

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Para salvar la ortodoxia de Gregorio, algunos admiradores suyos, bien intencionados, pero mal aconsejados, trataron de probar que sus escritos habían sido interpolados por herejes origenistas. El primero en intentarlo fue Germanus, patriarca de Constantinopla (muerto el año 733), en la segunda parte de su Antapodotikos o Anodeutikos. Según informa Focio (Bibl. cod. 233), Germanus creía que fueron interpolados principalmente la Oratio catechetica y el De anima el resurrectione. Tal hipótesis, empero, carece de fundamento. A mayor abundamiento, las ideas de Gregorio sobre la restauración universal no se encuentran solamente en los dos tratados mencionados, sino también en otras obras; Hay que decir simplemente que se equivocó al querer conquistar alturas de especulación donde pocos mortales osan poner sus pies. III. El Misticismo de Gregorio de Nisa. La obra intelectual de Gregorio alcanza su punto álgido y culminante en su teología mística. Y, sin embargo, hasta hace muy poco tiempo los sabios descuidaron este aspecto de su obra. Los primeros en llamar la atención sobre esta fase de su actividad fueron F. Diekamp y K. Holl. H. Koch llegó a probar que Gregorio conoce la intuición directa de Dios. Sin embargo, el esfuerzo que ha abierto camino en la tarea de presentar un resumen completo de la doctrina del «fundador de la teología mística» ha sido, en nuestros días, la importante monografía de J. Daniélou sobre las relaciones de Gregorio con el platonismo, donde el autor le compara con Orígenes . Sobre una base más amplia, W. Völker investiga las conexiones que existen entre su misticismo y el de los alejandrinos, de Metodio, de Anastasio y de los otros dos Capadocios, insistiendo especialmente en la orientación ascética y ética de las ideas de Gregorio sobre la perfección. Está fuera de duda que jugó un papel importante en la formación y desarrollo del misticismo cristiano. El es el eslabón que une a los alejandrinos, a través de Plotino, con Dionisio el Areopagita, con Máximo Confesor y con el misticismo bizantino. Aun admitiendo que posteriormente la autoridad del Pseudo-Dionisio se eclipsó totalmente y que los escritores medievales occidentales, como Hugo y Ricardo de San Víctor, Guillermo de París, San Buenaventura, Dionisio el Cartujano y Juan Gerson, escribieron comentarios sobre la Theologia mystica del «discípulo de San Pablo» y no sobre tratados de San Gregorio, sin embargo, todos ellos deben muchísimo, indirectamente, al obispo de Nisa.

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En relación con estas cuestiones, es natural que nosotros nos preguntemos: ¿si la ciencia dogmática, en su estructura común, puede satisfacer las necesidades de un cristiano para formar una integra concepción del mundo? ¿No será que la dogmática, negándose al desarrollo, queda como un conjunto de dogmas, sin vida y aislado? Con toda seguridad debemos decir que, el circulo de las verdades reveladas, que entran en la teología dogmática, da la plena posibilidad de tener una clara y sencilla visión del mundo. La teología dogmática construida sobre la base de los firmes preceptos dogmáticos habla de un Dios Personal, increíblemente cercano a nosotros, que no necesita ningún intermediario entre Él y Su creación, habla de Dios en Su Santa Trinidad... «El cual es sobre todos, y por todos, y en todos» (Efes. 4:6) es decir, sobre nosotros, con nosotros y dentro de nosotros; de Dios, quien ama a su creación y es amante de la humanidad; condescendiente para con nuestras debilidades y que no priva de libertad a sus criaturas; «habla del hombre y de la elevada misión de la humanidad, y de sus altas potencias espirituales, y al mismo tiempo, – del triste y real nivel moral de las personas, su caída; pero ofrece también el camino y los medios para poder volver al paraíso perdido, abierto para nosotros por la encarnación y la muerte del Hijo de Dios crucificado y nos muestra la senda hacia la obtención de la bienaventurada vida eterna. Todas estas son las verdades vitales y necesarias. Aquí están la Fe y la Vida, el conocimiento y su aplicación, inseparablemente unidos en la acción. La ciencia dogmática no pretende satisfacer multilateralmente el espíritu escudriñador de la mente humana. No hay duda que para nuestra mirada espiritual, se abre por medio de la Revelación Divina, sólo una pequeña parte del conocimiento de Dios y el mundo espiritual. Solo vemos, – dice el Apóstol – como a través de un espejo, adivinando. Una innumerable cantidad de misterios Divinos sigue vedada para nosotros.

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«Estas palabras indican indudablemente una positiva intervención de la Iglesia en los preparativos y en la conclusión del matrimonio, como también un rito litúrgico propio en su celebración. Más aún, el mismo Tertuliano da a entender que esta publicidad de las bodas, a diferencia de lo que la ley civil permitía, será una disciplina propia de la Iglesia y obligatoria para los fieles. Penes nos – añade – ocuitae coniunctiones, id est non prius ad ecclesiam professae iuxia moechiam et fornicationem iudicari periclitantur. Bodas clandestinas, sin la impronta sagrada eclesiástica, corren el peligro de pasar por fornicación o concubinato. La razón es clara: matrimonios de tal género, aun válidos, no tenían ninguna garantía pública contra la inestabilidad del ánimo humano y contra las eventuales concupiscencias de otros votos nupciales una vez que se hubiesen cansado de los primeros. Fue por este motivo por el que, al correr del tiempo, la Iglesia juzgó no sólo sospechosas e ilícitas las bodas clandestinas, sino también inválidas. La ceremonia nupcial, nuptiarum celebritas, se concluía normalmente en la iglesia, en presencia del obispo – quibus uelamine íntersumus, continúa diciendo el pontífice –, con la celebración de la eucaristía, durante la cual los esposos hacían la ofrenda y comulgaban, y, finalmente, con la velatío de la esposa y su bendición. Nótese, sin embargo, que mientras los paganos presentaban al rito sagrado la espesa ya velada con el ammeum, entre los cristianos, era el sacerdote el que lo imponía, acompañándola con una fórmula de bendición. Benedictio–escribe el papa Inocencio I (+ 417)– quae per sacerdotem super nubentes imponitur. No encontramos mención en los escritores de este tiempo de la ceremonia de la dextrarum iunctio, que tenía lugar ciertamente delante del sacerdote, porque aparece frecuentemente representada en los sarcófagos cristianos. En uno de éstos excavado en Albano, Cristo está de pie entre los dos esposos, que se estrechan la mano derecha sobre un libro abierto, el evangeliario.

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Cabeza visible de los anti-latinos, fue canonizado por la Iglesia Ortodoxa. Sus obras versan sobre cuestiones polémicas con los latinos, pero también sobre el palamismo, y son suyas también diversas composiciones litúrgicas. Jorge Skolarios (1405-d.l472), que llegaría a ser el primer patriarca de Constantinopla bajo el dominio turco (1453–1456), fue el heredero espiritual de Marcos Eugenikós. Abandonó el concilio antes de su conclusión y, por lo mismo, no firmó el decreto de unión. Sus numerosos escritos teológicos son principalmente polémicos, contra los latinos y contra los antipalamitas. También escribió, dirigida a los musulmanes, una exposición de la fe cristiana. 3. Teología y espiritualidad rusas Después de la caída de Constantinopla y durante el largo período en que los griegos estuvieron bajo el dominio turco, la producción teológica griega no es ni abundante ni creativa. Hasta fines del siglo XIX, el pensamiento teológico ortodoxo se desarrollará en tierras eslavas, más concretamente en la Iglesia rusa. Ya hemos mencionado, trazando la historia de la Iglesia Ortodoxa, las palabras del monje Piloteo, a principios del siglo XVI, sobre la misión de Moscú y de la Iglesia rusa. Algo antes surgen en Rusia dos corrientes espirituales opuestas que, en el fondo, marcaron la ideología y los hechos, incluso políticos, posteriores. Ambas corrientes veían a Rusia como defensora del cristianismo y de la ortodoxia, pero con visiones contrapuestas. Dos corrientes distintas, una más monástico-espiritual y la otra más ritualista y oficial. Nilo de Sora [Sorsky] (1433–1508) es el principal representante de la primera corriente. Monje del Athos, hesicasta, se trasladó al monasterio de Sora, al norte de Rusia. Autor de una Regla severa, propugnaba la contemplación y el alejamiento del mundo, así como la pobreza, no sólo individual sino también comunitaria. Contrario a las propiedades del monasterio, defendía también una Iglesia desvinculada del Estado. Fue un espíritu abierto, que predicaba la tolerancia y la clemencia para con los herejes.

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Entre tanto, los romanos van estableciendo sus campamentos alrededor de la ciudad. La intimación a rendirse es recibida con risas sarcásticas. Tito contesta dando la orden de asalto. La artillería romana, formada por los scorbiones, los incendiarios rápidos, los ballistæ, los honderos, empiezan su cometido. Cada uno de esos pesados medios de lucha arroja piedras de un quintal de peso a 185 metros de distancia. En el lado Norte atacan los exploradores el talón de Aquiles de la fortaleza. Por los lados correspondientes al Sur, al Este y al Oeste, las vertientes del valle protegen el baluarte. Por esto, la parte del Norte está extraordinariamente defendida por tres líneas de murallas. Las catapultas y los arietes empiezan a actuar en forma amenazadora y, promoviendo un ruido infernal, dan comienzo a su obra destructora en las murallas. Sólo cuando caen grandes piedras sobre la ciudad, cuando, tanto de día como de noche, resuena el bronco ruido de los arietes, termina la lucha fratricida en la fortaleza. Los rivales conciertan la paz. De los jefes de los partidos, Simón Bar Giora, el moderado, recibe el encargo de defender el frente Norte, mientras Juan de Gishala, el celote, defenderá la parte correspondiente al templo y a la torre Antonia. A principios de mayo, las máquinas de guerra de los sitiadores han abierto, en dos semanas, una gran brecha en el muro Norte. Después de otros cinco días los romanos penetran por un segundo boquete. Un decidido contraataque hace que los sitiados se apoderen de nuevo de la muralla. Pasan muchos días antes de que los romanos puedan reconquistarla. Entonces el arrabal Norte queda firmemente en poder de éstos. Convencido de que Jerusalén, en vista de tan precaria situación, se rendirá, Tito suspende el asalto. El grandioso espectáculo de una gran parada militar a la vista de los sitiados les hará entrar en razón seguramente. fig. 75. – Técnica romana de asalto de las ciudades sitiadas, utilizada en la conquista de Jerusalén. Los romanos se despojan de sus vestiduras guerreras, pulen sus uniformes de gala. Los legionarios visten sus corazas, correajes y yelmos. La caballería adorna a sus corceles con sus mejores arneses y sillas de montar y entre el claro sonar de las trompetas desfilan millares de soldados ante Tito y en presencia de los sitiados recibe su soldada y una espléndida comida. Durante cuatro largos días retumba desde primeras horas de la mañana hasta la puesta del sol el paso de marcha de las columnas romanas, acostumbradas a la victoria.

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Gogol (1809–52), Dostoievsky (1821–81), Tolstoy (1828–1910), Vladimir Soloviev (1853–1900) y Rozanov (1856–1919) fueron visitantes de Optina. Iván Kireevsky (1805–56) y Constantin Leontiev (1831–1891), dos notables pensadores rusos, hicieron de Optina su residencia permanente. Sin embargo, Optina, lo mismo que todos los monasterios rusos, no estaba reservado a los intelectuales y a la élite espiritual; estaba abierto a todos; los ancianos estaban dispuestos a discutir problemas intrincados de teología mística o problemas hogareños de los campesinos, a vender una vaca o a disponer un matrimonio. Toda la vida, con su labor cotidiana, preocupaciones financieras, relaciones personales, pasaba ante ellos y era vista entonces a la luz del último destino del ser humano, el de una criatura cuya tarea terrenal era aprender a amar a Dios y a su prójimo en gozosa libertad. El Metropolitano Filareto de Moscú (1782–1867) San Serafín, los ancianos de Optina y otros representantes de la auténtica ortodoxia rusa, se mantenían por encima de la administración eclesiástica de los procuradores del Sínodo. No discutían con los círculos oficiales, donde su libertad espiritual creaba sospechas, pero tampoco estaban dispuestos a apoyar el sistema anticanónico introducido por Pedro el Grande. Entre los obispos de ese período figuraban no sólo contemporizadores y burócratas, sino también eruditos y ascetas; sin embargo, pocos eran estadistas. La excepción fue Filareto (Drozdov), metropolitano de Moscú desde 1821–67. Hijo de un pobre cantor eclesiástico, se educó en un seminario donde aprendió buen latín, pero poca teología. Hizo votos monásticos y en 1809, a la edad de veintiún años, fue ordenado y enviado a San Petersburgo como uno de los mejores predicadores jóvenes. Allí se impregnó de ese espíritu de abierta mentalidad y tolerancia religiosa que emanaba del trono. Durante el resto de su vida, Filareto continuó siendo liberal, pero la parte principal de su carrera eclesiástica coincidió con el reinado reaccionario de Nicolás I (1825–55), que le impidió realizar toda su contribución a la Iglesia.

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